TRES
Para su suerte, Abril tenía en su poder el celular que Erika le había prestado, pues ella no tenía dinero para poder comprarse uno de nuevo y el que tenía tuvo que venderlo para pagar los remedios de su hermana dado que no tenían cobertura médica.
Cuando ingresó al baño, dejó que todo su cuerpo recibiera el frío del mosaico para que calmara sus emociones. Ese desconocido lograba alterarla de una forma que no conseguía con nadie. En su cabeza volvió a proyectar lo vivido antes. No podía evitar que se le erizara la piel con solo recordar cómo la miraba, cómo sus ojos negros penetraban su cuerpo, esos ojos que le miraban con total descaro los pechos, y cómo su rostro inexpresivo en cierta forma le excitaba. Enseguida borró esas ideas de su mente. Ella tenía novio, y lo amaba mucho.
—Erika, necesito pedirte un favor —habló rápido.
—Hola, mejor amiga, ¿cómo estás? ¿Bien? Gracias. Sí, sí, yo bien, ¿y vos? ¿Qué pasa? —Abril puso los ojos en blanco al escuchar la manera en la que le contestó. Erika no podía con su genio.
—Un imbécil me tiró vino en el vestido, que tengo hecho un desastre. —De repente, Erika rompió en carcajadas. Abril se molestó—. ¿Qué es lo chistoso?
—Decime la verdad, ¿te hiciste la sexi y te salió mal?
Abril tenía la costumbre de “hacerse la rica” cada vez que la llevaba a visitar lugares como ese, que eran frecuentados por personas de clase media alta, y ella era de media baja. Más baja que media.
—Por favor, no estoy para bromas. Mauro me espera en el salón y yo acá, con los pechos todos llenos de vino.
Evidentemente, cada comentario embarraba más las cosas.
—Decile que te las seque con la lengua.
Tanto Cathy como Erika rompieron en risas casi desquiciadas.
—¡No estoy para bromas tontas! Por favor, ¿podes traerme un vestido elegante? —preguntó molesta.
—Dale. —Detrás de la línea se escuchó una risita malévola.
Abril anticipó lo que haría.
—¡Ni se te ocurra!
Cuando se estaba probando los vestidos, y antes de elegir el que llevaba puesto, se probó uno rojo bine oscuro con toda la espalda descubierta, hasta la parte donde iniciaba la curva de sus glúteos, un escote en V que se ataba por el cuello, pero que, a diferencia del anterior, dejaba bien a la vista el contorno de sus senos, y un corte en uno de sus costados que iba desde la mitad de los muslos hasta el final. El vestido era hermoso, y para un lugar como ese no estaba mal, pero le avergonzaba mostrar tanto. Sí, amaba sus curvas, pero más amaba mostrarse para Mauro.
—Te veo en un rato, mi amor.
Abril le gritó para que se diera por enterada de que ese no era el vestido que iba a ponerse, pero fue en vano, porque ella haría lo que quisiera.
Santino nunca se hubiera imaginado encontrar a esa mujer en ese lugar, ya que realmente era un sitio muy caro, y a decir verdad, ella no se veía como una mujer de la alta sociedad, por lo que ni se le cruzaba por la cabeza por qué se encontraba allí. Respecto a él, de vez en cuando le apetecía ir a cenar a ese tipo de lugares, y lo hacía solo. Las mozas se peleaban por atenderlo y siempre, o la mayoría de las veces, se les olvidaba algo, por lo que terminaba por dirigirse él mismo hacia el mostrador a reclamarles. Ese día había ocurrido algo con la copa de vino; resultó ser que la misma estaba sucia. La llevó de nuevo para devolverla y para quejarse con los empleados, pero en el camino se llevó por delante a una mujer sin imaginarse nunca que sería la misma que le rayó el auto. Todo el contenido de su copa se vertió sobre sus pechos y él no pudo evitar mirarlos y desear tener sus manos apretándolos o sus dientes mordiendo esos duros pezones que resaltaban mediante la delgada tela. Sus manos intentaban secar el líquido de los mismos. Él quiso meter sus manos allí. Eran del tamaño perfecto para sus palmas. Se desesperó por poder poseerlos. No obstante, nada se comparó al momento en el que ella mordió sus labios. Fue fulminante para su cabeza. Por un instante sus manos le temblaron y luchó contra su propio instinto, aunque no pudo hacer mucho.
Si era por él, allí mismo la tomaba como suya, pero solo quiso verla repetir la acción.
Como era costumbre, su mal genio lo dejó excitado.
De un momento a otro, vio ciertos movimientos en el baño. Pensó por un segundo si esa chica que pasó con una bolsa fue en su ayuda. De ser así, moría de curiosidad por saber qué le diría y cómo solucionaría lo del vestido, porque, para ser sincero, se lo arruinó.
—¡¿Por qué me trajiste esto, Erika?! —chilló enfadada mientras se miraba en el espejo—. Si me muevo mucho, se me escapan las tetas —espetó a punto de llorar, frustrada, ante los ojos divertidos de su mejor amiga.
—Mejor, así lo excitas. —Le guiñó un ojo—. No seas amargada, te queda bellísimo. Saca esa perra que llevas dentro —intentó convencerla en vano—. Bueno, Abril, tenés ese vestido como única opción o aquel todo mojado. La elección está en vos.
No le quedó más que usar ese.
Cuando apareció por el gran salón, todas las miradas, especialmente la de los hombres, se fueron a su cuerpo, lo que la incomodó demasiado, pero aquella mirada que la intimidaba más que cualquier otra, incluso más que la de su novio, era la de aquel hombre. ¿Por qué entre tantos lugares disponibles tuvo que pedir la reserva en frente de su mesa? ¿Podría ser tanta casualidad?,
Al verla salir del baño con ese vestido que no dejaba nada a la imaginación, Santino sintió que le faltaba el aire y que el deseo de tocarla por todas partes lo consumía. Cuando sus miradas se encontraron, ella puso los ojos en blanco y él no hizo ninguna mueca, solo la contempló tanto que todo su cuerpo ardió en llamas. Él no podía dejar de imaginar las mil y una poses sexuales que podrían experimentar juntos y la manera en que podría llevarla al éxtasis sin siquiera tocarla, porque toda ella era deseo en su máxima expresión.
—¿Qué pasó? —Se percató del cambio de vestido.
—Un imbécil me tiró una copa de vino encima. —Esto lo dijo en un tono alto para que Santino pudiera oírla, pero él solo se limitó a comer y beber sin dejar de mirarla.
—¿Querés decirme de quién se trata?
Mauro podía ser tímido, pero cada vez que algún desubicado le decía o hacía algo fuera de lugar a su novia la defendía con uñas y dientes.
—No, amor, ya se fue del restaurante —mintió. Algo en ese hombre le llamaba la atención. No podía admitir que no le pasaba nada al tener esos ojos negros como la noche posados en su cuerpo.
—De todas maneras, ese vestido te queda mejor —le susurró y le guiñó el ojo con picardía.
—Lo sé. No ves la hora de arrancarlo con los dientes —le siguió su jugueteo.
—Si sigues hablándome de esa manera, no seré responsable de lo que pueda hacerte delante de todos.
Ellos tenían ese tipo de coqueteo, pero la realidad era que solo quedaba en eso, porque Mauro no era de ese tipo de hombre que faltaba el respeto delante de todos o que le hacía lo que prometía, pero sí le gustaba halagarla, halagar su cuerpo, y ¿por qué no?, expresarle cuánto la deseaba. Claro, cuando tenía el valor para hacerlo.
—Amor, debo ir al baño antes de irnos. No espero el momento de estar a solas los dos—le susurró al oído. Se estremeció de solo pensarse entre las sábanas.
—No te tardes.
Él la dejó sola.
En ese momento, ella se levantó y caminó los pocos pasos que separaban su mesa de la de Santino. Esa mirada suya ya comenzaba a molestarle.
—¿Querés una foto o qué?
La había visto dirigirse hacia él con actitud desafiante y supo que no le diría nada agradable. Su pregunta hizo volar su morbosa imaginación.
Claro que quería una foto, pero no vestida, no parada frente a él sintiéndose una mujer poderosa, que se come el mundo con su sola presencia, no, sino que la quería abnegada a sus pies, desnuda, con una correa de cuero en el cuello y ofreciéndose para él.
—¿Estás mudo o qué? Contestá. —Él dejó su copa y, mirándola de arriba abajo, tomó la servilleta y se limpió el sobrante de vino de los labios para luego posar su mirada en sus ojos—. Deja de mirarme así.
—¿Así cómo? —cuestionó serio.
Ella no sabía si se trataba de un hombre cuyo comportamiento frío y soberbio lo utilizaba para seducir o un degenerado que iba por la vida intimidando mujeres.
—Así… —Sintió pudor, así que no le dijo que su mirada la sentía como si estuviera penetrando cada zona íntima de su cuerpo. Cómo si estuviera dispuesta a él y a todas esas cosas sucias que seguramente tenía vagando en su mente. Pero ¿cómo iba a decirle eso?
—¿Como si quisiera cumplir con su cuerpo las fantasías más morbosas que rondan en mi mente? —le inquirió muy tranquilo.
Ella casi se ahogó con su propia saliva. Tembló por el deseo repentino que había nacido en su bajo vientre.
—Sos un cerdo degenerado —soltó, sin poder disimular el gemido que acompañó la última palabra.
Él elevó una ceja y sonrió de lado, gesto que la derritió por completo.
—Y usted se me presenta prácticamente con sus pechos desnudos. ¿Pretende que no se los mire? —se quedó boquiabierta. ¿Cómo podía decirle esas cosas? Ese hombre no tenía vergüenza—. Y respecto a la foto —la miró con descaro de arriba abajo—, realmente no creo que me la dé como quisiera verla.
No le dijo nada más porque comprendió que, en efecto, sus palabras tenían gran connotación sexual, y si bien cualquiera en su lugar lo denunciaría por acoso, una parte de ella se sentía excitada por cómo la miraba y por la forma tan explicita en la que le hablaba.
—Pero déjeme decirle que lo que usted necesita es alguien que la eduque, que le enseñe obediencia, porque su comportamiento no es digno de una mujer; parece un animal salvaje.
Ella lo miró y frunció su ceño. ¿Quién se piensa que es ese hombre?
—Y vos necesitas ser menos idiota…
No pudo continuar porque enseguida la interrumpió.
—¿Lo ve? Usted necesita disciplina. —Lo observó y se giró. Justo cuando se iba a ir, le dijo una última cosa que hizo que la estabilidad de sus piernas casi le fallara—. Por cierto, ese escote le sienta mucho mejor.
Ella ya no respondió, pues volvió a su sitio antes de que volviera Mauro. No quería que se generara algún tipo de discusión.