02
¿Te encuentras bien, señorita? —una voz dulce y aniñada se escuchó a mi costado.
Dejo el menú que reposa en mis manos de
lado y volteo mi cara para encontrarme con la anatomía delgada de un hombre, al
elevar mi rostro me hallo con el rostro joven de un muchacho mirándome con una
expresión suave.
Arrugo mi ceño al no comprender su
pregunta, pero pronto suavizo mi expresión cuando veo su gesto blando.
—Lo siento, pero no entiendo tu pregunta
—respondo con apacibilidad.
Entreabro mis labios un tanto sorprendida,
las comisuras de sus labios se elevan en una pequeña sonrisa. Sin embargo,
rápidamente repongo mi postura y lo observo expectante.
Barro su cuerpo con mis ojos y noto que
trae puesto el uniforme que componen las personas que trabajan aquí: una camisa
negra de manga corta, un pantalón fino del mismo color y un delantal corto de
color vino rodeando su delgada cintura.
—¿Estás bien con eso, señorita? —su voz se
hace oír nuevamente y para mi sorpresa fue con otra pregunta.
Le echo una mirada a mis manos y luego a la
pequeña mesa frente a mí confundida, ¿de qué está hablando? Busco algún objeto
por el que deba sentirme incómoda, pero vuelvo mi vista a él percatándome de
que ni siquiera he pedido algo.
—¿Qué? —inquiero, mientras hundo mis cejas, enredada.
—Usted es tan pulcra y hermosa para él, y
porque sé que estoy en lo cierto, le puedo hasta asegurar que soy una mejor
opción —manifestó.
Una exhalación profunda abandonó mis labios en compresión. Estos se curvan en una sonrisa incrédula y mis ojos danzan con
diversión en dirección de la persona aduladora de mi belleza.
Este pequeño camarero habla del hombre al
que hago llamar mi pareja y que vino conmigo a cenar a un bello restaurante con
vistas al mar. El hombre cuyo nombre es Iván y que hace unos minutos se levantó
para ir al baño.
—¿Eso crees?
Él me miró seguro de sí mismo, sus ojos me transmiten esa seguridad que hace mucho tiempo no veo en nadie. Descarado.
—Por supuesto —expuso con confianza.
Mi sonrisa se agranda.
Apoyo mis codos en la mesa frente a mí y
cruzo los dedos. Mis ojos puestos en él, nunca abandonándolo, puedo decir que hasta desafiándolo.
—¿Y qué esperas qué haga, mocoso? —soné
tosca, pero no sería de otra manera.
—Ni siquiera yo estoy seguro —admitió.
—Por supuesto que no, ¿acaso piensas
robarme de los brazos de otro mostrándome tu inseguridad?
—Si fuera inseguro no me habría atrevido a hablarle, señorita.
—Solo fue un impulso infantil —ataqué.
—O quizás un capricho infantil —siguió.
—No mucho mejor.
Levanté mi mano en su dirección,
deteniéndolo cuando hizo la acción de protestar.
—Eso es todo, mocoso. Puedes retirarte
ahora, cuando venga mi novio te llamaré para tomes nuestra orden.
Volví a enfocar mi atención en el menú,
esto hasta que su voz se llevó otra vez mi atención mas no voltee a verlo.
—A pesar de esos pequeños detalles,
señorita. Estoy seguro de que sigo siendo una mejor opción —presentó con
determinación.
Me encontraba de espaldas al instante en
que escuché sus pasos alejándose, miré por encima de mi hombro como su silueta
se fue perdiendo al cruzar una puerta fuera de mi alcance. Al poco tiempo Iván
hizo acto de presencia y me centre en él, nuevamente solo en él con la certeza de que no volvería a pisar este restaurante.
...
—¡Tú...!, ¡eres el mocoso coquetón de aquella vez! —exclamé sin aire.
Mi dedo índice se levantó en su dirección, apuntándole medio tambaleante. Sin
poder creer el hecho de que ahora me encuentre frente a él nuevamente y ahora
con tremenda escena vergonzosa.
—¿Yo?
—consultó ofuscado, entre tanto se señaló a sí mismo.
Tragué saliva y guarde silencio al verme haciendo el ridículo ante este muchacho.
Carraspeé y me paré lo más recta que pude, mi estado actual me impedía tener pasos y
movimientos limpios y me hace imposible el acto de poder escapar con decencia
de esta horrible situación y esto fue un hecho, cuando sin darle una última
mirada me encaminé a tropiezos a la puerta.
—¿Se irá así sin más?
Lo escuché preguntar a mis espaldas, me detuve en seco en medio del umbral de la
puerta, posicionando una de mis manos en uno de sus extremos y lo miré por
encima de mi hombro.
Es él, no estaba equivocada.
Una sonrisa incrédula se plasmó en mis labios.
—¿Y qué se supone que deba hacer?, ¿saludarte con besos y abrazos?
—Si lo quiere hacer, no tendría problemas.
—Cínico.
—No era mi intención serlo.
Fijé mi vista al frente, no
queriendo verlo y sentí como él dio unos cuentos pasos en mi dirección.
Apreté mis labios en una línea recta endurecida, mi mano se cerró con más fuerza de la necesaria en la madera perteneciente a la puerta y la solté, solo cuando sentí arder mi palma.
Me volteé hacia él y lo miré con aire superior.
—No me interesa nada que tenga que ver con usted, absténgase a mantenerse alejado, si por algún motivo nos volvemos a encontrar.
Con la cara ardiendo de furia y vergüenza salí de allí lo más rápido que mis pies y mis sentidos me lo permitieron.
La música me golpeo con fuerza y me espabilo al instante en que salí finalmente
del pasillo que da paso al baño. Allá dentro la música no se escucha tan potente como aquí; observo a mis acompañantes desde lejos y sabiendo que mis pertenencias están con ellos, me les acerco no queriendo hacerlo.
—Debo irme —aviso, alzando mi voz para que me escuchen.
Recojo mis cosas y me doy cuenta en el proceso de que Scarlett no se encuentra entre nosotros.
—¿Irte?, ¿a dónde? —deposito mi mirada en María con una sonrisa fingida adornando mis labios.
—Mi madre me llamo y debo ir con ella, saben que hoy es mi cumpleaños y quiere
pasarlo conmigo —dije lo primero que me vino a la mente, dándome cuenta de que
mi vaga mentira nadie la creyó.
—Fuiste
sin el celular al baño, está aquí —indicó Tania y yo pose mi vista inmediatamente en ella.
—Ah, no, no. Es que acordamos juntarnos —balbuceé como pude, queriendo construir con buenos bloques una pared creíble para mi mentira—. Además, mañana tenemos
trabajo y ya he bebido lo suficiente por hoy. Muchas gracias por todo, chicos.
Luego de inmensas preguntas de parte de María partí, llamé un taxi y fui directo a
casa. Riendo interiormente al ver los descuidados que son mis amigos, pues,
desde que nos conocemos han sabido que mi madre vive en otra ciudad, a muchos
kilómetros lejos de mí. No tengo ningún pariente cerca y esto es porque hace
varios años decidí venir a vivir aquí por una mejor vida, por un mejor futuro y
lo logré. Hoy en día tengo un buen sueldo, que me ayuda a mandarle a mi madre
todos los meses dinero suficiente para su sustento.
Fijo mi mirada en la ventana, mientras el auto avanza y todo pasa muy rápido ante mis ojos, tan rápido como para decir que lo que paso antes parece un recuerdo lejano y quizás hasta se iguale a una ilusión fatídica.
—Solo deseo que no nos volvamos a vernos las caras nunca más en nuestras vidas.