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5

Lo miro confundido, pestañeo y Frunzo el ceño.

—¿Qué cosa? —pregunto aterrada.

—¿Por qué no me dijiste que eras virgen? —quiere saber el.

Yo lo mire aterrada, a decir verdad no se me había cruzado ese pequeño detalle. El al parecer viendo eso: puede saber si soy virgen o no.

La verdad que no entiendo mucho del tema.

—Yo... lo lamento no quise mentirte.

— Es raro ver una persona de 22 años siendo virgen, pero está bien. Te felicito —comenta divertido.

Pongo los ojos en blanco debido a mi torpeza, y me vuelvo a colocar mi ropa interior y bajo el vestido.

El, , si nada ni siquiera me mira , siempre mente empieza hacer unas anotaciones en un pequeño papel el cual no entiendo y levanta su vista hacia mi.

—Estás perfecta. No te preocupes. Te daré un turno para la semana que viene: para ver si sigues mejor.

—Gracias doctor, gracias por atenderme —comento y me encojo de hombros.

Mientras tomo mi cartera y estaba a. de marcharme... me doy la vuelta.

—Usted... ¿va a ir al café: hoy? —quiero saber.

Aunque más que un café es una especie de resto bar.

— Claro, ¿Acaso ya estás ansiosa por verme? —comenta divertido y yo lo miro con sorpresa.

<<¿Tan notoria soy acaso?>>

Me pregunto a mí misma.

—Sí, digo que no...

El me mira confundido.

—¿Sí o no? —quiere saber.

—Ya si es que... si me llego a sentir mal o algo. No tengo a quién recurrir más que usted —digo con inocencia.

Julián, se pone de pie y se acerca mi, tanto incluso puedo llegar a jurar que su pecho rosa con el mío.

Sus manos, se encuentran detrás de su espalda y tiene una gran sonrisa en el rostro. No entiendo que ocurre en este momento, pero siento su mano derecha levantarse y correr un mechón de mi cabello hacia atrás de mi oreja.

—Tranquila, ten...

—¿Qué...?

Bajo la vista confundida me doy cuenta que se había acercado para darme el papel.

Asiento con la cabeza.

¡Quiero huir lo más rápido posible!

La verdad es que había pasado: una vergüenza de los mil demonios.

Lo peor de todo es que había pensado: que se me acerco a mí para besarme.

A la mañana siguiente, que estoy limpiando las mesas. La verdad es que me resulta un poco extraño no tener a Julián.

La verdad es que el día anterior me había parecido: lo había prometido.

Suspiro, ni siquiera entiendo porqué motivo lo estoy esperando en este momento, debo parecer patética.

—¿Otra vez pensando en el ginecólogo? —me pregunta Melisa a unos metros de distancia.

—No... solamente estoy pensando en que tengo que estudiar...

—¡No me mientas! estás limpiando la misma mesa hace una hora. No te quería interrumpir pero...

—Claro que no...

Me quedo callada al darme cuenta que sí: efectivamente estoy limpiando la misma mesa.

Frustrada, arrojo al trapo y me siento...

—Pero...dime, no me has contado ¿Qué tal te fue ayer?

—No hay mucho que decir, la verdad. Simplemente me hizo el... pap —dije la palabra " pap" en un susurro.

—¿El qué? —preguntó Melissa, acercándose más a mí.

—El pap... —susurré.

—¡No te escucho!

—¡El pap! ¡Me metieron un aparato en la vagina!

Un hombre que siempre iba a desayunar, empezó a toser detrás de mi.

—¿Y qué más paso...?

—Se enteró de que soy virgen...

Escondí la cabeza entre mis rodillas.

—¡Oh mierda! me olvidé decirte que le digas que tienes el período, así no te lo haces y... —comentó Melissa.

—No sé, sé que soy una tonta... . ¿y Anna dónde está?

— Ana, se encuentra en este momento, teniendo una cita y la estoy cubriendo.

—La estamos cubriendo —digo.

—Si.

—Espera ¿Desde cuando Ana tiene una cita? —quiero saber algo confundida.

Ana, era una mujer bastante alegre, las tres teníamos la misma edad.

Hemos sido unas chicas rebeldes en la escuela. Que no han terminado la universidad y a duras penas el secundario. Melissa, Ana y yo estábamos solteras. No por decisión propia, sino que al parecer a los chicos no les agradamos del todo.

Éramos las 3 completamente diferentes: Ana tenía la tez morena, y el cabello lacio hasta la cintura; el problema es que tenía un poco de curvas; Melisa, era rubia, con los ojos negros, nunca había visto una persona con el cabello tan dorado, los ojos tan oscuros y con una altura de un metro 80 el cual intimidaba a los hombres; después estaba yo, con mi cabello revuelto y mis pecas, que cada año aparecía una nueva.

Odiaba el pintor que se atrevía a molestar mi cara.

Pero esa era yo: una persona común y corriente la cual ni siquiera sabía en qué dirección iba. Lo unico que hacía en mi vida: era levantarme , cada mañana y venir a trabajar. Ahora había añadido un nuevo hobbit: ir al ginecólogo por el chico que me gusta.

—¿Estás aquí? —me pregunta Melisa.

—Si... solamente que pensaba nada más.

—Me da miedo cuando piensas y te quedas con la mirada perdida. Ya dime: ¿Ya te has tocado por el ginecólogo? —quiere saber divertida.

Mis mejillas en ese momento se encienden; la verdad es que nunca había hecho eso , tampoco se me había ocurrido. La miré con sorpresa desmedida y ella empezó a reírse.

Frunzo el ceño.

—¡Pues no! —exclamo y me levanto de un sope de la silla, empiezo a limpiar las siguientes mesas: ignorando la.

—¿Qué tiene de malo?, Yo también lo hago... la verdad cuando estoy estresada o cuando tenemos un cliente muy insoportable. Voy y me acarició en el baño —comenta , si fuera lo más simple del mundo.

Tal vez lo era.

El problema, es que sigue estando el mismo señor en la barra: comiendo y empezó a toser el momento que escúchar a Melisa.

No pude evitar para los ojos en blanco y reírme.

—Estás loca ¡Yo nunca he hecho eso!

—Pues... tienes que intentarlo, además de esa manera te auto descubrirás ¿no te parece? —pregunta divertida Melisa y se pone enfrente de mí para que la escuche.

Pongo los ojos en blanco y me doy la vuelta: dispuesta a ignorarla.

En cuanto lo hago, mis pies se doblan solos, y me veo callendo en el suelo, nadie viene y me salva. No cómo hacen esas novelas románticas: justo viene el príncipe azul y te toma de la mano. Me acabo de dar un fuerte golpe contra el suelo.

Julián, en ese preciso instante entra por la puerta y yo justo estoy en el suelo desparramada.

Melisa, está intentando ayudarme pero mi gran amiga, y delgada amiga se cae en el suelo junto conmigo.

<<Acabo de ser aplastada>>

Parecemos un gran lío de delantales de colores, arrojados al suelo.

No sé sabe dónde termina el color rojo a cuadros y verde.

—¡Eso duele! —exclamo acariciándome la cabeza: no me había golpeado la primera caída pero si en la segunda

—Lo lamento, quise ayudarte.

—Ya lo quisiste ayudarme callándote sobre mí —digo divertida.

Las dos nos miramos y empezamos a reírnos , si fuéramos dos descerebradas. Pero de igual forma era divertido.

De pronto mi sonrisa dejó de ser tan extendida; en el instante que Julián puso sus ojos sobre mi. Él tenía una media sonrisa en el rostro.

Su cabello rojizo hacia reflejo contra el sol de la ventana izquierda, incluso me encandilaba. Pero de igual forma no podía despegar mi vista del. Julián parecían gran actor de cine: que hacía su entrada triunfal por la puerta principal.

Me quedo embobado observandolo; no tengo escapatoria: él es un ser magnífico el cual me tiene idiotizada.

—¿Estás bien? —quiere saber algo preocupado, al parecer.

Se hincó de rodillas a nuestra altura.

—¡Hey! Yo también me caí —protestó Melissa.

Melisa se está riendo y asiente con la cabeza después de desaparecer de nuestra vista. Al contrario, me quedo ahí, presionando las rodillas contra el suelo frío pero aún así no me muevo.

No puedo despegar mi vista de sus ojos azules, de sus pecas las cuales nunca había visto con anterioridad y ahora parece más notorias que nunca.

Supongo que yo tengo el rostro igual enrojecido , mis rodillas, las cuales acabo de ver el momento que intente pararme.

Pero me duele el tobillo: miro con una mueca que seguramente en el primer momento que doble mis pies me lo habré torcido.

Suspiro, de pronto siento una mano debajo de la mía. Al levantar la vista, me encuentro con Julián intentando ayudarme.

—Levántate, vamos arriba.

Dice divertido, pongo mi mejor sonrisa aunque solamente debo parecer una máscara de terror.

<<Por fortuna me he lavado los dientes>>

Esta vez, me pongo de pie. Suspiro: no puedo desaprovechar la oportunidad de apoyarme en él; de rodearlo con mis brazos, y de tenerlo tan cerca. El no dice nada, simplemente me ayuda a sentarme a la próxima silla que vemos.

Yo estoy algo tonta. Pero no por la caída, sino por la presencia de el.

Julián me hace marear; me hace delirar y me encuentro en una nebulosa difícil de salir.

—¿Te duele mucho? —Quiere saber algo preocupado.

—Estoy bien.

—¿Quieres venir a mi auto?

Lo miro sin entender.

—No pienses mal, así te veo el tobillo —quiere saber.

De pronto, recuerdo que tengo debajo de mis zapatillas:

¡Las medias que tienen un agujero en el dedo gordo!

Abro los ojos con sorpresa y alerta, lo empujó con sutileza hacia atrás y le doy de mis sonrisas más falsas.

—Yo... estoy bien.

—¿Segura?

—Si, vas a ver cómo me voy a parar y voy a seguir limpiando , si nada.

El asiente no muy convencido al parecer, veo sus ojos mirándome con desconfianza. En cuanto piso con el pie bueno, me armó de valor para hacerlo con el otro que me duele un montón. En cuanto lo hago: no puedo disimular el dolor que siento.

<<¡Duele! Todo sea porque no vea mi dedo gordo velludo>>

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