Sinopsis
—Bien, se preguntarán porque los llamé aquí hoy... —Centré toda mi atención en él—, El señor Decker tiene dos hijos. Nathaniel de 18, y Rebecca de 17 — El tío Max se levantó de su silla y caminó por detrás de nosotros. — Los Decker viven en Nueva York, pero comprenderán que si el señor está aquí, es por un asunto de sumo interés… — las luces se apagaron. —El suero de Asclepio,— la voz de Maxwell era seria mientras encendía el televisor. — Probablemente el avance más importante de la medicina en el último siglo, está siendo sintetizado en los laboratorios Atmos, del señor Decker. — Pasaron varias imágenes de científicos trabajando, entre ellos muchas veces apareció el señor Decker. Las imágenes se detuvieron en la fotografía de un hombre: Ángelo Giordano. Ángelo Giordano era el líder de la mafia italiana desde mucho antes de que yo naciera, siendo siempre uno de nuestros principales blancos.
Capítulo 1: El comienzo
Caminé con lentitud por aquel pasillo oscuro. Tenía indicaciones precisas de a donde ir y que hacer.
Aunque contaba con poco tiempo, me movía despacio, con el mayor sigilo, para evitar cualquier ruido.
La puerta de madera negra a pasos de mí, se abrió. De ella salió un hombre al cual tomé desprevenido, y por más que forcejeó, con mi brazo alrededor de su cuello, logré dejarlo inconsciente. Entré en la habitación, una oficina simple y moderna con pocos muebles, una computadora, y lo más importante, la rejilla de ventilación expuesta, como en todo el resto del edificio.
Rápidamente me acerqué a la computadora.
La luz de la pantalla era la única iluminación con la que contaba mientras mis dedos se desplazaban con velocidad y precisión sobre el teclado. Coloqué el pendrive en su lugar, comenzando a copiar poco a poco todos los archivos.
— ¡Maldición! ¡Emma, te descubrieron! ¡Sal de ahí!¬¬ — el grito de mi hermano Ryan a través de mi intercomunicador rompió el silencio…Y mi oído.
— ¡Espera un poco!, Todavía no tengo los malditos documentos, ¿Cuántos vienen?
— Cuatro, tienes dos minutos.
, la barra, con la palabra “copiando” crecía despacio.
—¡Listo!
La barra se llenó, y sin perder un segundo liberé el dispositivo. Salté sobre el escritorio de madera, y con ayuda de una pequeña navaja desatornillé la ventila, dejándome subir a los ductos de ventilación, mi pase de salida de esta oficina. El espacio dentro de los ductos era estrecho, demasiado estrecho, pero con la agilidad de años de experiencia pude desplazarme por ellos casi sin problemas.
— ¿Hacía dónde?
— Derecha, Izquierda y de nuevo a la derecha, te llevará hasta las escaleras de la azotea. Hay cámaras ahí, sé rápida.
— ¿Cuándo no lo soy?
— ¡Emma…!
No le contesté y seguí sus indicaciones. Pronto salí de los ductos encontrándome, efectivamente, con unas escaleras de cemento que iban en ambas direcciones. No esperé, y apenas escuché pasos eche a correr hacía arriba, hacía la azotea.
Subí los escalones de dos en dos hasta que llegué al techo. Allí, nadie me esperaba, pero siendo consciente de que por lo menos un guardia me seguía no me detuve y seguí corriendo hasta la cornisa, desde donde tenía un salto perfecto hasta la escalera de incendios del edificio vecino.
Aseguré el pendrive dentro de mi traje. Tomé algo de carrera y…salte.
El viento me despeinó el cabello que, de no haberlo tenido recogido me habría dificultado la visión. El impulso no fue suficiente para llegar hasta los escalones, pero si lo fue para que lograra agarrarme de la barandilla y, con algo de fuerza, subirme a la escalera.
— Emma, querida, no es por apresurarte, pero… ¡CORRE MÁS RÁPIDO, MUJER! —El metal chirriaba bajo mis pies.
Salir en misiones con él es desesperante.
— Idiota— murmuré, si tanta prisa tiene, hubiese entrado él. Desde la camioneta es muy simple opinar.
— Te escuché.
— Era la idea…— Si me contestó, lo ignore, estaba muy concentrada en lo que tenía que hacer. Volví a correr, esta vez, escaleras abajo.
La dichosa camioneta donde Ryan esperaba, estaba estacionada en el callejón entre los edificios, unos cuantos metros delante de mí.
— ¡Vámonos! —Grité.
En cuanto subí a la parte trasera de la camioneta, mi hermano se pasó al asiento del conductor y la encendió. Sin decir palabra aceleró a fondo, hasta que nos encontramos a una distancia segura de un kilómetro del edificio, cerciorándonos de que nadie nos siguiera.
— ¿Y? ¿Cómo te fue?
— Excelente, como siempre — Contesté mostrándole la memoria USB con una sonrisa triunfal en el rostro.
— Fanfarrona.
— Me gusta más el término Exitosa— planteé con aires de superioridad— o Ganadora, también es una buena opción.
Él resopló, y tras un “Avisa a la central que tenemos los archivos”, se dedicó a conducir ignorándome, deliberadamente.
Ryan y yo nos llevamos cerca de año y medio, y somos muy parecidos físicamente: ambos rubios y de ojos verdes.
Aunque – no es por presumir – siempre consideré que mis ojos son más lindos. Son más verdes y brillantes a comparación de los suyos, que son de un verde más apagado.
No hace falta decir lo mucho que nos burlamos mutuamente con ello, porque: “mis ojos tienen un brillo especial que los tuyos no tienen”.
Nuestra historia es…larga. Pero para que no se sientan perdidos, voy a hacerles un resumen rápido.
Prácticamente desde que nací trabajo para la A.P.M, La Agencia de Protección Mundial (si, lo sé, un nombre poco ingenioso para un organismo de tal nivel, pero bueno, por lo menos es fácil de recordar). Somos la empresa de seguridad del mundo; un organismo de protección que está por sobre todos los otros.
Nuestro alcance es mundial, tenemos cedes en casi todos los países. No trabajamos para ningún estado (no directamente) y, nuestra función principal es mantener la paz a cualquier costo. Nos exponemos a hacer las misiones de alto riesgo en las que muchas agencias de inteligencia prefieren no intervenir, a cambio, durante las misiones, obtenemos inmunidad total dentro de las fronteras y una remuneración.
En síntesis, y como se lo explicamos a los nuevos: hacemos el trabajo que nadie quiere hacer por un precio.
¿Moral o no? Va en quien lo mire. Pero hay veces en las que, por más horripilante y espantosa que sea la misión, las consecuencias de no hacerlas serían mucho peores. No siempre es así, pero…... ¿Y cuándo lo es?
Ryan y yo somos de los agentes más jóvenes. Nos criamos entre los pasillos de las diferentes centrales. Porque, al morir nuestros padres (que también trabajaban aquí), como muchos otros niños, quedamos a cargo de la agencia. Con la gran diferencia de que el mejor amigo de nuestro padre, nuestro tío Maxwell (del que hablaremos más tarde) decidió responder por nosotros, llevándonos con él y entrenándonos para ser los mejores.
Y vamos que si sus métodos dieron frutos.
A los 6 años inicié formalmente mi entrenamiento en la academia de la A.P.M, rompiendo récords al terminar la misma a los 10, con promedios de excelencia. A esa misma edad comencé con mis misiones, teniendo una de las efectividades más altas de los últimos años, al igual que mi hermano.
— Estamos llegando. Prepárate.
Aprendes a vivir en esto, sobre todo porque muchos no conocemos nada real además de esto.