Capítulo 6. Perfecta
Por Alejandro
Pasó la semana y la chica nueva respondía excelente a todo lo que le pedía, ya sean informes, comunicaciones al exterior o preparar la sala de juntas.
Lo que no me gustaba era que cada gerente, director o empresario que venía, tenía un halago para ella.
Parecía que todos quedaban fascinados y si nos traía café o algún informe, a todos se le iban los ojos detrás de ella.
No es que se vistiera provocativa, lo suficiente para ser atractiva, pero toda ella era una tentación.
Le dije que vaya a personal y arregle con Susana el tema de su pasaporte.
Lo hizo sin preguntar demasiado.
El lunes llegué con otro dolor de cabeza terrible, producto de demasiado alcohol y poco descanso.
Me trajo 2 aspirinas y un café doble.
—Perdón, señor, pero si prueba masajeando la cien, hay un punto estratégico que…
—¿Sos enfermera?
—No...
No sé porque la trato así, en realidad lo sé, trato así a todo el mundo.
Pero me dio la idea de pedirle que sea ella quién me masajee, la próxima vez se lo pido.
Si bien no le insistí con que nos acostemos, esa idea no la descarté.
Llegué a la oficina con una chica, que era del tipo de mis preferidas, platinadas, buenas piernas, alta y tetas bastante grandes, le dije a Valeria que nadie me interrumpa.
Por supuesto que al rato, en todo el piso, se debía estar escuchando los gemidos de esta mujer, que por cierto no eran tan agradables, eran demasiado fuertes, ya me estaba aturdiendo y las tetas, si bien eran grandes, las tenía bastante caídas.
Las prefiero no tan grandes y más paradas.
Pero ya que estaba, una cogida no me vino mal.
Cuando le dije que tenía que seguir trabajando, me dijo que me esperaba a que termine de trabajar.
Mierda, tenía bastante trabajo.
Me insistió para que cenáramos juntos.
Me molestan las mujeres insistentes.
Sin darle opción, le dije que le deje los datos a mi secretaría, así la llamaba.
La saqué casi de prepo.
—Valeria, tomale los datos a la señorita, en mi agenda personal, tengo una reunión urgente.
La dejé allí y cuando estaban las dos juntas, no pude evitar compararlas, mierda, que bella era mi secretaria, no muchas mujeres la igualan y menos aún la superan.
Unos minutos después veo como la seguridad del edificio la acompaña hasta la puerta de calle, sí, no me gusta que haya gente extraña dando vueltas.
Llamo por el interno a Valeria.
—¿Le tomaste los datos?
Le pregunté cuando se presentó en mi oficina.
—Sí señor.
—Borralos.
Me miró sin comprender.
—No da para dos veces.
Le digo como si fuese mi amigo Omar.
—Ya los borro...señor.
Ahora sí, que no me diga que ese ¨señor¨ fue con respeto, porque me sonó a que fue totalmente sarcástica.
Al día siguiente salí con una chica bastante bella y agendé su nombre y su número de celular.
Cuando vi a Valeria le pedí que le mande un ramo de flores y alguna joya y que firmara por mí, la tarjeta.
—¿Qué quiere que diga la tarjeta?
—No sé, lo que se te ocurra, sos bella, que la pasé bien, cualquier cosa de esas, es lo mismo, agrégale un collar, o aros, algo así, nunca, jamás, un anillo.
Al día siguiente salí con esa mujer, aunque terminado el sexo, ya no me atraía para nada.
Así soy yo, no hay mujer en el mundo que me llame la atención por mucho tiempo.
Cuando llegué a la oficina al día siguiente, veo a Valeria hablando con el director de la cadena de perfumerías, la estaba seduciendo y como hombre experimentado, supe el deseo que ella provocaba en él, es el mismo deseo que provocaba en mí.
No era posible que ella me rechazara a mí y acepte a ese infeliz.
Me puse de mal humor.
—Carlos ¿Qué necesitás?
Mi voz salió más alta de lo que pensaba, Valeria se sobresaltó.
—Te estaba esperando, mientras me deleitaba hablando con tu nueva secretaria.
Lo dice delante de ella y Valeria le sonríe.
Nunca me sonrió así, las sonrisas que me brindaba eran por compromiso.
¿Acaso le gustaba este idiota?
Entramos a mi oficina y me habló de unas importaciones, no estaba seguro de lo que estaba hablando, yo estaba furioso y no sabía bien por qué.
No le di ninguna respuesta, no la tenía, le dije que lo hablara con Omar.
Cuando salió de mi oficina, en lugar de irse hacía el ascensor, se dirigió hacia el escritorio de Valeria, salí detrás de él y la llame con muy malos modos.
Vino enseguida, creo que la asusté.
—Sí señor, dígame.
Le estaba por decir que acá no se venía a coquetear con nadie, pero me di cuenta que podía pensar que estaba celoso y no era así, para nada.
—Tenemos que viajar en 5 días a Estados Unidos, reserva dos habitaciones contiguas, fijate en alguna agenda a qué hoteles voy siempre, vamos por una semana, en mi avión.
—Sí, señor.
Y otra vez esa sonrisa de compromiso.
—Hablá con Susana, por la ropa, necesito que lleves dos vestidos de cóctel.
—Sí, señor.
Me contestó ruborizándose.
Vamos que con ese cuerpo y esa boca no puede ser tímida.
Sigo de mal humor, decido llamar a alguna de las chicas que alguna vez pasan por mi oficina.
A las 11 de la mañana escucho como se presenta ante Valeria.
—Me citó Alejandro.
—Ya la anuncio, señorita ¿Su nombre?
—Gigi.
Suena mi interno y la anuncia.
Gigi era escultural, nada discreta para vestirse, casi ordinaria, pero sumamente sexi.
Rubia platinada, pechos hechos, que parecían que se iban a salir de su escote, alta, piernas largas, su culo no era el mejor, pero con todo lo demás estaba más que bien.
Una hora después y luego de una mamada y un rapidito, le pido que se vaya, otra más a la que no le gustó nada, yo tengo trabajo ¿Qué pretende?
Pero como alguna que otra vez la llamo, aguantó la situación.
Como si supiera que hacer, Valeria ya había llamado a seguridad y cuando salimos de mi oficina, estaban esperando a Gigi.
Miro a Valeria y tiene esa sonrisa que me suena tanto a compromiso.
Las miro a las dos juntas y mierda, que bella es Valeria, pese a que Gigi era casi de mi altura y las tetas le salían por el escote, parecía ordinaria y mucho, contra la sugerencia de Valeria.
De todos modos, en cuanto se cierran las puertas del ascensor le pido a Valeria que le mande alguna joya y le recuerdo que no sea un anillo.
Es que las mujeres son locas, cualquier anillo y piensan que ya les propongo casamiento.
Estoy saliendo a almorzar y escucho que habla por teléfono.
—No Emi, mañana trabajo, no puedo salir esta noche y olvidate que me ponga el vestido rojo, no grites amiga, ok, voy un rato y solo por acompañarte y porque lo inauguran hoy.
Tomo nota mental y en el almuerzo le pregunto a Omar qué pub, disco o boliche inauguran hoy.
A lo mejor lo sabía.
—¿No tenés idea de todo lo que vamos adquiriendo?
—No mucho.
—Hoy inauguramos un pub, de 3 pisos, que los jueves, viernes y sábados, por la noche, se hace disco.
—Tenemos que ir.
Me mira sin comprender.
—Escuche a mi secretaria hablar...
—¿No te la volteaste?
—No, no tuve tiempo, pensaba hacerlo en Estados Unidos, me voy en 2 días.
Cuando volví de almorzar, ella no estaba, pero me había mandado un mensaje diciendo que estaba con Susana.
Llega una hora después con bolsas de una de nuestras boutiques.
Muero por ver que le eligió Susana para el viaje.
A esta altura, Susana ya debe saber que no me acosté con mi secretaria, nunca había pasado del segundo día para tener sexo.
Susana sabe que me gustan las mujeres llamativas, espero que los vestidos que le separó a Valeria sean de mi agrado.
Estábamos en el sector más exclusivo del pub, siempre salimos con Omar y con Gastón, que es otro de mis mejores amigos, solemos ser inseparables los tres, pero Gastón estaba de viaje y en ese momento solo estaba con Omar, alguna que otra vez vienen Carlos y también algunos de los directores de nuestra edad.
Hoy no le dije a nadie, no quería que vean a Valeria fuera de la oficina, tampoco me lo confesé tan abiertamente.
Vemos a unas chicas, eran 5 o 6, bailando solas, todas vestidas muy llamativas.
—Qué tetas tiene la de blanco.
Me dice Omar.
La miro, pero mi vista se detiene en una chica vestida de rojo.
—La que está al lado de la de blanco, es tu secretaria.
Era la que estaba mirando.
No parecía ella.
Tenía puesto un vestido de infarto, minifalda, corto, más que corto, con unos aros o argollas que lo unía a los costados y en las mangas tenía ese mismo detalle, era ajustado y desde donde estábamos nosotros, parecía que con eso no podría usar ropa interior.
Pensé en eso y mi sangre se alborotó.
Bajamos juntos las escaleras.
Omar iba de cacería con la que estaba vestida de blanco.
Estaba buena, pero a mí me eclipsaba Valeria.
Cuando me vió, yo ya estaba al lado de ella.
Se asombró de verme.
Me sonrió y no por compromiso, la desconcerté.
—Hola.
—Hola.
La tomé de la mano y la llevé a un rincón.
Era perfecta.
Tenía sandalias altísimas, me llegaba a la nariz, normalmente con zapatos de taco me llega, a la boca y ese vestido… debía ser el que le dijo a su amiga que no se iba a poner.
No tenía corpiño y no sé si tenía bombacha.
No podía desviar la vista del pecho, no era tan escotado, pero le adivinaba lo que tenía debajo.
Le quedaba como un guante.
Sin soltar su mano, con mi otra mano la agarré de la cintura.
Sentí que un rayo atravesaba mi cuerpo.
—Sos hermosa.
Dije sin poder ocultar el deseo en mis ojos.
—Señor…
—¡Dejá de decirme señor!
La miro a los ojos, estaba bastante más maquillada que en la oficina.
Desvié mi mirada a su boca.
Le solté la mano y la llevé hasta su nuca, me pegué más a ella y la besé, con las ganas que tenía de hacerlo desde que la conocí, parecía hambriento y eso sentí, que la tenía que devorar.
La mano que tenía en su cintura la subí hasta su pecho y sentí, a través de la tela, como su pezón se ponía duro, tuve que reprimir un gemido y juro que no sé si temblaba ella o yo.
Perdí la cabeza en su boca.
Una mano la deslicé por su cola.
Mi miembro estaba duro, parecía que iban a explotar mis pantalones y ella lo sentía, lo sé.
Estaba tan excitada como yo, los besos me los devolvía con ardor.
Moría por subirle el vestido y enterrarme en su intimidad, aunque sabía que no lo podía hacer en ese lugar.
Esta mujer me había embrujado.
No podía soltarla, hasta que me di cuenta que yo no tenía control de mi cuerpo, la tenía que hacer mía y ya.
—Vamos.
Le dije, tomándola de la mano.
Ella no se movió.
—Valeria, vamos.
—No, los besos fueron una equivocación.
—¿Qué decís? Vamos.
—No, no me voy a acostar con vos.
La miré asombrado, nunca una mujer me había rechazado y menos después de haberla besado, la sentí temblar o temblé yo, no sé.
Creo que fuimos ambos.
Pero me devolvió los besos, le toqué el pecho, me sintió...
Nunca una mujer me quemó por dentro como lo hizo ella recién.
Di la vuelta, tampoco le voy a rogar, a nadie.