DOS
Ni bien Abril llegó a la casa de comidas, explicó lo sucedido, dado que algunos clientes habían llamado para quejarse de la demora. La verdad era que solo estuvo veinte minutos varada en el tránsito, tiempo suficiente para que le costara su trabajo. ¿Qué haría ahora? Había perdido su segundo sustento y con él las ilusiones de poder salir de ese abismo en el que se sentía desde la muerte de sus padres.
—¡Hijo de una buena madre! —Entró al departamento a los gritos y tiró su morral al suelo.
—¿Qué pasó? ¿Por qué estás tan temprano en casa? —cuestionó sorprendida Erika, que apareció desde la cocina con un delantal de chef y toda llena de harina. Detrás de ella estaba Cathy igual que ella y conteniendo la risa, aunque claramente la imagen era divertida. Las tres estallaron en carcajadas.
—¿Qué te pasó, Abril?
Fue entonces que recordó por qué estaba tan enojada.
—Por culpa de un tarado perdí el trabajo. —Eso fue suficiente para que la sonrisa se borrara del rostro de la niña por completo—. No, no, amor, que como sea conseguiré la plata para que podamos viajar.
Ella sabía de más que eso sería imposible. ¿Cómo juntar más de $40 000 000? Ni en diez vidas podría hacerlo, y aunque debía hablarle con la verdad y no crearle falsas esperanzas, no podía romper sus ilusiones, no tenía corazón para hacerlo.
Su amiga no estaba de acuerdo con lo que ella hacía, pero podía comprender por qué. Por eso, y aunque sabía que estaba mal, fomentaba esa mentira.
—Sí, y yo voy a ayudar —comentó Erika, aunque, a decir verdad, juntar esa suma, y encima en dólares, era casi imposible, pero no podían romper las ilusiones de la niña porque solo ella sabía lo que se sentía estar postrada en esa silla de ruedas.
De repente, el teléfono de la casa sonó. Las tres se miraron.
Cathy, al mismo tiempo que Erika, gritó:
—¡Otra vez el empalagoso!
Y concluyeron con risas.
Se referían a Mauro, su novio, con quien llevaban un año y medio de relación. Además, tenían planes a futuro juntos.
Desde que pasó todo aquello de los padres de Abril siempre estuvo predispuesto a ayudarla, hasta trabajaba el doble para poder juntar algo de dinero y ponerlo en el pozo para que Cathy pudiera volver a caminar. Ella merecía poder cumplir su sueño de ser una gran bailarina, y sabía cuán importante eran sus piernas para lograrlo.
—Hola, amor —habló del otro lado de la línea.
—Hola, mi vida, ¿cómo estás? —Ella trató de que no se le notara el malestar por haber perdido el trabajo.
—Bien, por suerte bien. Gracias a Dios pude comunicarme con vos. Quiero invitarte a comer a un lugar muy lindo.
Él llevaba un mes en su segundo trabajo como cajero en un banco y quería invitarla a cenar a un lugar lindo donde ella pudiera sentirse cómoda, sin preocuparse por nada. Llevaba seis meses alterada por las circunstancias y era momento de respirar un poco.
—No lo sé, amor. Tengo que cuidar a Cathy y ayudar a Erika con la cena.
De fondo él podía escuchar los gritos de ambas mencionadas que desestimaban su excusa.
—Por favor, mi amor, te juro que no te vas a arrepentir. Además, tengo muchas ganas de ya sabes qué.
Era increíble como él, refiriéndose a sexo, podía sentirse tan intimidante. Sería por eso que le gustaba y lo quería tanto. Estaba enamorada. Nunca antes se había sentido así o por lo menos eso creía.
—Bueno, está bien. —Puso los ojos en blanco.
Esa misma noche decidió ponerse un vestido blanco que resaltaba muy bien sus senos grandes. Como sería una noche especial y fogosa, eligió un escote prominente, pero a la vez sugestivo, ya que llevaba un encaje color piel que daba a creer que no solo le cubría sus pechos esa tela blanca cuando era un todo. Decidió, asimismo, calzarse unos zapatos de tacón aguja plateados. El cabello se lo dejó suelto. En cambio, el flequillo, negro como la noche, lo colocó a un costado con un clip. Como maquillaje, se puso pestañas postizas, un delineado de gato, que resaltaban sus ojos cafés oscuro, y un rojo fuego en sus labios que podría encender ideas a cualquier hombre o mujer que pasara por la calle.
Una vez que estuvo lista, y el reloj de pared marcó las veinte horas, el timbre sonó. Cuando ella abrió la puerta, se encontró con su novio vestido de gala, por el lugar donde iban, y con una flor en la mano. Una rosa roja como sus labios.
—Awww —dijeron al unísono Cathy y Erika.
Lo cierto era que se burlaban de lo cursi que podía ser a veces ese hombre, pero aun así les encantaba para ella, porque, además, él fue muy importante para las dos cuando murieron sus padres.
—Basta. —Rio a sabiendas de que ese tipo de comentario hacía poner rojo a Mauro.
—Hola, amor —la saludó por lo bajo y depositó un beso en sus labios.
—Hola, vida mía. —Lo miró con ojos de enamorada—. Vamos, porque estas dos dirán cualquier estupidez.
Se fueron al compás de las risas de su hermana y su amiga, que los miraban desde la puerta.
—¡Usa preservativo, cuñado! —le chilló Cathy.
Abril se dio la vuelta para hacerle señas de que cerrara la boca mientras contenía la risa.
—Igual traigo uno en el bolsillo —soltó él avergonzado.
—¿Solo uno? —inquirió Abril de modo bromista.
Se rieron.
Si había algo que le gustaba a ella, era el sexo, y si era con él, mucho mejor.
Cuando llegaron al lugar, ella quedó enamorada de la ambientación. Las luces eran de colores cálidos, los cuales daban la impresión de ser un espacio amplio cuando en verdad no lo era tanto. Cuando la chica de recepción se acercó a ellos, él dijo su nombre, entonces los acompañó hacia una de las mesas que daban a la ventana, que a su vez daba a una fuente llena de luces con ángeles tirando agua de sus bocas. Era un sueño.
—Es hermoso, y debió costarte una fortuna. —Lo observó con amor.
—Nada es mucho para la mujer de mi vida.
Sintiéndose afortunada, extendió su mano y tomó la suya.
—No sé qué haría sin vos. Te quiero tanto. —Se levantó para tomar sus mejillas y acercarlo a su rostro. Quería besarlo.
—Te amo —dijo él entre sus labios.
—Y yo cómo no podrías imaginar—concluyó con una sonrisa.
Se habían pedido unas pastas con salsa y para beber vino tinto. No era el más caro, pues era lo que podía pagar.
Durante la cena hablaron de todo tipo de cosas, especialmente sobre la operación de Catalina. Pese a que él le ofreció darle la mitad de su sueldo, ella no lo aceptó. No era mucho lo que ganaba y no quería que terminara por pensar que se aprovechaba de su buen corazón. Ella debía sacar sola a su hermana. Le contó también el incidente que tuvo esa mañana, aunque no le mencionó que la despidieron de su trabajo, dado que no quería darle más preocupaciones, ya era suficiente con que su hermanita estuviera desanimada con sus ilusiones rotas de volver a caminar. Ella no sabía cómo, pero conseguiría ese dinero.
—Voy al toilette —le informó.
Él se rio.
Abril no era de esas mujeres refinadas, pero sí hacía un buen papel cuando debían ir a lugares como en el que cenaban.
—Te amo.
Ella se acercó a su oído para decirle algo que lo puso incómodo:
—No veo la hora de que me hagas el amor de manera salvaje.
Abril era dos mujeres en una. De repente, una muy tranquila, dulce, romántica y, ¿por qué no?, tímida. Por otro lado, una apasionada de la vida y amante del sexo como ninguna otra que había pasado en la vida de Mauro. Ella amaba el sexo oral por sobre todas las cosas. “Por amor al arte”, decía siempre que se arrodillaba a sus pies. Él no podía dejar de perderse entre el negro de sus pupilas dilatadas.
Ni bien se dirigió al baño, el teléfono, que guardaba en su cartera de mano, sonó. Cuando lo atendió, se distrajo, llevándose por delante a una persona, que volcó una copa de vino entre sus pechos.
—Lo siento, se… —No pudo terminar la frase porque ambos, al unísono, dijeron lo mismo—. ¡¿Me estás siguiendo?! —Él no pudo evitar llevar sus ojos a su escote, que estaban empapados del vino que llevaba en su copa. El vestido blanco se tornó de un color rosado. Lo quería matar—. ¿Podés dejar de mirarme los pechos… —intentó secarse con las manos el desastre que le hizo— y darme una mano? —le espetó ofendida. En ese momento se dio cuenta de lo que dijo, por lo que elevó su mirada—. No me malinterpretes. Me refiero a que me des algo para secarme. Pero ¿a qué idiota se le ocurre venir a los baños con una copa de vino? —masculló muy molesta, pero a todo ello no recibió siquiera una disculpa—. ¿Y bien? —Él la contempló sin expresión alguna—. ¿Vas a fingir que no me estás mirando los pechos o por lo menos te vas a dignar a pedirme disculpas?
—Usted me la debe a mí —dijo tajante.
—Que soberbio sos —siseó con rabia y no pudo evitar morder su labio inferior de la bronca.
Deseaba insultarlo, pero no lo hizo.
Estaba a punto de continuar con su camino cuando él la interrumpió.
—Eso que acabas de hacer fue excitante. —Ella levantó su mirada y notó que las pupilas del hombre se dilataron—. Hacelo de nuevo.
Lo miró extrañada y lo empujó para adentrarse al baño.
—Lo que una mujer tiene que aguantar de tipos degenerados y descarados.
Algo había pasado dentro de ella, al igual que en él.
Ese gesto fue tan excitante que el solo cerrar los ojos e imaginarla haciéndolo de nuevo ya sentía cómo su miembro se iba despertando. Sin embargo, Abril era muy diferente a las mujeres con las que estaba acostumbrado a relacionarse íntimamente. Ella era salvaje e indomable y no se dejaba intimidar por nadie, mucho menos por él, y eso en cierta forma le atraía.