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Capítulo 1: Los Ojos Del Lobo (Parte 1)

Rusia, Moscú.

Con las luces apagadas, en una habitación fría, amordazada, herida, lucho y resisto. Confronto el huracán que me sacude, me siento más vulnerable al desconocer las intenciones de mi captor.

Me hago ovillo sobre una delgada colcha, intentando dormirme a pesar de la incertidumbre. La bruma es pesada, más que mis párpados renuentes a cerrarse. El silencio es desolador. Me aplasta y me cierra la tráquea. El aire se va, los miedos desnudan mi alma, no existe una barrera, un muro, nada que me aparte del peligro.

Nada me aleja de la extinción.

La espesura de lágrimas brota con afán, no creo poder librarme de la muerte. Lo último que recuerdo es ser golpeada con fiereza, quedando inconsciente. Me duele cada músculo, siento un dolor inconmensurable que se desplaza a través de mi dorsal y me arranca el corazón.

Muero de hambre, solo recuerdo llevar migajas a mi estómago las últimas semanas, lo que no es suficiente para mi sistema.

Lloro, los espasmos no cesan, la intensidad de la sensación es apabullante, quema vilmente. Duele mi garganta, la presión me acorrala en la desesperación, y no me muevo porque mis extremidades están débiles.

Exánime se me vuelve cuesta arriba luchar.

Escucho pisadas fuertes, mi corazón galopa con fuerza. Crucé mi órgano vital dando volteretas despiadadas que provocan un ritmo azaroso. Me hago más chiquita en posición fetal. Con las manos temblorosas aferró la colcha, intento dormir, y me delata mi respiración enloquecida.

El sonido estridente de la puerta anuncia la llegada del sujeto pernicioso. Aprieto los dientes en la tela.

—Luna Miller —pronuncia mi nombre en un tono gélido, su voz profunda genera una desagradable sensación, puedo adivinar sus perversas intenciones que saturan cada fibra de mi ser —. Luna... Sé que no estás dormida, levántate, es una orden.

Es rudo, no esperaba sutileza de su parte, y solo una cosa me encarcela, estoy débil y no puedo acatar su demanda.

Lanzó un quejido cuando se dio la luz de golpe. La claridad impacta fuerte contra mi globo ocular. El hombre me quita la mordaza, por primera vez mis ojos inspeccionan aquel rostro. No es el italiano que me tenía apresada, es otro sujeto de rasgos sombríos, aún así su atractivo me resulta atrapante.

Se inclina a mí en cuclillas, de cerca sus facciones me quitan el aliento, es una mezcla de dominio, posesión y peligro exudado a la vez que un deseo esporádico nace dentro de mí. Su modo de actuar y de cada accionar revela poder. Debo de estar alucinando, lo creería si no sintiera pinchazos de dolor en todo el cuerpo. Me perforan sus ojos verdes grisáceos, es una tormenta calcinando, su cabello azabache es abundante, es un corte de cabello Comb over, hacia un lado que no le sienta nada mal. Su sonrisa... su sonrisa me paraliza, no salgo de la consternación, del eclipse que ha causado su imponente cercanía.

Debo de estar desvariando.

—¿Sabes por qué estás aquí? —cuestiona ejerciendo fuerza en el agarre en mi barbilla.

No digo nada, la verdad ya no tengo idea de quién soy, tantos sucesos en hilos me han robado la identidad, dudo de mi origen. Se ha desatado un debate en mi cabeza en torno a probabilidades verosímiles, también sin sentidos; tal vez soy un error, sí, ellos me tomaron erróneamente, soy una equivocación. Me volveré loca si continúo dándole vueltas al asunto.

Todo es tan absurdo.

Rechazo de plano que mi padre tenga que ver algo en esto, no es del tipo que se involucra en negocios sucios, es recto y justo, tampoco pinta a un arreglo de cuentas. Papá no es malo, no encuentro motivos que lo aten a esta situación.

De modo que me quedo callada.

—No, no lo sabes. Estás en mis manos, hermosa americana.

¡Maldito infeliz!

Furiosa le escupo en la cara.

—¡Vete al infierno, idiota! —exclamó tan fuerte que desconozco mi voz, me araña la garganta.

Su expresión se endurece, se desfigura en el gesto malévolo que me despedaza en un santiamén. Es tácito en sus orbes que vengará mi osadía. Me arrepiento, la forma en que me mira es un rifle que dispara, la potencia son miles de balas penetrando mi temores.

—¡¿Qué demonios crees que haces?! —ruge feroz, de un manotazo hace girar mi rostro.

Las lágrimas se agolpan con brutalidad, el lado izquierdo de mi cara arde, es una herida más, otra estocada. El azote que ha asestado con fiereza, resquebraja lo poco que queda de mí.

Tengo el alma en un hilo.

Cubro mi rostro atrapando los sollozos que escapan de mis temblorosos labios. Su violencia me destruye por fuera, y en el fondo quiero agarrarme con fuerza a los cristales de una fortaleza que alumbra todavía en tempestad.

Deseo creer que los tumbos me fortalecen, aunque ahora los piquetes absorben todo y me dejan en el letargo.

No emito una sola palabra, mis cuerdas vocales han enmudecido, y mis ojos expresan furia, en un tonto intento por reclamar su maltrato, lo calcino. De pronto aproxima su pulgar, me le quedo mirando, es un sostenimiento que tambalea, mordaz. Entonces aprieto los párpados al sentir su tacto infernal, la astucia de sus dedos levanta una vorágine que congela.

Busco piedad, a tientas y en silencio, implorando y rogando deseo con fervor que se apiade de mí.

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