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Capítulo 2: ¿Es su hermanastro?

¡Oh, Dios, por favor, sálvame!

Isabella susurró una plegaria, con el corazón lleno de desesperación, como si la guadaña de la Parca hubiera vuelto a descender sobre ella.

"Isabella, ¿qué te pasa? Estás muy pálida", Grazia notó la angustia de Isabella y la miró con preocupación.

Isabella negó con la cabeza, tratando de parecer menos vulnerable. Sin embargo, cuando la mirada del hombre se posó de repente en ella, Isabella sintió como si le hubieran cerrado la garganta, impidiéndole respirar correctamente, como si fuera un pez varado en la orilla, luchando por respirar cada vez que abría la boca.

Siempre reaccionaba así cuando se enfrentaba a un peligro del que no podía escapar, con una abrumadora sensación de asfixia, como un pez fuera del agua, incapaz de respirar incluso cuando boqueaba desesperadamente en busca de oxígeno.

Era tan tímida, tan temerosa. Su coraje se había agotado hacía mucho tiempo, cuando vivía con su tía y su prima, soportando un tormento sin fin.

Mientras Isabella luchaba contra sus demonios internos, vio que el rostro helado de Emanuele se descomponía en una sonrisa, ¡una sonrisa bastante peculiar!

Vaya, ¡también la había reconocido! Todo el cuerpo de Isabella se sintió como golpeado por una ola de frío y sus músculos se tensaron involuntariamente. Temía que aquel hombre le disparara delante de todos.

La gente a su alrededor era completamente ajena a su situación. Grazia fue la primera en acercarse y abrazar a Emanuele, y él le besó la parte superior de la cabeza, diciendo: "Lo siento, llego tarde".

Después, también abrazó a Sophia.

Luego, Sophia llevó a Isabella hacia Emanuele.

"Emanuele, ésta es mi hija, Isabella Gould. A partir de ahora será tu hermana".

"Hermana", dijo Emanuele lentamente, como si le costara digerir la palabra. Su rostro aún mostraba aquella sonrisa un tanto peculiar, y la intención criminal se arremolinaba en sus iris. Extendió la mano hacia Isabella. "Isabella, encantado de conocerte".

Isabella se quedó mirando la mano grande y robusta de Emanuele. Era la misma mano que había estado cubierta de sangre no hacía mucho, la mano que había matado a un hombre a sangre fría, y que casi la había matado a ella también. Por alguna razón, el estómago se le retorció de malestar. ¿Cómo iba a tener el valor de darle la mano a Emanuele?

Dios, seguía sin entender lo que pensaba su madre. ¿Por qué había elegido casarse con un capo de la mafia retirado cuando aún era joven, guapa y tenía tantas otras opciones?

Casarse con una familia así era como entrar en el infierno. Y ella, como hija de Sophia, no tenía más remedio que enfrentarse a las puertas abiertas del infierno.

El hombre que tenía delante era la parca que le había dado la bienvenida.

Al ver que Isabella dudaba si estrecharle la mano, las cejas de Emanuele se fruncieron ligeramente y su boca se volvió hacia abajo. Mostró signos de irritación, pero se contuvo.

"Ya que vamos a ser familia, permitiré esta pequeña falta de etiqueta", dijo Emanuele.

Isabella apenas tuvo tiempo de respirar aliviada cuando Emanuele la abrazó de repente.

Su abrazo era amplio, fuerte e inflexible. Cuando la mejilla de Isabella rozó su pecho, la dura textura le hizo estremecerse ligeramente. Al mismo tiempo, la envolvió un abrumador aroma de masculinidad, con toques de colonia amaderada y un tenue y evasivo olor a sangre, que asaltó sus sentidos.

"Pero sólo por esta vez", el aliento caliente de Emanuele rozó la oreja de Isabella mientras susurraba en un gruñido bajo, "me arrepiento de no haberte matado antes".

Sólo con esas palabras, el cuerpo de Isabella se tensó. No pudo evitar recordar la experiencia cercana a la muerte de antes. Le dieron ganas de gritar y huir de aquí.

Afortunadamente, Emanuele la soltó rápidamente.

Los otros vieron a Emanuele saludar a Isabella y ahora se preparaban para comer.

"¡Comamos primero!" Grazia instó a Isabella, conduciéndola hacia el comedor. Sophia y Leo la siguieron.

"No tengas miedo de Emanuele", tranquilizó Grazia a Isabella, que estaba obviamente nerviosa. "Aunque parece un poco intimidante, en realidad es una buena persona".

¿Sólo parece intimidante? Vaya, Isabella no pudo evitar pensar, ¡es prácticamente un demonio!

Ahora, Isabella estaba llena de arrepentimiento extremo. ¿Por qué tenía que estar aquí? Aunque le había dado la espalda, seguía percibiendo a Emanuele detrás de ella, observándola como una serpiente venenosa, sin poder esconderse.

Aunque había hecho todo lo posible por no pensar en Emanuele, su abrumadora presencia era imposible de ignorar. Era como un huracán de categoría 5, y aunque permanecía inmóvil, era imposible no prestarle atención.

La casa era inmensa, y el lujo extremo que había experimentado en el salón continuaba en el comedor.

A diferencia de la pequeña mesa redonda de su familia, ésta era larga y estaba cubierta por un suntuoso banquete. Las velas ardían lentamente en los candelabros, y un jarrón en el centro de la mesa estaba lleno de rosas y lirios frescos, relucientes de gotas de rocío.

Leo indicó a los criados que sirvieran champán y dijo: "Después de esta noche, todos somos familia".

Todo parecía perfecto y prometía una cena agradable. Sin embargo, Isabella había perdido por completo el apetito porque Emanuele había elegido sentarse a su lado, a pesar del gran tamaño de la mesa y de los numerosos asientos vacíos.

Antes de tomar asiento, Emanuele había preguntado cortésmente: "No te importa que me siente a tu lado, ¿verdad?".

Isabella estuvo tentada de decir que sí, pero se contuvo. Sus buenos modales le decían que hoy era la primera vez que cenaba con su madre y su padrastro. No quería meter la pata ni avergonzar a su madre en esta familia.

"No me importa", consiguió decir Isabella, casi una palabra cada vez.

Su respuesta divirtió mucho a Emanuele. Se volvió aún más desenfrenado, colocando la mano en el respaldo de su silla. Cuando nadie miraba, le acarició suavemente la espalda.

La chica tenía una figura menuda y curvilínea. A través de su fina ropa, podía sentir la suavidad de su espalda, un leve calor que le hacía sentir como si estuviera acariciando a un gatito, y se sintió incapaz de parar.

Su mirada recorrió sin pudor su pecho. Aunque iba vestida con modestia, podía ver las curvas de sus pechos, que subían y bajaban con cada respiración.

Isabella se sintió irritada por su tacto y no pudo evitar mirarle fijamente. "¡Por favor, respétame!"

Hasta los conejos muerden cuando se ven acorralados, y ella podía tener miedo, pero eso no significaba que no tuviera agallas.

Sin embargo, a Emanuele le hizo gracia su reacción. Era tan frágil, tan menuda, su cuello era tan delicado que parecía que podría rompérselo fácilmente con un poco de fuerza.

Esto la hizo aún menos amenazante, incluso linda, a sus ojos.

Demasiado tonto, pensó Emanuele, esta cosita realmente no conocía su lugar, ¿se atrevía a provocarlo?

La última persona que se había atrevido a desafiarlo había sido arrojada como comida para perros.

Con estos pensamientos en mente, Emanuele alargó la mano y agarró la nuca de Isabella.

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