Secretos peligrosos: Mi hermanastro mafioso
Sinopsis
La madre de Isabella se volvió a casar e Isabella se vio obligada a convertirse en hermanastra del actual jefe de la mafia, Emanuele. Este hombre era sanguinario y despiadado, le apuntó con un arma la primera vez que se encontraron e intentó estrangularla en el segundo encuentro. Ella prometió mantenerse alejada de este demonio de hombre. Sin embargo, más tarde descubrió que a Emanuele le gustaba abrazarla, besarla, poseerla e incluso convertirla en la novia más famosa del mundo.
Capítulo 1: Primer encuentro, él quería matarla
Una vez que Isabella Gould terminó de laborar, se dirigió directamente hacia la casa de su padrastro.
Durante poco tiempo, la madre de Isabella, Sophia Hurley, se había comprometido con Leo Lombardi, el antiguo líder de la mafia. Esta noche sería su primera cena con ellos, incluidos los hijos de Leo.
¿Quién iba a imaginar que su madre, aún cuarentona, se casaría con un hombre de casi setenta años? Isabella no tenía ningún deseo de asistir a esta reunión. Era una chica normal y corriente que llevaba veintidós años viviendo una vida rutinaria, con un círculo de amigos siemple, completamente ajeno a la mafia. Aunque sus compañeros de clase a menudo glorificaban a la mafia, Isabella no quería tener nada que ver con esta diabólica organización.
Sin embargo, su madre le había dejado claro que si no venía esta noche, su relación madre-hija se rompería. Isabella no tuvo más remedio que aceptar.
El aire de la noche era frío y estaba impregnado de sangre. Antes de que Isabella pudiera reaccionar, alguien la arrastró hasta un rincón.
"Sácame la bala del brazo", le ordenó el hombre en voz baja, entregándole una navaja suiza. El penetrante olor a sangre envolvió a Isabella, junto con el calor que irradiaba el hombre. Su presencia dominante e intensa amenazaba con consumirla.
Temerosa y temblorosa, Isabella balbuceó: "Yo... tengo miedo".
"No juegues, te he visto salir del hospital", le dijo con voz amenazadora, como si pudiera romperle el cuello en cualquier momento. Isabella, una estudiante de medicina que acababa de empezar sus prácticas en el hospital, no tuvo más remedio que seguir las órdenes del hombre. Aunque desconocía la identidad del hombre, vio la pistola que blandía en la otra mano.
Utilizó la navaja suiza para extraer la bala del brazo del hombre. Era un procedimiento que debería haber requerido anestesia y una operación más precisa, pero el hombre parecía decidido a mantener la discreción sobre su herida, convocándola a ella para la tarea.
A lo largo del proceso, la sangre goteó, pero el hombre solo dejó escapar un gemido sordo, permaneciendo inmóvil. Isabella se maravilló con su resistencia. Afortunadamente, llevaba algunos utensilios de primeros auxilios en la bolsa y, tras extraer la bala, cosió la herida y le puso una venda.
"Ya está", dijo Isabella.
Antes de que pudiera terminar de hablar, el arma del hombre le presionó la frente. Isabella palideció y sus pestañas temblaron de miedo.
"Esta noche, nadie puede enterarse de esto, ni siquiera tú", dijo el hombre con frialdad, apretando lentamente el gatillo.
No mostró piedad ni gratitud por haberle salvado la vida hacía unos instantes. La desesperación se apoderó de Isabella, haciendo que sintiera un fuerte nudo en la garganta. Le resultaba difícil respirar, por no hablar de pedir ayuda.
Necesitaba escapar, pero a su alrededor había calles vacías. No tenía adónde huir.
De repente, Isabella se fijó en una figura sin vida que yacía en las sombras, no muy lejos de ella, con un charco de sangre que se extendía lentamente a su alrededor.
Estaba muerto: el hombre que tenía delante acababa de matarlo.
La desesperación se apoderó de Isabella. En sus veintidós años de vida, nunca había visto morir a nadie en la calle, y mucho menos unos instantes ante sus ojos. Incluso podía sentir que el cuerpo aún estaba caliente.
Y ahora, ¿estaba a punto de correr la misma suerte?
En ese momento, sonó el teléfono del hombre.
"¿Papá? Sí, ahora vuelvo", dijo el hombre, terminando la llamada y mirando a la chica, cuyo rostro se había vuelto pálido por el miedo.
Tenía un aspecto apacible, con ojos parecidos a los de un ciervo, pero en ese momento estaba envuelta en la sombra de la muerte. Frágil y delicada, parecía una muñeca de porcelana, lista para hacerse añicos al menor roce.
El hombre enfundó por fin su pistola y le dijo: "Hoy tienes suerte".
Isabella tardó unos diez minutos en recuperar la compostura. La experiencia cercana a la muerte la había dejado hecha un mar de lágrimas.
¡Un demonio! Hoy se había encontrado con un demonio. El hombre, que pertenecía claramente a la mafia, era lo bastante audaz como para matar a plena luz del día, sin perdonar ni siquiera a una inocente como ella. Pisoteaba la ley sin ningún remordimiento.
Esperaba no volver a cruzarse con él.
Isabella se aseó apresuradamente, quitándose las manchas de sangre del cuerpo, y se dirigió a la casa de su padrastro.
La mansión era grandiosa, con un guardia de seguridad cada diez pasos, vigilante e imponente. Tras comprobar su identidad, registraron a Isabella antes de permitirle la entrada.
Isabella siguió al mayordomo hasta la villa, donde Sophia la vio e inmediatamente corrió a abrazarla.
Besó la mejilla de Isabella y le dijo: "Cariño, sabía que vendrías".
"Mamá, hoy estás impresionante", la felicitó Isabella.
Sophia llevaba un vestido color champán que brillaba bajo las arañas de cristal, como una sirena. No le gustó del todo el atuendo de Isabella: una blusa verde oscuro y una falda negra. Era una elección discreta, pero la juventud y la belleza de Isabella hacían que funcionara.
"Ahora que trabajas, deberías arreglarte más para las reuniones", le dio Sophia a Isabella en el hombro y continuó: "¿Y por qué hueles a sangre?".
Isabella se apresuró a explicar: "Probablemente, sea del hospital".
Sophia no insistió más. Llevó a Isabella al salón, donde conoció a su marido, Leo, y a la hija de éste, Grazia.
"Hola, tío. Hola, hermana", saludó Isabella con cautela.
Leo asintió, tratando de no asustar a Isabella. Habló amablemente: "Considera este lugar tu hogar ahora. Puedes visitarnos cuando quieras".
Grazia también cogió cariñosamente la mano de Isabella. Era doce años mayor que Isabella, ya estaba casada y tenía una personalidad alegre y extrovertida.
Su aspecto iba a juego con su personalidad: pelo castaño corto, pómulos altos y rasgos faciales afilados. Desprendía el aura de alguien vivaz y animada.
"Isabella, Sophia me ha hablado de ti. Es nuestro primer encuentro y estás preciosa. ¿Trabajas en el hospital?", preguntó Grazia.
Isabella asintió.
"Bueno, si alguna vez tengo algún problema de salud, supongo que podré acudir a ti. Eso es estupendo", dijo Grazia con entusiasmo, aliviando poco a poco el nerviosismo de Isabella.
"Pero, sinceramente, ¿dónde está Emanuele? Son más de las siete y todos le estamos esperando", se quejó Grazia. No podían empezar el banquete hasta que llegara su hermano pequeño, y Grazia empezaba a tener hambre.
Al oír el nombre de Emanuele, el corazón de Isabella se estremeció. Aunque nunca había conocido a Emanuele, sabía que era infame.
Emanuele era el jefe de la mafia de Chicago, solo tenía treinta y dos años, pero ya era una figura que infundía miedo en todo el país. Había acabado con más vidas que postres había comido Isabella. Y, sin embargo, gracias a su juventud, carisma y atractivo, contaba con muchas seguidoras.
Pero no Isabella.
Era lo suficientemente lista como para resistirse a involucrarse con esta familia, pues sabía que una vez que te enredabas con ellos, era increíblemente difícil salir ileso.
Justo entonces, oyeron el sonido de la puerta abriéndose, y un hombre alto entró desde la oscuridad.
Medía más de metro ochenta, el más alto de la sala, con un físico musculoso y robusto. Llevaba una camisa negra, con los dos botones superiores desabrochados casualmente, que dejaba ver unos músculos vigorosos y bien definidos. Exudaba un aire de dominación, como el lobo alfa de una manada salvaje.
Sin embargo, su rostro poseía una belleza extraordinaria y noble. Su fuerte mandíbula estaba cubierta por una barba negra y sus ojos castaño claro eran profundos y fríos. Incluso sin decir una palabra, una sola mirada suya hacía que la gente contuviera involuntariamente la respiración.
Isabella no pudo evitar un escalofrío al verle la cara. Si no fuera por el apoyo de Grazia, podría haberse derrumbado allí mismo.
Era él.
¡El hombre que había intentado matarla en la calle hacía unos momentos! Un demonio con forma humana.