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— Trata de que entre todo nena — decía mi novio Calum haciendo presión en mi culo, instandome a aguantar hasta el final, mientras yo sentía que mis rodillas no aguantaban más la fuerza que hacía para apoyarme en ellas.
— No puedo cariño. Me duele, no voy a aguantar — el estaba sobre mí, y sentía que podía romperse. Era demasiado grande y no conseguíamos que entrara todo.
— Solo un poquito más mi vida, falta poco — Calum seguía motivandome pero me dolía demasiado.
— ¡Ahhhh! — terminamos gritando los dos, cuando logró entrar y nos caímos de encima de la maleta, revolcandonos en el suelo.
Nos reímos a carcajadas sobre la moqueta y yo me aguantaba la panza de la risa y me convulsionaba a punto de soltar lágrimas y todo.
Llevábamos casi veinte minutos empujando cosas a mi maleta de viaje y no lograbamos que cerrara.
Nos subimos sobre ella, yo de rodillas y Calum sobre mí, para hacer presión juntos y de no ser por lo mucho que él me motivaba a seguir, no lo habría conseguido y luego me daría el bajón.
El moreno, ojos dorados y sin barba que tenía por prometido, me conocía tan bien, que sabía que si me iba corta de equipaje, me sentaría fatal cuando quisiera usar algo y no lo tuviera a bordo.
Serían siete días de viaje y para eso, una chica necesita ropa... O eso creía yo.
Tenía veinticuatro años, el pelo castaño y los ojos verdes muy llamativos y estaba a diez días de casarme con un loco, del que estaba enamorada y que sabía que era más que correspondida.
Éramos una linda pareja de tres años de noviazgo y muy modernos e independientes. No éramos para nada posesivos el uno con el otro y nos respetabamos bastante.
Hablábamos abiertamente de todo y justo por eso, mi novio había propuesto para ambos, unas despedidas de solteros bastante peculiares.
Coincidimos en que estaría bien, tener una última semana de solteros. Ambos. Por lo que el se iría con sus amigos, tres de ellos a un mansión un tanto peculiar que poseía mi cuñado, de treinta y dos años, en medio de un bosque alejado de la civilización más escrupulosa.
Yo por mi parte, me iría a una isla con temática sexual, en la que mucho más de lo que yo pensaba o esperaba, estaba permitido.
Conmigo irían mis damas de honor... dos de mis mejores amigas y mi hermanita de veinte años.
La villa de la isla a la que íbamos se llamaba “Sexland”. Allí sabría más detalles de las temáticas pero desde aquí, podía imaginar, las libertades que allí tendría.
— ¿Vas a extrañarme? — pregunté abrazándolo en el puerto, justo a segundos de subir al catamarán que nos llevaría a la isla.
— Tanto como tú a mí mi vida, pero vamos a disfrutar nena y a dejarnos llevar, ¿Sí? — me acariciaba las nalgas mientras mis amigas, mi hermana y su hermano esperaban que nos despidieramos.
— ¡Bésame! — le pedí, y tomando mi pelo entre sus manos guío nuestro tórrido beso, que dejamos alargarse hasta que Darius protestó y cuando iban a empezar a discutir él y mi hermana, nos reímos dentro del beso y nos separamos.
— Cuidadito con las fotos Darius que nos conocemos — le dije a mi cuñado y el me tiró un beso, haciendo que mi pedido perdiera importancia. Le devolví el gesto y mientras le dijo algo al oído a mi hermana, mis amigas me arrastraron hasta el embarcadero y yo arrastré la enorme maleta, que tanto jaleo me había provocado antes.
— ¿Lista puta? — decía Lindsey pellizcando un cachete de mi nalga que asomaba por el borde de mi short.
— Mucho zorra...
El viaje duraba una hora más o menos, pues habíamos viajado en avión hasta Tailandia y una vez ahí, Calum se iría en nuestro avión hacia Filipinas, el negocio de mi cuñado era en la isla Palawan, y nosotros tomaríamos el catamarán hasta Phuket, la isla donde estaba el Sexland. Mi novio había insistido en que nos dejarían en el país antes de irse a su despedida.
Mi hermana tenía una corta edad para tan grande apetito sexual, así que venir aquí, le parecía fantástico, y mi amiga Lindsey también, sin embargo a Rommy, casi la tenemos que traer a rastras, pero aceptó solo con la condición de no acostarse con nadie si no le apetecía por algo muy especial, ella era una romántica.
En esta isla, pagabamos un servicio íntegro, en cuanto a conductas sexuales, pero tampoco veníamos a follar si no nos apetecía, no nos violarían aquí. Solo era un sitio para gente moderna, sexualmente activa, saludable y muy relajada.
Nos habíamos hecho exámenes antes de reservar y había un catálogo de monitores sexuales para escoger, sin embargo, yo no sabía a quién me habían escogido. Mis amigas lo propusieron como un regalo de bodas previo para mí. Eran únicas y muy creativas... Con la ayuda de mi cuñado y la aprobación de mi novio, desde luego.
— Hostia nena, mira eso — decía Rommy señalando desde el catamarán hacia lo que se crecía delante de nuestras narices.
— ¡Que dios nos coja confesadas! — dijo mi hermana.
— A mí que me coja un dios directamente — bromeó Lindsey y todas nos reímos a carcajadas.
Había mucha gente a bordo que miraba tan extasiada como nosotras.
Aquello que tenía delante de mis ojos, ya entendía porque se llamaba Sexland...
Desde lejos se veía que la entrada principal, dónde supongo nos registraríamos, tenía forma de castillo de Disneyland, pero con forma de polla. A un costado se veía una gran estrella y una montaña rusa, junto con otras cosas, que imitaban a un parque de diversiones. Esto era surrealista.
— Estoy empezando a asustarme — dijo mi hermana — es un poco perturbador esto, no volveré a ver a Disneyland de la misma manera, una vez que salga de aquí. Joder que rico.
— Estás loca, y lo peor es que tienes tiempo de empeorar — le contesté abrazando a la morena de ojitos verdes como los míos. Adoraba a mi hermana. Era única y también, era la única que tenía.
Poco después bajamos y desde la misma arena, nos dieron unos chupitos en pequeñas copas en forma de polla, todo muy temático aquí.
— Espero que mi monitor la tenga más gorda que esto — decía Lindsey y pasaba la lengua por la punta que simulaba el glande. Era un poco incómodo de beber pero no podía negar que original sí era.
Finalmente, veinte minutos después, nos habíamos instalado en el bungalow que teníamos reservado y deshicimos las maletas, tomando un programa de actividades para empezar esta misma noche.
— ¿Galería del orgasmo? — leía yo en voz alta, sentada en un blanco sofá de cuero y llamando la atención de todas — ¿Es en serio? — pregunté mostrando la imagen en la pequeña guía del resort, riendo muy fuerte y contagiando a todas las demás.
— Yo me pido unos cuantos, que con lo que cuesta la puta isla, ya me están debiendo — Lindsey no podía evitar ser Lindsey.
— Yo no voy — se negaba Rommy — si no sé que van a hacerme, no me interesa. Necesito información.
— ¡Diossss! — gritaba mi hermana — que alguien la ahogue en la playa.¿A que cojones has venido tía? Me agotas. De verdad estoy esperando el día que anuncies tu entrada al convento. Eres la perfecta monja.
Se lanzaron en pompa a la piscina del bungalow y ni se molestaron en contestar las idioteces de mi amiga y hasta de mi hermana.
En algún momento de la calurosa tarde, mientras todas disfrutábamos de la piscina, unos cócteles y muchas bromas, una alarma bastante ruidosa sonó asustandonos un poco.
— Yo esto — decía Rommy señalando al aire — espero que no suene en medio de la noche porque salgo en caja fúnebre de aquí.
“ Por favor, las nuevas clientas pasen a conocer a sus monitores en la sala de masajes. Se les recomienda ir desnudas para mayor disfrute ”
Aquella noticia, por el altavoz del bungalow, nos puso inquietas.
La piscina parecía haber subido la temperatura porque estaba hirviendo solo de pensar, lo que venía.
—¡ Pues que comience la fiesta putas !...