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Capítulo 5

Oh, genial.

Papá había organizado una de sus cenas de negocios, me parece bien que lo haga, pero no que yo tenga que participar en ellas.

Me aburre de una manera sobrehumana estar callada, sin abrir la boca y con una sonrisa para todo el mundo aunque no tenga ni idea de lo que están diciendo.

Es Sábado, uno de mis pocos días libres, y tengo que malgastar gran parte de la noche en una de esas cenas.

La única buena noticia, es que a papá le iba bien en su trabajo, esas cenas las organizaba para cerrar tratos en los que llevaban negociando semanas.

— ¿Y por qué tengo que estar yo, papá? — Los sigo por el pasillo cuando ya hemos terminado de comer.

— Somos una familia, Ale. Debemos estar para todos, ¿no crees?

— Si... pero no pinto nada. Me voy a aburrir. — Lo agarro de la parte de atrás de la chaqueta para que se detenga — ¿Puede venir Raúl?

— No, Alejandra.

— Mateo, convéncelo, ¡por favor! — Ahora le cojo las manos al amigo de mi padre, sintiendo el conocido cosquilleo que me provoca su contacto.

— No creo que sea buena idea, pequeñaja. — Contesta él moviendo la cabeza a ambos lados.

— ¡Jo! — Protesto al no salirme con la mía — Vais a ser los culpables de que esté sola y aburrida…

— Podremos vivir con ello... — Sonríe Mateo a mi padre.

Les saco la lengua en una mueca burlona antes de alejarme de allí. Si, sé que no debo actuar como una niña si quiero conseguir mi propósito, o sea, a Mateo. Pero a veces no puedo evitarlo, al fin y al cabo solo tengo dieciséis años.

Llamo a mi amigo para quejarme, al menos así alguien me escucha.

— Hola, bonita — Me saluda como siempre.

— Hola Raúl, tengo malas noticias — Suspiro — Esta noche no podemos vernos, tengo una de esas cenas de papá.

— Vaya... bueno — Se queda unos segundos callado — Pero esta tarde si, ¿verdad?

— Si, por la tarde estoy libre.

— ¡Genial! Tengo una nueva canción que podemos cantar juntos, ¿sabes?

— ¿Si? — Pregunto contenta — Ya tengo ganas de escucharla.

— Vale, pues en veinte minutos me tienes ahí. Hasta ahora, bonita.

— Hasta ahora, Ra.

Colgamos, preparo mi guitarra y me voy a la sala del piano, donde casi siempre ensayamos mi amigo y yo.

Toco algunas notas mientras lo espero, pero a los veinte minutos, tal y como había dicho, entra por la puerta.

— ¡Hola, Ale! — Deja un pequeño beso en mis labios. — ¿Preparada?

— ¡Siempre! — Le sonrío con la guitarra ya entre mis brazos.

Él también ha venido más que preparado. Se pone sus gigantes cascos, sacando su portátil, y buscando la canción.

— Escucha.

Suena una bonita melodía que en el momento no reconozco.

— La canción se llama Way back into love. La escuché en una película de esas de amor que a ti te gustan, y supe que teníamos que cantarla juntos.

— Bien, pásame la partitura. — Me da el papel, repleto de pentagramas con notas musicales.

— ¿Empezamos? — Sonríe, con los auriculares en el cuello, ¡qué guapo es Raúl! Eso de que no existe el chico perfecto... seguro que el que lo dijera cambiaría de opinión si conociera a mi mejor amigo.

Ensayamos primero la melodía y poco a poco las voces, podemos pasar horas así sin apenas darnos cuenta, ya se sabe, cuando estás a gusto el tiempo pasa volando, y cada vez que estoy con Raúl, parece que nuestro tiempo se va a la velocidad de la luz.

A las ocho y media debe irse, ya que tengo que ir preparándome para la cena. Me arrepiento de tener ir todavía más ahora…

— ¡Vaya, Ale! Esto ha sonado perfecto, tenemos que seguir con ella, ¿tú qué dices?

— Me parece buena idea, podríamos seguir... pero ya sabes, la maldita cena.

— Tranquila bonita, mañana si quieres nos vemos. Si no, siempre sacaremos tiempo para nosotros.

— Eso tenlo claro — Beso su mejilla abrazándolo a modo de despedida, cuando una voz demasiado familiar se oye a nuestras espaldas, en la puerta de la sala.

— ¿Interrumpo algo? — Mateo está ahí, con uno de sus elegantes trajes negros.

— No, ya me iba, sé que tenéis una cena — Raúl me devuelve el beso en la mejilla, se despide de Mateo, y sale rumbo a su casa.

La situación es extraña de repente, Mateo me mira y yo hago lo mismo, cada uno en un extremo de la sala.

— ¿Pasa algo, Mat? — Pregunto cuando Raúl ya está lo suficiente lejos y no puede oírnos.

— La cena es a las nueve, sabía que estabas aquí y venía a avisarte.

— Ya lo sabía, me lo ha dicho Mila — Le sonrío, acercándome a él. No sé qué demonios tiene su presencia que me atrae involuntariamente. — No me digas que querías verme y no se te ha ocurrido nada mejor.

Mira a ambos lados, incómodo y nervioso, como siempre que le digo algo así. Y yo sonrío, una parte de mí se siente liberada en estos momentos.

— Venga, Ale. Prepárate.

— ¿No me contestas?

— No, Alejandra, no te contesto — Dice más serio ahora, va hacia la puerta de la sala para cerrarla y asegurarse de que nadie puede oírnos. — No sé qué pretendes con lo que estás haciendo pero, por favor, para.

— Yo no hago nada, Mat — Le miro haciéndome la sorprendida, menos mal que no me dedico a la actuación, no es lo mío — Has sido tú el que ha venido a verme, quizá estas celoso.

— No estoy celoso de tu novio... — Pone los ojos en blanco, suspirando. — No digas locuras.

— No es mi novio, tranquilo. — Cojo el cuello de su camisa, colocándoselo, él tensa la mandíbula al notarme tan cerca. — Voy a prepararme para la cena, ¿me acompañas a elegir lo que me pongo?

— Nos vemos abajo, sabrás qué ponerte y estarás guapísima — A veces me hace dudar, no sé si está incómodo y en el fondo hasta le hace gracia que sea de esta manera. Me guiña el ojo antes de salir, mostrándome una pequeña sonrisa.

¿Cómo puedo haberme enamorado tanto de él? Es un hombre raro, serio, inexpresivo, difícil de tratar... me rechaza sin parar, pero después dice una sola frase que me sacude y hace que no quiera rendirme.

***

Me decanto por un vestido azul por encima de las rodillas y me dejo el pelo suelto. Ya oigo voces abajo, deben haber llegado los invitados y suspiro, pensando en que no será para tanto.

Bajo los dos pisos en silencio, con cuidado ya que no estoy acostumbrada a llevar zapatos de tacón, solo me los pongo en ocasiones como esta.

— ¡Oh, ya está aquí mi pequeña! — Exclama mi padre, levantándose para recibirme y así haciendo que los cuatro hombres y mi madre dirijan la mirada hacia mí, que noto como las mejillas me arden de la vergüenza.

— ¿Esta es la pequeña Alejandra? — Dice uno de ellos. — ¡Sí que ha crecido!

Papá me los presenta uno a uno, no me quedo con los nombres, la verdad, sería imposible hacerlo con todos los contactos que tiene mi padre. Nos sentamos, yo me las arreglo para hacerme un hueco al lado de Mateo, por supuesto.

— Buena elección de ropa... — Me susurra cuando papá se enfrasca en una conversación con aquellos dos señores.

— ¿Te gusta?

— Si, la pequeña Alejandra ya es toda una mujer. — Asiente, mirando a otro lado —Una mujer preciosa.

— ¿Eso crees?

— Por supuesto, ahora tus padres y yo debemos de llevar cuidado contigo… seguro que tienes a muchos chicos detrás de ti.

— Puedes estar tranquilo con eso, Mat. Mi corazón ya pertenece a alguien.

— ¿Ah, sí? — Alza ambas cejas, sin dejar de mirarme con sus dos encantadores ojos azules.

Esta noche parece más abierto que nunca y eso me gusta, nunca puedo tener una conversación con él de más de cinco minutos porque enseguida se cierra en banda. Desde luego, hay que aprovechar ciertas oportunidades que nos presta la vida.

— Claro... pero hay un problema, creo que a él no le intereso. — Suspiro, siguiendo con mi actuación.

— Si no le interesas, ese chico debe ser tonto, Alejandra.

Milagros sirve los platos, interrumpiendo nuestra intensa conversación no volvemos a ella. Alguien le pregunta algo a Mateo y se enfrasca en una charla de las negociaciones que van a llevar a cabo, de cifras altísimas que pagarán por unas y otras cosas...

Yo me distraigo, me evado siempre que puedo. Me doy cuenta de que nadie me está prestando atención a mí, están ocupados en otras cosas así que disimulando pongo mi mano en el muslo de Mateo, al que le tiembla el tenedor en la mano.

Me mira sin decir nada, frunciendo el ceño y apretando los labios.

— ¿Sabes una cosa? — Le susurro, en voz tan baja que casi no me oigo ni yo misma. — Debes ser tonto entonces, Mateo.

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