01
—Perdóname, Neferet —el hombre castaño sentado del otro lado de la mesa frente a mí expone en un tono apenas perceptible para mis oídos.
Según un estudio realizado en 2014, el 30% de la población es infiel y exactamente hace sesenta minutos, lo que equivale a una hora. Acabo de ver con mis propios ojos, como mi actual pareja me fue infiel.
—También perdóname, Iván —musité de manera neutra, calmada.
—¿Por qué razón pides perdón?
Mi vista viaja pensativa al vaso de jugo que tengo entre mis manos para
posteriormente volver a posarla en sus ojos color avellana y sonreír de boca
cerrada en el momento en que su expresión confusa se dejó apreciar.
—Por la misma causa por la cual tú me pides perdón —mentí con tranquilidad.
Me siento humillada, nunca pensé que llegaríamos a esto y de solo pensar que
mintiendo es la única forma en la que me siento algo reconfortada, es
completamente bochornoso y estúpidamente necesario.
El aire arrepentido que lo rodeaba fue reemplazado por uno pesado y un tanto serio al instante en que proceso mis palabras. De mis labios salió un suspiro cansado justo cuando este asintió en entendimiento y dejó caer su cabeza hacia atrás en acompañamiento de sus manos, las cuales colocó detrás de su cabeza.
Cinco años de relación. Eso es lo que tenemos hasta ahora y a pesar de que hace
tiempo no congeniábamos en ningún aspecto, seguimos juntos. Por algo que ambos, aunque, nunca lo digamos en voz alta. Sabemos muy bien que es más fuerte que el deseo carnal; el cual había desaparecido ni bien empezó y el mismísimo y sobre valorizado amor.
Esto que nosotros creemos que es más fuerte que lo mencionado anteriormente es llamado: estabilidad, aquella que nos proporcionábamos mutuamente. Fuera y dentro del hogar todo era magníficamente equilibrado. Cosa que justo ahora se está tambaleando.
Iván cursa sus 32 años, y a pesar de que aún es muy joven tiene un bufete de abogados que comenzó hace varios años. Hasta el sol de hoy va de viento en popa, algo que logró con la inteligencia que lo caracteriza y la madurez que posee al enfrentar los problemas y justo eso fue la que me dejo a sus pies.
Nunca nos casamos, ya que para ser sincera aquel paso que conlleva a prometer palabras y acciones vacías, cosa que sé a la perfección que tarde o temprano se quebraría; no estaba en mis planes en absoluto y nunca me equivoco, este escenario es la prueba viviente de ello.
—No estaremos bien después de esto.
Su voz interrumpió aquel silencio que nos había atrapado y yo asiento con la
cabeza en aceptación a sus palabras.
—Estamos claros que los dos sospechábamos el uno del otro en ese aspecto —vuelvo a asentir neutra, no queriendo exponer mi estado, pero el saber que él sospechaba de algo que en realidad nunca paso, hace que un nudo doloroso se atore en mi garganta seca—, y las sospechas estaban bien. No obstante, ahora que lo sabemos con certeza por más que lo deseemos, las cosas no volverán a ser iguales y sé que hacernos los ignorantes ante esta situación no volverá a funcionar en esta ocasión.
—Hasta ahí, por favor.
Alcé una de mis manos en su dirección y lo hice callar.
—Ahorrémonos todas las razones por la cuales no podemos estar juntos y vamos al grano —me levanté con calma de mi asiento y tomé mi bolso para después dedicarle una
pequeña sonrisa sin ninguna emoción en especial—, solo diré que en la casa me
quedó yo —puntualice para dejarle las cosas en claro.
Iván me miró con una sonrisa que al contrario de la mía, reflejo alivio.
—Ni siquiera tenías que decirlo, definitivamente así será.
—Es bueno que hasta el último momento nos entendamos.
Coloqué una mecha de mi cabello detrás de mi oreja y lo miré una última vez antes de
partir.
El ruido de mis tacones contra el pavimento no se hizo esperar y a pesar de que el
nudo crudamente doloroso se hizo sentir en mi garganta con más viveza, caminé
glacialmente hacia la salida, la verdad es que me duele. Ciertamente no deseaba
dar esta relación que por tantos años dimos como estable, ahora terminada.
Pero, tampoco estoy lista para dejarme caer por una pequeña piedra que se ha
interpuesto en mi camino. Me pararé encima de esa piedra. Porque hasta ahora
para poder mantener el equilibrio de mi vida sin que mis emociones interfieran,
he aprendido que hay que pararse en todas las piedras que se interpongan en el
camino, ya que rodearlas no es una opción.
Yo enfrento mis problemas con mano dura y si tengo que arroyarlos tal cual camión, lo haré. Pero siempre recto. En un balancín, si un lado tiene menos peso que el otro, baja y en mi vida hay uno, que contiene una cuerda muy estrecha conectada en cada extremo y en el medio me encuentro yo. Manteniéndome firme y equilibrada, tratando de que cada lado sea equitativo; pues, de lo contrario, el golpe al caer será duro.
Nada ni nadie me hará caer.
El día en que me vaya abajo será porque así lo decida y hoy, por él, no será la
excepción.
...
—¡Salud!
—¡Salud!
—vocifero con potencia, uniéndome a mi grupo de amigos y compañeros de trabajo.
Bebo de un solo trago del vaso de cerveza que yace en mi mano y una mueca adorna mi rostro al momento de sentir lo amargo y frío de la bebida.
La música que retumbaba de lado a lado en el lugar es algo entre tortuosa y
placentera.
—Vamos a bailar, ¿sí? —una voz femenina me susurra al oído para que sea capaz de
escucharla entre todo el ruido y de un tirón me hace levantar.
Abro mis ojos más de lo normal cuando mi vista se nubla por unos instantes y niego
aturdida con la cabeza a su petición, la cual fue más una orden que otra cosa.
Mis pasos torpes, guiados por esta chica, que hasta ahora no he reconocido. Me
llevan hacia el tumulto de personas que bailan en pareja. Me detengo quieta en medio de la pista de baile para observarlos por unos segundos y todo se hace claro para mí, cuando le prestó atención al tema que se escucha en toda la estancia. Bachata.
—Pero si yo no sé bailar eso —digo entre el medio de un hipo.
—Yo tampoco, pero mira es fácil disimilar que sí. Solo da dos pasos laterales hacia
la derecha y después haces lo mismo, pero luego hacia la izquierda y repites la
misma acción hasta que se acabe la canción —explica, mientras me muestra como
se hace.
Niego con la cabeza.
—De igual forma no puedo hacerlo, María —informo con la mente más despejada,
reconociendo el rostro ahora fruncido de mi mejor amiga.
Doy un paso hacia atrás al tiempo en que decido darme la vuelta para irme a mi
asiento, mi lugar seguro hasta ahora y recordando que accedí a venir únicamente
con la condición de que no iban a insistir en que baile o siquiera beba. Lo que
es irónico, ya que nos encontramos en una discoteca. Pero hoy jueves, 11 de
noviembre. Mi cumpleaños. Solo deseaba estar en casa tranquila y trabajar en
mis casos de la semana entrante, pero veme aquí con la cabeza dándome vueltas y
tratando de no caerme al caminar con el corazón o mejor dicho el orgullo roto.
—Vamos, Neferet. Es tu cumpleaños número veintiocho —dice alzando la voz para que sea capaz de escucharla entre todo el ruido, resoplo y me doy la vuelta sobre mis
talones enfrentándola.
—¿Y? —suelto con cansancio. No hago siquiera el intento de subir mi noto de voz,
puesto que María se inclina en mi dirección al punto de que nuestras caras están demasiado cerca—, no tiene nada de bueno ponerte cada año más y más vieja
y celebrarlo resulta hasta cruel. Además, sabes a la perfección que este
ciertamente no es mi ambiente.
—Oh, por favor —su voz salió chillona y hago una mueca de disgusto—. Lo necesitabas,
salir... y distraerte.
—Gracias por preocuparte, pero no es necesario.
—¡Yo lo sé! —un suspiro salió de mis labios cuando la escuche gritar—, pero quiero
sacarte de tu cueva para que luego no seas una vieja rastrera y quieras hacer
todo eso que debiste hacer de joven, arrepentida de no haber gozado la tan
hermosa juventud.
—Cada uno tiene su manera de disfrutar.
Ella siguió todavía parloteando cuando nos dirigimos nuevamente a nuestros
asientos, llegué y llene mi vaso de inmediato y sin mucho miramiento me lo
lleve a la boca, en dos tragos ya no había líquido alguno.
La noche transcurrió de lo más normal, yo lamentándome mentalmente de mi edad
actual y mi reciente ruptura con el alcohol de consuelo, y mis amigos tratando
de entablar una conversación conmigo. Me han preguntado innumerables veces si
estoy aburrida dado que mi rostro según ellos expresa que sí, pero la verdad es
que estar tranquila y bebiendo me ayuda a nublar mi mente de pensamientos
innecesarios.
—Necesito ir al baño —espiro perezosa y dejo salir entre un susurro, mientras apoyo mi codo derecho en la mesa alta frente a mí y coloco mi mentón en la palma de mi mano, entrecerrando los ojos al sentir que me pesan. Echo un vistazo a mi alrededor extrañada al instante en que la música deja de sonar. —¿Qué están...?
—¡Qué los cumplas feliz!
María y mis otros colegas empiezan a cantar en coro, a la par que se acercan a mí con
un pequeño pastel con una vela roja en el centro.
Hago una mueca, enmascarada con una sonrisa cuando escucho a otras personas ajenas a mi núcleo de acompañantes unirse al festejo.
Todos aplauden y yo trato de sonreír, cuando terminan de cantar.
—¿Estás bien, Neferet? —volteo mi rostro en dirección de la persona que me habla y con
rapidez recompongo mi postura seria al ver que se trata de Scarlett, una
conocida en común que tenemos Iván y yo.
¿Por qué está aquí?
—Por supuesto que estoy bien, ¿por qué no lo estaría? —dejo salir con una sonrisa
fingida—, ¿qué haces aquí?, ¿cuándo llegaste?
Suavizo mi pregunta al instante no queriendo ser grosera. La sonrisa que porto debe verse más como una mueca que otra cosa, ya que para ser sincera la presencia de
esta mujer para nada es de mi agrado.
—Escuche que tú e Iván terminaron —anuncia, ignorando por completo, mis dos preguntas anteriores.
Guio mi vista al vaso de cerveza, que se encuentra en la meseta y lo tomo entre mis
manos con un movimiento despreocupado para después llevarlo a mi boca y darle
un trago corto, eso para nada es de su incumbencia.
—Oh, vaya, las noticias vuelan —digo en fingida sorpresa.
Nuestras miradas se conectan retadoras.
No es una mentira que no nos llevamos bien, a pesar de que nunca hemos hablado
directamente sobre ello. Pero siempre hubo una que otra indirecta por los aires
en nuestras conversaciones que siempre fueron pasivas, dentro de lo que cabe,
claro está. Resaltando que ella es amiga de Iván, no mía. La conocí por él y no
descartaré que inmediatamente la vi, supe que ella está interesada en él.
Un clásico. Un amor unilateral, en donde es tu amigo, pero no tiene idea de tus
sentimientos o quizás sí y te ignora por completo.
—Es una pena. Ustedes hacían una excelente pareja, inclusive esperé una boda y hasta hijos pronto. Visto que tu edad está para ello —soltó sin esconder el veneno que decoró su voz.
—¿Qué te puedo decir? la vida no es siempre como se espera —me encogí de hombros y
agregué—: y menos cuando se trata de vidas ajenas, y lo digo porque también
espere que lo pudieras lograr. Conquistarlo y poder ser su pareja. Lástima, que
él no esté interesado —expuse con fingido pesar—. Además, nunca estuvo en mis
planes casarme.
Sus ojos me escudriñaron en molestia y yo sonreí con soberbia.
—Para tener hijos no hay que casarse —carraspeó y me miró con una sonrisa chueca—, y sabemos bien que luego de los treinta, a veces es peligroso estar en cinta y
tener hijos es importante. Iván quería.
Un bufido salió de mis labios y decidí levantarme del frío taburete de hierro en
donde me hallaba sentada.
—Pero yo no. Por ahora no me interesa nada de eso, cuando crea que sea necesario y sea por mi
propia decisión, tendré hijos y quizás hasta me case —pestañee un poco
desorientada, pero sin perder el rumbo de donde se dirigían mis palabras—. Mi
profesión me llena y eso para mí es suficiente, cuando no me sacie entonces
sabré qué hacer. Es mi vida después de todo.
Me incliné en su dirección para que mis palabras no quedarán entre la música y la
distancia que nos separará.
—Y por favor, mejor ocúpate de tu hijo, está aún muy pequeñito el pobre. ¿Cuántos
años es que tiene? ¿dos? Deja de estar de entrometida porque mientras estás
aquí de venenosa, bien podrías estar allá dándole calor.
Di la vuelta sobre mis talones, dándome cuenta de que todos mis acompañantes
estaban atentos a nuestra conversación.
—¿A dónde vas?
Miro a Rafael por encima de mi hombro al escucharlo.
—Al baño, cariño —informo sin perder el aire meloso que decoró mi voz.
María se me acercó rápidamente preocupada.
—Neferet, lo siento. Tania la invitó, le dije que no, pero...
—Todo está bien, María —la detuve y hablé bajo para que solo ella me escuchará. Di
una ojeada a mis espaldas y me encontré con sus ojos puestos en mí—. Iré al
baño, enseguida regreso.
Intentando mantener el equilibrio empiezo a encaminarme al baño, dejando a todos atrás,
excepto al dolor opresivo que se instaló en mi pecho. Empujo la puerta y me adentro al baño, verifico si hay alguien en el cubículo que elegí al azar y ya segura de que no, entro rápidamente.
Un suspiro de alivio sale de mis labios al dejar salir aquel líquido que estaba
haciendo doler mi vejiga, una vez hecho todo me permito salir para proseguir a lavar mis manos.
Un gran espejo me da la bienvenida y sin darme oportunidad de ver mi reflejo, abro el grifo del lavamanos e introduzco mis manos. Humedezco mi rostro, llevando con mis manos el agua a mi cara y cierro la llave para apoyar mis palmas en la meseta de concreto frente a mí, dejando caer mi cabeza
hacia el frente y con ello mis ánimos.
—Soy una mujer vieja, sin hijos y ahora soltera... —murmuro con una sonrisa sin
gracia.
No quiero verme así.
No quiero que sus palabras tengan ese poder en mí.
Un sollozo silencioso se escapa de mis labios, uno que retengo apresando mi labio
inferior entre mis dientes.
—Maldita sea...
Un carraspeo a mis espaldas se hizo escuchar.
Mis manos por inercia se dirigen a mis mejillas humedecidas, producto de la pequeña crisis que acabo de tener. Mis ojos miran mi reflejo y también el de la persona
a mis espaldas, entreabro mis labios al ver quien se encuentra atrás.
Un muchacho joven.
Su apariencia es de un muchacho de dieciocho años o menos, quizás, pero sé que no lo es, ya que se encuentra aquí: en un lugar no acto para menores de edad.
—Este es el baño de... —empiezo a decir sin darme la vuelta, solo mirándolo a través
del espejo tal cual él está haciéndolo conmigo, pero guardo silencio al ver
algo más a nuestras espaldas.
Doy la vuelta bruscamente.
—Este es el baño de hombres —me retracto sin haberlo hecho en realidad, ya que no
llegué a concretar mi frase equivocada.
Un mingitorio, un inodoro exclusivamente para hombres, está detrás de la espalda
de este muchacho de apariencia infantil, quien me mira expectante, como si
estuviera escaneando cada uno de mis movimientos o bien a mi parecer como si
tratase de verificar algo.
—¿Te encuentras bien, señorita?