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Capítulo 1

El aire estaba lleno de humo y un rugiente fuego resonaba en sus oídos, recordándole la destrucción que había caído sobre su reino esa mañana, su cuerpo temblaba, trató de parecer tranquila y serena.

La gente la miraba mientras caminaba por el pasillo, jadeos y murmullos llenaban el aire. Mientras algunos la observaban con asombro, otros lo hacían con odio y disgusto. A ella no le importaba en lo más mínimo. No eran su problema.

En cambio, sus ojos se posaron en el hombre exquisitamente vestido que se encontraba al final del pasillo, con una suave sonrisa en su rostro. Dexter, rey de Taira. La razón por la que su reino cayó. Él era con quien estaba a punto de casarse. Y no, no estaba obligada a hacer esto. Llegó al final y tomó sus manos extendidas, dejando que la llevara hacia el pavimento elevado. El sacerdote se aclaró la garganta nerviosamente recitando algunas cosas.

Apenas podía escucharlo mientras sus ojos observaban al hombre que tenía delante. Enorme, tan enorme que era dominante. Cabello oscuro y rizado y ojos grises que parecían plateados en los días soleados. Hombros anchos y manos muy callosas sostenían las suyas suaves. Una cicatriz en la ceja derecha y en uno de sus labios. El título de "Rey Triant" le quedaba perfecto. Este hombre era un hombre muy aterrador.

Pero él le sonreía y sus ojos emitían una luz muy dulce. Ella le devolvió la sonrisa, aunque forzada.

- Te ves hermosa hoy.- murmuró , su voz profunda provocando escalofríos en su piel.

- Gracias por el cumplido, Su Alteza. Le pido disculpas por no haber podido cuidar más mi aspecto. - Respondió ella.

- No te preocupes, después de esta ceremonia lucirás las mejores ropas y los mejores perfumes. - Le dijo. Ella asintió.

- Ahora, ¿tú, heraldo Maya, aceptas a Dexter como tu legítimo esposo, para amarlo y abrazarlo, en la enfermedad y en la salud, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe? -

Maya inhaló con dificultad. - Sí, lo sé - respondió. Dios, ¿en qué se está metiendo?

- ¿Tú, Rey Dexter...? -

- Lo haré... - respondió Dexter, sin dejar que el sacerdote terminara.

- B-bueno, ahora os declaro marido y mujer. Podéis besar a la novia - dijo el sacerdote.

- Finalmente... - murmuró Dexter antes de inclinarse y besar sus labios. La besó suavemente al principio, sus labios rozando los de ella, pero a medida que el deseo aumentaba, se encontró tomándola más posesivamente, sin importarle que la multitud los estuviera mirando. Solo se detuvo cuando Maya se apartó, jadeando en busca de aire. - Tenemos que terminar esto... Mucho más tarde. - Le dijo. La vio temblar, lo que provocó que una sonrisa creciera en su rostro.

Maya sostenía la mano de su nuevo marido, con el corazón acelerado. Lo miró a los ojos, preguntándose qué ofensa habría cometido para cruzarse en su camino. Su cabeza se quedó en blanco. No podía recordar nada. Pero por mucho que lo intentara, no podía sentir tristeza por su reino caído.

Nadie aplaudió, solo pudieron mirar con indignación mientras el rey alejaba a su nueva esposa del reino en llamas que acababa de conquistar. Pero no entendían una cosa. Él no conquistó el reino porque quisiera. Lo hizo para poder llegar a Maya, la princesa olvidada de Gegoria.

Pero, ¿cómo empezó todo? Seguramente todos los villanos tienen historias de origen. Bueno, Dexter no es diferente, pero su historia de origen es bastante única. Comenzó hace muchos años. A partir de un único acto de bondad de la mujer que ahora llama su Reina...

Maya se quedó parada, observando cómo las sirvientas en su habitación armaban un alboroto, apresurándose para prepararla para la noche con el Rey. Sintiéndose bombardeada por su presencia, sumada a los incidentes que habían ocurrido ese día, le resultó difícil relajarse y disfrutar del trato real que estaba recibiendo.

- Su alteza, es hora de bañarse. - Uno de ellos la llamó. Ella frunció los labios y asintió. Sus manos alcanzaron su enagua y se quedó paralizada.

- ¿No puedo hacer esto sola? No necesito tanta gente. - Preguntó, sintiéndose un poco cohibida.

Casi inmediatamente, sacudieron la cabeza. - Tengo miedo. El propio Rey nos ordenó que los preparáramos .

Maya tragó saliva. Era una orden del rey. No había forma de que pudieran contradecirla. De mala gana, se quitó el vestido que llevaba y se metió en el baño perfumado que le habían preparado, con el corazón palpitando con fuerza.

Comenzaron a bañarla, a lavarle el cabello y a masajearle el cuerpo. Aunque se sentía bien, Maya estaba demasiado excitada para disfrutarlo. En cuanto terminaron, le untaron aceite en el cuerpo, le cortaron las uñas y le peinaron. Le hicieron usar una de las prendas de dormir más hermosas y sexys que jamás haya visto y la perfumaron.

Maya se miró en el espejo y se quedó sin aliento ante la transformación. Nunca había lucido tan hermosa, tan majestuosa. Las criadas captaron la reacción y un rubor tiñó sus mejillas. Habían hecho un buen trabajo.

Alguien llamó a la puerta y entró una mujer mucho mayor. Vio a Maya y una mirada satisfecha cruzó su rostro.

- El rey te pide. - Anunció. El corazón de Maya dio un vuelco. Es hora de ir y enfrentar a ese hombre. Los recuerdos que tenía hoy no dejaban de reproducirse en su cabeza. Cerró su mente a ellos.

- Ya voy -anunció en voz baja. Una de las criadas le entregó una bata, haciendo una reverencia. Maya la recogió, murmurando su agradecimiento. Se la puso inmediatamente. Se volvió hacia la mujer mayor y asintió.

- Estoy lista. - Dijo, su voz apenas era un susurro. La señora mayor asintió, guiándola fuera de la habitación, Maya la siguió. Llegaron al pasillo, sus pasos eran los únicos sonidos que podía escuchar. Ya era tarde en la noche, su reino había sido conquistado esta mañana. El pensamiento no pudo evitar dejar un sentimiento amargo en su corazón.

Finalmente llegaron a una enorme puerta, decorada con oro y muchos diseños intrincados. Debe ser su dormitorio, pensó Maya. Mirarla le hizo recordar los aposentos de su padre. Se mordió los labios y apretó las manos a los costados.

La señora mayor llamó a la puerta. - Su alteza, ella está aquí. - anunció.

—Déjala entrar —respondió secamente. Se volvió hacia Maya.

- Por favor, entra. -

—¿N -no vienes? —tartamudeó Maya, abriendo mucho los ojos mientras miraba de un lado a otro. La mujer negó con la cabeza, con una pequeña sonrisa en el rostro.

- Él sólo te quiere a ti. -

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