Capítulo 3:
Sekhmet.
El calor abrasador e interminable que el sol no deja de ofrecer, dificultando mi vista en breves momentos por las gotas de sudor que me dificultan el divisar por el ojo óptico del francotirador. Tomo una buena y extensa bocanada de aire manteniendo cada minúsculo movimiento de los mercenarios colombianos sin perderme nada que podría hacer fracasar la misión.
Diviso a mis mejores amigas posicionadas a solo unos centímetros más debajo de mi, continuando ocultas con los trajes especiales, mientras nuestro sargento mayor de la tropa alpha prosigue a terminar de planear la estrategia con el subteniente manteniéndonos informados de los próximos movimientos. Cuento con mi respiración errática, constante, pero volviendo mi pecho en un vaivén constante.
Mi cuerpo esta enfundado en mi uniforme de trabajo con tres tipos diferentes de verde; verde web, aguacate y oscuro con mis botas militares a conjunto; mí auricular en el oído derecho, mientras mis hebras negras están atadas en un moño alto bien peinado.
Puedo sentir los constantes latidos de mi corazón repiquetear en mi pecho, la fuerte inyección de adrenalina que se apodera de mi sistema, afianzando mis ansias de que la fiesta comience.
Delineo con mis dedos el anillo de bodas de mi madre, una de los recuerdos que solo pude conservar después del accidente. Ser una de las capitanas más importantes y con mejor desarrollo de la organización era algo maravilloso, pero complicado, mas cuando eres mujer en un mundo donde los hombres llevan a cabo su machismo recordándonos a cada segundo que no estamos hechas para eso; sin embargo, me gusta demostrarles lo contrario.
Un mechón de mí cabello se deslizó complicando mí visión en el momento que nuestros objetivos salieron de su escondite de ratas donde llevan a cabo actos atroces, intercambios de mercancías y jovencitas inocentes que no le hacen daño a nadie, pero que mientras yo viva no dejare que le hagan ningún daño.
Acomodo el arma en mí brazo derecho, a la misma vez que posiciono uno de mi iris verdes esmeralda en el lente del franco, logrando ver a mí objetivo con mejor precisión, cierro mí otro ojo a la vez que mantengo mí vista fija.
—Tengo al objetivo en la mira —pronuncio con cuidado siguiendo cada uno de los movimientos de aquel hombre regordete de cuarenta años en un traje hecho a medida con unos veinte hombres protegiendo el cargamento de personas inocentes que son vendidas por sus familias importándoles poco lo que les pase a continuación.
—Prepárense para capturar al sujeto 324 —ordena el sargento Martínez al otro lado de la línea.
Me encuentro sola, justo como me siento plena dejando que la mayoría de los soldados dependan de mi buena puntería para salvarlos de cualquier ataque… Totalmente sola oculta detrás de uno de los arbustos que adornan la alta colina que tendrías la oportunidad de hallar a unos kilómetros de la frontera de Colombia, percatándome como la luna comienza a alzarse en lo alto del cielo demostrando que estar sola no necesariamente es algo malo, sintiéndose una reina con su gran brillo y esplendor.
—Atentos —la voz del comandante llamó la atención de todos preparando sus armas de fuego, con sus objetivos listos—. Mantengan sus posiciones… Recuerden que debemos mantenerlo con vida.
La redada tarda unos breves y cortos instantes en volverse una balacera instantánea, dándonos la oportunidad de que cada uno se destaque en combates de cuerpo a cuerpo y con armas de fuego.
Mis amigas daban lo mejor de ellas, el hermoso cabello de Mónica se movía con el viento dándole una imagen de una guerrera.
Volví a fijar la vista en el objetivo, encontrándolo apuntando en dirección a mí Sargento. Mis dedos actuaron con una inercia y seguridad bastante sorprendente. Al apretar el gatillo todo sucedió en cámara lenta.
La bala salió del arma blanca con rapidez, dejando un rastro de pólvora, y terminando directo en el brazo derecho del hombre, provocando que su pistola terminara en el suelo de baldosa, a la misma vez que su mano se dirigía a su herida, observando a todo su alrededor buscando al causante de aquello.
Una cantidad inmensa de hombres intentaban cubrirlo, tratando de evitar que fuera capturado.
En un minuto tomé mí equipo, me lo coloqué en el hombro derecho y salí corriendo en dirección a dónde se encontraba la acción. Mí respiración era irregular, diminutas gotas bajaban por mí frente y otras por el centro donde se separaban mis pechos. Mis cabellos estaban regados, pero aun así la belleza no desaparecía de mí.
Esquivaba árboles y piedras con algunas balas que comenzaron a ser dirigidas en mí dirección.
Sin tardar más de lo debido tomé mí Beretta 93R ametralladora con bordes de plata y de color negro hecha a mí medida. Apunté con mí precisión intacta, mientras evitaba cualquier disparo que fuera capaz de lastimarme.
En un nano segundo fui capaz de acabar con todos los que se metieron en mí camino, con mí cara sudada por completo. Me adentré en el bosque, rodeando la casa tratando acercarme con lentitud a mí objetivo.
Me coloque el franco en la espalda, traqueando los huesos de m cuello, manos en el momento que le coloco el cargador a mi Berreta negra, ocultando las dagas en mis botas para usarlas en un momento de máxima necesidad. Camino con cuidado por las ruinas de aquella mansión. Los escalones, el suelo, el techo, todo en aquel sitio es realmente inestable.
— ¡Hola preciosa! —exclamó una voz rasposa a mis espaldas a la vez que sentía un arma posarse en mi espalda—, levanta las manos y lanza la pistola lejos de ti.
Escuché con atención las palabras que decía pensando con gran prisa cada uno de mis movimientos. La perseverancia ayuda a vencer batallas, cada jab, uppercut, y gancho fue pensado, procesado y llevado a la realidad.
Al girar mí cuerpo me crucé con un hombre con barba y bigote, parecía tener unos cincuenta o cuarenta años tal vez. Un traje impecable estaba fundido en su cuerpo, de color negro con una camisa roja.
—Una Colt Ml 911, pensé que poseían mejores armas que esa —mis palabras salieron con seguridad, no temía, había estado en situaciones peores en donde terminé saliendo ilesa.
— ¡Wao, hermosa e inteligente!, ¿quién diría que una mujer sería capaz de poseer dos cosas y mucho más, ser una Capitana de la MMIM ? —dijo observando mis estrellas; sus palabras machistas provocaron que mí ceño se frunciera en señal de desaprobación.
—Soy más de lo que crees —contesté en segundos.
Alce una de mis cejas y me preparé para llevar a cabo algo que deseaba hacerle aquel cabrón, machista; odiaba aquellos hombres, las mujeres somos muy capaces de todo lo nos propusiéramos, podemos hasta hacer las cosas que ellos tanto temen porque saben que terminaran fracasando.
Levanto mí pie derecho propinándole una fuerte patada en su cara, ocasionado que su cuerpo siguiera su cabeza al lado izquierdo, siendo lanzado contra el suelo, liberando su arma y permitiendo que mí anatomía realice un leve acercamiento a mí pistola con urgencia.
—Eso es por ser un hijo de puta —estampo mi bota en su entrepierna provocando que sus manos se dirigieran a esta misma por el dolor que parece verse insoportable, ese que debe estar sintiendo en estos momentos, acerqué mí cuerpo a su oreja, le coloqué las esposas en sus manos—, y esto por cabronazo.
Lo golpeo sin dudad con constantes puñetazos que lo noquean en segundos.
Me pongo de rodillas, sosteniendo las dos armas de fuego, haciéndoles a la par señas a los soldados que le colocan las esposas y se lo llevan inconsciente.
— ¿Dónde está el objetivo Darla? —cuestiono a la castaña, mientras observo mis nudillos rojos por los golpes ejecutados capaces de quebrar el tabique del compañero que como siempre demuestra el jodido machismo que me pone de los nervios.
—A unos pasos, sigue hasta la derecha y lo encontraras, ten cuidado que se encuentra con unos guardias, estamos tratando de acabar con los que están afuera —la voz de mí amiga repercute algo agitada y los disparos no me permiten escucharla a la perfección, pero solo dos palabras fueron suficientes para que captara los movimientos en el ala este.
Continúe mí camino dirigiendo mí cuerpo al sujeto de cuarenta años. No aparto la mirada de cada pequeño rincón de donde no tardan en salir hombres musculosos con rostros que harían cagarse a cualquiera, mientras algunos soldados me siguen colocándoles esposas, pero yo continuo manteniendo la precaución, entre tanto miro mí alrededor con detenimiento.
En aquel sitio predomina la madera, sin embargo, esta bastante desgastada, los suelos están sucios y llenos de polvo, los cuadros parecen tener años y la humedad los habían alcanzado. Cuando había sido construido debía a ver sido un lugar bastante hermoso y elegante. Los candelabros de plata colgaban del techo. Faltaban segundos solo para llegar a mí destino final.
El fuego cruzado de la mayoría me fuerzo a resguardarme, odiando que una de las jodidas balas me rozo el brazo derecho a la altura del hombro, realizándome un leve corte, para nada complicado, ni mucho menos peligroso, pero si bastante molesto. Ejecuto un rápido movimiento dejando que la adrenalina actue como el componente que acelera mis latidos, ocasionando que mi corazón bombee mucho mas rápido.
Mis sentidos estaban alerta, mis pasos eran cuidadosos y certeros, era una persona sigilosa cuando me lo proponía… Mis latidos estaban acelerados, mi respiración errática… Mis manos sostenían las armas con precaución.
—Señor debemos irnos —mí cuerpo se quedó estático al escuchar unas voces, pegué mí espalda a la fría pared de aquel lugar con el arma lista para lo que fuera.
Continúe mí camino a pesar de lo que sucediera, nunca había sentido temor en aquellas misiones y esto no sería la excepción.
—Oculta la mercancía, y váyanse ustedes, déjenme aquí, avísenle al jefe —la voz del segundo jefe de la mafia Colombia era inconfundible después de tener la oportunidad de a ver escuchado algunas llamadas interrumpidas por la organización.
Me aproximé por la puerta que estaba por detrás, dándome la mejor imagen de aquel señor herido y un joven de unos veinte años, moreno, cabello lacio desordenado y castaño, unos ojos azules, delgado, unos pómulos bastantes marcados, unos labios gruesos y un traje impecable rojo.
«¿Acaso aquellas personas eran amantes de los trajes?» me cuestioné a mí misma, a la vez que en un silencio total me oculto detrás de una de los muros de concreto, tomando a las dos personas desprevenidas con las dos armas alzadas.
—Señor Fernando Sierras queda detenido por las acciones de lavado de dinero, narcotráfico, tráfico de personas y múltiples actividades ilícitas —cada palabra salió con cuidado de mis labios.
Él chico se sorprendió, pero no dudó en apuntar con su arma en mí dirección.
Él hombre regordete no era capaz de apartar su mano del brazo que yo misma le había lesionado, impidiendo que en el momento que solo pensara realizar un movimiento; se desangrara.
—¿Quién sos? —cuestionó el joven con su arma apuntando justo a la misma vez que las dos que estaban en mí posesión.
—Se acabaron las preguntas —disparé en la pierna del jovencito y le propiné un fuerte golpe con la empuñadura de la Beretta dejándolo inconsciente.
—iWao! —exclamó el anciano con su mirada fija en cada movimiento que acababa de realizar.
—¿Pondrás resistencia o me lo harás sencillo? —pregunté con las armas apuntando en su dirección.
—¿Acaso crees que con mí brazo sería capaz de siquiera intentes huir?, Soy un ser humano, no Superman —aquello lo dijo mostrando una pequeña sonrisa a través de su bigote con algunas canas.
No Io pensé y me acerqué a él tomando sus dos brazos, por detrás de su espalda, mientras el hacía una mueca de dolor.
—Comandante, misión cumplida con éxito —hablé a través del auricular, y seguí mí camino con aquel hombre dirigiéndome con paso apresurado a la salida.
En el momento en que llegué a la fría calle de aquel lugar, encontrando a mis amigas llenas de sangre con sus cabellos revueltos y sus atuendos llenos de tierras, abrí mis ojos de forma exagerada mientras lanzaba a aquel señor en dirección a uno de los soldados.
—¿Qué les sucedió? —cuestioné con una cara de bastante desagrado.
—Pues, no somos tan buenas como tú, ¿ok? —respondió Soraya con su ceño fruncido.
—Les he dicho mil veces que no es que sea buena, antes muerta que sencilla —todas observaron cómo pasé las manos por mí cabello y les lancé un beso a las cinco chicas que se encontraban en aquel lugar.
—Te amamos, y debes saber que el comandante está muy agradecido contigo por salvarlo —nos acercamos a las camionetas a la misma vez que las abordábamos con cuidado.
—Hice mi trabajo, y yo también las amo —todas terminamos en los asientos que nos tocaban, yo me encontraba justo en frente de Monica.
Tomé las manos de mis amigas a la misma vez que cruzábamos miradas y mostrábamos unas sonrisas a cada una, bastantes sinceras.
«La amistad es un pilar muy importante» pensé prestando atención a las chicas que estaban en aquel lugar y recordando las dulces palabras de mí madre.
Aquella mujer que perdí en mis brazos; pero meses después me dio el mejor obsequio del mundo. Pase mi mano por la manilla de oro que descansaba en mi mano derecha; leyendo Io que se encontraba grabado en este.
«Siempre te amaré; no importa donde este, ni Io que suceda, te cuidare eternamente» leí para mí misma, a la vez que una lágrima se deslizaba por mi mejilla.
—¿Pensando en tu madre otra vez? —interrogó Darla con su mano en mi mejilla secando la lágrima que se había escapado de mi ojo derecho
.
—La extraño demasiado —levante mi mirada encontrándome con sus ojos marrones, mirándome fijamente, con el rostro preocupado.
—Lo sé; todas sabemos cuánto la amabas —sus palabras intentaban calmar la lucha que estaba en mi interior; sin embargo, era bastante complicada.
Que tu madre perdiera su vida en tus brazos no era Io mejor del mundo; y mucho menos si el causante era tu propio padre; pero igual debías sobrellevar las cosas y superar cada tropiezo que la vida te impusiera; al menos eso me había enseñado aquella mujer de cabellos rubios y ojos color cielo.
—Ya estamos llegando al punto de embarque; prepárense para transportar al pasajero —el hombre regordete se hallaba completamente encadenado y con un bozal como si fuera un perro; después del comandante decir aquello todas nos arreglamos los cinturones y nos preparamos para la transportación. Mí mirada se mantuvo fija en cada acto que llevaban a cabo todas las personas de aquel lugar.
Presté atención a la camioneta, observando las puertas blindadas, el color negro era Io que más resaltaba, habían dos asientos grandes, uno enfrente del otro; y justo más al frente estaban los conductores; nos separaba una rendija.
Horas después ya habíamos llegado al inmenso aeródromo donde encontrabas tres helicópteros AH-64 Apache de color negro.
El cielo estaba nublado por completo, las nubes cubrían todo el cielo y eso solo decía que abría una tormenta.
En el momento que abrí la puerta para salir, y mí tacón tocó el suelo de aquel lugar, unos brazos se envolvieron alrededor de mí cintura.Aquel perfume tan conocido para mí se había colado por mis fosas nasales, y este solo era de una persona que conocía a la perfección.
— ¡Hermana! —exclamó el chico de cabello con ondas y dorado como el sol.
— ¡Sebastián! —vociferé por Io alto tocando su cabello y dejando pequeños besos en sus mejillas rojizas.
Aquel niño de solo doce años era el regalo más perfecto que me había dado la vida.
— ¡Soldado! —Gritó el Sargento con su semblante neutral y su cuerpo más recto que una tabla—. ¿Qué le he dicho de las demostraciones en público?
El chico de ojos azules se giró en dirección al hombre de ojos marrones cubierto de tatuajes y levantó su mano realizando el saludo militar que era debido mientras se preparaba para responder.
— ¡Están prohibidas señor! —expresó las palabras con seguridad y con sus manos a sus costados, recto como una tabla.
Su cuerpo estaba enfundado en el uniforme militar de nuestra organización ajustándose a los pequeños músculos que ya se le estaban formando en su cuerpo por causa del arduo entrenamiento de todos los días, en los que no dejaban de repetirse que debía mantener orgullosa a nuestra madre.
Me giré percatándome de que todas las personas a mí alrededor lo observan de una manera bastante sorprendente; la mayoría tenía una sonrisa en sus labios; sin embargo; yo tenía una lágrima bajando con prisa por mí mejilla, no comprendía cómo había crecido tan rápido; la melancolía y la nostalgia se sembraron en mí corazón dejándome un sabor amargo en mi boca.
Deslicé la liga que estaba atando mi cabello fuera de este dejando que el fuerte viento que hacía en aquel lugar plagado de soldados de la élite; entre ellos estaban mis amigas, el Subteniente Alan y otros soldados igual de importantes; incluyendo a mi superior.
—Que no se repita —ordenó el Sargento con su voz rasposa.
—Si mí señor —después de decir aquello giró su cuerpo en mí dirección y me guiñó un ojo; gesto que imite; pero a la vez le mostré una sonrisa en mis labios.
Aquel niño de solo doce años era mi vida; mí segunda oportunidad de volver a ser feliz y de saber que mi madre me amaba.
Todos nos encontramos y respectivamente comenzamos a abordar nuestros trasporte; ese que nos llevaría a nuestro destino principal; Alemania donde se halla nuestra principal central de investigaciones y monitoreo. Tamborileo los dedos encima de mi regazo con cierto nerviosismo, sintiendo la fuerte descarga de adrenalina desapareciendo de mi sistema.
—Capitana Williams —el llamado de mi comandante hizo que girara mi cabeza en su dirección logrando ver que el señor mantenía su mirada fija en una tableta.
—Dígame mi comandante —realizo mi saludo militar, observándolo atentamente.
—Necesito que se ponga en función de averiguar sobre la nueva droga que acaba de salir a las calles; ya lleva cien muertos en solo veinticuatro horas; los de arriba están muy preocupados —observo con atención lo que me dice mi superior y solo asiento preparándome para no descansar nada.
—Por supuesto Sargento; comenzaré buscando en las bases de datos y luego intentaré ver si hablo con los familiares de las víctimas; sin embargo, deberé descubrir si no son indigentes o personas sin hogar —el asiente dándome el visto bueno y continua con su mirada fija en aquella tableta.
Me acomodo finalmente en mi asiento sosteniendo el cinturón y acercando mi cuerpo al de mi hermano tomando su mano.
—Estoy agotada —expulsé un leve bostezo, pero me cubrí los labios con mis manos a la vez que intento acomodar mi cabeza para caer en un sueño profundo hasta que lleguemos a nuestro destino; sin embargo, termina siendo en vano por las turbulencias.
—Creo que no podrás descansar nada —me dice aquel chico; mientras yo solo levanto una ceja con molestia. —No me digas algo que ya sé —digo con mi tono de molestia intentando no quedarme dormida.
Giro mi mirada a la ventana y me encuentro con el inmenso mar Atlántico. Las fuertes lluvias aumentan de manera rápida y solo vuelvo mi mirada al frente sosteniéndome con una expresión neutral en mi rostro.
Horas después ya estamos todos descendiendo y saliendo de aquellos helicópteros.
Al colocar mis botas llenas de barro por la lluvia en el suelo una ventisca levanta alguna de mis hebras negras y me envuelve en aquel olor tan familiar a mí hogar. Me encuentro con mis amigas que se bajan en el tercer transporte y se dirigen a mí.
— ¿Lista para ir a nuestra casa? —cuestionan curiosas acercándose a mí.
—Oh por dios claro que sí —me acerco a Rebecca y la tomó de la mano, a la vez que cruzo mi mirada con la de mi hermano para que se aproxime a mí.
Solo bastan unos segundos para que los dos nos demos un fuerte abrazo de despedida bastante cariñoso.
—Sueña con los ángeles y nos vemos mañana a primera hora —le planto un beso en su coronilla y me despido con prisa.
Odiaba no poder estar con él; sin embargo, se los peligros que se encuentran afuera de estos muros, un peligro que no estoy lista para vivir, asi que lo mejor es que continúe durmiendo en este lugar; aquí lo mantendrán a a salvo.
El inmenso aeródromo de aquella sucursal alemana estaba repleto de soldados cargando armas y algunos documentos.
El cansancio se va apoderando de mi poco a poco pero aún así continuó caminando.
Llegamos al corredor que da a los vestidores hallando nuestros casilleros, abriendo cada uno y tomando nuestras pertenencias.
Nos dirigimos al parqueo desactivando las alarmas de nuestros medios de transporte.
Me subo a mí YAMAHA negra y sin dudar siento como el maravilloso rugido de los motores me despierta, dejando que la adrenalina comience a recorrer por mis tubos sanguíneos.
Libero mi cabello permitiendo que sea libre y se mueva como el viento; sin dudar observo a mis amigas, realizo el saludo de la milicia retirándome sin tardanza.
En minutos llego a la gran mansión de dos plantas en la que el portón se abre de forma automática al reconocer mi cara accediendo a que pueda entrar en el garaje.
Activo la alarma, mientras mi dedo se posa en la goma reconociendo mi huella, entretanto activa la protección de sus llantas.
Tomo la llave y entro a la inmensa mansión después de ver a mis amigas llegando poco a poco.
Entro y la sala se encuentra en una oscuridad que me absorbe, enciendo las luces y logro ver los hermosos cuadros de las chicas juntas, incluyéndome a mí; el enorme diván color negro a solo unos pasos de la puerta.
No dudo en despedirme de mis mejores amigas y subir las escaleras de mármol de aquella casa.
Mis ojos examinan el corredor en el instante que coloco mis pies en el última peldaño; el suelo cubierto de alfombras y las puertas de cada una de las habitaciones. Me aproximo a la de mi habitación y la abro recibiendo el dulce olor a fresa que está impregnado en mi cuarto.
Cierro la puerta a mis espaldas y sin dudar nada adentro mi cuerpo en el cuarto de baño abriendo la pililla sintiendo como el agua caliente refresca mis poros y despierta mi mente.
No tardo mucho en finalizar mi faena de esparcir por todo mi cuerpo el jabón con olor a cacao que se apodera de mis poros eliminando hasta la más pequeña suciedad que se encuentre impregnada en mis extremidades, mientras escucho la dulce voz de Aitana resonar por los altavoces de mi alcoba, con una melodía suave, pero soportable.
Relamo mis labios, eliminando finalmente con el chorro de agua caliente la espuma que se extendió por cada pequeña partícula de mi piel, para segundos después enrollar mi anatomía curvilínea con el albornoz que me sostiene del frío que se cuela por la ventana de mi habitación.
Alzo mis labios en una sonrisa, para después agarrar mi vestido de seda para dormir tranquilamente, aunque primero me pongo en función de rebuscar cada pista que me ayudo a encontrar al culpable de tantas muertes, utilizando el sistema de rastreo de la base que me oculta de cualquier hackeó externo.
Mis horas trasncurren elaborando un sistema basado en todo lo que logro hallar, liberando uno que otro bostezo se reduce a que ya es hora de dormir. Admiro el reloj de mi mesita, percatándome que son casi las cuatro de la mañana y que próximamente mañana tendré que dejar la mayoría de las cosas ya resueltas.