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5

La mañana había llegado más rápido de lo que esperaba, solo fue cuestión de recostar la cabeza en la almohada y ya era de día. Se quitó las sábanas de encima y respiró profundo pensando en cómo enfrentaría ese día que vaticinaba tan difícil, tanto física como emocional mente.

Se puso de pie sacando fuerzas de donde no tenía y caminó hasta el pacillo, de camino agarró su toalla y un par de bóxer que había dejado bien colocados sobre el nochero manchado de pintura. El frio lo recibió como un amante deseoso, y rogó mentalmente para que la ducha del baño del fondo del pacillo tuviera agua caliente, y mientras se dirigía hacia ella no pudo evitar echarle un vistazo al parque del pueblo a través de la ventana. El sol aún no había nacido, pero el alba anunciaba que sería un maravilloso día. Unas cuantas personas revoloteaban por aquí y por allá, abriendo las tiendas o tomando tinto en la cafetería, pero algo más allá de todo lo cotidiano llamo su atención: Un hombre hacia ejercicio en las maquinas del centro del parque, y Gabriel no pudo evitar echarle una ojeada. Incluso dándole la espalda, Gabriel supuso que era joven, pero estaba más ocupado viendo cómo se marcaba en el pantalón de franela un trasero de muerte lenta que en la edad, luego sintió la presencia de alguien más junto a él.

— No soy entonces el único que se levanta a ver por la ventana — Gabriel se giró para ver a su primo y sonrió.

— Solo quería ir a ducharme y…—

— De paso ver hombres musculosos y sudorosos — le interrumpió su primo acercándose para poder ver él también.

— ¿Entonces a eso te levantas tú? — contra atacó, pero su primo solo sonrió.

— No. Yo solo me levanto a verla a ella — Gabriel dirigió su mirada de nuevo hacia el parque y vio a una mujer hacer ejercicio junto al otro hombre. Una pregunta extraña se formó en su mente, y, como siempre, no pudo contenerla.

— ¿Es la mamá de Tomás, y él su nuevo novio? — Axel soltó una carcajada antes de contestar.

— Cuando te grité anoche que te encerrabas en tu propio mundo y no dejabas que nadie entrara no estaba para nada equivocado — se tomó unos segundos para meditar lo que le diría, unos segundos que a Gabriel se le hicieron eternos — la mamá de Tomás nos abandonó, una semana después de que él naciera— le soltó al fin, y luego se encogió de hombros — ella es una de las doctoras del hospital, y creo que él es su amante o algo así.

—Entiendo — le contestó Gabriel — estás enamorado de ella — afirmó y su primo negó con energía.

— No es amor, solo me gusta. Pero creo que ella está con él — señaló con el mentón al hombre que la acompañaba — la mayoría de las veces me ignora— Gabriel soltó una carcajada, y Axel lo miró como si hubiese perdido una tuerca.

— Si te ignora es porque está loca por ti — le aseguró después de calmarse. Su primo enarcó una ceja.

— ¿Dices que está loca por mí porque me ignora? — Gabriel asintió.

— Así son las mujeres, raras y un poco tontas. Por eso no me gustan, ¿acaso no vez películas? —

— Creo que le caigo mal. Antes yo hacía ejercicio en la mañana, con ella. Bueno, más bien en el mismo parque que ella, pero nunca me hablaba, y contestaba con evasivas cuando lo hacía yo, luego comenzó él a acompañarla y… desde entonces nunca se separan.

Gabriel suspiró y observó a la mujer, de cuerpo atlético y cara perfecta, con un largo cabello negro como la misma oscuridad, e inevitablemente pensó que los Avendaño no habían nacido para el amor. Detalló entonces en el hombre que la acompañaba, que tenía el cabello color chocolate, una incipiente barba que lo hacía lucir extrañamente sexi y unos brazos que Gabriel deseó haber tenido rodeando su espalda. Luego se percató de que ambos miraban hacia la ventana donde estaban él y su primo, y hubo una fuerte tención, una guerra de miradas entre los cuatro que hubiera cortado a la mitad a cualquiera que se hubiese cruzado por en medio. Pero toda la tensión fue rota por la mano de la mujer que ondeaba en el aire en un alegre saludo. Axel dio media vuelta y se fue, y Gabriel se quedó ahí sin saber qué hacer, así que levantó la mano y saludó de una manera tímida pero alegre. El hombre del cabello color chocolate le sonrió y levantó el pulgar, y Gabriel no pudo evitar darle una muy buena repasada a su espectacular anatomía.

Luego se fue a duchar, y agradeció que el agua estuviera bien fría.

EHJR

No había logrado conocer a Tomás, la noche anterior su tía lo había traído cuando él estaba durmiendo, y esa mañana había salido cuando él no había despertado. Era en lo único que quería pensar mientras caminaba por la calle de camino a su primer día del colegio, trataba de hacer que el camino le rindiera poco, que sus pasos fueran despacio, pero el tiempo seguía corriendo y tenía que llegar a las ocho. Al final decidió apresurar el paso entes de que lo dejaran afuera, y cruzó la portería a las ochos menos diez.

El uniforme le quedaba ajustado, su tía supuso que era menos “Musculoso” Había dicho, y compró uno que le quedó un poco pequeño. El uniforme costaba de una guayabera blanca con botones y un bolsillo en el pecho al lado derecho que tenía el escudo del colegio, el pantalón era negro lizo, y completaba un chaleco de tela gruesa que le recordaba a los uniformes Élite. Cuando se lo puso antes de salir no pudo evitar una mucha de hastío, igual agradeció infinitamente que su tía le hubiera conseguido el uniforme, ya resaltaba demasiado como para ir en ropa de calle el primer día. “Que guapo, por dios” había dicho su tía mientras le sacaba una foto y le pedía que sonriera. Antes de salir su primo le había indicado donde estaba el colegio y lo había despedido con un fuerte abrazo.

—Esta es la oportunidad que estás buscando —le dijo, luego lo empujó —ve por ellos, tigre —él había negado con la cabeza mientras salía con una sonrisa en la boca.

Caminaba con la cabeza gacha, evitando cualquier contacto visual o posible acercamiento, pero la vida parecía siempre un chiste de mal gusto para él, porque bajando del segundo escalón resbaló, y antes de caer supo que todas sus pesadillas se habían hecho realidad. Su cuerpo se contorsionó de una manera extraña mientras el suelo se acercaba, y el mentón le sirvió de guarda choques, rebotó como pelota de playa y termino junto a unos tacones de doce centímetros. Deseó entonces ser invisible, correr como flash o que la tierra se lo tragara, todo al mismo tiempo.

Se escucharon unas cuantas risas, pero por suerte fueron más las manos que lo ayudaron a levantarse.

— Qué manera de empezar el día — escucho una voz que le decía mientras le ayudaban a levantar, y Gabriel la reconoció de inmediato. Se volvió hacia Irán y le sonrió.

— Gracias — le dijo — se me había olvidado que no puedo hacer magia entre los mortales, volar, por ejemplo — Irán le sonrió y le apunó con el dedo a algo por encima de su hombro. Gabriel se giró y se encontró con una señora entrada en edad, con una corta minifalda y toda la pinta de ser una eficiente secretaria.

— Nunca había visto a alguien que tuviera tantas ganas de estudiar como para lanzarse hacia adentro — Gabriel se encogió de hombros.

— Estoy ansioso — mintió y le mostró la mejor de sus sonrisas, de esas que hacían que la gente en la calle le sonriera también. Y así lo hizo la mujer.

— Entonces podríamos empezar por aquí — la mujer le indicó que le siguiera y él le hablo a Irán de soslayo.

— Nos vemos al rato, Irán.

—Toreto.

— En tus sueños.

La pequeña recepción era … una pequeña recepción, con nada más que lo necesario, incluso una pintura del barco en la pared podría causar claustrofobia.

La mujer le tomó unos datos y le dio su nuevo horario, por suerte para Gabriel, el año escolar recién había comenzado. Luego la señora lo hizo esperar hasta que todos los estudiantes estuvieran en sus aulas, para la presentación. La mención del acontecimiento le provocó un nudo en el estómago, Gabriel estaba seguro de cómo sería: entraría, diría su nombre, de donde venía, lo harían sentar con la persona más nerd del salón y seria la sensación los primeros tres días, luego todo podría ser normal, pero algo que Gabriel entendió con el tiempo era que en Florencia nada era normal.

El timbre lo sacó de sus cavilaciones y lo obligó a centrarse de nuevo en la secretaria que leía algo del manual de convivencia. Gabriel desvió ahora su atención hasta el improvisado pisa papeles que no era más que un borrador comido en los momentos de estrés de la mujer, luego, después de lo que para él fue una eternidad, la mujer bajó el libro y le sonrió.

— Espero que hubiera entendido lo que acabo de leerle — Gabriel asintió con energía.

— Cada palabra.

— Qué bien, porque nosotros somos muy estrictos a la hora de cumplir las normas del manual de convivencia, sobre todo en cuanto a la disciplina. Aquí podrá encontrar personas que le saquen de quicio, pero no se puede saltar las reglas, señor Avendaño, ya no está en Medellín.

Gabriel la miró con los ojos bien abiertos, ¿enserió aquella mujer pensaba que él era un chico problema agresivo? Tenía motivos.

— Entiendo — fue lo único que se le ocurrió decir, la mujer asintió y se puso de pie, pero Gabriel no la siguió, permaneció sentado mientras pensaba en una pregunta que le abría un hueco en el pecho, ¿acaso todas las personas de aquí piensan que soy un vándalo agresivo? Pero él ya sabía la respuesta, y estaba seguro que todo el pueblo ya estaba al tanto de lo que había pasado en Medellín, y que de seguro se había formado su propia hipótesis del porqué de los acontecimientos, en breves palabras, el pueblo ya se había formado una idea prejuiciosa de él.

— Ya puede seguirme señor Avendaño — Gabriel se puso en pie, y siguió a la mujer, que salió a paso delicada con sus enormes tacones, caminó por el pasillo y subió las escaleras hasta el tercer piso, donde el salón del onceavo grado estaba al pendiente de cada movimiento en el exterior.

— ¿Qué pasa que están tan callados hoy? — les preguntó el maestro — ¿al fin han decidido convertirse en jóvenes de bien? — hubo unas cuantas risas que se extinguieron casi de inmediato, nadie quería hacer ruido, todos querían ser los primeros que escucharan los pasos que se acercaban, y hubo una conmoción silenciosa cuando aquellos resonaron por el pacillo, luego se escuchó una conversación, seguro la secretaria le daba las ultimas indicaciones al chico nuevo, entonces se armó el debate.

— Yo lo vi esta mañana — dijo una chica de cabello corto rompiendo el silencio — no tiene cara de vándalo y drogadicto, es más, hasta guapísimo está — algunas otras chicas secundaron la noción.

— Eso lo dices solo porque piensas con las tetas — contraatacó un chico de cara redonda y pecosa ganándose una palabrota de parte de la chica, pero haciendo caso omiso continuó con el chisme que corría de boca en boca esa mañana — esta mañana me dijeron que anoche rompió el toque de queda, y que cuando Ben y los gemelos le iban a dar su merecido mojó los pantalones y su primo Axel tuvo que ir a defenderlo — unas cuantas risas inmaduras se escucharon, pero alguien más habló.

— Pues a mí me dijeron que es un rebelde sin causa, que anoche rompió el toque de queda solo porque le dio la gana, y que si suprimo Axel no hubiera llegado a tiempo hubiera matado a Ben y a los gemelos.

El debate continuó, y el maestro solo se limitó a observarlos, en silencio.

Mientras tanto al otro lado de la puerta la secretaria le daba las últimas indicaciones a Gabriel.

— Y por último te voy a regalar un consejo — Gabriel asintió, exhausto de la cháchara, pero nunca se llegó a imaginar lo valioso que podría ser— en el pueblo se habla mucho, pero yo te aconsejo que hagas tú mismo tu propio criterio de las cosas, nunca dejes que nadie te haga ver algo de un color si tú lo vez de otro, los chismes son cosas peligrosas, no los subestimes — La mujer lo miró con sus profundos ojos marrón y Gabriel asintió, a continuación, la mujer tocó un par de veces en la puerta. El maestro, un hombre bastante atractivo entrado ya en la treintena, asomó la cabeza.

— Pasen — les dijo abriendo la puerta del todo — los estábamos esperando — la mujer entró con toda la confianza que le daba conocer a cada uno de los estudiantes de ese salón desde que les cambiaban los pañales, pero Gabriel se quedó un poco rezagado, y cuando cruzó el umbral, un océano de miradas se posaron sobre él.

Todos lo miraban, nadie pestañeaba, pero él levanto la cabeza en un gesto de confianza, demostrando con ello una valentía que no tenía. Hacía años que no se sentía tan intimidado, tan expuesto, no desde su primera pelea, esa que había perdido y que lo había llevado por el camino que lo tenía ahí.

La secretaria hablaba con el profesor de algo, y mientras tanto Gabriel no sabía qué hacer; se peinó disimuladamente, metió más manos en los bolsillos y suspiró un millón de veces, hasta que por fin la secretaria se dirigió a sus nuevos compañeros, solo entonces dejaron de mirarlo, de escanearlo tan descaradamente que lo hacían sentir desnudo.

— Hoy llega a nuestro colegio un nuevo compañero — comenzó a decir la mujer — y quiero que lo hagan sentir como encasa — todo mundo asintió, y Gabriel aprovecho para dar le una repasada al mar de rostros que había frente a él, pero solo reconoció a Camila, la enigmática cajera del mini supermercado. Le dedicó una fugaz sonrisa y ella hizo lo mismo. A continuación, la secretaria se retiró y dejó a Gabriel en manos del profesor.

— Mi nombre es Sebastián —le dijo, en un tono lo suficientemente alto como para que todos lo escucharan — seré tu nuevo profesor de literatura, español y educación física — Gabriel pensó que era guapo, pero estaba demasiado ansioso como para detallarlo — háblanos de ti — le dijo, y Gabriel dijo lo que había pesado que diría durante todo el día.

— Mi nombre es Gabriel Avendaño, tengo veinte años y vengo de Medellín — agradeció que no le temblara la voz. Miró en dirección al profesor Sebastián, que lo incitaba a continuar, pero él se encogió de hombros.

— Bien — dijo el maestro — entonces, ¿alguien quiere hacerle alguna pregunta a Gabriel? — Gabriel volteó el cuello tan rápido que sintió como todas sus vertebras se rompieron, pero el maestro ignoró su exagerada reacción y se dirigió al grupo de estudiantes que tenían en frente — si quieren levanten la mano y hagan su pregunta — añadió, y Gabriel sintió alivio al ver que nadie lo hacía. El profesor Sebastián sonrió, y tomando cómodamente haciendo en si silla, habló de nuevo — bueno, entonces, ¿qué les parece si continuamos con el debate que teníamos antes de que Gabriel llegara? — Gabriel observó cómo algunos rostros se contorsionaron en una mueca extraña, y después de un segundo de tención, una chica de cabello corto levantó la mano, y Gabriel sintió un vuelco en el estómago. Sebastián le dio la palabra a la chica, que se aclaró la garganta antes de preguntar:

— ¿Tienes novia? — lo primero que se escuchó fue un coro de risas por parte de todos los alumnos — bueno ya, déjenme en paz — se defendió la chica, y luego todas las miradas cayeron sobre él.

— No — dijo al final — no tengo novia — otra mano se alzó en el aire casi al instante, y el maestro le dio la palabra a un chico de cara pecosa.

— Si usted es de Medellín, ¿Qué vino hacer hasta Florencia? ¿acaso su familia se quedó sin dinero y tuvieron que mandarlo para acá porque no tenían con qué mantenerlo? — la risa del muchacho fue la única que se escuchó. Gabriel miró al maestro en busca de ayuda, pero él solo asintió con la cabeza, como dándole permiso para desatar la cantidad de sarcasmos que contenía su cabeza, pero se abstuvo todo lo que pudo.

— Pensé que en Florencia todos se daban cuenta de todo — soltó, y el joven suspiró profundo.

— Si — dijo — aquí ya todos sabemos que usted está aquí por vándalo, dígame, qué hizo, ¿asustó a una anciana? ¿pintó la fachada de un ancianato? ¿o lanzó huevos a la casa de un profesor? — Gabriel no aguantó más, y le escupió con cínico sarcasmo.

— Trate de matar a alguien que hacía demasiadas preguntas — nadie rio, pero todos lo miraron con aprobación y Gabriel se sintió un poco descargado. El profesor Sebastián se levantó de su asiento y tomó el control de la situación de la manera más sabia.

— Esa sí estuvo buena —dijo y le indicó a Gabriel que tomara asiento junto a una chica de cabello rubio que llevaba todo el rato escuchando música, ajena a lo que pasaba alrededor. A continuación, el profesor se dirigió al grupo completo — hay algo que siempre he querido enseñarles, pero nunca se había presentado la oportunidad hasta ahora — todos prestaron atención — cuando quieran saber algo de alguien no especulen, no se pongan a inventar o a prestar atención a lo que dicen los demás, si ustedes quieren saber algo de alguien, pues vallan y pregúntenselo a él mismo, otra cosa es que esa persona no se los quiere decir — añadió y señalo a Gabriel con el mentón — lamento haberte tomado como conejillo de indias. Bienvenido al grupo — Gabriel asintió con la cabeza, y así, de repente, todo pareció volver a la normalidad. Hasta que recordó que al salir de allí tendría que enfrentarse a lo que había llegado al pueblo, y se le hizo un nudo en el estómago.

Parte 2

Literatura le parecía fácil, era un lector compulsivo y amaba analizar qué pasaba por la mente del escritor, pero estaba desconcentrado y nervioso mientras leía un fragmento de “El coronel no tiene quien le escriba”

—Concentrate —le dijo Camila. La chica no había dudado una milésima en arrastrar su asiento ruidosamente hasta Gabriel cuando el profesor pidió parejas para el ejercicio.

—Si lo sé, lo siento —se disculpó, tanto se le notaba lo distraído que estaba .

—Tranquis — la chica le golpeó el hombro con fuerza en un gesto amistoso —en un par de días estarás como si nada. Gabriel asintió.

—La verdad me preocupaba ser demasiado mayor para estar en once — Camila hizo un ruido raro con los labios.

—Claro que no, yo también tengo veinte, perdí dos años —señaló, poco discreta al chico de la cara pecosa —él tiene como veintidós. No ha perdido ningún año, pero empezó tarde. La mayoría del salón es mayor de edad.

—Bueno, me alegra.

—No te alegres tanto, la verdad resaltas mucho —Gabriel la miró con desesperanza fingida.

—Gracias por tu ánimo —la chica se encogió de hombros.

—Eres muy atractivo para ser de acá, ¿haces ejercicio? — Gabriel sintió.

— Sí, tenía una especie de entrenador en Medellín.

—¿En serio? Y como…

—¡Chicos! —el profesor les llamó la atención y Gabriel sintió como se le subía el calor a la cara —luego tendrán tiempo para conocerse —añadió con un tono que hizo que los demás los miraran con complicidad —por el momento, lo único que me importa es que conozcan a Gabriel García marques —luego miró a Gabriel como si hubiera encontrado el secreto más grande del mundo —¡tu homónimo! —luego se dirigió a toda la clase —¿se acuerdan que es un homónimo? —

PAUSA

La tarde pasó más rápido de lo que se hubiera imaginado, el colegio estuvo bien, y Camila aprovechaba cualquier descuido del profesor para pasearse y explicarle de la manera más cómica cómo debía comportarse con cada uno de sus compañeros sin caer en desgracia, por último, terminaron enviando a cada uno a una esquina del salón. El descanso no estuvo como se lo había imaginado, Irán y Camila pelearon un rato para ser ellos mismos quienes les enseñaran a Gabriel las instalaciones del colegio, al final decidieron que serían los dos. No tardaron tres minutos en dar todo el recorrido.

Todo parecía ir bien, pero el día era largo, y aún le quedaba algo por hacer.

Cuando salió del colegió quedó con Camila a las seis, y ella insistió bastante en que tenía que cumplir al pie de la letra el toque de queda, y Gabriel, por su parte, estaba bastante de acuerdo con ella.

Mientras bajaba por la calle abajo, notó que la gente lo miraba, unos con desaprobación, otros con curiosidad, y con ello dio por hecho que el pueblo entero estaba al tanto de lo ocurrido la noche anterior con los tres brabucones, eso sí, cada uno tenía una versión diferente de las cosas.

Continuó caminando, ignorando las miradas y con la cabeza alta, pero lo que Gabriel no sabía era que las miradas siempre terminan por agachar una cabeza.

Cuando llegó a la casa de su tía, lo primero que percibió fue el intenso aroma a ajiaco que se filtraba por todas partes, y de repente le entro un hambre que no había sentido nunca en su vida, un hambre que se fue tan rápido como había llegado cuando vio a su primo Axel esperándolo en el comedor, con los brazos cruzados sobre el pecho y una mira serena que camuflaba mediocremente una inquietante preocupación. Cuando vio a Gabriel, sonrió, y eso hizo que le entrara más miedo aún.

— Te estaba esperando — le dijo, y Gabriel tragó saliva.

— Supongo — contestó sentándose a su lado. Saludó a su tía que estaba en la cocina y se dirigió a Axel — ¿y Tomás? — Axel sonrió.

— Debe estar invocando un tornado en la guardería, pero esta tarde cuando salgamos del hospital podemos pasar directamente por él para que lo conozcas — Gabriel asintió con la cabeza, y se dispuso a darle cuenta al plato humeante que puso su tía frente a él, pero la incertidumbre ya le había cerrado el estómago.

Se cambió el uniforme y se puso algo ligero, comenzando por un pantalón de franela que luego decidió cambiar por un pantalón corto que le bajaba hasta las rodillas, una camisa ligera y los zapatos más bonitos que había traído desde Medellín.

Cuando salió a la calle una oleada de frio se coló por debajo del

pantalón y le puso la piel de gallina.

— ¿Pero? ¿qué…? — su primo, que venía detrás, lo interrumpió.

— Espero que comiences a acostumbrarte al clima cambiante de aquí — pasó por su lado con una sonrisa extraña en los labios.

Era tarde cerrada, el viento golpeaba con violencia los techos de las casas, y las briznas de polvo se arremolinaban en las esquinas acorraladas por el soplo frio que anunciaba una inminente tormenta.

Gabriel continuó caminando tras su primo, ignorando las miradas y haciendo oídos sordos a los comentarios que dejaban tras de sí como el velo de una novia. Todos sabían para donde iban, y a qué.

Más pronto de lo que esperaba comenzó a llover, y el pueblo se cubrió de un velo lechoso y espeso de neblina. Las aceras se tornaron resbaladizas, y a Gabriel se le hacía difícil seguirle el ritmo a su primo por entre las personas que corrían despavoridas buscando donde guarecerse. Se movió grácilmente entre dos muchachos de su misma edad y se aferró al brazo de Axel antes de que cruzara la calle y se enfrentara a la lluvia.

— ¿Podrías ir más despacio? — le dijo, y Axel negó con vehemencia.

— Vamos tarde. Además, es mi venganza personal por lo idiota que has sido — Gabriel sonrió con desgana y se apresuró a continuar, pero Axel lo detuvo mientras se quitaba la chaqueta y se la tendía — Pero soy muy malo siendo malo, como tú. Además, ya estoy acostumbrado al frio — Gabriel le recibió la chaqueta y se la puso notando que le quedaba barias tallas más grande, pero estaba caliente, y el calor lo trajo un poquito más a la vida. Antes de cruzar la calle se cubrió la cabeza con el gorro y siguió a su primo hacia el aguacero.

Siguieron caminando por la acera de en frente, luego doblaron una esquina donde los techos eran demasiado cortos y el agua les caía directo en la espalda, pero Axel parecía inmune a todo aquel frio que parecía congelarle la sangre de las venas a Gabriel, y caminaba imperturbable a pesar de que su cabello rubio había bajado tres tonos y estaba más oscuro gracias a la humedad, pero siguió caminando y Gabriel trató de seguirle el ritmo, pero fue él quien dobló primero la siguiente esquina, y Gabriel se sintió solo y perdido, así que echó a correr, pero la acera estaba resbaladiza y no se pudo detener cuando percibió un cuerpo que apareció, directo hacia él.

El golpe fue duro, y los lanzó a ambos hasta la calle. La cabeza de Gabriel rebotó en el pavimento, y todo el impacto lo recibió su ceja izquierda. La persona a su lado se enredó con sus propias manos tratando de levantarse, y cuando lo hizo sujetó a Gabriel por el ante brazo y lo levantó con fuerza.

Gabriel nunca se había sentido tan frágil y liviano como en aquel momento, sus pies se separaron del suelo y su cuerpo fue manejado a la voluntad del hombre que lo sostenía en el aire. De un solo tirón le dio la vuelta, y cuando sus pies tocaron el suelo sintió las manos del tipo apretarlo por los hombros y sacudirlo.

— ¿Qué diablos le pasa? — Gabriel no lo reconoció al principio, su rostro estaba transfigurado en una mueca de malgenio, pero podía reconocer en cualquier parte aquel cabello color chocolate, aquellos ojos azules y aquellos labios rojos, pero los recordaba sonriendo, no encogidos como en aquel momento. El hombre lo miró a los ojos, y en su rostro comenzó a desdibujarse la rabia.

— Perdón — trató de defenderse Gabriel, pero él negó.

— Estás herido — Gabriel se llevó los dedos a la ceja y los retiró notando que por su dedo índice escurría un hilo de sangre carmesí mesclada con el agua que caía inclemente.

— Nunca he sido muy descuidado — sonrió con desgana y el hombre se encogió de hombros, como si no le importara.

— Gabriel — escuchó que lo llamó su primo y se deshizo del agarre al que estaba sometido para dirigirse él.

— Estoy bien — le dijo mientras pasaba junto al hombre y se acercaba a su primo.

— estás sangrando.

— No es nada.

— Nadie sangra por nada.

— Chocamos — les interrumpió el hombre y ambos lo miraron. Continuaba en la lluvia, observándolos — estoy un poco distraído esta mañana.

— Siempre lo estás, Samuel — le contesto Axel con un rencor contenido que Gabriel notó a kilómetros de distancia.

— Me iré a cambiar — anuncio Samuel a modo de despedida — nos vemos en un momento, tenemos que hablar — se dirigió a Axel, pero éste no le contestó. Lo miró con una mueca extraña y guío a Gabriel por la acera hacia la entrada del hospital.

— Me quita la mujer que me gusta, quiere mi puesto en el hospital y ahora atropella y lastima a mi primo, como lo odio — comenzó a enumerar Axel cuando estaban lo suficientemente lejos con una calma fingida.

— Más bien fui yo quien lo atropellé a él — lo defendió Gabriel, pero su primo se encogió de hombros.

— Igual lo odio.

— Yo creo que eres un exagerado —le replicó Gabriel.

— Si, el golpe te afectó la cabeza — Gabriel le dio la razón, ya comenzaba a dolerle.

Antes de subir las escaleras Gabriel dedicó una última mirada al lugar de los hechos, y comprobó que Samuel seguía ahí observándolos, bajo la lluvia, en silencio.

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