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Capítulo 5

Pasado y Presente 

Susan bajó las escaleras sintiendo que sus pies querían manejarse por cuenta propia. Su cabeza no paraba de pensar en las palabras de su hermana menor. ¿En qué momento ella había pasado a ser la que le daba consejos sobre el amor? 

Si bien sabía que su vida era un asco por completo, de no ser por el único detalle de su hermoso hijo, lo único bueno que había sacado de su relación con Malcom, de no ser por ese pequeño detalle, diría que su vida era un fracaso por completo.

— Mamá, puedes echarle el ojo a William, saldré un momento. — le dijo a su madre, acercándose y mirando la calle frente a casa de sus padres.

Estaba ansiosa. Nerviosa hasta más no poder.

Su cerebro lo conjugó de diez mil  maneras posibles, debía hacerlo, debía de tener la fuerza suficiente como para escucharlo, y no podía hacerlo su casa, donde habían tres pares de ojos pendientes a la conversación que ella podía tener con Mattew.

Por no considerar lo que supondría para William si veía a Mattew, él no estaba acostumbrado a ver a ningún otro hombre cerca de ella. Desde que se alejaron de Malcom, desde que se escaparon de su sombra, sólo fueron ellos dos. 

Su hijo no estaba listo para nada que involucrará un hombre. 

Suficiente tenía ya con esos días cerca de su abuelo. 

Abuelo que no conocía. 

— ¿A dónde vas? — escuchó la pregunta de su madre. Ella siempre había dicho las cosas a la cara, preguntando y dando su opinión aún sin que ni sus hijas ni su esposo la pidieran.

—Déjala, cariño. Tiene treinta y tres años. No es una niña.  Esta vez fue su padre quien intervino. Su hijo estaba en la casa del árbol que una vez fue de ella y su hermana. 

— Voy a resolver algo. — le agradeció a su padre de forma silenciosa con los ojos café. Él le Sonrió.

Ambos siempre se habían entendido. Le dolía no poder contarle todo a su papá sobre su relación con Malcom. Su padre era un ex combatiente de Irak. Fácilmente salía a buscar a su ex y se volvía un baño de sangre. Malcom con su dinero y conexiones y él, con sed de venganza.

Así era su padre. Su aliado. 

Desde niña siempre estuvo respaldada por él. 

Y aparentemente, las cosas no habían cambiado, aunque ella se había alejado por tantos años. 

—Con dos semanas aquí y ya andas metida en lios — su madre levantó las cejas y la miró de forma reprobatoria. 

No podía continuar con la conversación.

Si seguía allí, se volvería un tu me dices y yo te digo.

Habían momentos en la vida, en que uno de los combatientes debía dejarlo pasar, quedarse callado y dejar que todo se calmase. Entonces, luego podía hacer su movida.

— Resolveré algo que tengo pendiente desde hace años. — Se despidió rápidamente de sus padres y se montó en el carro.

Lo había comprado desde que salió de Madrid donde tenía diez años viviendo. Desde que se casó con Malcom, la vida de Susan se había restringido a viajar donde el estuviera y a pasar vacaciones donde el dijera.

Había sido una reclusa en su propio castillo.

No le importó mucho la mirada que su madre le lanzó al entender a lo que ella se refería. 

Su vida y relación con Mattew fue de dominio público. 

— ¿Qué estoy haciendo? — se preguntó mientras encendía el carro. No podía dejar que Mattew fuera a su casa, pero tampoco sabía con que cara iba a llegar a la  de él.

Condujo con calma hasta la casa de Mattew, recordaba a la hermana de este, a Cassie, según su propia hermana Lissa, ella seguía viviendo en la casa de sus padres. Y allí era para donde iba Susan.

Los padres de ellos habían muerto en un accidente de tránsito, lo supo por su hermana que la llamó mientras ella vivía en Madrid. Quiso llamar a Mattew, pero eso abriría una brecha que no estaba dispuesta a crear. No podía en ese momento hacerle ese camino ha su vida. 

Ni en ese momento, ni ahora. Se corrigió mientras estacionaba el carro en la acera.

Susan deseó más veces de las que podía contar, llamar a Mattew, decirle cuanto sentía su pérdida, llorar con él. En cambio, ella había llorado en silencio por horas, sufriendo la pérdida de unos señores que la habían tratado como a una hija propia.

Bajó el espejo del conductor y se revisó. Estaba bien. Un poco roja, quizá por el miedo que sentía y los nervios que le subían por no saber cómo seria la reacción de Mattew al verla.

Ella había cambiado sus planes. 

Lo encontró cerrando la puerta de la casa, la misma seguía prácticamente igual que hacía una década. Suponía que el color nuevo se lo debía a Cassie, la hermana de Mattew.  

— Hola. — Ella cerró la puerta del carro y caminó indecisa hacia el. 

— ¿Qué haces aquí? Se suponía que yo iba para tu casa. ¿Lissa no te dio bien el mensaje?— El se acercó a ella con intensiones de saludarla pero Susan dio un paso atrás y él entendió la señal.  

      No podía perder el poder que sentía sobre sus emociones. Susan sentía que podía escuchar lo que él tuviera que decir, sin dejar que su cerebro se nublara por las emociones. 

Mientras estuviera lejos de él, de su calor y de su hechizo,, ella estaría a salvo de caer en la tentación. 

— Prefiero hablar contigo aquí. Siento que tenemos más privacidad que en mi casa. Con mis padres y Lissa pendientes de cualquier palabra. — genial, los nervios la hacían tener diarrea verbal. 

—Como te sientas mejor. Yo solo... Yo en verdad, necesito hablarte y pues que podamos llegar a una tregua sobre nuestro pasado — el abrió la puerta de la casa otra vez y le invitó entrar. 

— Espero que a tu hermana no le moleste que viniera. — Le comentó mientras caminaba despacio. El olor al perfume la embriagó de inmediato. 

Se volvió a sentir como la misma chica de dieciséis años que se había enamorado del popular del pueblo. 

— No te preocupes. Cassie no está aquí, ella tiene unos días en Washington haciendo un trabajo. — le respondió el cereando la puerta. 

El sonido de la madera al chocar con la bisagra la exaltó. 

— Cassie ha hecho maravillas aquí. Casi se siente igual que cuando tus... 

Susan se frenó de inmediato y se maldijo por su poco tacto. 

— Si. Se siente como si mis padres aún estuvieran aquí. No te sientas mal por mencionarlos. Los extraño bastante. 

Susan vio la tristeza en sus ojos azules. Mattew siempre había sido franco con lo que sentía o con lo que pasaba por su cabeza. Era una de las cosas que la había enamorado. Quiso abrazarlo y llorar junto a él, sus padres habían sido muy cariñosos con ella y siempre la consideraron parte de la familia. 

— Eran personas maravillosas. — a pesar de tener los ojos locos por derramar las lágrimas, se contuvo. No podía dejarse llevar. 

Una cosa podía llevar a la otra. Ya tenía suficiente con no haberlo olvidado en más de trece años. 

— Gracias. — él le ofreció hacer un café o un té pero ella se negó. 

—¿Entonces? — le preguntó él sentándose a su lado en el sofá. 

—¿Entonces qué? 

Su cercanía era una tortura. Se sintió otra vez en el borde del precipicio. 

—¿ A qué viniste Susan? ¿Por qué viniste? — Esa voz la llevaba grabada en lo más profundo de su corazón. Ni siquiera mientras estuvo enamorada, o se creyó enamorada de Malcom, pudo olvidar lo que sentía por Mattew. Ella estaba condenada a amarlo para toda la vida.  

Lo entendió en los primeros años que estuvieron separados, los primeros años de asimilar su traición: le había entregado el corazón, así él no se lo mereciera. 

— Vine porque creo que es tiempo de que escuche de tu boca lo que sucedió. Estoy harta de pasarme la vida odiándote — Ella se agarró ambas manos para no tocarle el cabello desordenado que caía sobre la frente de Mattew. — Vine porque quiero olvidarte y seguir con mi vida. 

—¿Y qué pasa si te digo que en todo este tiempo no has salido ni por un momento de mi cabeza? ¿Qué harías si te digo que te he pensado desde que nos separamos? ¿Que te he extrañado como no pensé que fuese posible? — Él se acercó a ella y le puso una mano en su muslo. El calor invadió a Susan haciendo que perdiera la entrada de oxígeno a sus pulmones — ¿qué pasa si te digo que me gustaría pasar una noche contigo, por los viejos tiempos?

— Matt... 

—Desde que te vi no he podido sacarte de mi cabeza. No sé qué Demonios pasa conmigo. No he podido superarte y por lo que veo, tú tampoco me has podido superarme, pequeña.

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