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La camarera de mis sueños

Iba caminado sin rumbo fijo, mientras sujetaba fuertemente el asa de mi mochila. Risas eran presentes cada vez que daba un paso y burlas también.

Soy el típico chico nerd que sabaca buenas notas, pero a cambio de eso no tenía ni un solo amigo. Pero lo que ellos no sabían era que era un muy buen chico.

Salí del instituto, y rendido, fui a una cafetería para tomar algo y verla. Con mis 16 años de edad, me sentía desamparado. Pero mi única salvación era salir y ver a aquella mujer rubia con ojos azules que me había seducido desde el primer día que la vi. Con aquellas curvas y aquel vestido blanco ajustado.

Era una diosa. Una diosa perfecta y hermosa.

¿Quién no se ha enamorado alguna vez de alguien mayor? ¿O sentido atraído? Y si no lo habéis hecho, es porque no habéis conocido aquella mujer que mis ojos devoraba.

Fui y me senté en una mesa cualquiera, y efectivamente ahi se encontraba ella, con aquel vestido blanco del trabajo, con un delantal negro.

—¿Que desea?

Al ver que aquella mujer me había hablado, me atraganté y no sabía que pedir, hasta que pensé en pedir un zumo de melocotón. Aún no podía beber alcohol, así que tenía que dar una buena impresión a aquella chica.

—Un zumo de melocotón.

Ella lo anotó y se fue igual de rápido que vino, con sus patines para que fuera todo más veloz.

Estuve bebiendo aquel líquido anaranjado, y estuve estudiando con mi computadora, hasta que llegó la hora de cerrar. Me levanté, y cuando estaba dispuesto a irme, escucho un grito.

—¡Déjame en paz! —era aquella chica que estaba siendo intimidada por unos hombres.

—Anda, ven con nosotros, lo pasaremos bien. —dijron y empezaron a reírse.

No había nadie para ayudarla excepto yo. Así que cogiendo todo el valor posible, con mi delgaducho cuerpo, fui a donde se encontraban ellos y los miré desafiante.

—Dejadla en paz si no queréis que llame a la policía.

—¿Y este imbécil? Vete con tu mamá, anda. —empezaron a reír y agarraron a la chica de la muñeca.

Ella intentaba zafarse, pero no podía ya que los dos hombres eran muy corpulentos y en consecuencia, muy fuertes.

Con todo el valor que podía, les di una patada en la entrepierna a uno y el otro intentó golpearme pero la chica les dio con la silla que tenían al lado.

Y seguidamente llamé a la policía. Lo más rápido que podía. Hasta que llegaron estuve cuidando de aquella joven.

—¿E-estás bien? —dije dubitativo, sin saber que decir más. Me sentía muy nervioso.

—Sí. Todo gracias a ti pequeño. —sonrió y me revoloteó el pelo.

Estuvimos hablando un poco más, hasta que me enteré que tenía 23 años y vivía muy cerca de mi casa. Algo que fue de mi agrado, ya que no nos llevábamos tantos años, y porque podría verla más a menudo.

Y así fue.

Desde ese día estuvimos hablando mucho más y nos veíamos todos los días, ya que ella me llevaba al instituto, en vez de coger el bus todas las mañanas. Algo que estaba muy agradecido.

Cuando cumpla 18 años la pediré salir. Solo tengo que esperar.

Dos años después

Había pasado una semana desde mi cumpleaños, donde Matilda, la chica, había sido invitada a mi 18 cumpleaños. Éramos prácticamente vecinos, y por suerte tenía libre aquel día.

Me estaba llevando en el coche, cuando cogí el suficiente valor para decírselo. Para pedirle salir.

—Matilda... ¿Puedo preguntarte algo? —dije dubitativo. Estaba realmente nervioso. ¡Me iba a declarar!

—Si, claro. Dime pequeño. —dijo para después aparcar y estancionarse en el parking.

—Yo... Quería decirte que...

Y cuando iba a declararme, ella recibe una llamada, por la cual tuvo que coger y cortó todo el valor que había sostenido. Yéndose como el viento.

—Lo siento, Mark. Tengo que irme. —suspiré y negué con la cabeza.

—No pasa nada.

—Luego dime lo que me tenías que decir, ¿Vale? Ahora ve al instituto, y saca buenas notas y pásalo bien.

Asentí y me bajé del coche.

Y de nuevo, risas e intimidaciones se hacían presente. Matilda no lo sabía, pero era intimidado en el instituto. Era un conejillo de indias para los abusones.

Terminó en instituto y como era de esperar, Matilda se encontraba esperando.

—Hola, Mark. —dijo sonriente, y comenzó a conducir. —¿Qué era lo que tenías que decirme?

—Yo...

—¡Espera, antes que nada! —dijo interrumpiéndome. —Hoy vienes a mi casa a comer, ¿Qué te parece? —no dije nada y ella nerviosa añadió lo siguiente a la conversación: —yo también tengo que decirte algo.

Y tras un rato, llegamos a su casa y dejé mis cosas en la entrada, como era mi mochila y los zapatos.

Nunca había estado en su casa, me sentía muy nervioso.

—¿Que era lo que tenías que decirme? —dije, apresurado. Ya que prefería que lo dijera ella primero, por si me decía que se había echado un novio o algo.

—Pues... —ella empezó a ruborizarse y empezó a jugar con sus manitas en signo de nerviosismo. —verás yo...

Era tan malditamente hermosa, que mis ganas de besarla aumentaron considerablemente. Tenía que saborear aquellos labios color carmesí que me traían locos.

—¿Quieres salir conmigo?

Dije sin aguantar más la escena que estaba viviendo. Necesitaba decírselo, tenía que expulsarlo de mi cuerpo aquello que llevaba rondando dentro mía desde hace dos años atrás.

Y ella, sin esperarmelo, se abalanza a mis brazos y comienza a llorar.

—Sí que quiero. —dijo entres sollozos. —Pensé que yo no te gustaba.

Se separó y se secó las lágrimas. Se notaba que estaba emocionada y que un peso de encima se la había ido.

—Me gustas desde hace dos años, Matilda. —dije tímidamente, lo que ella sonrió y me besó en la boca de imprevisto.

Jamás creí que pudiera besar aquellos labios carnosos que me llevaban al éxtasis en mis sueños.

Y una cosa llevó a la otra y sin saber cómo, los dos acabamos desnudos en el salón. Entre besos y más caricias entre ambos.

—Te amo... —dije, para después llevar mis labios a su cuello y succionar en la zona.

Pasé mi lengua por todo el lugar, recorriendo aquella piel suave, y me agaché para llegar a sus pechos, redondos y con el tamaño perfecto para mis manos. Empecé a chupar el pezón rosado de Matilda, haciendo que ella gimiera de placer.

Una sintonía para mis oídos.

Ella cogió la riendas del asunto, y me empotró contra la pared para después bajar y quitarme la única prenda que me quedaba: los boxers.

Al hacerlo, mi pene la goleó levemente la cara, lo que ella rió y sin previo aviso se lo metió en la boca.

—Mgh. —es lo único que pude decir, al sentir su lengua recorrer todo mi miembro y después introducirlo en su boca nuevamente.

Empezó a hacer círculos y a succionar el lugar, haciendo una presión en mi glande que me encantaba. Parecía experta en eso, pero según sabía era virgen y nunca había estado con un hombre ya que quería encontrar "al adecuado". 

Empezó a moverse más rápido, mientras que con su mano la ayudaba a masturbar mi polla, hasta que siento que me voy a correr.

—Voy...a correrme... —es lo único que dije cuando me corro en su boca, manchandola parte de su cara.

Era una escena muy erótica que me encantaba y me gustaría experimentar de nuevo.

Ella, que estaba de rodillas, se puso erguida nuevamente, y me miró sonriente. Parecía satisfecha.

—Me encanta que te hayas corrido en mi boca. —mordió su labio inferior, haciéndola aún más sexy y la miré fijamente.

Era preciosa, es preciosa. ¿Cómo podía tener a alguien así, cuando yo era un chico sin mucho músculo, delgaducho y alto?

La besé frenéticamente, sintiendo su lengua recorrer mi cabidad bucal. Me daba igual que me haya corrido dentro de su boca, necesitaba besarla, saber que esto no era un sueño y que realmente existía de verdad.

—Te amo mucho, princesa.

—Yo también te amo, príncipe. —me dijo sonriente, y sin saber que hacer, empecé a bajar mi mano a su entrepierna.

Estaba tan malditamente húmeda.

Sin saber cómo hacerlo, introducí un dedo en la vagina virgen de Matilda, y ella se retorció de placer. Se veía tan vulnerable, que mi excitación hizo que metiera otro dedos más en su parte íntima.

Se sentía caliente, y estaba palpitando. Maldita sea, esto era la gloria.

Empecé a moverme más rápido, pero con cuidado por si la hacia daño, hasta que sentí que un líquido resbalaba de mis dedos, manchándome la mano entera.

—¡Aaaaah! —gimió para después apoyarse en mi hombro, llena de placer.

Pero quería más, quería satisfacerla más. Así que yo continué moviéndome en su interior, mientras sonidos obscenos se hacían presente en el salón.

Hasta que volvió a correrse, haciendo un squirt impresionante. Manchando todo el suelo, y mi brazo.

—Joder... Esto es impresionante. —dije para después sacar mis dedos de su vagina, y oler aquel aroma. Olía genial.

La besé y ella se encontraba sofocada, pero sabía que se había quedado satisfecha.

Y para mí eso era lo importante.

FIN

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