Capítulo 3
Tras una larga hora frente al piano de cola, sin parar de tocar una y otra vez la misma canción, es la hora de salir.
Corro por los pasillos del conservatorio con alguna gente mirándome extrañada, estarán pensando lo rara que soy, o algo peor, pero me da igual, estoy feliz porque quizá Mateo esté esperándome en la puerta.
La sonrisa se me borra enseguida de la cara, frente a mí está el coche de papá, que claro, conduce Santiago.
Voy cabizbaja hasta él.
— ¿Qué te pasa, señorita? — Me saluda amable el chófer — ¿No ha ido bien la clase de piano?
— Si, Santiago, todo bien. — Suspiro, mirando con tristeza por la ventana. Mateo no ha venido a buscarme, confiaba en que lo hiciera — No es... nada.
Me mira por última vez, poco convencido. Pero sabe que no le contaré nada de lo que me pasa, nunca lo hago, simplemente lo expreso con mis manos en el piano, o en la guitarra. Cualquiera que me escuche puede saber cómo me siento en ese momento. Es una cualidad... o quizá un defecto, no lo tengo claro.
Volvemos a casa y tengo en la cabeza mil melodías que tocaría ahora mismo... ¿Cómo puedo estar así solo porque no me ha recogido? De hecho, nunca lo hace, solo cuando no queda más remedio.
Tenía claro que en esto yo sería la que iba a sufrir, pero no podía rendirme, no todavía, no sin haber intentado que Mateo se fijara en mí.
Subo a mi habitación cuando llego a casa, saco los libros, extendiéndolos por todo el escritorio, y me dispongo a hacer la tarea de hoy. Pero no me sale nada, tengo la mente en blanco ahora mismo, miro a mi espalda, al estuche donde está guardada mi única y mejor amiga; mi guitarra.
La saco, acariciándola y cuidándola, tratándola con delicadeza, tal y como la siento, delicada y suave bajo mis dedos.
La observo, personalizada a mi gusto. Con mis iniciales talladas en un lado y las iniciales suyas, las de Mateo, talladas junto a las cuerdas, donde coloco mi mano al tocar y que así sean casi imposibles de ver.
Al menos, nadie las ha visto hasta el momento.
Me ayudan de alguna manera a esforzarme y así hacerlo mejor.
Son las siete, todavía no cenamos, por lo que me voy a mi sitio favorito en toda la casa; el porche. Tiene un pequeño asiento que yo quise que pusieran ahí, justo ahí, desde donde puedo ver el extenso jardín, oler el frescor y sentirme feliz.
Y, ¿por qué ése es justo mi sitio favorito? Porque ahí fue mi primera conversación con Mateo. Fue hace ya dos años, pero lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
Dos años antes
Salgo a tocar como todas las noches, ese día me decido por la canción Where Do I Begin? y comienzo a tocarla en el silencio, con el simple ruido del leve soplido del viento en mis mejillas.
— No sabía que tocabas tan bien... — Alzo la vista y ahí está uno de los empleados de papá, Mateo, que me observa con unos ojos intensos, de color azul y que por un momento no puedo dejar de mirar.
Continúo la canción hasta el final, nunca me ha gustado interrumpirlas. Mateo sigue ahí, me mira con atención, paciente hasta que llego al fin.
— Toco hace años — Le sonrío, levantando la cabeza de mi guitarra — ¿Nunca te has dado cuenta?
— Escuchaba música tocada a la perfección, no me imaginaba que fueras tú. — Responde en voz baja.
— Ahora ya lo sabes…
— Sí, bueno, Alejandra. Buenas noches, descansa y… no dejes de tocar nunca. Lo haces increíble.
***
Y allí fue cuando me enamoré de él, hace dos años, cuando yo era una simple adolescente. Siempre lo había visto como el mejor amigo de papá, nada más.
Pero esa noche me di cuenta de que había algo más que había aparecido en mi interior con solo mirar sus ojos, con esas cuatro palabras que habíamos cruzado.
Puede que sea exagerada, pero lo supe, sin más: me había enamorado de él.
Desde esa noche cada día toco, porque sé que Mateo me escucha, sé que aunque sea por un momento está pensando en mí moviendo los dedos sobre la cuerda de mi guitarra.
Toco varias canciones hasta que el sol se esconde, me ha dado al menos un par de horas. Estamos en el mes de Mayo y empieza a anochecer cada vez más tarde.
A las nueve, la hora de la cena, me reúno en la cocina con todos. Mamá nos cuenta su día, la operación que ha durado una barbaridad y se les ha complicado, pero que al final han conseguido hacer con éxito.
Después le toca el turno a papá, que nos dice que están llevando a cabo una negociación que va por buen camino.
— ¿Y tú, Ale? ¿Cómo ha ido tu clase de piano? — Me pregunta mi madre cogiendo mi mano con las suyas.
— Pues bien, mamá. Ya sabes, como siempre. Lo único que no me ha gustado mucho... — Hago una pausa, mirando a Mateo que me presta atención. —...ha sido el final.
— ¿Y eso?
— Bueno, esperaba otra cosa — Me encojo de hombros. — Quizá me haga demasiadas ilusiones con... las clases de piano — Mateo se remueve en el asiento incómodo.
— Tocas muy bien, cariño — Dice ahora papá — No te desanimes.
Cuando terminamos, cada uno nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones, aunque yo me detengo en el segundo piso, en la sala donde se encuentra el gran piano. Rodeado de estanterías llenas de libros y dos gigantes sillones de cuero. La hicieron específicamente para mí, de hecho, soy la única persona que viene por aquí.
Me siento, empezando a tocar. Enseguida noto una presencia detrás de mí, sé quién es y sonrío en mi interior. No me interrumpe, solo espera que termine.
— Esa melodía es muy triste, ¿no crees? — Mateo está ahí, se quita la parte de arriba del traje, dejándola en uno de los brazos del sofá y remangándose la camisa blanca. También me fijo en sus dos botones desabrochados, que me muestran parte de su pecho. Me quedo embobada unos segundos ante su perfecto físico antes de poder contestar.
— Es uno de los nocturnos de Chopin, e indica cómo me siento ahora mismo. — Suspiro.
— ¿Y se puede saber por qué te sientes así, pequeñaja?
Me levanto para tenerlo cerca, mis ojos coinciden con los suyos.
— No has venido a recogerme, yo te esperaba.
— Alejandra... no puedo dejar el trabajo cuando me apetezca. — Arruga la nariz, sacudiendo la cabeza — Eres muy niña todavía, ya serás mayor y verás la responsabilidad que lleva todo este mundo.
— No soy tan niña, Mateo. — Me enfada que siga diciendo eso — Todos me veis así, pero pronto cumplo los diecisiete.
— ¿Pronto? Todavía te quedan tres meses, dos semanas y cinco días. — Esboza una pequeña sonrisa.
— ¿Cómo lo sabes? — Abro mucho los ojos, eso sí que no me lo esperaba.
— Te conozco casi desde que naciste, ¿cómo no lo iba a saber?
— Parece que nunca te fijas en mí, ni prestas atención a nada de lo que hago.
— Créeme, Ale, lo hago. Aunque no te des cuenta, eres como una sobrina para mí y siempre te cuidaré para que nadie te haga daño, ni a ti ni a tus padres. Sois todo lo que tengo.
— Pero... yo no quiero ser como tu sobrina. — Doy un paso más, acercándome a él tanto como me es posible. — Yo...
— Vete a dormir, Alejandra — Me interrumpe. Cogiendo mi cara y dejando un pequeño beso en mi cabeza — Yo debo volver a casa, parece que vivo aquí.
— Buenas noches... Mateo. — Desisto una vez más — Descansa tú también.