Capítulo 3
Todavía sigue negando con la cabeza, pero noto que no me lo dedica a mí, parece que más bien lo hace para sacarse algo de la mente. Regresa la vista al frente soltando un largo y pesado suspiro al igual que yo, pero en mi caso, yo sigo observando al viejo Caronte.
—Bueno, tengo mucho que hacer— Le indica a los de la fila que empiecen a avanzar. —Minte, por favor… no hagas ninguna tontería—
Una estruendosa y divertida sonrisa se me escapa, poso mi mirada sobre la larga fila de almas y un pequeño suspiro se me escapa; viendo a tantas almas, sé que tengo mucho trabajo por hacer y no me refiero a vigilar el río de mi padre, sino más bien, a ayudar a las pobres almas que no tengan el pago del barquero.
—Por favor viejo, nunca he hecho una tontería… creo que lo más raro que he hecho es recorrer el río de esquina a esquina—
—Lo digo enserio jovencita… quédate ahí parada y no hagas ninguna tontería— Me reprocha con suavidad mientras sube al barco.
Resoplo con fuerza y refunfuño molesta por las palabras del viejo, quiero defenderme de su acusación, pero se ha ido demasiado rápido que no me ha dejado decirle ni una sola palabra. Observo como el barquero se aleja hasta perderse en la penumbra, dejo caer los hombros y regreso la vista al frente.
— ¿Piensas quedarte aquí todo el día? —
Por los rabillos de mis ojos observo al hombre, esperando a que se vaya a otra parte y me deje tranquila, pero por la postura que tiene, parece que su intención es quedarse ahí parado como si fuera una estatua. Que molesto es este hombre.
—Posiblemente— Habla con calma y serenidad, como si nada le preocupara.
—Bueno… yo de verdad me tengo que ir…—
Me rasco la nuca de forma incómoda, pero el hombre me pide que me quede un rato más. Por alguna extraña razón no puedo negarme a su petición y decido quedarme ahí parada a su lado. Mi vista recorre a las almas y veo que varios de ellos no tienen monedas, miro hacia atrás y veo que Caronte todavía no ha regresado, de mi túnica saco unas moneas, me acerco a las almas y se las entrego.
Una vez que he terminado de repartir los pagos de las almas más cercanas a subir al barco, siento un enorme alivio. Ayudar a los mortales es una labor bastante satisfactoria que no cambiaría por nada en el mundo y me siento bien haciéndolo. Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios.
— ¿Les das para pagar su peaje? —
—Si… es que muchas veces las familias no tienen para darles el pago a sus fallecidos y me da pena tener que verlos vagando por las orillas del río, es por eso que me meto en las profundidades para poder sacar monedas y dárselas… el viejo dice que Hades vendrá un día de estos y me va a reprender… pero la verdad es que llevo siglos haciéndolo—
Enseguida me tapo la boca al darme cuenta de lo que he dicho; se supone que esto era un secreto entre el viejo y yo, pero ahora... este hombre sabe algo muy importante, espero no me delate con el dios Hades. Una risa nerviosa se me escapa y me giro hacia él, asustada de que vaya con el chisme.
— ¿De verdad? Me impresiona que no tengas miedo de recibir una reprimenda por tus acciones o que te castiguen de forma severa ya que estas rompiendo el equilibrio—
— ¿Qué equilibrio? — Volteo a verlo con el ceño fruncido. —Cuando tuve conciencia y me aventuré lejos de la cueva donde vivo, vi demasiadas almas vagando por el río mendigando piedad, desafortunadamente esas almas ya no podían pasar el río Cocito ya que su tiempo había acabado… al final se terminaron uniendo al río desapareciendo para siempre— Inflo los cachetes enojada y me cruzo de brazos. — ¡Si eso te parece un equilibrio, déjame decirte que estas loco! —
El tipo abre los ojos de par en par, me mira completamente sorprendido al verme molesta o tal vez que le parece increíble que alguien tan bajita como yo le hable de esa forma. En cualquier caso, está sorprendido, pero esa sorpresa desaparece siendo reemplazada por una enorme sonrisa seguida de una estruendosa carcajada. Estoy tan enfrascada en mi situación con este hombre, que no estoy segura si el viejo barquero ya llegó.
Siento un ligero golpe sobre mi cabeza, enseguida volteo a ver de qué se trata y una gran sonrisa se posa sobre mis labios al ver a Caronte parado a mi lado, se nota confundido por la risa del invitado no deseado.
— ¡Caronte! — Exclama feliz. — ¿Te lo puedes creer? Me acaban de decir que estoy loco— Unas lágrimas de alegría se le escapan de los ojos y le cuesta mucho hablar, incluso respirar le parece una tarea difícil.
Ahora el viejo me mira con los ojos abiertos de par en par, ladeo un poco la cabeza por su reacción; no entiendo porque se sorprende, sabe que soy honesta con lo que pienso. Sin previo aviso, el vejestorio me jala con fuerza de la oreja, haciendo que suelte varios quejidos de dolor.
— ¡Jovencita que grosera eres! — Me reprocha con severidad.
Trato de hacer que el viejo me suelte la oreja, pero me tiene muy bien agarrada y cada intento es en vano, de hecho, me aprieta con más fuerza. Muy seguramente mi pobre oreja va a quedar roja.
—Dejala Caronte, ella tiene razón— Su risa va cesando poco a poco, hasta estar completamente calmado, de momentos toma grandes bocanadas de aire. —Cuando vine a este mundo por primera vez, me pareció un lugar bastante solitario, teniendo en cuenta de que las personas mueren todos los días, los Campos Elíseos eran un simple prado lleno de flores, muy bonito, pero bastante solitario.
Caronte deja de jalarme la oreja, mira al hombre con asombro mientras le da unas suaves palmaditas en la espalda; ¡Yo todavía sigo confundida! ¿¡Quién es ese hombre?! Resoplo con fuerza y me sobo mi oreja, dedicándole un puchero al barquero.