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Samuel frunció el ceño, incapaz de encontrar la posición perfecta para fotografiar el cuadro que yacía en sus piernas. Lo cambió de posición, pero el flash de su cámara profesional era muy fuerte y el reflejo que provocaba entorpecía la visión. Intentó entonces sin flash, pero era de noche, y la luz de las lámparas de su casa no parecían suficiente. Optó, entonces, por hacerlo con su teléfono celular, y la fotografía salió, cuando menos, reconocible. Sonrió satisfecho y colocó con delicadeza la pintura en su lugar antes de regresar a su cama y recostarse, perezoso, en las almohadas.
Desbloqueó la pantalla de su teléfono y abrió el Chad, comprobando que, efectivamente y como había imaginado, la persona al otro lado de la línea ya no estaba. Envió la foto y se quedó en el chat por un par de minutos, hasta que otro mensaje lo obligó a salir.
—¿Qué dijo? —escribió Melissa y Samuel quiso aventar el teléfono.
—Ya no está en línea —fue lo único que escribió, y la doctora contestó con una carita llorosa y mocosa. Llevaba más de un mes trabajando en esa pintura, y cuando se la había mostrado a su cliente por primera vez, le había mandado a hacer miles de correcciones y ahora, después de haberlas hecho todas, lo notaba poco convencido. La pintura era de de una chica en su vestido de quince años, la imagen requería mucho detalle, y le había dolido un riñón cuando le habían mandado a hacer el cabello más largo, la cintura más pequeña y un fondo más colorido. Solo Samuel sabia todos los insultos que le dedicó mientras lanzaba el cuadro a la basura y comenzaba de nuevo.
—Tal vez esté ocupado, sé que le va a gustar, por que quedó muy bonito —Melissa seguía tratando de levantarle el ánimo, pero Samuel estaba cansado y tenía ganas de dormir.
—No sé, dejémoslo así por hoy, ya mañana veremos qué pasa —escribió y salió de la aplicación, pero al instante le llegó otro mensaje, y apresuró a abrir el chat con el corazón en un hilo.
—No sé —decía la persona y Samuel sintió como le subía calor a la cara — la verdad quedó muy bonito, pero es que se ve muy realista, y para tener una pintura tan realista más bien tengo una foto, espero no haberte quitado mucho tiempo.
—Ok —fue lo único que escribió antes de pararse de la cama, tomar el cuadro de la quinceañera hacerlo un rollo y lanzarlo a la basura.
—Maldito —le dijo celular y lo lanzó a la cama. Decidió acostarse de una vez, era relativamente temprano, pero quería quitarse de una vez la rabia, ¿Cómo es que tenía que trabajar más de un mes para nada? Por suerte la página donde conseguía sus clientes cobraba un diez por ciento del valor total del trabajo por si algo así pasaba, pero eso no le alcanzaba para nada. Evitó entrar a su cuenta de ahorros por decima vez en el día, las cifras no iban a cambiar de repente —Aún es muy poco —se dijo mientras se recostaba en el pequeño nochero de madera oscura que tenía junto a la cama. Pensó en que tal vez podría sacar un préstamo, pero desechó la idea de inmediato, lo último que quería era endeudarse más. Escuchó que llegaron varios mensajes, pero los ignoró, hablaría con Melissa en la mañana cuando estuviera de mejor humor. Se desnudó, dejando hasta la última prenda bien organizada en la silla frente al espejo y se metió en la cama, que estaba fría y le arrancó un lamento. El día había sido pesado, y estaba cansado, pensó por un rato en su precaria situación económica, hasta que de tanto dar vueltas se le comenzó a entumecer el cerebro. Sintió como el sueño comenzaba a llegar, trató de recordar si había apagado la estufa, pero prefirió seguir dormitando antes de que se escapara y se quedara despierto el resto de la noche pensando. Cuando el teléfono sonó estrambóticamente casi cayó sentado en la cama del susto, lo rebuscó entre las sábanas varias veces y solo supo dónde estaba cuando lo escuchó caer al suelo. Se asomó por el borde de la cama, y dejó expuesto todos los glúteos cuando tomó el aparato t o miró con los ojos embotados. Era Maoy, su compañero de trabajo, por no decir su jefe.
— ¿Qué? — contestó quizás con más impaciencia de la necesaria. Se estaba quedando dormido de nuevo.
—Qué genio, ¿acaso acabo de arruinar un masaje con final feliz? — contestó el hombre al otro lado de la línea.
—No… solo, ¿qué quieres? — a Samuel le molestaba ser hipócrita, y aquel hombre siempre creía que eran amigos, aunque él tratara diario de recordarle que no a punta de comentarios mordaces e indiferentes, pero era terco como una mula.
—Necesito un favor tuyo, Samuel— volcó los ojos y apoyó la mano en su frente, elevando una plegaria.
"Que lo que haya de venir que venga, que sea rápido y que no duela"
—Escupe— soltó, Maoy se hizo esperar al otro lado. Samuel escuchó el sonido inconfundible de la aplicación que indicaba un mensaje nuevo — ¿Qué quieres Maoy? —
—Es que no sé cómo decírtelo sin que explotes de rabia.
— ¿Así de bueno será?
—Bien— Maoy parecía inquieto — ¿recuerdas que desde Medellín mandaron a un vándalo a pagar unas cuantas horas de labor social?— Samuel no tuvo que hacer memoria
—Sí, con los niños enfermos, pero... ¿Qué tengo yo que ver con eso? — comenzaba a impacientarse.
—Bueno, tú estás encargado de los niños, así que quiero que seas tú el que se encargue de él— La mano que estaba apoyada en el piso le tembló, y se fue de bruces al suelo, sintió un escalofrío y evitó un quejido cuando el cuerpo tocó las fríos baldosas.
— ¡Qué? — casi gritó — ¿por qué yo? El encargado de eso es Axel.
—Pues sí, pero como te parece que es su querido primo— Samuel se encogió de hombros desde el suelo, aunque sabía que Maoy no podía verlo.
— ¿Y qué?
— ¿Como que y qué? — ahora el enojado parecía ser Maoy —Axel podría agregar horas a la lista, horas que no se han cumplido.
—No sería la primera vez que alguien lo hace— se puso de pie y se recostó de nuevo en la cama mientas hablaba —entre más rápido acabe más rápido se irá.
—No— Mao parecía decidido, y su exclamación fue seca y concisa —es un chico de ciudad, un culicagado que ha vivido en completa libertar, un vándalo que cree que puede hacer lo que le dé la gana.
— ¿Por qué dices eso, acaso lo conoces?
—No, pero comienzo a hacerlo. Hace un rato me contaron que andaba por ahí, ignorando el toque de queda, y golpeó a Benjamín en la nariz, Apenas llegó hoy y ya está causando problemas.
—¿Golpeó a Ben? —preguntó sorprendido —¿al Arnold Schwarzenegger de Florencia? —Maoy permaneció en silencio —¿y eso qué? Apenas llegó hoy, tal vez ni sabía que hay toque de queda
—Claro que sabía, es un Avendaño, familia de Axel tenía que ser, les encanta romper las reglas y hacer lo que se les da la gana. Que tenga que cumplir las horas completas será un buen escarmiento— Samuel sintió la rabia trepar por su estómago.
— ¿Estas tratando de decir que trabajar con los niños es tan malo como para dar un escarmiento?
—No, Claro que no, pero para un niñito de ciudad sí. ¿Ya te he dicho que odio a los pandilleros? Pues que pague, por mí que estuviera en la cárcel.
— ¿Qué hizo para que lo mandaran hasta aquí en vez de la cárcel? — había genuina curiosidad en la pregunta de Samuel, pero Maoy soltó una fuerte carcajada.
—Entre menos sepas, más vives, solo te digo que alguien peligroso, y por lo poco que sé aún, mató a alguien — Samuel vivía en Florencia, y sabía que no debía hacer demasiadas preguntas, pero sintió un escalofrío por todo el cuerpo — ¿Qué dices, me ayudaras? Sé que harás que pague cada hora.
— ¿Acaso tengo opción? Está bien, llevaré el caso del pandillero.
—Sabía que podía contar contigo, nos vemos— Samuel colgó la llamada sin despedirse, había aceptado sólo por quitarse de encima a Maoy, pero igual, contar las horas de labor social de un joven, ¿qué problemas podría traerle?
Se cubrió de nuevo con la cobija cuatro tigres que tenía encima y tardó varias horas en entrar en calor, y cuando se durmió, soñó con los tiempos oscuros, con gritos hiriente, lágrimas mescladas con sangre y una figura desconocida que lo guiaba, tomado de la mano, hacia un sendero lleno de luz.