Capítulo 5
—Sí, debo atender algunos asuntos con Kilian.
—¿Kilian?—cuestiona fingiendo sorpresa en su tono de voz.
—Si, madre. Por favor discúlpame con Grace, pero no creo poder llegar a tiempo al almuerzo.
—¿Y por qué mejor no le cancelas a Kilian?—insiste su madre, ella tiene el talento para no perder su elegancia, aunque este molesta—por favor Aidan, lo ves todos los días sin falta y Grace se irá en unos días. Parece que la única interesada en este asunto soy yo cuando fuiste tú quien le dio el anillo de la abuela.
—Por favor, mamá, no comiences con eso—dice irritado.
—¿Comenzar?—cuestiona sorprendida—¿Cómo es posible que seas así, Aidan? Crei que ibas a madurar con este asunto, que amabas lo suficiente a esa vulgar fotógrafa como para cambiar de actitud.
—No vuelvas a decirle vulgar, ¿Entendiste?—le dice su hijo disgustado, incluso podría decir ofendido.
Finjo seguir con mi trabajo en el lago, mientras escucho la conversación qué, cada vez se torna aún más interesante, es como ver una película en mi cabeza mientras cada uno le reclamaba al otro.
—¡Entonces madura Aidan!—brama su madre—te hemos dado todo lo que has querido en la vida ¿Y así lo agradeces? ¿Comportándote cómo un ordinario mujeriego? ¿Un extravagante e insensato holgazán?—le reprende—eres mejor que eso.
—No pienso seguir escuchándote.
—¡Aidan!—grita su nombre con verdadero enfado—¡Aidan!
Giro hacia el balcón, pero solo puedo ver la figura de la señora Mitchell y a Anna, quien no está muy lejos de ahí y que espera el momento adecuado para acercarse a la señora.
Me levanto de mi lugar y me encamino hacia la cocina, debo rodear por el jardín lateral porque mis botas, tal cual se encuentran, ensuciaran la finísima alfombra de la señora.
Después de esa conversación que escuche sin querer, comprendo que la señora Mitchell sabe que tipo de hombre es su hijo, un mujeriego y mantenido que derrocha el dinero de su familia con un tal Kilian y que probablemente ni siquiera ama a la mujer con la que acaba de comprometerse. ¿Qué tan descarado es como para que su madre sepa todo eso?
Entro por la puerta de servicio y me siento en un banquillo largo en donde logro quitarme las botas de plástico y la gorra, necesito un poco de agua, aunque el sol no ha tocado ni uno solo de mis cabellos realmente, Anna y yo, hemos pasado horas ahí, me siento deshidratada.
Busco mis zapatos en la cajonera de enfrente, al ponérmelos escucho un alboroto en la cocina o más bien risas.
—¿Qué más pasó?—cuestiona una voz femenina en tono curioso.
—El joven Aidan se fue hecho toda una fiera.
—Bueno, pero su madre solo le dijo la verdad—afirma una voz masculina, al acercarme un poco me doy cuenta de que se trata de Philippe, uno de los chóferes—he visto a muchas mujeres entrar y salir de esta casa y no precisamente mujeres decentes.
—Medio país ha pasado por su cama-se burla otra chica.
—¿Qué sucede aquí?—repentinamente la tía Moira aparece por el pasillo, rápidamente todos los que se habían reunido sobre la isla de la cocina se dispersan tal y como solo las cucarachas lo harían.
Philippe es el único que permanece inmóvil porque mi tía obstaculiza la puerta por la que deduzco él entró, los chóferes no deben pasar al interior a menos de que sea necesario.
—Amm, pues...
—Estaban hablando sobre la discusión de la señora con el joven Aidan—acusa Mackenzie haciendo acto de presencia, no me di cuenta de que ella se encontraba por ahí, ella si es igual a una cucaracha.
—¡Ah! ¿Así que tienen suficiente tiempo para chismes?—interpela—¿Les parece bien lavar la alfombra del salón como castigo?
Se escucha un quejido a coro, no he visto la alfombra, pero conozco a que salón se refiere, mi antigua casa cabe en ese lugar unas tres veces.
La tía Moira gira en mi dirección, me mira de arriba abajo y frunce el ceño.
—¿No deberías estar limpiando la orilla del lago con los demás?
—Me sentí un poco mal, vine por un vaso con agua—me excuso agachando la mirada, quizás si no la veo a los ojos no podrá mi ver miedo.
—Deberías volver a casa, te ves muy pálida, parece que viste un fantasma, además pronto llegaran las invitadas de la señora y no tiene caso que te quedes si no realizas bien tus tareas—ordena casi echándome, no sé si tomarlo como preocupación o como una ofensa.
Asiento, mientras ella se va, Mackenzie va tras ella como si fuese su sombra. Por suerte para mí el ir a casa de la tía Moira antes de mi hora de salida es la gloria, una pantalla plana con más de 200 canales y todo un gabinete con gaseosas y comida chatarra están esperándome, al menos eso es el único vicio que puedo comprar con mi sueldo sin que la tía Moira se moleste.
La propiedad de mi tía está del otro del lago, caminando se llega en diez minutos, por lo que no es pesado y mucho menos tedioso. Todo tiene un intenso aroma a pino, pero no es molesto, de hecho, es refrescante e incluso el cantar de los pájaros es relajante, estoy comenzando a acostumbrarme.
Al llegar a casa, lo primero que hago es arrojar mis zapatos al aire sin fijarme exactamente donde han caído. Voy a la cocina y tomó todo lo que necesito para un día entero de películas, papas, gaseosas de todos los sabores, palomitas y porque no excedernos un poco, también helado.
Me siento sobre el sofá y enciendo la televisión, por supuesto no hay nada interesante en la televisión de medio día, pero por casualidad encuentro una película sobre zombis, no obstante, debido al trabajo pesado, eventualmente me quedo dormida.
Un extraño sonido me sobresalta y cuando abro los ojos veo a mi tía Moira frente a mí.
—¿Qué haces aquí?—cuestionó levantándome del sillón, sin darme cuenta de que mis palomitas seguían sobre mí, lo derrame todo.
—Es mi casa—dice dando la respuesta más lógica posible. Me tallo los ojos y me llevo la mano al cuello, me duele, seguramente dormí en una muy mala posición durante un buen rato y al mirar por la ventana descubro que es más tarde de lo que pensaba.
—¿Qué hora es?—pregunto yendo hacia la ventana a comprobar lo que he visto antes, afuera ya está oscuro y no solo eso, llueve a cántaros.
—Las siete.
—¿De la noche?—preguntó, aunque después de un segundo me doy cuenta de que hice una pregunta estúpida.
—Obviamente—va a la cocina. Extrañamente, ya tiene la pijama puesta, un pantalón, una camisa abrigadora, una extraña bata rosa de ositos blancos y unas pantuflas de garras color morado, no puedo entender como una mujer como ella logra causar miedo si duerme con algo así.
Abre el frigorífico y saca un cartón de leche, se sirve en un vaso y saca de la alacena un frasco de galletas. Toma el vaso, el frasco y luego continúa hacia las escaleras.
—Espero que te encuentres mejor-dice antes de subir el primer peldaño—cambie el horario de tu turno el día de mañana.
—¿Y eso?—algo raro está pasando, llevo poco tiempo trabajando ahí, pero hasta yo sé que cambiar el turno es imposible a menos que tres personas se pongan de acuerdo para cambiar.
—La señora Mitchell se reunirá con su esposo en Dublín, así que partirá mañana por la mañana y eso significa que el joven Aidan ofrecerá una—resopla como si la noticia le pesara—pequeña reunión con sus amigos más íntimos, así que tú estarás en el turno nocturno solo por esta vez, puedes quedarte en la habitación designada para el ama de llaves cuando la reunión termine.
—Pero es que yo no quiero...
—¿No quieres qué?
—Bueno, más bien yo no sé que debo hacer en ese tipo de reuniones, el joven Aidan—o mejor dicho el asqueroso Aidan—puede que se moleste por mi presencia, ni siquiera me conoce.
—A él no le importa quien seas y tampoco necesita conocerte, solo haz lo que te pida en caso de que te solicite algo y sobrevivirás la noche.
—Pero, pero...
—Pero nada, ahora métete a bañar que tienes palomitas pegadas en el cabello.