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Capítulo 3.

Decidió terminar con la tarea de una buena vez y es que el preámbulo lo estaba matando, su pene se encontraba tan erecto y duro que si no se liberaba de toda su vestimenta lo iba a lamentar.

“¡Dios mío!”

Fue el pensamiento de Candy antes de cubrir su rostro con las manos.

“Esto no es divertido como parece en las películas, sé que me va a doler, es demasiado grande.”

La mente de Candy le mostraba lo que había visto una y otra vez, a pesar de que cubrió su rostro lo más rápido posible.

Mientras su mente divagaba, Amir la miraba ladeando la cabeza, nunca pensó que estar con una virgen fuera tan divertido, le hubiera gustado seguir divirtiéndose un poco más, disfrutar de esa inocencia, pero el color rojo que veía en el rostro de la chica era como un llamado para él, un canto de sirena que no podía ignorar, por lo que tomo sus manos e hizo que lo viera.

Candy temblaba como una hoja a punto de caer en otoño.

— ¿Tienes miedo? — Pregunto con demasiada curiosidad, algo en esa joven lo ponía nervioso.

— Sí.

— Si quieres, puedes irte ahora, porque una vez que comience no me detendré por nada. — Amir se sentía en la necesidad, de advertirle a esa blanca muchacha de ojos color Jade, que debía salir ahora de ese cuarto.

“Dile que sí, dile que te deje ir. Pero… ¿a dónde?... Ben me mandará con papá.”

En Candy predominaba el miedo, miedo a su padre, a Ben, miedo a la vida.

— No, no me quiero ir. — Dijo en un susurro, sellando así su destino, ese del que ya no podría escapar.

— ¿Me tienes miedo? — Amir necesitaba saber, nunca había forzado a una mujer y nunca lo haría, o eso creía.

— Tengo miedo a que me duela. Es muy grande.

Dijo la joven mirando a otro lado, en él la comisura de sus labios le jugaron en contra, se elevaron solas, ante lo que esta joven le hacía sentir, ese aire fresco, esa belleza única, ese erotismo propio de la inocencia.

— Si, dolerá, pero… te prometo que te gustará y mucho.

Amir aprovechó la confusión de la joven y comenzó a besarla, suave, saboreando sus labios sabor a cereza, para Candy esos besos eran algo nuevo, nada parecido a como Ben la mordía, su barba le ocasionaba un leve cosquilleo pero no le molestaba, sus labios eran cálidos, suaves, provocaban un calor desconocido en ella, con un suave apretón, Amir la llevo hasta la jaula de sus brazos, esos músculos tan fuertes que por un minuto la hacían sentir segura, el beso se intensificó en el momento que sus lenguas se tocaron, él no había tenido tiempo de tomar su trago y ella pudo disfrutar del sabor a menta de su boca, mientras Amir se deleitaba con el sabor dulce de ella, comenzó a mover sus manos y ese roce le gustaba, ella se sentía suave, cálida, pero quería aún más.

La depósito con total cuidado en la cama como si fuera de cristal, teniendo la precaución de colocar un brazo a un lado para no aplastarla.

“Esta muchacha, se ve tan frágil, tan única.”

Mientras miraba esos ojos verdes, guio su mano libre descendiendo por el cuello hasta su pecho y de un movimiento diestro, lo dejó al descubierto, para tocarlo, primero suave y luego un poco más fuerte al presionar el pezón, lo que provocó que un gemido saliera de ella. Esa corriente de deseo comenzó a atravesar el cuerpo de Candy, y obviamente el de Amir también.

“Esa dulce boca, está pidiendo algo, lo sé.”

Era tan automático como ese hombre se adelantaba a todo lo que ella pensaba, en tan poco tiempo, era como estar conectados.

— Amir, me llamo Amir.

— Amir.

Repitió con un gemido, y eso a él le encantó, siguió su camino, mientras la miraba, y es que, aunque moría por besarla nuevamente, no podía dejar de apreciar su rostro, estaba grabando cada gesto de ella. Él iba a ser el primer hombre para ella, quería guardar cada expresión en su memoria.

Candy sintió cosquillas cuando deslizó los dedos por su vientre, y fue la primera vez que él vio su sonrisa. Y le encantó.

— ¿Eso te da cosquillas?

— Si. — Dijo queriendo moverse a un lado, pero Amir apoyo la mano en su vientre bajo y se lo impidió. Estaba perdiendo el control con ese gatito blanco que estaba entre sus manos.

— ¿Cómo te llamas? — Preguntó rompiendo otra de sus reglas, pero siendo inevitable realizar aquella pregunta, algo le hacía desear saber el nombre de aquella mujer.

— Candy. — Contesto con su verdadero nombre la joven, mientras Amir se abría paso entre sus piernas y colocaba su dedo medio en el botón de placer, haciendo movimientos y dando pequeños apretones.

Candy se sentía extraña, algo que nunca había experimentado y que la hacía sentir muy bien, comenzó a seguir el ritmo con sus caderas, estaba buscando liberarse de ese calor que sentía, cuando Amir notó que estaba húmeda, siguió su camino y la penetró con su dedo.

Los ojos de Candy se abrieron un poco, pero cuando Amir comenzó a moverlo lentamente haciéndolo rotar en su interior se relajó, a medida que sus gemidos aumentaron.

Verla de este modo era demasiado, ya no lo soportaba, si seguía jugando terminaría por descargar sobre las sábanas, aunque una parte de él le decía que continuara, de todas formas, la tendría el tiempo que quisiera, y con ese pensamiento Amir se dio cuenta que quizás una noche no sería suficiente, Candy se sentía algo tan único, que de pronto no quería dejarla ir.

Acelero sus movimientos, sumando un dedo más en la cavidad tan angosta, ella comenzó a gemir con más fuerza y sus mejillas adquirieron un color rojo intenso, parecía una manzana, la misma que llevo al pescado original.

— Mmm… ¡Amir!

El grito y la agitación de la joven solo podía significar algo, ella había alcanzado su primer orgasmo y él era el responsable.

Amir se perdió en aquella imagen, el sentimiento de que él le dio esa liberación lo hacía sentir poderoso como nunca se sintió, a pesar de su dinero y posición social.

Retiro su mano y procedió a besarla, tomó las manos de Candy y las entrelazo con las suyas, dándole la sensación de que si las apretaba muy fuerte sería capaz de romperla, ella se veía débil y frágil, se posicionó entre las piernas de ella, cuando Candy sintió la punta del pene en la entrada de su vagina, un jadeo de miedo salió de su boca.

Amir se dio cuenta del miedo que se apoderó de la joven, y no era para menos, él sabía que de por sí estaba muy bien dotado y que el tamaño de su pene superaba por mucho el promedio al igual que el grosor de este.

— Trata de relajarte… por favor no me pidas que me detenga ahora.

Esas palabras sonaron como una súplica, su voz temblaba ante la expectativa que sentía el hombre, a ella, a la que todos le ordenaban y golpeaban, porque no solo fue su padre y Ben, también eran las prostitutas que la trataban como lavandera, cocinera, en fin, como una esclava y cuando alguna prenda quedaba dañada o la comida se pasaba de su punto, desquitaban su furia golpeándola. Todos siempre la golpearon y ordenaban, mas nadie nunca le imploro algo, como lo hacía Amir en este momento, porque era eso, él le estaba implorando, dejarlo terminar lo que había comenzado.

— Concéntrate en mis besos. Déjame llevarte al cielo y mostrarte las estrellas.

Se lo dijo mirándola directamente a los ojos, azul contra verde, Y eso hizo, se aferró a los besos de Amir, como si del alimento más maravilloso se tratara, pero no pudo evitar gritar cuando la penetró por completo.

A pesar de que trato de ser suave y no lastimarla demás, la cavidad de Candy era muy estrecha, él sintió como su pene era envuelto y apretado, trato de ser delicado, en verdad que trato, pero lo que sentía, esa sensación tan exquisita lo hacía perderse en la lujuria pura, cuando por fin la penetró por completo, se quedó inmóvil dentro de ella, para ayudarla de ese modo a adaptarse a su intromisión, mientras la seguía besando, cuando sintió que sus manos se relajaron un poco, liberó su boca para verla, una lágrima caía de sus hermosos ojos, grabó cada gesto, cada temblor, decidió moverse solo un poco y al ver cómo la joven apretaba los labios se dio cuenta que no era por dolor, si no por placer, lo que provocó que sus movimientos aumentaran y que ella los siguiera, en ese vaivén tan delicioso y nuevo para la joven.

— Amir… ah… Amir.

Escucharla decir su nombre mientras sentía que estaba por llegar al orgasmo, lo lleno de una dicha que no alcanzaba a comprender, pero lo que más le sorprendió fue que cuando ella alcanzó el clímax él también lo hizo.

— Candy.

Dejo salir el nombre de esa joven que lo había hecho viajar al mismo espacio, se sentía como nunca, jamás lo había hecho, dándose cuenta de que él también había gemido más de una vez su nombre. Ambos estaban agitados y sudorosos.

“¡¿Que mierda me pasó? ¿Por qué dije su nombre?”

Amir seguía sin entender que había pasado, como pudo perderse tanto en ese remolino de sentimientos. Salió de ella con delicadeza, para darle un poco de alivio, y le encantó ver esa mancha roja que demostraba que él fue el primero, mientras que en su pecho crecía una mezcla de dicha y orgullo sin igual.

Candy lo miraba un poco aturdida y en ese momento algo lo impulsó a darle un dulce beso en esos labios rojos, algo que cerrará tan maravilloso momento.

— ¿Estas bien?

— Si.

— …. Deja de sonrojarte o te comeré otra vez. Iré a bañarme.

Dicho eso, Amir salió de la habitación, ella se envolvió en la sabana, se sentía somnolienta, estaba agotada, y en su pecho miles de sentimientos se mezclaban, no sabía qué hacer, Ben le había dicho que cuando él se fuera a bañar debía salir y volver a casa, pero su ropa estaba en el baño, por lo que decidió cerrar los ojos un momento, para luego ir vestirse eh irse, pero estaba tan agotada que se quedó dormida.

Amir entró a la ducha sin entender muy bien que fue todo lo que sintió en ese cuarto solo un momento atrás, sin lugar a duda era algo nuevo y digno de repetir, pero aun así lo confundía, los ojos verdes de esa joven lo hipnotizaban como jamás nadie lo pudo hacer.

“¿Que mierda hice? Rompí todas mis putas reglas, ¡maldición! Esto está mal, espero que no esté cuando salga, ¿desde cuándo follar con alguien me pone así? Apenas la toque tenía ganas de acabar.”

Amir no dejaba de pensar en todo lo que había sentido con esa joven, salió del baño molestó más con él que con ella, después de todo fue él quien le dijo su nombre, le pidió el suyo y le dijo que se sacara el velo, rompiendo de esa forma todas sus reglas. Llevaba con él la ropa de la joven, entendiendo de esa manera que aquella joya aún se encontraría en la cama.

Pero cuando llegó al lecho y la encontró dormida, por un momento esa imagen lo congelo, se veía tan cansada, tan indefensa, sintió ganas de protegerla, dejó la ropa en la mesa de noche, pero de pronto recordó que solo era una niña que se vendió por un millón, se dirigió hasta el minibar y comienzo a beber, copa tras copa, mientras su mente trabajaba.

“Es joven, podría trabajar y ganar dinero, pero en cambio prefirió terminar de estudiar y venderse como carne al mejor postor. No es mejor que alguna de las otras que pasaron por mí, es solo una mujer que busca la vida fácil.”

El alcohol y el recuerdo de su madre abandonándolo para irse con otro hombre que en aquel entonces era más rico que su padre llenó su mente.

“Ella lo planeó ¡estúpido!, ¡desde un principio caíste en su trampa!, dejo su mejor arma al descubierto, sus ojos, seguro es alguna estudiante de actuación o algo por eso ¡caíste en su trampa!”

Y con todo eso en la mente, no pudo quedarse quieto, decidió darle una lección, para que así aprendiera cuál era su lugar. Jamás se dejaría engañar por una mujer, nunca sería como su padre tan ingenuo.

Retiró la sábana con tal brusquedad que Candy se despertó asustada, pero cuando lo vio, fue cuando el verdadero miedo apareció y sus ojos se cristalizaron.

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