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capítulo 2

Tratando de olvidar mi vergonzoso momento al aire libre, me preparo algo simple para desayunar mientras saco mi ropa del closet, para salir a trabajar, ya vería por dónde porque no pensaba cruzarme con el sexy camionero de la mudanza.

De pronto como si todo no pudiera ir a peor, siento un estruendo justo encima de mi cabeza, que salté y grité del miedo a que mi nuevo vecino fuera a atravesar su piso y mi techo y cayera sobre mí.

Que maldito día estaba recién comenzando.

Peino mi cabello castaño y lo dejo suelto, amo llevar el pelo suelto y justo cuando me estoy maquillando tocan el timbre de mi casa. Lanzo el lápiz de ojo con furia sobre la encimera del baño y voy para la puerta.

Menuda impresión por segunda vez en el día me llevo cuando abro y delante tengo al sexy camionero está vez, solo en su jean.

Que bueno está el maldito, pienso, menudo cuerpo se gasta el tío.

Si me tropezara contra un abdominal de esos seguro me fracturaba algo.

— Perdón vecina, no quería agitarla— que voz, dios de mi vida, pero...¿Que es esto?

Recién me daba cuenta que era la descripción exacta de uno de los personajes de la historia que recién acababa de publicar bajo un pseudónimo y en una editorial que no era la mía.

Pero es que era idéntico a mi chico, bueno idéntico físicamente, espero. Porque mi personaje es un psicópata que acosa su víctima y luego la mata. Espero que solo se parezca físicamente.

— ¿Acaso me veo agitada? — pregunté cerrando bien mi albornoz y obligando a mi entretenida mente a salir del trance.

— Un poco tarde para hacer eso, guapa— dijo dándome una cercana vista de sus perfectos dientes.

— ¿ Hacer que? — aguantaba la puerta con una mano y con la otra mi escasa ropa.

— Se te va a cortar la circulación de los dedos, de tanto apretar, si ya me diste una exquisita vista. No te cortes ahora.

— ¡Serás grosero!...

— Es cierto, me disculpo. Es que...

Levantó las manos en señal de paz, pero se mordió los labios con la vista fija en mi escondido pecho.

— ¿Me vas a decir de una vez, que quieres? Estoy algo apurada.

— Es una pena, pensé que podrías darme la bienvenida ofreciéndome un café. Me siento la presión algo baja.

Apoyó sus dos palmas en los marcos de mi puerta y sus abdominales se contrajeron gloriosamente. Menudo cuerpazo tenía el hombre.

— Pues hay más puertas en el edificio, seguro con tu atuendo más de una te ayudará con la presión.

Maldición. ¿Por qué había dicho eso? Su amplia sonrisa me dijo que le había encantado mi discurso. ¿Por qué no podía cerrar la maldita boca nunca? ¿Quien demonios se había robado mi filtro?

— A pesar de que me encanta que te guste mi cuerpo, me disculpo por mi atuendo— hizo comillas con sus dedos— no quiero causar mala impresión a mi vecina el primer día. Venía a disculparme por el estruendo de hace un minuto. Mi cama se resbaló y termino dando un tremendo golpe. Por eso bajé rápido, con tan poca ropa a verificar que no haya dañado tu techo.

La que me faltaba, encima de haberme visto un seno, y de ser idéntico a un personaje que mi pervertida mente creó, ahora era mi vecino y dormiría justo encima de mí.

— Bastante sonó, pero tranquilo que todo está bien. Solo aprovecho para pedir si eres tan amable, evites los golpes a tu cama. Estás justo encima de mí.

— ¡Oh nena! Me encantaría estar encima de tí. Pero ya solo de saber dónde duermes, me hará imaginarlo a gusto.

— Pero bueno... ¿Cómo puedes ser tan atrevido? ¿Sabes tú si estoy casada?¿Y si sale mi marido y te parte la cara?

Su sonrisa no se borraba, yo indignada y el divertido.

— Creeme cariño, sé más de lo que te gustaría.

Y así, sin más, se largó.

Antes, me lanzó un beso; pero no me dió tiempo de averiguar, que fué lo que quizo decir.

El día se presentaba de lujo.

Muy molesta, me vestí.

Me decidí por una camiseta de cuello alto, chaqueta y pantalón para evitar futuros posibles accidentes como el de esta mañana. Una cartera llena de todo lo que pudiera necesitar, dado el tremendo mal augurio que precedía mi día y salí a la editorial.

Cómo quedaba cerca de mi casa, llegué enseguida y caminando. No me arriesgaría a tomar el coche hoy, igual atropellaba a otro sexy personaje.

— Buen día Gastón, me alegro de verte.— le digo al guardia de la puerta, era mayor ya y había estado enfermo.

— Buenos días señorita Nicole.

Seguí saludando a todos los que iba encontrando según avanzaba a mi oficina.

Una vez allí dejé todo, tomé el documento de los apuntes para el cliente y me dirigí a la oficina de Robert.

— Buenos días, ¿Se puede?

No esperé que me dejaran pasar, si ya me habían llamado y en quince minutos estaría aquí el cliente, pues era obvio que podía pasar.

— Que bueno que llegas Nikky, que pesado está Robert, dile que todo va a ir bien. — me besa mi amiga, y mi otro jefe me repasa con la vista. Su descaro no cambiaba.

— Muy guapa muñeca, tú sí que sabes impresionar a los clientes.

— No te hagas el gracioso Robert, sabes que no lo soporto.

— Venga Nikky, hubo una época en la que te encantaba. — que molesto es con eso siempre.

— Si Robert, tu lo has dicho, hubo... Y justamente dejó de haberla, por lo mujeriego que eres y que siempre has sido y porque eres mi jefe, mi amigo y nada más.

— Amo estos momentos entre ustedes, me siento tan ignorada que da gusto. Cabrones...

Mi amiga, era única, le encantaba que le diera raspes a Robert. Me usaba para eso, y es que él también, me lo ponía a huevo.

Tuvimos una historia en la universidad, pero el es un mujeriego irremediable, y yo ya pasó de esos hombres. Ahora mismo solo quiero vivir mi vida y crear mi futuro, sola.

Ya habrá tiempo para buscar pareja. Si es que existe alguien que cumpla un mínimo de mis expectativas. Soy un poco tiquismiquis en ese sentido.

— Bueno, ya que no te puedo convencer de volver a jugar en mi liga, podemos entrar en materia.

— Estás plasta hoy...

Le dice Letty y nos sentamos al frente de el, acomodó sus piernas sobre el buró y nos hizo señas para que presentaramos todo lo que teníamos listo para el cliente.

Diez minutos después, con un café en mi mano y los documentos en la otra, escoltada por Robert y Letty, entramos a la sala de reuniones.

El bendito cliente llegaría mañana, pero se adelantó pues según él, debía viajar.

Era un niño mimado de su papi, que como ya no sabía que hacer con su dinero decidió escribir un libro sobre temas empresariales, según su visión, sería una especie de guía para quienes quisieran emprender negocios tan fructíferos como los suyos.

¡Cómo si la gente de clase baja pudiera montar conglomerados leyendo un libro!

Pero como mi trabajo era editar lo que escribían otros, yo me dediqué a lo mío y ahora debía exponer mis decisiones para los ajustes que le había hecho a su libro.

— Espero que no sea demasiado egocéntrico, porque la verdad he trabajado mucho en su libro. No me gustaría que un malcriado viniera a tirar por el balcón mi trabajo.

La mirada de Letty me indicó que cerrara la boca.

Lo que cerré fueron mis ojos, como todo el maldito día, otra cosa me salía mal.

Sabía sin girarme que el cliente estaba detrás de mí, oyendo todo lo que había acabado de soltar por la boca. Definitivamente yo no sabía callarme, era una facultad que dios me negó.

— Haré mi mayor esfuerzo, señorita, para no lanzar por mi balcón su trabajo, hoy he visto demasiadas cosas por los balcones como para sumar mi libro también.

Me giré despacio, enderezando mi cuerpo que estaba inclinado sobre la mesa acomodando las cosas y cuando nuestros ojos hicieron contacto, su maldita bendita sonrisa se ensanchó.

— ¡No puede ser!— dije.

Tierra trágame ahora mismo y no me escupas jamás.

Mi maldito vecino, el puñetero estaba ahí, fabuloso, metido en un traje negro que le quedaba incluso mejor que los anteriores atuendos que le había visto en el transcurso de la mañana.

¿Dios, por qué me castigas?

Encima que me lo mandas para torturarme, lo creaste a imagen y semejanza de mi más oscuro y sexy personaje ficticio.

Pero este que me sonríe con sorna, es de verdad...

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