Capítulo 10 — King Phantom
Mansión Magnus. Sala de interrogatorio, 12:00 horas.
El hombre acobardado analizaba el desastroso destino al cual había sido arrastrado. Por un lado: si se rehusaba a compartir lo que sabía, lo torturarían hasta dejarlo seco. Pero si lo hacía sin oponer resistencia, dudaba mucho que lo dejaran ir sano y salvo.
Sus opciones eran escasas, tal vez si suplicaba miserablemente para que lo exoneraran, podría sobrevivir y llegar a contemplar de nuevo los rayos del sol. El Alfa frente a él era tan imponente que casi lo hace mearse en los pantalones del susto, lo cual era mil veces peor.
Su cuerpo temblaba con intensos espasmos y el sudor le empapaba. La respiración era tan rauda y pesada que pensó que estaba a punto de entrar en shock. Hasta que el Alfa habló y si ya no estuviera contando cada pulsación que su corazón tenía la dicha de seguir ofreciendo, pudo haber sentido vergüenza debido al chirrido poco masculino o valeroso que escapó de su boca.
—Puedes empezar por decirme a dónde carajos se fue a esconder tu jefe — Yaakov exige, inclinándose sobre él —. Y mejor hables rápido, pedazo de mierda. Para tu mala suerte me he despertado hoy con un humor de los mil demonios.
El rehén, asustado y espantado, observa fijamente el rostro de su captor, moviéndose inútilmente en la silla, en un intento desesperado por establecer la mayor distancia posible.
—P-por favor, señor — hablar es toda una guerra contra el nudo obstruyendo su garganta y las vibraciones constantes de sus extremidades — Y-yo no s-sé nada — tartamudea, deseando que Yaakov pueda percibir la honestidad en sus pupilas —. Le j-juro que yo n-no sé nada.
Yaakov sonríe, una hilera de dientes blancos evidentes a pesar de que la pobre bombilla no hace gran cosa para iluminar su celda. Se endereza sobre sus pies, observándolo como si fuera un jodido insecto que ha tenido la desgracia de pisar con su calzado.
—Respuesta incorrecta — dos simples palabras son como un balde de cubos de hielo cayendo directamente sobre su cabeza. Terror recorre su espina dorsal cuando Yaakov se gira, le hace una seña casi imperceptible a uno de los esbirros y éste se marcha, dejándoles, para agregarle una capa más de suerte de mierda a su jodida condición, a solas.
Pero segundos después la puerta se abre dejando ver al mismo sujeto aparecer, empujando una mesa con múltiples herramientas de aspecto amenazante alineadas, algunas todavía con rastros de sangre de antiguas torturas. Sus esfuerzos para desatarse se renuevan, pero las sogas son gruesas y férreas, así que sus muñecas sólo logran magullarse.
Escucha de repente una risa macabra proveniente de Yaakov e inmediatamente cada vello de su piel se eriza de horror. Sus miradas se conectan y él trata de prepararse mentalmente para lo que sabe le va a ocurrir.
—Deberías saber que es inútil tratar de liberarte de las ataduras, hijo de puta — su risa mengua lentamente y el cautivo casi deseó que no pasara. Está dispuesto a cualquier cosa antes de tener que enfrentar a la maligna perversidad evidente en el semblante del matón —. ¿Qué harás de todas maneras si te sueltas? Estás indefenso, en una propiedad con cientos de hombres armados hasta los dientes. Ni siquiera lograrás levantarte de allí sin antes ser llenado de balas o rebanado por mis garras — se aproxima a la mesa y toca varias de las herramientas con las yemas de sus largos dedos, decidiendo cuál escoger —. Pensé que eras más inteligente y soltarías todo de una vez¿. Pero, si debo ser brutalmente honesto, no quería que lo hicieras. Eso sería muy aburrido.
Yaakov finalmente se decide por un pequeño martillo de bola. Los pasos que da a medida que se abalanza sobre él le restan estabilidad a su cordura. Siente como el temor crece cada vez más rápido, como un diminuto ratón acorralado en una esquina, acechado por los gigantes colmillos y ansias asesinas de un depredador con el triple de su tamaño.
Su pulso tan desbocado que se sorprende que sus delgadas venas sean capaces de mantener el flujo, las gordas gotas de sudor empañan su frente y se cuelan por sus pestañas, causando que sus ojos ardan por la salinidad, además de las lágrimas de un llanto que aún es obstinado en no derramar.
—Te presento a mi amigo — Yaakov le dice con simpleza, mientras agita un poco el instrumento cerca de su cara —. Entiendo que como no me conoces no me tengas confianza. Pero tú... — lo señala —. Con ayuda de mi amigo aquí... — hace lo mismo con el martillo —. Me contarás todo lo que quiero saber. Y si aún tienes algo de inteligencia en tu puto cerebro, te aconsejo no te tardes. Mi amigo es muy impaciente y huele las mentiras.
Yaakov aguarda en silencio, anticipando que el hombre deje toda la bravuconería actuada en el olvido y empiece a balbucear. Tristemente, la paciencia no es un atributo por el cual pueda regodearse, así que cansado y empeñado en demostrar su maldito punto: en un veloz movimiento, abalanza el mazo contra la desprotegida rodilla izquierda del bastardo.
El sonido de la rótula fracturándose es el precedente al grito desgarrador de agonía abarcando las cuatro paredes de la sala. Sin importarle en lo más mínimo, vuelve a hacerlo.
Una y otra y otra vez. La sangre sale disparada hasta el techo, expandiéndose en el piso mugriento, ensuciando la ropa del Alfa. El hombre casi se desmaya de dolor, sollozando y babeándose, los pulmones le arden y al cabo de unos instantes, sus gritos son aullados con menos potencia por el desgarre en su laringe.
Los golpes cesan, gracias a las deidades celestiales. Yaakov respira con agitación y está sudando y si las salpicaduras carmesí no delataran lo que acababa de hacer, cualquiera pensaría que estaba participando en un maratón o saliendo de una rutina en el gimnasio, no en plena sesión para infringir crueles tormentos a una víctima miserable.
—¿Estás listo para hablar? — tiene que darle un par de bofetadas al infeliz para que no pierda el conocimiento y se enfoque otra vez —. ¿O quieres conocer a otro de mis amigos? Tengo varios que me gustaría presentarte — mientras hace un gesto hacia el mesón.
El prisionero niega frenéticamente, inhalando grandes bocanadas de aire, en un esfuerzo inútil de tolerar el inmenso daño que estaba experimentando en su parte inferior. La saliva se escurría fuera de su boca y el cabello se le pegaba a la frente, una mezcla de fluidos corporales pringando sus mechones.
—P-por... favor — ruega sin mucha fortaleza —. M-me matarán s-si hablo — logra articular entre los profundos jadeos.
—Y yo te mataré si no lo haces, cabrón — ruge entre dientes, los músculos de su mandíbula palpitando —. Morirás de una forma u otra, ahora que tan rápido sea sólo depende de ti.
El tipo inclina su cabeza hacia atrás, lágrimas fluyendo sin filtro de sus ojos como cascadas. La había cagado, lo sabía y ahora moriría por culpa del maldito Kirchner.
—P-podemos hacer u-un t-trato — sugiere, con un deje de esperanza —. Le d-diré lo que q-quiera saber, a c-cambio de m-mi vida.
Yaakov lo fulmina con su acerada mirada, una expresión neutra, lo que no le revela nada realmente así que piensa con inocencia que está considerando su propuesta. Que equivocado estaba.
Yaakov se dirige a la mesa nuevamente y de allí obtiene un alicate. Se detiene detrás de él y antes de poder procesar lo que iba a suceder, el meñique y el anular de su mano derecha son amputados con un corte limpio.
Se remueve desquiciado contra las ataduras, bramando una serie de obscenidades que se desvanecen en un eco y que nadie acude para auxiliarlo. Desde su espalda, Yaakov envuelve su cuello con una poderosa mano e inclina su cabeza hacia atrás.
—Escúchame bien, hijo de puta — gruñe en su oído, su voz gutural o carente de humanidad —. La única manera en la que saldrás de aquí es en una bolsa negra. ¿Entiendes? — con su mano libre coge un puñado de los cabellos del hombre y tira de ellos con fiereza —. Así que déjate de mierdas y dime exactamente lo que quiero saber. Tu agonía sólo aumentará de aquí en adelante mientras te rehúses a hablar, así que hazte un favor a ti mismo y suéltalo todo.
Resignado, el cautivo acepta con una sacudida de su cabeza. Yaakov afloja la tensión de su asimiento y se posiciona nuevamente en el frente para mirarlo expectante, los brazos musculosos en flexión sobre su pecho.
—Kirchner nos había d-dicho hace tres días que nos p-preparáramos para u-una emboscada a un c-clan enemigo — confesó, arrastrando las palabras a través del dolor —. N-nos dijo también q-que empezáramos a recoger todo p-porque mudaríamos la sede p-principal.
Cierra por un momento los ojos, orando para desmayarse y al menos tener un jodido descanso, pero no pasó. Al menos debía estar agradecido que la sensibilidad de su cuerpo se estaba disipando y el dolor disminuía progresivamente.
—L-le juro q-que no sé a d-dónde — le informa, separando con pesar los párpados, decepcionado de que no estuviera siendo timado por una maldita pesadilla. Pero Yaakov seguía allí, igual de cabreado e irritable —. Le d-debía mucho dinero a u-uno de mis c-compañeros, así q-que me escabullí en m-medio de los preparativos y n-no regresé. Pensé e-en hacerlo, p-pero cuando lo h-hice ya se habían ido.
Yaakov niega incrédulo ante la increíble estupidez de imbécil. Sólo un idiota actuaría de manera tan irresponsable, eso sólo manifiesta lo incompetente de Kirchner al seleccionar novatos y no entrenarlos adecuadamente.
—Eso no me sirve para absolutamente nada, pedazo de mierda — protesta, yendo hacia la mesa —. Voy a tener que ser más contundente contigo si quiero que me des...
—¡Espere! — grita, en un intento desesperado por evadir más suplicios —. D-dijo algo... Kirchner dijo algo. Algo s-sobre obtener i-información sobre Alekséi Magnus, s-sobre un hacker — abre ampliamente los ojos cuando su mente se alumbra —. ¡Sí! Un hacker. P-por favor, ¡t-tiene que creerme! No me l-lastime más — más lágrimas son derramadas, liberando furiosos sollozos.
Pero alcanzó su cometido: engatusar el interés del Alfa, quien inmediatamente se dio la vuelta, veloz como un trueno para situarse frente a él, su rostro a centímetros de separación.
—¿Qué fue exactamente lo que escuchaste? — cuestiona, el calor de su aliento soplando en sus pómulos ensangrentados.
Pero él está tan ofuscado en el llanto que se le imposibilita contestar con claridad, a lo que Yaakov lo agarra por el cuello de la camisa con una mano y con la otra le propina una fuerte bofetada, partiendo su labio en dos, sintiendo el sabor metálico retumbar en su lengua.
—¡Habla, joder! — grita, agitándolo para que recobre la compostura.
—Escuché que uno d-de los esbirros iba a b-buscar a un programador — recuperando poco a poco sus sentidos, la mejilla le escocía por el golpe —. Una especie de e-experto que v-viene haciendo varios tipos d-de trabajos ilegales desde hace t-tiempo. En Sarátov2, lo i-iban a b-buscar allá. Kirchner se las vio d-difícil para dar con él. E-es bastante e-escurridizo. Y su nombre... — el hombre se interrumpe tratando de recordarlo. Había sido una conversación que él casual iba pasando y logró escuchar, así que era como una nube translúcida en su memoria.
Yaakov lo golpea, por lo que se quejó de nuevo, aunque sabía que a nadie allí le importaba una mierda.
—¡¿Quién, maldita sea?! — demanda el Alfa fuera de sí, enfurecido por obtener el dato tan crucial que cambiaría el rumbo de las cosas —. ¡¿Quién?!
El condenado se retuerce, las manos entumecidas por el amarre opresor de las ataduras. Estaba pálido por la pérdida de sangre y su muslo casi desprendido de la pantorrilla dolía como los mil infiernos. Pero justo en ese momento, un brillo se enciende y casi se ahoga, agradecido de poder terminar con su sufrimiento.
—¡King! — chilla sofocado, a punto de recibir el puño que el Alfa había alzado en el aire si no decía nada —. Su s-seudónimo es King Phantom. Así le c-conocen en la red — mientras volvía a caer en gimoteos lastimeros.
Yaakov se congela. Luego de disponer de unos cortos segundos para reorganizarse, lentamente se endereza, desprovisto de lástima o compasión, apremia:
—¿Estás seguro? — su tono bajo pero firme, recibiendo un asentimiento por respuesta.
Satisfecho por haber conseguido lo que bajó a buscar, se dispone a irse. Sin embargo, antes de hacerlo, aún de espaldas a la sala, le ordena a Maxim por sobre su hombro:
—Desháganse de él — es lo último que agrega con contundencia, confiado de que su palabra será cumplida como ley.
Mientras se dirige a su habitación para poder asearse, obtiene su teléfono y pulsa el botón de marcación rápida:
—Reiji, empieza a hacer averiguaciones en la Deep Web2 sobre un hacker. Su seudónimo es King Phantom.
2La dark/deep web o internet oscura es el contenido público de la World Wide Web que existe en darknets, redes que se superponen a la internet pública y requieren de software específico, configuraciones o autorización para acceder.