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Síndrome de Estocolmo

Miradas se compenetran entre susurros y gemidos.

Nuestras palabras son filtradas entre las sábanas. Quería que me diera más. Quería sentir más.

Y desperté.

Miré aturdida a un lado y al otro, viendo que estaba atrapada y atada en aquellas cuatro paredes. Gritaba y gritaba y nadie me escuchaba. Llevaba un mes encerrada, acorralada y secuestrada.

—¿Hay alguien ahí? —y de repente escuché pisadas huecas acercarse a mi cuarto.

Deseaba que no fuera él.

Pero obviamente era él, era el único que la hacía visitas.

Un paso, otro paso. Y sentía como mi piel se estremecía, haciendo que soltase un gemido ahogado.

Que no sea él. Por favor.

Cerré los ojos y al abrirlos me lo encontré en el marco de la puerta, con un traje negro y una camisa blanca ajustada que marcaba sus pectorales. Un maldito dios.

Sin decir nada empezó a acercarse hacia mí. A paso ligero pero sin pausa, su cuerpo se hacía presencia dentro del cuarto. Se agachó a donde yo me encontraba atada, y me cogió de la barbilla y sonrió ladeado.

—Hola, preciosa. —dijo con su voz ronca, y yo solo sentí como mi piel se erizaba aún más. 

Con solo verlo, unas ganas de besarlo invadían mi cuerpo. Con solo mirarlo, quería tocar su cuerpo, desnudo delante mía. Pero ¿cómo puedo pensar así de mi secuestrador? Me sentía culpable, de pensar así,  mientras que mi familia estaba buscándome, pero era inevitable. Este secuestrador no era como uno cualquiera, era amable, y cuidadoso conmigo. Mi prototipo ideal de chico, que me hizo caer rendida a sus pies. Un hombre que me creaba éxtasis con solo mirarlo, lujuria con solo sentir su piel sobre la mía. ¿Quién podía quitarme estos pensamientos impuros sobre él?

El se acercó a mí y dejo un beso húmedo sobre mis labios, haciendo que yo gimiera. Estaba desesperada, deseosa de sentirlo dentro de mí. Pero, ¿quién pediría a su propio secuestrador, "hazme tuya"? No podía evitarlo.

—Hola, Daniel. —Le llamé por su nombre y le sonreí. 

Un grave error, ya que me miró con cara desafiante, me agarró de las dos muñecas y me las alzó por encima de mi cabeza, dirigiendo su mirada en mí. 

—No vuelvas a llamarme así, ¿entendido? 

—Perdón, amo. —Le dije como le gustaba que le llamasen, y el me miró con superioridad, sin soltarme las muñecas. 

Me sentía indefensa, sumisa. Me sentía suya. 

—Así me gusta. —Soltó mis manos y se dirigió de nuevo a la entrada, encerrándome y quedándome sola de nuevo en aquellas paredes. Pero mi corazón iba acelerado, estaba pesado y sentía como mi parte íntima palpitaba. Con solo su presencia hizo eso en mí, no quiero imaginar lo que haría dentro de mí.

Y no pude aguantar más.

Y como pude, bajé mi mano derecha a mi entrepierna y empecé a acaricirme el clítoris, haciendo que arqueara mi espalda. No podía evitar pensar en aquellos brazos musculados, en aquella barbilla varonil, y esa mirada penentrante llena de autoridad. Empecé a moverme más rápido. Hasta que introducí dos dedos dentro de mi coño humedo. Maldita sea, esto se sentía tan bien.

Aunque las cadenas no me dejasen hacer muchos movimientos, era ideal para poder tocarme.

NARRADOR OMNISCIENTE:

Por otra parte se encontraba Daniel mirando las cámaras, observando como Samanta se estaba tocando, mientras gemía su nombre, lo que no pudo evitar que su miembro se pusiera erecto. Ella no sabía que había cámaras en aquella celda, pero sin duda fue la mejor idea que había tenido Daniel. 

Sintió como su aliento se volvió más pesado, y viendo aquello, bajó sus cremallera, y seguidamnete su pantalón con sus calzoncillos, para empezar a tocar su polla.

Era grueso y largo, perfecto para cualquier chica. Arriba, abajo, arriba, abajo. Empezó a moverse viendo aquellas escenas. Samanta era tan perfecta, tan caliente, que no pudo evitar soltar un gruñido al ver como ella se tocaba fuertemente. 

—Joder... —Es lo único que pudo decir, para después correrse y ver como la joven tenía orgasmos múltiples.

Y lo que era mas satisfactorio, era que era todo gracias a él. Y lo sabía. Su mirada de lujuria cada vez que lo miraba la delataba sin lugar a dudas. Pero tenía que esperar más, tenía que esperar que ella misma lo pidiera. Tenía que eperar a que ella le dijera que si podía hacerla suya. 

Después de ver aquellas imagenes, volvió de nuevo a dirigirse a la habitación con un poco de comida. Quería verla en persona, como esos mofletes estaban sorojados y su respiración entrecortada. 

—H-hola, Daniel. —Dijo Samanta al verlo entrar. 

—Hola, preciosa. —Dijo dejando la comida, y acercandose a ella, para verla de cerca. —Te ves preciosa. Y aún más cuando gemías mi nombre.

Samanta al escuchar aquello abrió los ojos como platos, y no pudo evitar morderse los labios. La había descubierto. ¿Ahora que pasaría? Abrió la boca con sutileza e intentó decir algo, pero sus palabras no salían, se sentía cohibida.

—Di lo que tengas que decir, vamos. Dilo.

—Yo...quiero que...me hagas tuya. —Dijo al fin, aquellas palabras que estuvo esperando desde hace un mes que salieran de su boca. 

—Será un placer. —Y su voz cambio a una mucho más autoritaria. —A cuatro patas, ahora. 

Samanta miró incredula a Daniel, Pero hizo lo que pidió. Se puso a cuatro patas, cuando de repente siente unos dedos introducirse brucamente dentro de ella. No fue difícil ya que estaba mojada por lo de antes.

—Aah. —Gimió Samanta. 

Daniel empezó a mover sus dedos de dentro a fuerza con velocidad, mientras lo único que se escuchaba eran los gemidos de Samanta y los fluidos moverse. Daniel estaba moviendo sus dedos de tal manera que estaba estimulado su clítoris y su punto G al mismo tiempo, algo que extasiaba de sobremanera a Samanta, que estaba ahogada de gemidos. 

—Eres mi zorra. Solo mía. —Dijo para después introducir su polla dentro de ella y empezar a embestir con dureza aquel coño humedo.

Su embestida fue tan brusca que hizo llorar a Samanta de placer.

—Solo tuya. Hazme t-tuyaaa —dijo en un gemido ahogado, mientas disfrutaba del placer que le estaba dando aquel miembro tan grande dentro de ella.

Era algo que estaba deseando desde la primera vez que le vio, desde la primera vez que le tocó. Hace una semana atrás, el deseo creció de sobrremanera y quería sentir aún más aquel hombre moreno, con barba perfilada.

Empezó al principio suave, deleitando cada rincón de la joven, hasta que sus embestidas empezaron fuertemente, haciendo que ella gritase del placer. Nunca había tenido un sexo tan bueno, jamás nadie la había dado lo que él.

—Mierda.

—Mas, mas. —Samanta empezo a mover sus caderas al compás de las embestidas para sentirlo aún mas, hasta que finalmente los dos llegaron al éxtasis.

Por un momento, Daniel agardeció que Samanta estuviera completamnete desnuda, ya que se recostó en su esplada, mientrtas el semen iba cayendo por la vagina de la muchacha muy lentamente. 

—Dios... —Samanta aun tenía espasmos, y quería sentirlo aún más, quería más, pero no quería pedir más cuando sabía que esto no estaba bien. Se conformaba con  haber llegado al orgasmo dos veces mientras lo hicieron. 

Daniel quitó su pene de la vagina de Samanta, y se arregló la ropa para después irse y dejar ahí sola a Samanta. Lo que hizo que ella sintiera una opresión en el pecho. ¿Solo la quería para sexo? ¿Por qué la dejo así? Mucas preguntas pasaban por su mente. Pero ninguna encontraba resuesta. 

Inevitablemete, Samanta soltó una lágrima, y después de ese calentón, sintió un gran frío recorrer su espina dorsal. Desde hacía mucho que no sentí aquel frío tan penetrante. Tal vez se sentía así porque muy profundo, dentro de ella, le gustaba Daniel, Pero, ¿como es posible enamorarse de tu secuestrador?

Y cuando creía que había sido usada, alguien abrió la puerta, y era Daniel, con ropa nueva.

—Creo que te puedes vestir ya. —Dijo para entregar una camisa y un pantalón a Samanta.

—Gracias...

Por otra parte, Daniel se sentía mal por aquella chica. Se sentía mal porque estaba acorralada en aquellas cuatro paredes, pero era orden de su jefe. No podía hacer nada. Pero lo que nunca había pensado es que se iba a enamorar de aquella chica, porque sí, Daniel estaba enamorado de Samanta. A tales puntos que deseabs soltarala y huir de ahí, para vivir una vida juntos.

Pero eso no podía ser así. Y cuando iba a irse de nuevo, ve que Samanta se levanta del suelo, ya practicamente vestida.

—No te vayas por favor... Quiero estar contigo.

—Eso no podrá ser. —Dijo para después soltar sutilmente la mano de aquella chica. Tenía que irse si no quería cometer un error. Pero algo lo detuvo.

Estaba llorando. Samanta estaba llorando.

Involuntariamente, se giró sobre sus talones, y la miró, para después abarzarla.

—Tranquila, todo saldrá bien. 

Y aunque estuviera comentiendo una locura, soltó a aquella chica de sus ataduras, y como pudieron los dos salieron de la guarida, para vivir felices para siempre.

Cuando estaban huyendo, escuchan a lo lejos: "la prisionera ha escapado" "hay que encontrarala". Y los dos salieron de la guarida, y cuando pensaron  que todo iba a acabar  bien, una bala atravesó el brazo de Daniel.

—Maldita sea... Corre Samanta, yo me ocuparé.

—Pero...

—Pero nada. ¡Corre! 

Y así hizo, corrió como si su alma dependiera de ello, escuchando a lo lejos otra bala ser disparada. 

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