Capítulo 4:
Sekhmet
A veces estamos tan agotadas físicamente que incluso levantarnos de la cama resulta asfixiante y fuera de lugar; o tal vez es que estoy siendo tan vaga en estos momentos que al solo escuchar el triste sonido del despertador avisando que es momento de prepararme para llevar acabo el inicio de mi martirio; uno al que de alguna forma me he vuelto adicta solo por el hecho de que lo que más deseo es olvidarme de las mil complicaciones que presenta mi lamentable vida en estos momentos.
Libero un suave bostezo, sintiendo la intensa necesidad de arroparme entre las suaves cobijas de mi cama, mientras mi molesta vejiga se vuelve un manojo desquiciante con ganas de liberarse como sea.
Reconozco que es inevitable el molesto y agotador deseo que tengo de continuar disfrutando de mi largo letargo; sin embargo, hay información importante que debo dar y eso basta para que de un salto—casi terminando de culo al suelo—terminar con un mareo y mis manos cubriendo mi rostro, eliminando las pequeñas lagañas que se acumulan en el rabillo de mi ojo.
Con mis piernas molestando a más no poder me dirijo hacia el cuarto de baño de mi habitación, liberando uno que otro bostezo que es acallado por mis pálidas manos.
Me mantengo con los ojos cerrados, siendo inevitable que el sueño no deje de hacer mella en mi por al menos unos muy buenos minutos en los que no hago más que caminar como zombie en dirección al suelo pulido de mi baño, deteniéndome delante del espejo admirando mi deplorable reflejo.
Me detengo en mis orbes verdes esmeralda, percatándome del escaso brillo que ya ha dejado de formar parte de mi; diviso una que otra espinilla en mis mejillas, leves granitos que no hacen más que estorpercer mi belleza. Delineó mis carnosos labios, admirando lo incubados que están; trayéndome raros recuerdos de cierta persona que quiero olvidar, además de superar de más está decirlo.
Sostengo el cepillo dental, peinando un poco mis cabellos negros algo desaliñados, atiborrando mi cavidad bucal con el enjuague bucal que después libero en el lavamanos de mármol negro en el que no tardo mucho en mojar mi rostro despertándome más rápido de lo normal.
El constante gruñido de mi estómago me saca del paso, impulsándome a en segundos emprender mi caminar hacia la alcoba con mis ansias de devorar hasta lo primero que se cruce en mi camino.
Giro el pomo de la puerta, curioseando por el pequeño espacio que se hace visible no queriendo cruzarme con ninguna de mis amigas; conozco lo peligrosas que son, pero eso no quita que aún así las quiera. Libero pequeños bostezos, a la vez que mi mano derecha cubre mis labios; a pesar de que la soledad y el extenso silencio del corredor.
Las fuertes voces de mis amigas y compañeras de piso se escuchan desde la primera planta; más cuando las carcajadas de la castaña son solo un aviso de que alguna maldad deben estar planeando.
Mis pantuflas de ositos cubren mis pies, brindándoles calor; mí conjunto de dormir se trata de unos shorts cortos, color mostaza; una mini blusa que me llegaba hasta por encima del ombligo donde se deja ver mi piercing dorado; mis aretes de perlas.
Observo con atención cada cosa que está en la llamativa estancia.
Las paredes están pintadas de un magenta claro; el suelo se encuentra cubierto de alfombras finas negras; las puertas de las seis habitaciones son de un hermoso diseño de madera fergus con una manilla de metal; una extensa diversidad de cuadros colgados en diferentes partes con nosotras en las fotos. A pesar de pasar años conviviendo en esta casa su diseño moderno siempre me enviaba más calma de la necesaria. Solo dos pasos más y finalmente comenzaba a bajar los escalones del segundo piso.
Detengo mí mano en la barandilla de madera, para girar mí cabeza en dirección a la ventana que se encuentra al final del pasillo con una extraña sensación de estar siendo observada que me eriza la espina dorsal.
Eliminó eso de mi subconsciente, diciéndome a mi misma que estoy siendo una tonta paranoica desde que mi padre se supone que muchos dicen que murió, aunque en el fondo reconozco que hierba mala nunca muere.
Vuelvo a fijar mi atención en la ventana de madera de abeto; el cristal es trasparente y además de permitir que entre un poco de aire, también se cuelan los intensos rayos dorados del sol.
Giro mí cabeza, sobresaltándome y terminando con la mano en mí pecho al ver a mis amigas justo en el último escalón mirándome de una forma bastante rara.
—¡Que susto que me han dado tías! —me quejo sonriendo con mis mejillas sonrojadas, a la vez que comienzo a bajar los escalones de dos en dos.
—Te parecías a una de las protagonistas de las pelis que ve Monica; estabas toda melancólica —la voz tan característica de Patrixia, ocasiona que la mencionada le propinara un fuerte cocotazo; levantando gran parte de su cabello.
Las presentes soltamos algunas risas por semejante acto.
—iOye! —exclamó Patrixia sobándose su cabeza, mientras giraba su rostro en dirección a la chica de ojos azules.
—Es la venganza; no te metas conmigo —ordeno la chica con su dedo apuntando en su dirección.
Las carcajadas de las demás no se hicieron esperar, al igual que las mías.
Aquellas chicas siempre llevándose la contrario y tratándose bastante mal; sin embargo, por más que lo negaran yo sabía que las dos eran la favorita de la otra.
Presté atención a la vestimenta de las chicas; descubriendo que todas teníamos shorts excesivamente cortos; mini blusas que dejaban ver los tatuajes de algunas; sus cabellos estaban sueltos a excepción del mío y sus pies descalzos.
La sala era de un color rosa claro con una enorme pantalla negra en el lado derecho; las escaleras tenían escalones de mármol blanco con puntos negros; el suelo de la sala de estar de lozas blancas platino.
—Vamos a desayunar que debemos estar en el comando lo antes posible —ordeno Darla mirándome de una forma bastante rara.
—¿Qué? —cuestiono hastiada de sus miradas raras.
—Nada; hoy estás muy rara —contesta; dejándome en un silencio estremecedor en el instante en que se voltea dándome la espalda y emprendía su camino en dirección a la mamparas de madera de abeto que daban a la gran cocina; todas la seguimos, después de yo hacer un encogimiento de hombros.
En el momento que todas pusimos un pie en la sala logramos percibir el delicioso olor del desayuno. Cada una tomó asiento en donde se encontraban sus respectivos asientos con sus vasijas.
La gran isleta de forma cuadrada poseía seis butacas de madera fina.El lavaplatos esta al frente; al lado izquierdo se halla el horno eléctrico y el refrigerador a solo unos pasos de este. La meseta de mármol negro que estaba en aquella habitación estaba cubierto por cacerolas; el exprimidor; cucharones; cubiertos, y otras cosas sucias.
Nuestros ojos se fijaron en el plato con tostadas francesas que estaba en el centro; dos jarras de jugo de naranja a su lado; y un enorme pote de mermelada de frambuesa. Solo bastaron unos segundos para que todas comenzarán a devorar aquel manjar con fervor.
Tomé una de las tostadas ya preparada con mermelada y la acerqué con cuidado a mis labios. El sabor crujiente y dulce de la mermelada, ocasiono que de mis labios saliera un gemido, mientras cerraba mis ojos por el delicioso sabor que atiborraba mi paladar. Las demás chicas repitieron mi acción a la vez que degustaban su desayuno.
—¿Hiciste lo que te pidió el comandante? —interrogó la rubia con su mirada fija en mí.
—Por supuesto; estuve hasta las cuatro de la mañana investigando todo sobre aquella nueva droga —respondí dándole un trago a mí jugo de naranja.
—¿Qué descubriste? —preguntó Patrixia dándole una mordida a su tostada y levantando su mirada cruzándola con la mía.
—Es una droga bastante rara que está siendo desarrollada en un laboratorio desconocido en Haití por algunos científicos; las víctimas eran drogadictos sin familias así que no tenemos a quien preguntarle, lo demás es información confidencial que debe solo ser conocida por nuestro comandante; espero que me comprendan —ellas asienten y me muestran una sonrisa; a la vez que me toman de la mano.
Minutos después ya todas estábamos introduciendo los platos sucios, las cucharas y los vasos usados en el lavaplatos. Limpiamos la isleta; colocamos las banquetas en su lugar y emprendimos nuestro camino hacia nuestras habitaciones.
Mis pasos resonaban por el suelo de mármol. Mis manos se deslizaban por la baranda subiendo de última.
Amaba hacer las cosas con calma; era verdad que amaba la adrenalina y la velocidad; sin embargo en ocasiones la melancolía me tomaba por completo; aunque no conocía el porqué de eso.
Llegar a mi habitación fue una de las cosas que menos tarde en hacer, sintiendo mis latidos apresurados por una razón algo desconocida; ¿o tal ves no lo era?
Me desnude no demorandome demasiado para adentrar mi anatomía desnuda y cubierta de tatuajes en la bañera con sales, espuma y relajantes en mi cuarto de baño. La espuma sobresalía del borde; las velas daban una velada muy relajante; el espejo estaba un poco empañado por el vapor.
Dejé mis pantuflas en el lado derecho de la bañera; me deshice del albornoz blanco platino; mí cabello lo acomodé mejor en un moño desaliñado evitando que terminara mojado por el agua. Sumergí mi cuerpo en la tina blanca, disfrutando de aquella maravilla.
Horas después ya me encontraba enfundada en mí albornoz por segunda vez con la idea de hallar algo que me quedara perfecto.
Mí gran cama matrimonial estaba cubierta por varios percheros con todo tipo de vestimenta, dueño de un cabecero tapizado y un colchón Queen, suave y sedoso; justo al lado estaba mí clóset-vestidor, con la idea clara de finalmente tener algo que me llamara la atención.
Me adentré en aquel lugar tan exótico, observando todo el lugar. Aquel sitio estaba cubierto de paredes con cristales y espejos de cuerpo entero; los percheros se encontraban separados por secciones; los tacones estaban en la última fila de aquel vestidor; en el centro había una mesa que estaba sujeta al suelo con varias gavetas que permitían guardar relojes, anillos, maquillaje, pendientes; entre otras cosas.
Continué con mi mirada fija en cada sección intentando descubrir algo que valiera la pena; sin embargo, todo era en vano.
Después de horas tratando de encontrar algo perfecto y de sentirme bastante decepcionada; con mis manos en mí cabeza y mí cuerpo lleno de sudor había descubierto un hermoso, llamativo y perfecto conjunto color negro.
Tomé la percha y me acerqué a mí habitación.
Cerré las ventanas del balcón que ofrecen una maravillosa vista al gran coliseo, mientras que me no tardo demasiado en desnudarme, agarrando en segundos mi conjunto de ropa interior de encaje negro con flores adornando el sujetador.
Admiro mi reflejo en el espejo, esparciendo con cuidado los productos exfoliantes en mis extremidades, rostro y manos. Aprecio ello ajustado que me quedan los jeans de cuero a mis piernas tonificadas, incluyendo una camisa de tirantes finos negra con corset, mientras mi chamarra característica no tarda en cubrir mis brazos. Me deleito de mi maravillosa imagen, disfrutando de como hasta el conjunto menos sofisticado me hace ver sensual y peligrosa.
Rebusco en mi extensa cantidad de zapatos, hallando unas botas militares grises con un pequeño tacón y cordones que me llegan hasta la rodilla.
Peino mi cabello con cuidado, aplicando un poco de laca de cacao, dejando que mis hebras negras caigan en cascada por toda mi espalda; unos pendientes de perlas adornan mis oídos; mí maquillaje como la mayor parte del tiempo es bastante sencillo, soy solo de utilizar el delineador aprueba de agua, el rizador de pestañas, y un labial rosa bastante claro.
Organizo todo lo que había dejado tirado encima de la cama; colocándolo en su orden correspondiente en los gaveteros, closet y en percheros; todo donde debe estar; luego abro las ventanas permitiendo que una pequeña ráfaga de viento se adentre por las puertas del balcón, moviendo mí cabello en un suave vaivén.
Extiendo mi mano segundos después de tomar una bocanada de aire, dirigiéndome hacia la mesa donde reservo mi pequeño bolso, las llaves de la motocicleta, mi teléfono móvil, mi CIM* ; guardando todo en su lugar, para no tardar en marcharme y darle la espalda a la portilla.
—Chicas creo que…—me quedo de piedra al ver la vestimenta con la que todas se dignan a aparecerse delante de mi.
Las detalle por completo; Darla está enfundada en unos pantalones de mezclilla con rozas en la rodillas, junto a uno que otro corte; un jersey de cuello tortuga con mangas largas fino con estrellas en las esquinas resaltando el azul celeste que tanto le fascina. Su cabello está en un moño alto buen peinado sin una hebra libre. Posee unas sandalias de tacón bajo de charol.
Patrixia posee un vestido que le llega hasta debajo de sus rodillas, algo ajustado a sus curvas que se le ve de maravilla, además que acentúa el azul de sus orbes. Unas sandalias finas con tiras no muy largas deja ver su perfecta manicura francesa. Su cabello en cambio se encuentra atado con unas trenzas desde el inicio.
Soraya se halla vestida con un conjunto de color negro en su totalidad; la blusa era de tirantes con un amarre en la espalda; su micro saya hacia conjunto con esta, sus pies estaban cubiertos por unos tacones medianos se color negro y dorado; su cabello también esta suelto permitiendo que sus hebras rubias se desplacen en cascada por su espalda.
Monica esta con una maravillosa pantaloneta color blanco que le llega hasta el suelo; unos tacones altos de color plateado; un body tejido con bastante escote como el de todas; ser un poco atrevidas venía en nuestro ADN; tenía una coleta alta muy bien peinadas; unas perlas blancas.
Cada una cuenta con un maquillaje bien parecido al mío. Todas permanecíamos en aquel pasillo con las espaldas pegadas a las frías puertas de madera de nuestras habitaciones con las manos en las manillas de cada una de estas.
—iEstamos fabulosas! —dijimos todas al unísono, mientras emprendíamos nuestro camino hacia la primera planta.
Al final de todo fui como siempre la última en bajar las escaleras y llegar al lugar donde se hallan las llaves de nuestros transportes; revise mi bolso rebuscando la memoria USB dorada con lo información.
Justo a la derecha de la gran escalera estaba una cómoda; un jarrón en el medio de esta con rosas rojas; y en la gaveta podías encontrar las llaves. Todas tomamos las que nos pertenecían salimos por la puerta que daba al inmenso garaje de aquella casa de dos plantas.
Minutos más tarde casi todas estaban con sus traseros en sus autos; excepto yo.
La primera en salir a toda velocidad fue Monica con su Porsche Carrera GT de color rojo intenso, descapotable.
Luego le siguió Soraya con su Maserati MCI 2 de color azul oscuro; mientras levantaba el techo y uno de sus brazos.
Más tarde le siguió Patrixia; la rubia tenía un Mercedes-Benz SLR McLaren Roadster, de color negro con unos hermosos neumáticos rojos.
La antepenúltima era Darla que solo observo mí sonrisa triunfante a la vez que se acercaba, posaba su mano en mí hombro y sabiendo que era una de las que mejor me conocía fijo su vista en la calle donde minutos antes habían salido todas las chicas.
—¿Estas dejando que tengan una buena ventaja para hacerlas sufrir después? —inquirió mientras se preparaba a subirse a su auto.
—Amo que me conozcas tanto —conteste tomando mí casco color negro.
—Sabes que Monica es tan terca como tú —dijo aquellas palabras con su motor rugiendo y su cabellera moviéndose por el viento.
—Lo sé; la diferencia entre ella y yo —me detuve en unos segundos en los que plantaba mi trasero en el asiento de mí YAMAHA RI de color dorado y negro; sintiendo su sonido característico y el que más amaba—, se cuándo debo detenerme.
Después de decir aquellas palabras la chica salió libre con su pie presionando el acelerador a una gran velocidad en su Lexus LFA amarillo.
Di un tiempo y sin más aumenté mí velocidad marchándome con prisa, mientras las puertas automáticas se cerraban a mis espaldas.
—iAquí va la puta ama de la adrenalina! —grité por lo alto con mis manos aumentando la velocidad de aquella motocicleta.
Tomé uno de mis atajos favoritos, mientras sentía el fuerte olor y el sonido de las olas chocando con las rocas de aquel acantilado.
La carretera estaba desierta; mí cabello se movía con las oleadas de viento que hacían en aquel lugar.
Sentir la adrenalina correr por mis venas era una real adicción que siempre había estado en mí interior. Aumente la velocidad, sintiendo el viento estamparse en mi rostro a cada nada, intensificando la fuente aceleración de mis latidos.
A solo unos kilómetros logré fijar mí vista; hallando el majestuoso auto de una de mis amigas.
Levanté el neumático delantero intensificando la marcha y acercándome a la castaña que no tardo en sacarme el dedo corazón. .
Solo ella y yo conocíamos aquella ruta a la perfección.
—iTe amo! —grité lo más alto que pude en el justo momento en que pase por su lado.
Darla me lanzo un beso fugaz que pretendí recibir mientras continuaba aumentando la velocidad; siendo capaz de sentir mis latidos apresurados.
En minutos ya había logrado adelantar a todas mis amigas excepto aMonica, a esta le estaba dando bastante ventaja; solo dejaba que la deliciosa voz de Doja Cat inundara mis oídos.
El bosque que me llevaba al comando estaba absorbiendo mí cuerpo por completo. Los árboles frondosos se movían por la fuerza del aire. La tierra se hallaba seca y cubierta de flores.
Faltaban solo unos segundos para que Monica lograra pasar su tarjeta de identificación por la ranura de reconocimiento; mostré una sonrisa maliciosa y volví a levantar la llanta delantera, intensificando la marcha en pequeños intervalos de tiempo.
Saque la tarjeta de mi bolso de una manera sorprendente y sin dudar aumente la velocidad acercando la tarjeta a la ranura; rebasando a la chica que no tardo en maldecir por lo bajo, sacándome una sonrisa.
Le mostré el dedo del medio después de ver la expresión de molestia que se plantó en su cara al ver como la rebase sin problemas. Entrando en el estacionamiento logré divisar una plaza vacía junto a la puerta de entrada al primer piso del edificio de mí centro laboral.
La estacione, a la vez que pulsaba el botón de antirrobo; posaba mí dedo en el neumático delantero activando la protección de mí motocicleta de última generación. La llanta se cubrió por una capa dura de titanio que impedía el movimiento.
Me saque mí casco, entre tanto movía mí cabello moreno sedoso, sintiendo la suavidad de este y arreglando mi vestido.
Coloque el casco encima de la moto y peque mi espalda a la fría pared de aquel sitio, esperando a que mis amigas aparecieran.
Mientras que estaba en aquel lugar trate de fijar mí vista y detallarlo bien; habían tres o cuatro autos de color rojo, rosado, verde y azul; cada auto estaba del lado derecho de la puerta; yo me hallaba en el izquierdo.
Me mordí mí labio inferior, y pasé mis uñas por mis hebras cobrizas, impidiendo que se me crearan algunos nudos.
De un momento a otro siento algo que me camina por mí hombro. Lentamente voy girando mí cabeza con mis latidos apresurados, entretanto suplicaba en mí interior que no fuera lo que pensara; porque sino me moriría.
Al girar mí rostro por completo logro percatarme de que una cucaracha estaba en mí hombro derecho.
«Odiaba aquellos bichos»
Por inercia comenzé a gritar como una loca, a la vez que pasaba mí mano por mí hombro e intentaba deshacerme de aquel insecto tan raro. Las lágrimas luchaban con escaparse de mis ojos por el simple hecho de que le tenía fobia.
Presione la mano en mí pecho percibiendo mis latidos y mí garganta seca. Amaba la adrenalina; pero esto no me gustaba para nada.
Era una mujer valiente; sin embargo, me era bastante complicado superar aquel miedo. Minutos más tardes ya todas mis amigas estaban estacionando sus autos con tranquilidad; pero, a pesar de eso continuaba con aquel miedo en mí interior bastante latente.
—Tardaron más de lo necesario; no se porque serán tan lentas —exprese con una sonrisa en mis labios, y mi medio tacón en la puerta que daba a la escalera.
—Eres una tramposa —la voz de Monica había sonado bastante acusadora; pero su dedo lo aseguraba; estaba muy enojada; si fuera un muñeco animado estuviera echando humo por sus oídos.
—Acepta que no te gusta perder —comento acusándola con mi dedo y pasando mí mano por mis cabellos por segunda vez.
—No es eso; solo odio que hagas trampa; nunca has corrido con un auto, ¿Por qué no lo haces? —escudriñó acercando su cuerpo a mí
Las miradas de las chicas estaban atentas a nuestra guerra de quien era la mejor.
—Lo haré —conteste sin dudar, mientras la observaba con atención.
Todas estaban un poco despeinadas por tener un auto descapotable; y siempre mantenerlo sin su capota.
—¿Eh? —cuestiono la chica de ojos azules con su mano en su cuello y una expresión de sorpresa en su rostro.
—¿Es en serio? —interrogaron las demás con sus miradas fijas en mi cuerpo.
—Obvio; quieres que te demuestre que puedo ser mejor, por eso lo haré —tome su mano a la vez que cerrábamos el trato —, aunque debes saber que elijo el lugar y el auto.
—Lo que tu digas —bufo la castaña rodando sus ojos.
—Vamos; debemos comenzar nuestro trabajo —todas asentimos a las palabras de Patrixia; mientras girábamos nuestros cuerpos en dirección a las escaleras.
Cada escalón era de un color café; el barandal era de metal. Subimos los escalones necesarios, mientras que llegábamos al piso que debíamos.
Entrábamos por la gran puerta de metal cerrándola a nuestras espaldas; y dirigiéndonos hacia nuestros casilleros.
Los pasillos estaban cubiertos por un suelo de un tono canela; las lámparas que colgaban del techo brindaban la luz suficiente para que lográramos ver por dónde íbamos; con las paredes pintadas de colores neutros que en ocasiones daban un toque sombrío; abundaban los ventanales de cristal de tamaño mediano, con bordes de madera simple.
Nuestros pasos resonaban en el suelo de aquel centro laboral; siempre nos vestiamos como diosas para venir y al final debíamos cambiarnos esos conjuntos por el uniforme; pero igual estábamos satisfechas; aquel trabajo era el mejor que se lograría tener en el mundo.
Desde las ventanas lograbas ver el gran campo de entrenamiento donde estaban los soldados practicando sus técnicas; mis amigas dominaban algunas de ellas, esas eran las mismas que enseñaban a los que llegaban de los comandos vecinos.
Tiempo más tarde ya habíamos llegado a nuestro destino; abrimos la inmensa puerta de metal de aquel sitio, hallándolo totalmente vacío; cada una se aproximó a su casillero, posicionando su dedo encima del candado, mientras aquel artefacto liberaba una pequeña aguja que se incrustaba en nuestra carne; eso nos ocasionaba un pequeño corte en el dedo, liberando unas gotas de sangre.
Cada una cerró sus ojos al sentir el pinchazo; era como si un mosquito te pícara.
Me creo un leve ardor en mí dedo; mientras nos colocábamos unas vendas pequeñas y se abría automáticamente la taquilla donde cada una tenía su uniforme; todas los tomamos con nuestras manos en conjunto, y comenzábamos a desvestirnos; alistándonos para cada una llevar a cabo su trabajo.
Segundos después ya todas estábamos con nuestros cuerpos envueltos en nuestros conjuntos estandarizados de tres tonos de verde; verde oscuro, aguacate y web.
Nuestras gorras de campo que conjuntaban con nuestros uniformes.
Nos realizamos un moño alto, bien peinado; guardamos nuestras pertenencias en los casilleros: colocamos el candado después de poner el dedo y que se cerrará automáticamente con la huella dactilar.
Las botas de todas eran del mismo color del conjunto.
Dimos media vuelta en seguida que préstamos atención a que estábamos bien vestidas.
Mientras nos dirigíamos al gimnasio donde entrenábamos, nos cruzamos con uno de los soldados de ojos cafés y cabello negro que me conseguía las entradas a las peleas clandestinas; Otra de las cosas que también amaba.
El chico se nos acercó con una sonrisa en sus labios; estaba vestido con el mismo uniforme que nosotras; obviamente; pero solo tenía su camisa blanca puesta que dejaba ver su perfecto abdomen.
Mis amigas se alejaron dejándome hablando con él, mientras Rebecca se mordía los labios y fingía que le miraba el culete; a la vez que pretendía darle una nalgada y levantaba su dedo en señal de aprobación.
Aquella acción creo una sonrisa en mis labios y que mis ojos se dirigieran al cuerpo del chico.
La expresión de aquel joven era de desconcierto; y eso solo ocasionó que las ganas de liberar mis carcajadas fueran imposibles de detener.
—Aqui tienes las entradas que me pediste —me extendió las seis entradas VIP con una ceja alzada.
—Muchas gracias —las tomé y me despedí del chico trotando, intentando alcanzar a mis mejores amigas.
Comencé mi trote apresurando el paso en dirección a Darla. Aquella chica estaba mordiendo su labio inferior con una sonrisa en estos.
—Que culete más atractivo tiene el soldado Álvarez; cada día más me gustan los traseros latinos —hice un gesto de desagrado al escuchar las palabras de aquella chica, a la vez que nos acercábamos a las demás chicas.
—Joder tía; controla tus hormonas que tienes novio —le recrimino porque hay ocasiones en las que parece olvidar que tiene pareja.
—Lo sé; y no voy a negar que amo a Evan pero es que llevamos tres meses sin vernos por culpa de sus padres que querían arreglar no se qué cosa del testamento o algo así y se han extendido más que nunca —se queja arreglando su cabello.
—Esta bien; entiendo que lleves meses sin sexo pero igual aguanta tía —le digo ya un poco cerca de las demás.
—Esta bien, pero no prometo nada —llegamos a dónde estaban las demás y comenzamos a dirigirnos a nuestro destino.