¿Qué rayos he hecho?
El teléfono de Elena sonó en ese momento, era una llamada de Jacqueline, tenía un ringtone especial para ella. pero Elena al estar con su jefe no quería contestar llamadas personales.
Elena no quería contestarle, ya que la última por culpa de ella terminó embriagada y no recordaba nada de la noche anterior.
Ronald se distanció y le dió la espalda.
—¿No vas a contestar la llamada? —preguntó Ronald.
—No es nadie importante —dijo Elena un poco nerviosa.
—Contesta esa llamada te he dicho.
Elena sacó su celular y contestó en voz baja.
—Te llamaré luego, estoy ocupada ahorita.
—Elena, te llevo llamando desde hace unos días y no contestas mis llamadas, yo no tengo la culpa de que no tengas tolerancia al alcohol, tu padre estuvo en la fiesta, sin embargo, tu te perdiste de un momento a otro.
—Te he dicho que te llamaré luego.
Ronald se dió la vuelta, tomó el teléfono de Elena y lo puso en altavoz.
—Habla de una vez, ¿pará que la llamas?
Jacqueline se quedó sorprendida de que un hombre estuviera al lado de Elena, ya que nunca le había conocido un novio.
—Llamaré después, disculpen por interrumpir, Elena, usa protección.
Después de decir eso la llamada finalizó.
—Disculpe por el comentario de mi amiga, no le haga caso.
—Parece que me sigues ocultando la verdad, esos consejos te lo dan si eres activa.
Elena se puso helada, que su jefe le dijera eso le dió tanta vergüenza.
—No, le juro que no, ella es muy bromista.
Ronald la quedó viendo con cara de asesino. Giró de nuevo y presionó el botón para reactivar el ascensor.
Salieron del edificio y otro auto estaba esperándolo. El chófer les abrió la puerta y esperó que estos entrarán para cerrar y moverse a su asiento.
Por alguna razón Ronald sentía que no se podía controlar al estar cerca de Elena.
Elena en cambio se sentó lo más distante de su jefe, no quería ningún mal entendido, solo necesitaba estar seis meses ahí y así continuar sus estudios a medio tiempo.
Ronald sube la división del vehículo, dándole privacidad a ellos dos.
—Estoy seguro que me habrás visto antes y has de haber fantaseado conmigo —dijo Ronald.
—Se equivoca, señor, lo he visto antes en asuntos de negocios, pero nunca he fantaseado con usted.
—Entonces te parezco un hombre poco atractivo para ti.
—No he dicho eso, usted es un hombre muy... —Elena volteó la mirada hacia su jefe, quien tenía una mirada muy hipnotizante—. Usted puede conquistar fácilmente a cualquier chica.
—Sigues afirmando que no soy suficiente para ti.
—No es eso, señor, yo soy muy profesional y no me involucraré con mi jefe.
—Se que estás aquí por pagar tus estudios, dime, ¿con cien mil dólares sera suficiente?
—No entiendo —dijo Elena, quién realmente ya conocía las intenciones de su jefe.
—Renuncias ahorita y te acuestas conmigo por cien mil dólares.
—Se equivoca conmigo, señor Wilson, no soy alguien que se vende y si me quiere solo para intentar acostarse conmigo, entonces renunció pero sin su dinero.
Elena esperó que el vehículo se detuviera en un semáforo para intentar bajarse, pero la puerta tenía seguro.
—¿Qué intentas hacer?
—Bajarme del vehículo, obviamente usted pretende algo conmigo que yo no voy a ceder, así que esta relación laboral ha terminado.
—Callate y quédate quieta, no vas a renunciar, si lo haces me encargaré de que nadie más te contrate y que no puedas entrar a ninguna facultad.
—No puede hacer eso, eso es chantaje, lo está haciendo para que yo me acueste con usted.
—He dicho que te calles, seguirás siendo mi secretaria, no vamos a tener sexo, no te preocupes, me has demostrado que no solamente buscás eso.
—¿Acaso esto era una prueba? Porque ha sido una prueba de mal gusto.
—Algo así —respondió Ronald, quién realmente se encontraba molestó por no haber conseguido lo que quería, sin embargo, le demostró algo que ninguna otra mujer le había demostrado antes.
Llegaron al edificio.
—Baja —ordenó Ronald.
Elena sin dudarlo bajo del auto, pero las puertas de este se cerraron y el auto arrancó a la fuerza.
Ronald se dirigió al bar que habitualmente solía ir, aquí es donde comúnmente conseguía mujeres que anhelaban acostarse con él, algunas inclusive llegaban ahí con la esperanza de tener algo con él y terminarlo enamorando, no obstante, era algo que ninguna chica había conseguido.
.
En ese mismo bar Jacqueline había llegado, había escuchado del rumor que un dios griego llegaba a ese bar para acostarse con una chica distinta, pero su plan era hacer que él fuera suyo para siempre.
Había visitado el bar en distintas ocasiones y no había tenido suerte, pero hoy si, se acercó a él y le saludo.
—¡Lárgate! —ordenó Ronald.
—Solamente quería saludarte, se dice que eres un caballero con las mujeres, parece que me han dado un mal concepto de ti.
Ronald quedó viendo a Jacqueline como si quisiera matarla en ese momento, pero por descuido su celular se cayó, el se agachó a recogerlo, momento que Jacqueline aprovechó en agregarle algo a su bebida.
Ella se sentó al lado de Ronald sin decir una palabra más, pero cuando Ronald terminó su bebida sentía que su cuerpo comenzaba a calentarse, sus deseos sexuales eran incontrolables.
Quedó viendo a Jacqueline y la tomó del brazo.
Jacqueline se hizo la sorprendida, pero era lo que ella quería.
Ronald la llevó a su habitación habitual, está se encontraba a oscuras.
—Ya regreso —dijo Ronald.
La habitación no tenía luz del todo, así le gustaba a Ronald. Las cortinas gruesas de terciopelo negro bloqueaban cualquier rastro de la luz exterior, sumiendo la estancia en una penumbra casi total. Apenas unos haces de luz se filtraban por las rendijas, creando sombras que danzaban lentamente sobre las paredes. El silencio era casi palpable, roto solo por el sonido ocasional de la respiración de Jacqueline.
La puerta se abrió nuevamente y el hombre entró con una seguridad inquebrantable. Su figura apenas visible en la penumbra, se movía con la gracia y precisión de un depredador nocturno. Sin titubear, se lanzó directamente sobre Jacqueline, quien se encontraba sentada en la cama, su silueta apenas discernible entre las sábanas.
Jacqueline no opuso resistencia. Al contrario, se dejó llevar completamente. Podía sentirse su experiencia y dominio en cada movimiento, controlando la situación con una facilidad que solo los años de práctica podían otorgar. Sus manos, fuertes pero sorprendentemente gentiles, la sujetaron con firmeza, asegurándose de que no hubiera lugar para la duda ni el miedo.
Ella cerró los ojos, dejándose sumergir en la oscuridad tanto externa como interna. Su cuerpo se relajó bajo su toque, entregándose por completo a la voluntad del hombre. Podía sentir cada uno de sus movimientos, cada respiración, cada pequeño cambio en la tensión de su agarre. En la oscuridad, el mundo exterior desaparecía, dejando solo la intensidad de aquel momento compartido.
El tiempo parecía haberse detenido, cada segundo estirándose eternamente. La habitación, con su oscuridad densa y envolvente, se convirtió en un mundo propio, un lugar donde solo existían ellos dos. Jacqueline, en ese instante, se abandonó completamente a la experiencia, sintiendo cómo cada fibra de su ser respondía a la presencia dominante del hombre.
Al día siguiente, el hombre se despertó y miró a la dama que tenía a su lado. Jacqueline era bella, pero para él, no era diferente a muchas otras que había conocido. Empezó a vestirse en silencio, pero el movimiento despertó a Jacqueline.
—Te irás tan pronto —dijo Jacqueline, su voz aún somnolienta—. Podemos repetir lo de anoche. —Ella se quitó las sábanas mostrando su cuerpo desnudo, un intento de tentación palpable en su mirada.
—¡En serio! —respondió el hombre con una mezcla de sorpresa y desprecio, girando su rostro.
Fue en ese momento cuando Jacqueline se dio cuenta. El hombre que estaba a su lado no era el dios griego que recordaba haber drogado ayer, sino un hombre poco agraciado. El pánico se apoderó de ella mientras él empezaba a desnudarse nuevamente.
—Vete, sal de aquí. ¿Qué fue lo que me hiciste? Has abusado de mí.
—En ningún momento. Usted me recibió con los brazos abiertos y tengo pruebas de que no abusé de usted —respondió el hombre con una frialdad perturbadora—. Me iré victorioso de haber estado con usted.
El hombre se puso nuevamente el pantalón, agarró su camisa y salió de la habitación, dejándola con una sensación de indignación y confusión.
—Demonios, ¿cómo es posible que me haya pasado esto? —se recriminó una y otra vez Jacqueline, todo había sido planeado meticulosamente.
Salió de la habitación apresurada, pero la persona que vio era la menos esperada. Ahí estaba Ronald, su rostro era una máscara de furia. Y junto a él, el hombre que acababa de salir de la habitación.
—Señor, este hombre ha abusado de mí. Yo recuerdo que usted me llevó a esa habitación y me pidió que lo esperara. Pensé que era usted, pero hoy me dí cuenta que era este impostor.
—¿Es así? ¿No dirás nada más? —la voz de Ronald era un filo helado.
—No entiendo a qué se refiere —balbuceó Jacqueline, el miedo palpable en su tono.
Un tercer hombre entró a la habitación, y esto hizo que Jacqueline empezara a sudar frío. ¿Qué hacía él aquí? La situación se volvía cada vez más insostenible. El recién llegado era un hombre con una presencia imponente, sus ojos oscuros la miraban con una intensidad que la hacía temblar.