Capítulo 4 (Parte II)
Por la tarde salí a enviar un par de cartas que debían ir originales por correó convencional. Era raro, ahora todo eran e-mails, o mensajes de Facebook. Enviar una carta por correo ahora parecía extraño; la mayoría de las veces lo usaba para enviar o recibir paquetes. No para enviar un par de cartas. Pero bueno, así debía ser; los documentos legales siempre debían ir firmados y sellados originales.
Mientras esperaba por mi recibo en la oficina de correos no pude evitar sentirme algo cansada; apoyaba mis codos en el mostrador y rascaba mi cabeza, enserio tenía sueño. Estrella seguía bastante activa, saltaba en el asiento de su carriola; casi que podía asegurar que eso era lo que me mantenía despierta.
Faltaba poco para las siete de la noche; aun era muy temprano para mí.
Me entregaron el comprobante y lo guardé entre las cosas del trabajo. Tomé la carriola y la empujé, saliendo de la oficina de correos. Siempre que Vilh estaba en casa y debía salir a hacer ese tipo de vueltas dejaba a Estrella con él; hoy me había pedido que la llevara conmigo... ¿Pedido? No, me lo ordenó.
No tenía problemas con ello, así que de todos modos la llevé conmigo; fue bueno, de lo contrario me hubiera dormido en la oficina de correos.
Pasé a una heladería y compré un vaso de helado, después de vaciar la mitad del vaso, se lo di a Estrella para que terminara con él. Ella sonrió emocionada al tomarlo, pasando su pequeña lengüita por sus labios. Su sabor favorito, galleta, que casualmente era mi sabor favorito también.
Cuando estaba saliendo de la heladería mi celular empezó a sonar; lo saqué de mi bolso y miré la pantalla, era Theo.
―Dime cariño ―dije al contestar.
―Cariño, preciosa, hermosa, bella, enana, flaca. ―Rodé mis ojos al escucharlo―, cuñadita adorada.
―Habla imbécil.
―Engreída ―remató él.
―Gracias... ¿Qué pasó, Theo? No creo que solo me hayas llamado para insultarme.
― ¡Cierto! ―expresó, como si hubiera olvidado el motivo de su llamada― Cuando vuelvas podrías traerme a Estrella, tengo una cita con ella.
― ¿De qué estás hablando? ―pregunté entre risas.
―Película, palomitas, ya sabes... pop ―llamándolo al final como Estrella lo hacía; empezó a llamar las palomitas de maíz así desde que las escuchó reventar en un expendedor de un cine de California. Amaba esas cosas, cada vez que quería palomitas hacía aquel ruido con su boca, sabía que la entenderíamos.
―De acuerdo, apenas llegue paso a dejarla.
―Gracias, te amo ―dijo para luego colgar; quité el teléfono de mi oído al escuchar el tono, suspiré ligeramente.
Ese “te amo” me hacía pensar en lo que Sandra había dicho; que Theo estaba enamorado de mí y salía con ella como consuelo. Odiaba pensar que aquello era verdad. Quería que me amara, pero solo como lo que era, su mejor amiga.
Me puse en marcha a mi edificio, me gustaba esto de andar por las calles de Miami sin tener que hacerme acompañar de un guardaespaldas; aunque sabía que no duraría mucho antes de que volviera a necesitarlo. Apenas averiguaran nuestra residencia empezarían a perseguirme, esperaba que no fuera tanto como en California. Volvería a ver a Leonel en poco tiempo, lo bueno es que Estrella lo amaba, el resto de los guardaespaldas, a veces, lograban asustarla.
El portero muy amablemente abrió la puerta para ayudarme a entrar, siempre intercambiábamos sonrisas, era un lindo chico; pero jamás le había hablado, ni sabía su nombre. Caminé directamente hacía en ascensor, marqué el numero de nuestro piso y salí al llegar.
Pasé de largo mi apartamento para ir al de Theo, quedaba a unos dos pasillos del nuestro, del lado contrario. Toqué la puerta y él inmediatamente me abrió.
Sonreí al entrar y ver la colcha en el piso, junto con juguetes y biberones de agua y leche para Estrella. Además de aquel enorme tazón de palomitas y otro de malvaviscos. Estrella mostró una reacción inmediata al darse cuenta, chilló de emoción y luego de angustia al intentar zafarse de su cinturón.
―Que impaciente eres muñequita ―dije, inclinándome para soltarla, no la había desatado cuando ya me estaba pidiendo que la sacara de la carriola.
Theo rio al verla, no era la primera vez que lo hacía, es más, era ya una costumbre.
―Le gustan nuestras noches ―dijo Theo mientras la veíamos gatear a toda velocidad hasta la colcha.
―No creas que no sé lo que significa ―le di la vuelta a la carriola para sacar mi bolso y dejarle la pañalera a Theo.
―Conoces a Vilh; es un cursi. ―Tomando la pañalera.
―Él querrá que termine en algo más, tal vez no; pero yo me siento comprometida o presionada a hacerlo cuando Vilh hace estas cosas. No es fácil para mí Theo, lo sabes.
―Lisa, ―tomándome de los hombros para verme de frente―, relájate, disfrútalo. Pero no hagas nada más de lo que no quieras. Aun eres dueña de tu cuerpo; pero una vez que te cases con él, no podrás seguir evitándolo.
―Lo sé ―dije algo acongojada.
Quería casarme con Vilh, era lo que más deseaba en ese momento. Sin embargo, la idea del sexo siempre resultaría incomoda para mí.
―No sé si sea lo que te sucedió por el cual te retraes; pero si fuera falta de autoestima, déjame decirte que eres perfecta para cualquier hombre. Todo lo que tienes es especial, por dentro y por fuera, eres hermosa donde sea que te vean. ―Subió mi barbilla y me dejó un dulce beso entre las cejas, mi estomago ardía y un nudo apretaba mi garganta; no quería que fuera tan especifico, aunque siempre lo había sido, las palabras de Sandra hacían que tuviera miedo de que fuera algo más.
―Cuida a mi bebé ―dije mirándola, estaba sentada en la colcha, lamiendo un malvavisco. Theo caminó hasta ella y se sentó a su lado, para luego tomarla y colocarla en sus regazos.
―Sabes que siempre lo haré. ―Acariciando con ternura la cabeza de mi princesa.
Me resigné al volver a mi apartamento, no había salido al pasillo y ya mis manos sudaban. No me entendía a mí misma, era Vilh, mi prometido, me amaba, ya lo había hecho antes con él. Estaba consciente de que no me lastimaría, de todas formas, no podía evitar sentirme paranoica. Era de esperarse que lo quisiera, ya habían sido varios meses evitándolo. Tal vez eso era lo que había explotado nuestros conflictos, mi poca entrega.
No era mi culpa, era un trauma que me perseguiría por toda la vida.
Al entrar me topé con la luz apagada; pero todo estaba iluminado con velas, el ambiente olía a canela y cítricos, amaba de gran manera aquel par de olores. Aspiré ese perfume, llenado mis pulmones, sin lograr llegar al final por el nerviosismo que sentía. También había rosas y en la sala de estar, sobre la mesa de café, estaba la cena.
― ¿Te gusta? ―preguntó Vilh haciéndome saltar del susto, respiré agitada después del grito, tocando mi pecho.
―Precioso ―mencioné, intentando disimular que casi me trago mi propia lengua del susto.
― ¿Por qué te asustas? ¿Qué pensaste? ―preguntó, mientras se acercaba con una botella de vino.
―Nada, es solo que ando media dormida y todo me altera cuando me sacude de pronto.
―Esto te despertará. ―Dejó la botella sobre la mesa y luego volvió a mí, tomando mi cuello para besarme; trababa de ser fuerte y no hacer lo que me provocaba en aquel momento, mi mente y mi cuerpo pedían a gritos huir del lugar. Intenté enfocarme en lo bueno y en cambiar las ideas de mi mente, convencerme de que solo era un detalle romántico y un fantástico beso que no pasaría a más―. ¿Bien?
―Perfecto, como siempre ―dije y sonreí mirándolo a los ojos.
Vilh me tomó de la mano y me hizo sentarme a su lado en los almohadones que estaban en el piso al pie de la mesa ratona donde nos esperaba la cena.
Amaba ese filete de pescado; no lo compraba muchas veces porque era costoso. ¿Raro no? Tanto Vilh como yo teníamos mucho, mucho, mucho dinero. Yo incluso tenía más del que Vilh sabía, los intereses cada día aumentaban nuestra cuenta. Aun así, pensaba que gastar grandes cantidades de dinero era estúpido.
Para mí los lujos había que dejarlos solo para ocasiones especiales, no quería que Estrella creciera creyéndose la dueña del mundo; quería que aprendiera el bien del trabajo y de esforzarse por conseguir lo que se quiere.
― ¿Quieres postre? ―me preguntó Vilh al terminar con nuestra cena. Yo lo miré con un tanto de ironía, sabía que no era buena para ello― Lo sé, no eres amiga de los postres.
―Antes de regresar le compré un helado a Estrella, me comí un poco para que fuera más fácil que ella se comiera el resto sin derramarlo. Suficiente postre para mí por esta semana.
―Yo lo comeré después ―dijo y se acercó a mí para volver a besarme, el que fuera pequeño y sin pretensiones me sorprendió un poco; esperaba que intentara encender un beso que me excitara―. Tengo algo para ti y Estrella.
― ¿Enserio? ¿Que? ―pregunté, mirándolo con expectativa.
Vilh sacó un estuche de entre los cojines del sillón, lo abrió y colocó tres cadenas dos con un dije de corazón y la otra era una placa con mi nombre y el de Estrella.
―Los corazones son para ti y para Estrella, el de la bebé tiene tu nombre y el mío. El tuyo tiene mi nombre y el de Estrella. Esta es mi placa, con sus nombres.
―Son hermosas, me fascinan. ―Tomándolas y palpándolas con mis dedos―. Colócame la mía.
―Con gusto. ―La tomó de mis manos y esperó a que yo me volteara, pasó la cadena por mi cabeza, colocándomela correctamente en el cuello. Yo la toqué con algo de emoción, realmente me encantaba―. Listo.
―Las amo, enserio ―dije feliz, tomándolas entre mis manos―. Te pondré la tuya.
―De acuerdo. ―Me di la vuelta, quedándome de rodillas, coloqué en su cuello, prensándola y dejando la placa en su pecho.
―Cada día estas más sexy. ―Mencioné mientras acomodaba la cadena.
―Tú no te quedas atrás; me torturas atrozmente.
―No exageres, como dijo Sandra: escuálida, descuidada, enana y sin ningún agregado de lujo.
―Que ni se te ocurra creer eso.
―Es la verdad, no me molesta, estoy consciente de eso.
―Olvídate de eso, eres preciosa, así como eres; no necesitas nada más. Te amo así, no quiero que cambies.
―Gracias ―dije, esta vez, fui yo la que atrapé sus labios.
Por un momento me olvidé de todo lo demás, simplemente quería besarle con ganas, hacía tiempo que no lo hacía por miedo. Ahora, se lo merecía, se había esforzado mucho en todo.
Vilh abrazó mi cintura y se dejó caer de espaldas sobre los cojines, conmigo sobre él, me corrí sobre su cuerpo para volver a besarle; lentamente, saborearlo cada fantástico segundo, él también daba de su parte.
Cuando aventuró sus manos por dentro de mi blusa me hizo temblar... trayendo aquel espantoso sentimiento de vuelta.
¿Por qué no me podía dejar en paz?
―Tienes que ir a un psicólogo Lisa, no es que te crea loca; pero te ayudará, has cargado con esto mucho tiempo. No había querido decírtelo ―dijo él, acariciando mi rostro.
―No es necesario, yo puedo hacerlo sola. ―Me negué, debía hacerlo, lo último que quería era ir donde un psicólogo que me hiciera revivir todo el pasado.
―No, Lisa, lo necesitas ―insistió Vilh.
―Puedo hacerlo. ―Si algo sabía de mí era que podía ser muy terca a veces y que me costaba admitir mis errores.
Quité mi blusa, tirándola en el sillón, me acomodé encima de Vilh y empecé a desabotonar su camisa.
Él tomó mis muñecas, deteniéndome a medio paso.
―Se que te he insistido muchas veces; pero no si no estás en condiciones.
―Déjame hacerlo. ―Pedí, no estaba segura de si exactamente eso era lo que quería; pero debía enfrentar mis miedos si quería superarlo, no quería ir a psicólogo.
―No ―dijo intentando levantarse; puse mis manos en sus hombros y lo devolví a su lugar a la fuerza, ya me había decidido, no aceptaría un no como respuesta.
Volví a besarle, me costó un poco que cediera, pero después de todo, seguía siendo un hombre, débil ante aquellos sentimientos.
No pasó mucho tiempo antes de que se rindiera y buscara hacer de las suyas, intentando dominarme. Terminó de desvestirme para cambiar de lugar conmigo, ahora yo estaba contra los almohadones; cuando sus manos se posicionaron en mi cintura, levantándome un poco, sabía lo que seguía.
Aquel dolor insoportable se apoderó de la parte baja de mi cuerpo y me sostuve de su espalda, intentando soportarlo; me costaba respirar, tenía pánico y no lograba entenderlo. Mis gemidos ante sus movimientos podían interpretarse como buenos, no era así, no me sucedió eso en nuestra primera vez, ni durante el primer mes de nuestra relación, lo disfrutaba.
Ahora era como si nunca hubiera pasado.
―Estás mal Lisa, lo sé ―dijo al detenerse.
―No Vilh, tu sigue, no me hagas esto.
―Exactamente, no lo haré ―dije y se alejó de mí.
Me tomó de los brazos haciéndome dejar el piso, me levantó y caminó hasta nuestra habitación, dejándome en la cama.
Él se acostó a mi lado y me miró; tenía tanta vergüenza de decepcionarlo, fallarle. Vilh acarició mi mejilla y me dejó otro delicioso beso de amor en los labios.
―Lo lamento ―dije, derramando un par de lágrimas.
―Te amo demasiado, hasta que no estás bien, no quiero que vuelva a pasar. No lo necesito para amarte como lo hago. ―Sonreí, aun con todas las lágrimas en mis ojos, él las limpió y dejó la cama para alcanzarme una de sus camisetas, me tomó de la mano y me hizo sentarme; él mismo se encargó de colocármela y acomodarla.
Vilh se limitó a un pantalón ancho de pijama de algodón para luego volver a acomodarse a mi lado. Me haló y yo me acurruqué en su pecho, abrazando su cintura.
―Te amo, te amo; gracias. ―Mirando sus ojitos miel.
―Mi trabajo es cuidarte, no lastimarte; hice lo que debía hacer. ―Con mi oreja en su pecho me concentré en escuchar el sonido de su corazón hasta quedarme dormida, era algo que me relajaba sin igual.