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CAPÍTULO 4: “Frida, la bocona”

Y así quedaron las cosas. Mientras Frida, se encargaba que el personal de limpieza dejara como nueva la sala de reuniones Danielle, se puso manos a la obra con el informe de la junta. Necesitaba tenerlo listo antes que el señor Allen, regresara de su almuerzo. Era bastante estricto con los horarios y las prioridades, cuando daba una orden esta debía ser cumplida en ese mismo instante, él, era la prioridad. Era el jefe, y el mensaje estaba claro, si no estaba contento entonces nadie podía estarlo. Y ya todos iban conociendo su maldito genio de los diez mil demonios.

A las 2:30 de la tarde en punto Nicholas, salió del ascensor en el piso 16, su piso. Escrutó todo el lugar (como de costumbre) asegurándose que estuviese inmaculadamente limpio, con su ojo de halcón se acercó hasta el escritorio de su secretaria, con la intención de solo echar un vistazo, pero en su lugar se encontró con un desastre, desorden reinaba en el puesto de trabajo de Frida. Lápices mordidos, artículos infantiles, botellas de agua vacía, un cargador de celular conectado al interruptor sin ser utilizado y lo peor, medio sándwich a mitad de comer junto al teclado.

Absolutamente asqueado retrocedió unos pasos ¿Qué clase de chiquero era aquello? ¿Así era como su secretaria recibía a la gente? No podía dejar de negar con la cabeza ¿cómo no lo notó antes? Qué vergüenza que sus clientes tuviesen que ver aquello…

Y entonces apareció Frida, caminaba tranquilamente con su esbelta figura y su modelito de falda corta y una blusa blanca transparente que dejaba ver detalles de su sujetador algo absolutamente innecesario para una oficina.

— Buenas tardes, señor Allen ¿puedo hacer algo por usted? —saludó con una media sonrisa forzada, le aterraba su presencia

— Esta no es la sala de su casa, mire este desastre —señaló el escritorio con disgusto.

— Estaba por terminar mi almuerzo —explicó ignorando su indignación.

— ¿Almorzando en su puesto de trabajo? ¿He escuchado bien?

— Ssí, es que… -de pronto recordó las reglas y no supo que decir.

— La quiero en mi despacho en DOS MINUTOS

— Cla..claro…

— Y mañana no se moleste en venir si su vestuario no es el adecuado —señala la blusa ocultando su mueca de desaprobación.

— ¿Qué tiene de malo mi ropa? —preguntó ofendida, defendiendo su buen gusto para vestir hasta la muerte.

— Mi oficina en DOS MINUTOS

Hecho una furia por el descaro de Frida, se alejó por el pasillo a toda marcha en dirección al escritorio de Danielle, con toda la intención de continuar con su enojo y buscar algo para llamarle la atención a su asistente, pero ella se encontraba muy concentrada haciendo su trabajo, tanto que ni siquiera lo notó. Estaba al teléfono llamando a cada contacto en la agenda para confirmar los datos que ya tenía.

Bien.

Eso era lo que quería de todos sus trabajadores. Disciplina.

Tomando una profunda respiración para calmarse se dirigió a su despacho. Necesitaba su orden, así que en cuanto estuvo en el interior desabrochó los botones de su chaqueta mientras se acercaba a su escritorio y tomaba asiento en su cómoda butaca reclinable. Pulsó una tecla de su teclado inalámbrico para que la pantalla de su computador cobrara vida. Detestaba el desorden y que el personal se sintiera con el derecho a hacer lo que le diera la gana, estaba ofuscado y con ganas de responsabilizar a alguien.

Cuando Frida, llegó al despacho ya estaba más calmado pero igual de disgustado, con ese ceño fruncido y su perfecto rostro recogido por el enojo, y esa mandíbula cuadrada perfectamente rasurada con esos labios carnosos en una temible línea recta. Observó sus torpes movimientos intentando parecer calmada, se desplazó hasta estar frente al escritorio, nerviosa e incómoda frente la mirada llena de reproches de su jefe.

— Así que no tiene problemas para ver la hora después de todo —comentó Nicholas, con sarcasmo al ver que no tardó más que los dos minutos que le dio para presentarse al despacho.

— No me sentía bien esta mañana señor, le pedí a Danielle, que…

— ¡Silencio! No le he dado autorización para hablar —alzó la voz intimidante

— Lo siento —murmuró mirando sus manos nerviosa.

— ¿Se da cuenta del chiquero que está hecho su escritorio?

— Ya tiré el sándwich —informó como si con eso se solucionara todo.

— Tiene basura, lápices mordisqueados, todo revuelto, si tiene un hijo es asunto suyo, no quiero ver nada que no sea de la empresa sobre su puesto de trabajo ¿estoy siendo claro? —siseó con los dientes apretados

— Pero… ¿por qué? Yo trabajo allí —protestó descaradamente, como si tuviese derecho a hacerlo

— ¿Cuál es su trabajo?

— Secretaria —soltó con altanería.

— ¿De quién es secretaria?

— De usted, señor Allen — respondió con el mentón en alto.

— ¿Y quién soy yo?

— El jefe —gruñe negándose a aceptar su error

— El jefe, la cara visible de la empresa, es decir que cuando grandes empresarios o clientes importantes vienen a verme lo primero que ven es ¿a quién, señorita Thomas?

—…su secretaria —murmura ruborizada, comprendiendo el motivo de su enojo.

— ¡Mi secretaria! Por lo tanto no quiero volver a ver nada que tenga ojos sobre su lugar de trabajo, y tire esos lápices mordisqueados, y lo de comer sobre el teclado…, es inaceptable.

— Lo siento señor, lo tiraré todo.

— Sí, claro que lo hará

Sin decir nada, Frida, dio media vuelta con la esperanza de poder escapar, creyendo que había acabado el reto. Pero no. Antes que pudiera dar más de tres pasos la detuvo con un horrible comentario

— Si su intención es vestir de facilona, entonces está en el trabajo equivocado.

Boquiabierta dio media vuelta, intentando morder su lengua para no insultarlo por aquella ofensa.

— ¿Cómo dice, señor Allen? —intentó no gritarle que era un puto imbécil con demasiados privilegios.

— El código de vestimenta está bastante bien estipulado en el reglamento de la empresa, así que no me mire con esos ojos ofendidos, porque solo digo lo que veo.

— Me está faltando el respeto —siseó con los dientes apretados, conteniéndose.

— No, claro que no, es usted quien al desobedecer lo hace, así que guárdese su altanería para alguien a quien le importe —declaró Nicholas, con la mirada fija en el rostro ligeramente enrojecido de su secretaria.

— ¿Me puedo retirar ahora? —gruñó Frida.

— No, se queda allí y en silencio.

Ignorando la presencia de Frida, tomó el teléfono y marcó la línea interna que conectaba directamente con Danielle.

— Señor Allen ¿qué puedo hacer por usted?

— A mi oficina, ahora —ordenó.

— Sí, señor.

En medio segundo Danielle, entró en el despacho con su libreta en la mano. Sabía que no pintaba nada bien que la llamara mientras reprendía a Frida, así que solo se acercó hasta el escritorio y esperó a que le diera instrucciones.

— Muy bien, seré claro. MUY CLARO señorita Thomas —comenzó a decir ahora que Danielle, estaba presente-. Si usted vuelve a presentarse un minuto tarde a su lugar de trabajo, no se moleste en quedarse, dese por enterada que dejará de contar con su cómodo y mediocre trabajo, porque si buscaba una explicación a porqué fue rechazada su solicitud para el puesto de MI ASISTENE, allí tiene la respuesta, no tienes iniciativa y es desastrosamente impuntual.

Soltando un grito ahogado cargado de indignación por el modo tan descarado en que la estaba tratando, Frida, le lanzó una mirada a Danielle, para que interviniera por ella, pero antes que si quiera pudiesen conectar miradas Nicholas, continuó con su malhumor.

— Y señorita Ross, no quiero que vuelva a cubrir a la señorita Thomas, o corre el mismo riesgo de ser despedida, la de hoy fue la última vez que miente por ella. No quiero meterla en el mismo grupo de las “irresponsables”, sé que no lo es, al contrario, así que se acabó el cubrir a su “amiga” o sea cual sea la razón por la que lo hace ¿quedó claro?

— Sí, señor Allen —contestó mirándolo a los ojos.

— Muy bien, informe a Tamara, que la señorita Thomas, irá a visitarla para firmar el aviso de mala conducta y atrasos reiterados, y que le entregue una copia del reglamento de la empresa destacando el código de vestimenta. No se acepta vestuario sugerente o vulgar —concluye con toda la mala intención del mundo.

— Enseguida, señor Allen —asiente mientras termina de escribirlo todo en su libreta.

— Puede retirarse.

— Con su permiso, señor Allen

Sin esperar a que Danielle, abandonara la habitación, continuó con su represalia contra su secretaria.

— Lleva dos años trabajando en esta empresa, no haga algo estúpido, apéguese al reglamento y haga su trabajo.

— No volveré a fallar, señor Allen, lo prometo

— Quiero hechos, no promesas —la fulmina con la mirada, no le creía una sola palabra

— Por supuesto

Tomándose unos instantes para analizar la actitud de su secretaria, Nicholas, la observó y observó, ella solo decía lo que él esperaba oír y eso lo enojaba aún más, debía imponerle un castigo para que se diera cuenta que el dinero tiene que ganárselo.

— Por el siguiente mes tendrá que trabajar los sábados para recuperar las horas perdidas con atrasos cubiertos por la señorita Ross —anunció con toda la calma del mundo.

— Pero tengo un hijo, no tengo a nadie que lo cuide —chilló excusándose

— Bueno estamos a lunes apenas, busque a alguien, tiene tiempo.

— No es justo —protestó

— No es justo que le esté pagando por cumplir un horario y que llegue a la hora que se le dé la gana. Es todo. Puede retirarse.

Abrió su correo con la intención de regresar al trabajo, pero Frida, no se movió, al contrario abrió su bocota solo para arruinar las cosas aún más.

— Eso no puede ser legal —chilló furiosa, no estaba dispuesta a renunciar a sus sábados.

— ¿Legal? —se levantó de su asiento con su porte intimidante y rodeó el escritorio hasta estar frente a ella. Ahora sí estaba furioso.

— Sí, he firmado para trabajar de lunes a viernes, no el fin de semana

— Señorita Thomas ¿quiere que revise las cámaras de seguridad y calcule realmente cuantas horas de trabajo debe? —amenazó conteniéndose.

— No se trata de eso, no voy a trabajar los sábados.

— Claro que sí, lo que usted hará los siguientes 4 sábados será recuperar horas de trabajo, nada más —insistió.

— Quiero que sepa que presentaré una queja en el departamento de recursos humanos, no voy a perder tiempo de calidad con mi hijo porque usted esté molesto por el desorden de mi escritorio, está exagerando —lo acusa.

— ¿Eso ha sido una amenaza?

— No pienso trabajar los sábados, que otro tonto haga lo que pide.

— Con que otro tonto…-asintió repitiendo sus palabras

— Ya le dije, yo no firmé para trabajar los sábados.

— Muy bien señorita Thomas, recoja sus juguetes del escritorio y vaya a casa a pasar tiempo de calidad con su hijo.

— ¿Cómo dice? —preguntó desconcertada.

— Está despedida —suspiró aliviado, siempre era un placer deshacerse de molestias.

Con el color abandonando sus mejillas, y la boca bien abierta Frida, miró a los ojos a su jefe y casi pudo vislumbrar una sonrisa en ese rostro de amargado que lleva la mayor parte del tiempo.

— No puede…, no… —balbuceó sin ser capaz de formar una oración.

— Adiós.

Le señaló la puerta con placer antes de rodear el escritorio para tomar el teléfono y avisarle de su reciente decisión a Danielle, para que informara a recursos humanos.

Sorprendida por lo mal que había acabado la discusión con el jefe, Danielle, esperó a que Frida, saliera del despacho para agarrarla del brazo y llevarla a la sala de descanso.

— ¿No pudiste mantener tu bocota cerrada? Solo tenías que asentir y decir que no se volvía a repetir —la regañó Danielle, furiosa.

— Ese hijo de puta… —se quejó con la intención de insultar a toda su familia.

— Basta —la corta—. No quiero escuchar insultos, tú eres la única responsable de esto, estas demasiado acostumbrada a que yo te cubra.

— ¡¿Me estás llamando floja?! —gritó alejándose un par de pasos.

— Sí, pero eso no viene al caso ¡te acaban de despedir!

— ¡Lo sé! Estaba allí Danielle —vocifera furiosa, estaba demasiado enojada con ese Demonio como para medir su tono.

— Bien, solo…, espera en tu escritorio a que te llamen de recursos humanos.

Se aleja dejándola sola con su ira. No iba a servirle de escudo para atrapar todo el odio que de seguro estaba sintiendo por Nicholas.

— Dani, no, lo siento, no te vayas —pidió dándose cuenta de lo que hacía.

— No pasa nada, solo ya no la cagues más.

— ¿Qué voy a hacer? —lloriqueó

— Ahora no puedo hablar, tengo que regresar al trabajo —se detiene en la entrada—. Me paso por tu apartamento a penas salga de aquí.

— Pedí hora al pediatra, Ian, está algo resfriado…

— Entonces luego —le sonrió intentando ser amable.

— En realidad ahora necesito que vayas conmigo, puesto que he quedado desempleada necesitaré de tus encantos para seducir al doctor de Ian, sabes que se vuelve loquito cuando te ve.

La observó, no sabía si estaba bromeando o lo decía en serio. Optó por creer que bromeaba.

— De acuerdo, intenta mantener la calma, puede arrepentirse, ya sabes que es medio exquisito y un berrinchudo.

— Es un monstruo, lo dudo —gruñó odiando al jefe por todos sus poros.

Lanzándole una mueca triste se giró y salió de una vez de la sala de descanso, solo para encontrarse al señor Allen, de brazos cruzados frente a su escritorio, furioso, con esos ojos grises casi negros por completo y la venita de su cien hinchada y con corazón propio.

— ¿Dónde estabas? —exigió saber con el malhumor visible a kilómetros.

— Fui a la sala de descanso unos minutos

— 7 minutos —insiste.

— Fui a la sala de descanso por 7 minutos, señor —aclaró sin titubear.

— Toma tus cosas y ven conmigo —ordenó ignorando su desafiante mirada.

— ¿Dónde, señor? —se apresura a llegar a la percha con la chaqueta de su traje.

— ¿Importa? —la calla con su mirada fría—. Toma tu bolso también.

Y sin esperar a que estuviera lista caminó a pasos de gigante hasta el ascensor. Debiendo correr para alcanzarlo Danielle, consiguió entrar al ascensor con él, mientras se acomodaba la chaqueta y colgaba su bolso del hombro. Nicholas, guardó silencio, no explicó donde se dirigían ni le dio instrucciones, simplemente presionó el botón del estacionamiento subterráneo y esperó que lo siguiera.

Y por supuesto que lo hizo. Al menos tuvo la decencia de abrirle la puerta del auto, aunque no esperó a que se subiera, solo la dejó abierta y lo rodeó para acomodarse tras el volante.

Pasaron toda la tarde supervisando una obra. Rodeada de trabajadores que no dejaban de mirarla y hacer comentarios subidos de tono sobre su aspecto físico. La falda corta no ayudaba (aunque no fuese tan corta) y los tacones absolutamente incómodos para un lugar que no tenía piso parejo, debió silenciar sus improperios cada vez que se doblaba el pie o que tropezaba con algo.

Finalmente a las 7 de la tarde y dos horas después de su horario de salida Nicholas, le anunció que se marchaba.

— Ya acabamos, vete a casa.

— ¿A casa?

— Sí, o donde te plazca, ya no me interesa. Eres libre.

Se encontraban al otro lado de la ciudad, no tenía idea de cómo regresar a la oficina. Nerviosa, salió de la obra y comenzó a mirar un mapa desde su celular para intentar ubicarse, la ponía sumamente nerviosa el no saber dónde demonios estaba. Aún más sabiendo de todos los ojos que debía tener encima del culo.

— Señorita Ross…

Una profunda voz la sobresaltó, haciendo que levantara la vista de la pantalla de su celular. Con temor se giró hasta dar con el dueño de esa desconocida voz.

— ¿John? —dijo no muy segura que ese fuera su nombre

— Sí, John Peterson, nos conocimos en la junta de esta mañana

— Hola, lo lamento no soy muy buena recordando —se disculpa con una media sonrisa.

— No pasa nada —le sonríe amistoso

— ¿Estás a cargo de este proyecto? ¿Me ayudas a encontrar una parada de autobús?

— A estas horas no es muy seguro, deja que te lleve.

— No quiero molestarte, de seguro tienes que llegar con tu novia o esposa —intenta rechazarlo.

— Para mi suerte, ya sabes de no tener problemas por llegar tarde, soy soltero.

— Oh… —se ruborizó segura que aquello había sido una indirecta.

— ¿Dónde vas?

— A…, a la oficina está bien

— De acuerdo.

Encantado de poder llevarla, John, la dirigió hasta su auto y la llevó de regreso al trabajo, Danielle, se despidió en el auto rechazando su ofrecimiento a esperar el autobús con ella.

Aliviada de estar en terreno conocido, esperó a que pasara el autobús, mientras mentalmente le daba una paliza al odioso de su jefe y sus modales de mierda ¿cómo se atrevió a dejarla tirada en medio de ese lugar lleno de lobos hambrientos por sus huesos? Esto no se quedaba así, de eso estaba segura. Ahora se las iba a pagar todas. Ya no tenía secretaria, ya no debía cubrir a nadie. Si quería sus estúpidos cappuccinos debía mover el culo y preparárselo él solito.

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