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Capítulo 2

El corazón de Maya empezó a latir con fuerza y las palmas de sus manos empezaron a sudar. Las apretó con fuerza. - Está bien. - La señora hizo una reverencia, a punto de irse.

- Lamento preguntarte, pero ¿podrías decirme tu nombre? - preguntó Maya deteniendo a la mujer. Se giró hacia ella con sorpresa en sus ojos.

- Me hubiera gustado presentarme mañana pero os lo diré ahora. Soy Rosa. -

- Rosa.- repitió Maya. - Gracias – murmuró sinceramente.

Rosa se sorprendió ante las palabras de agradecimiento, pero lo ocultó. Hizo una nueva reverencia antes de irse, dejando a Maya sola. Con el corazón acelerado, tomó el pomo de la puerta y la abrió.

Al entrar en su habitación, se encontró con la oscuridad. Solo la tenue luz del otro extremo de la habitación y la noche iluminada por la luna iluminaban la habitación. Un sudor frío se apoderó de ella. Sus ojos pronto se acostumbraron a la tenue luz de la habitación y pudo encontrar la silueta del hombre en la ventana.

- Me lo pidió por mí, Su Alteza - anunció con voz tranquila. Al menos estaba agradecida por ello.

-Sí, lo hice. - Respondió él, su voz profunda resonó por toda la habitación. Se giró hacia ella y sus ojos parecieron brillar en la oscuridad. Maya contuvo la respiración. Él caminó hacia adelante y luego se detuvo.

- ¿ Puedes verme? - preguntó.

- En realidad no, alteza. - Respondió Maya con sinceridad. Observó cómo encendía otras velas para añadir más luz a la habitación.

- Me disculpo. A veces olvido que no todo el mundo disfruta de la oscuridad como yo. - Dijo. Curiosamente, sonaba a disculpa. ¿Por qué lo lamentaba?

Con más luz en la habitación, Maya pudo ver al hombre con claridad y su habitación. No pudo evitar que se le escapara un jadeo. Su habitación era hermosa. Estaba bañada en plata y la luz negra reflejaba la luz, lo que la convertía en una vista elegante. Se obligó a mirar al rey.

Bañado por la luz de las velas, lucía majestuoso. La miraba con diversión en sus ojos. - ¿Te gusta? -

- Sí, nunca había visto nada igual - respondió ella con sinceridad y en voz baja.

- Me alegro de que lo hagas. Acércate más. - Dijo, haciendo un gesto hacia sí mismo. Ella hizo lo que le dijo, inclinándose una vez que estuvo lo suficientemente cerca. Levantó la cabeza para mirarlo, pero no vio la mirada de hostilidad que esperaba. Ni siquiera odio. Sus ojos la recorrieron y una mirada satisfecha cruzó sus rasgos.

—¿Te acuerdas de mí? —preguntó . Lo repentino de la pregunta la hizo sobresaltarse. Lo miró fijamente, preguntándose si alguna vez había visto a ese hombre. Había oído historias sobre su reino, pero en realidad no les había prestado mucha atención.

- Me temo que no recuerdo haberla visto antes, Su Majestad. - Respondió ella con voz sincera.

- ¿ De verdad que no? - preguntó él, arqueando una ceja. Ella negó con la cabeza. Él se puso las manos en la frente, frotándosela. - ¿Cómo demonios voy a explicarte que irrumpí en tu reino si no puedes recordarme? - murmuró para sí mismo, pero ella lo escuchó. Su confusión aumentó.

Maya se agarró el dobladillo de la bata, con las manos sudorosas. Por fuera, parecía tranquila y serena. Acercándose a ella, le inclinó la cara hacia arriba.

- Mírame bien y trata de recordar. - Le imploró, sus ojos plateados clavándose en los de ella. Maya levantó la mirada nerviosa para encontrarse con la suya. Buscó en su cabeza y trató de recordar dónde había conocido a ese hombre antes.

Mientras lo miraba, una sensación de familiaridad comenzó a instalarse en ella. Esos ojos... los había visto antes. ¿Dónde los había visto? Una a una, las imágenes vinieron a su mente. Las imágenes de una época que había olvidado. Había ayudado a alguien con ojos exactamente como esos.

Mientras aún estaba abrazada a él, una intimidante revelación comenzó a apoderarse de ella. Ella ya había conocido a ese hombre antes. Mucho antes de que soñara siquiera con ser rey...

Maya estaba parada frente al espejo del tocador, arreglándose el cabello, con una pequeña sonrisa dibujada en su rostro mientras tarareaba para sí misma. El sol estaba alto en el cielo y podía escuchar a los pájaros cantando en los árboles. Un día perfecto para salir a caminar y recoger hierbas, su actividad favorita. Trenzó su cabello cuidadosamente detrás de su cabeza, dejó que algunos mechones cayeran libremente. Se colocó un lazo y dejó escapar un suspiro de satisfacción.

 

Alguien tocó a la puerta, se abrió con un crujido y una mujer de mediana edad asomó la cabeza. Sus ojos encontraron a Maya y su rostro se iluminó con una sonrisa.

    - Veo que te estás preparando para tu paseo, mi princesa. - Dijo mientras entraba. Maya se giró hacia ella, su sonrisa se hizo más amplia. - Deberías haberme llamado, te habría ayudado a prepararte. -

     - Ya no soy una niña, Nanny Naomi. Estoy perfectamente bien cuidándome sola. - dijo Maya, cogiendo la cesta que contenía las cosas que iba a utilizar. Se fijó en el paquete que Naomi sostenía y sus ojos brillaron. Ya podía adivinar lo que había dentro.

   

     - Vestirte es tarea de una criada, princesa. No deberías hacerlo sola. - continuó Naomi.

      - Y no tenemos nada con nosotros. Además, tienes demasiado trabajo entre manos, no quiero añadirle más trabajo esperando que vengas temprano por la mañana para vestirme. -

Los ojos de Naomi brillaron en desacuerdo, pero no discutió. De hecho, no había nadie en esa enorme villa excepto ella, la princesa y el encargado del establo. De vez en cuando venían ayudantes del palacio, pero nunca vivían allí. En cambio, extendió el paquete en sus manos.

       - Toma, horneé algunas galletas para ti. Deberías comerlas cuando tengas hambre. - Dijo. Maya las recogió alegremente y las colocó en su canasta. Luego se apresuró a darle un abrazo.

      - ¡Gracias, Nanny! ¡Eres la mejor! - Naomi se puso rígida, pero no se apartó. En cambio, le dio una palmadita en la espalda a la jovencita, con una suave sonrisa en su rostro.

       - No tienes por qué agradecerme. Es mi deber servirte. - Respondió Naomi. Maya puso los ojos en blanco, haciendo pucheros.

       - De todos modos te lo agradeceré - murmuró. Fue el turno de Naomi de reírse.

       - Me voy ahora... - anunció Maya, caminando adelante.

      - Está bien, mi princesa. No te quedes fuera hasta muy tarde. - Gritó detrás de ella. Maya asintió. Llegó a la puerta y se detuvo como si recordara algo, volviéndose hacia Naomi.

      - Niñera, ¿hay alguna novedad desde palacio? - preguntó.

Naomi pareció pensarlo por un momento, luego habló. - Oh... El segundo príncipe de Taira estará de visita pronto. -

Maya asintió, en parte satisfecha. - ¿ No hubo invitaciones? ¿Ninguna consulta ?

Naomi meneó la cabeza con tristeza. -Ninguna , mi princesa. - Respondió ella.

Una expresión de tristeza se dibujó en su rostro, pero se disipó rápidamente. Consiguió esbozar una sonrisa. - Está bien. Me voy ahora. - Dicho esto, se dio la vuelta y se alejó de la habitación, sus pasos se disiparon silenciosamente.

Naomi dejó escapar un suspiro, sintiendo pena por ella. Es como si la familia real hubiera olvidado que tenían a una niña en la villa que construyeron para las vacaciones. No es sorprendente si revisas los casos de su nacimiento, pero aun así no hizo que doliera menos. Después de todo, todavía tenía sangre real fluyendo por sus venas y no pidió nacer. La culpa es de la promiscuidad del rey, que tuvo una aventura con una doncella mientras tenía una reina.

Se encogió de hombros, cerrando su mente a eso. No era asunto suyo. Su trabajo es cuidar a la princesa. Y eso es lo que hará

... Maya salió de la villa

y

tardó mucho en acercarse al bosque. Conociendo este lugar como la palma de su mano, tarareaba mientras caminaba, dejando que la atmósfera luminosa la calmara .

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