Sinopsis
Ella vive en el inframundo, rodeada de muerte y almas en pena, pero siempre ha creido que la muerte no es el fin, sino el comienzo de algo hermoso. Él, Dios del inframundo y rey de los muertos, posa sus ojos sobre aquella ninfa que es capaz de ver la hermosura del infierno.
Capítulo 1
He vivido en el inframundo toda mi existencia, mi padre el Dios Cocito me dijo que mi deber era cuidar del río que dividía el mundo de los mortales con el de los muertos, realmente nunca me negué a dicha tarea, pero debo admitir que me parecía una tarea muy pesada ya que todos los días tengo que recorrer el largo del río en busca de un alma que no quiera pagarle al barquero.
—Buenos días— Mi chillón saludo hace que el barquero salte de su lugar.
—Minte… por todos los dioses, no asustes a este pobre viejo— Me reprocha con suavidad mientras niega con la cabeza.
—Lo lamento— Una pequeña risa se me escapa. —Pero ya deberías saber cómo soy, siempre vengo a darte los buenos días—
—Lo sé, pero a veces vienes más temprano de lo normal—
Nuestra conversación se ve interrumpida por la llegada de varias almas, sus miradas vacías y sus expresiones desoladas me dan mucha pena, debido a esto, muchas veces soy yo quien paga el pasaje de estas pobres almas, ya que muchos de ellos fueron abandonados por sus familias.
Observo como los recién fallecidos se van acercando al barquero con sus monedas en mano, luego se las entregan y van subiendo al enorme bote, como es costumbre para mí, me quedo un poco cerca para ver si puedo ayudar a algún alma que haya sido olvidada.
Miro con atención a todos los espíritus y veo que uno de ellos mira con nerviosismo a los que están al frente de él, palpa sus bolsillos con desesperación y al cerciorarse de que efectivamente no tiene ese algo, levanta la mirada aterrado a la fila. Me acerco a él y le extiendo las dos monedas que necesita.
—No eres al primero que abandonan— Le dedico una enorme sonrisa.
Mira las monedas de mi mano, luego levanta la mirada a mí, repite esto un par de veces más. Con nerviosismo las toma y las guarda en sus bolsillos.
—Gracias, pero ¿Por qué me ayuda? Se supone que si no tengo las monedas, debería estar vagando por el río Cocito por la eternidad… no entiendo porque es amable con un desconocido—
—Porque no me gusta ver a los mortales vagando a las orillas de mi hogar, es deprimente— Le sigo sonriendo mientras hablo con él. —Además, como le dije, no es al primero que abandonan—
Me alejo de él y regreso a las orillas del río, fingiendo que estoy haciendo mis labores, pero la verdad es que estoy viendo la enorme fila de fallecidos, esperando a que el hombre que le di las monedas pase. Decido acercarme un poco para escuchar que le dice Caronte.
Él acepta las monedas del muerto, pero antes de dejarlo subir, mira con mayor atención las monedas.
— ¿Te dio estas monedas una ninfa de pelo verde? —
El hombre mira hacia abajo avergonzado para luego asentir con la cabeza levemente.
—Minte, querida— Suelta un resoplo.
—Lo siento Caronte… pero sabes que no me gusta ver que las almas queden olvidadas—
—Lo sé querida, pero sabes que si Hades se entera de esto, vendrá hasta aquí y nos va a castigar—
—Lo dudo mucho, llevo siglos haciendo esto y nunca ha venido a decirnos algo— Le sonrío de oreja a oreja mientras le tomo del brazo con suavidad. —Así que no te preocupes—
Guarda las monedas en uno de sus bolsillos y mira al hombre, luego con un movimiento de cabeza le indica que suba al barco, él sin decir ni una sola palabra se apresura a subir antes de que el barquero cambie de opinión.
—Pequeña ninfa, tienes un corazón tan grande… no entiendo porque te enviaron a vivir en este lugar tan lúgubre y triste—
— ¡Por esa misma razón! — Le contesto entusiasmada y feliz. —Porque este lugar necesita a seres bondadosos y listo para ayudar, de por si la muerte ya es muy triste y desolada, ahora imagínate estar vagando por la eternidad a las orillas del río… — Doy varios saltos de entusiasmo mientras sigo agarrando al anciano del brazo. — ¡También es una suerte increíble que nos tengamos Caronte, nunca estaremos solos! —
Caronte se ríe de forma breve, luego pone una de sus manos sobre la que esta aferrada a su brazo, indicándome que me tranquilice.
—Eso es verdad pequeña ninfa— Le da un par de palmaditas suavemente. —Ahora, deja que termine de trabajar para llevar estás almas al otro lado—
Suelto al anciano y me alejo, para ahora si hacer mis deberes.
Luego de un rato, regreso al puerto donde Caronte tiene amarrado su bote, me acerco a él y veo que cuenta las monedas que recibió para luego arrojarlas al río, estás al instante se desintegran.
—Vaya, tenías muchas monedas en esta ocasión Caronte—
—Parece que hay una guerra en el mundo de los mortales— Resopla con enfado mientras se masajea las sienes cansado.
—Es una pena, muchas de estas almas vendrán sin la debida sepultura… lo que significa que…— Conforme fui hablando, mi voz se escuchaba cada vez más bajo hasta ser inaudible.
—Minte, no— Me reprocha con “severidad” — Sabes que no puedes hacer pasar a todos, Hades sabe que no todos tienen la merecida sepultura y por ende—
— ¿Él sabe que está pasando ahí arriba? — Le miro sorprendida.
— ¡Claro que si mi pequeña ninfa! — Ríe de forma bonachona. —Es el Dios Hades, rey del inframundo, sabe todo lo que sucede en la superficie sin necesidad de estar ahí, es su trabajo— Pone una de sus huesudas manos sobre mi cabeza y me acaricia levemente. —Es por eso que te he dicho miles de veces que no abuses de su caridad, un día de estos vendrá y te va a regañar—
Hago un pequeño puchero al oír eso, ya que no creo que sea necesario que Hades venga a regañarme ya que no hago nada malo, sólo quiero que todas las almas crucen el río y sigan con su camino.
Durante el resto del día, me quedo a lado del anciano platicando de millones de cosas, ya muy caída la noche, mi padre me viene a buscar… como siempre, ya que me quedo hablando con Caronte a altas horas de la noche.