Capítulo 5:
Maratón 1/3
Pía Melina
El viaje al apartamento no fue tanto como llegué a pensar que sería.
No; fue muchísimo peor de lo que imaginé.
Entre los cotilleos entre la pareja altamente empalagosa a mi espalda, los chismes bastante sexistas del conductor regordete, junto a los correos que mi jefe me enviaba pidiendo que se los entregara mañana a primera hora fueron solo una bomba que me tenía a punto de entrar en combustión espontánea; en resumidas cuentas, las ganas de llorar, el nudo en la garganta, la opresión en mi pecho y los terribles deseos de que me tragara la tierra eran las circunstancias que me tenían mordiendo mi labio inferior, jugando con el dobladillo de mi gaban, junto a uno que otro mechón de mi cabello que comenzaba a enredar en mi dedo anular sin problemas.
Suspire como por decimotercera vez, admirando mi aliento empañar la ventana del asiento del copiloto mientras nos deteníamos en el quinto semáforo de la 17th Avenue W con la hermosa luna apoderándose del oscuro y estrellado cielo nocturno, instalando una fuerte nostalgia en mi pecho, provocando que el latir de mi pecho aumente cuando recuerdo a mi madre.
El frío no se ha colado lo suficiente en mis huesos pero aún así me mantiene los labios morados y agrietados, las mejillas sonrojadas, junto a mis cellos erizados.
Dibujó un pequeño corazón partido en dos en la empañada ventanilla cuando mi teléfono vibra sacándome de mis pensamientos aburridos y algo melo dramáticos.
Rebusco en el bolsillo de mi abrigo, recibiendo la calidez que este me ofrece a la vez que diviso con mis órbitas verdosas el nombre del pelirrojo en la notificación. Mi curiosidad se activa, impulsandome a desbloquear mi celular a la vez que diviso mi rosado y cursi fondo de pantalla que consta de un príncipe besando a su chica fin dulzura, con conjuntos rosa francés y azul marino.
Abro la aplicación, percibiendo el latie de mi corazón cuando descubro el mensaje completo, enfatizando en mis ojos ese brillo; junto al nerviosismo que se torna efusivo con esa sensación de estarle siendo infiel a alguien que solo me ve como una amiga; sin embargo, una pequeña voz en mi cabeza me impulsa a cuestionarme sí aceptar o no.
No sé por cuántos minutos o segundos permanezco admirando el curioso mensaje de Peter, mientras el conductor detiene el auto justo delante de mi edificio.
—Bueno, ya llegamos —anuncio guardando el teléfono en el bolsillo de mi gaban.
Abro la puerta del auto, bajando a la par con la pareja; hallando los jardines cubiertos por blanca nieve, las guirnaldas colgando de los balcones, y al joven portero en la consejería con sus audífonos de siempre, junto a su traje blanco con uno que otro adorno negro. Fijo mis ojos en el conductor que me muestra su dentadura no tan perfecta con algunos alumnos faltantes en ella.
Me preparo para pagar, sosteniendo mi pequeña billetera con una media sonrisa emotiva en mis labios.
Sin embargo, una mano en encima de la mía me impide mover el broche, enviando unas sensaciones que llevaba años sin sentir desde su partida, una adrenalina que me invita a alzar la mirada encontrando las intensas y grandes órbitas avellana del castaño con sus cabellos despeinados, junto al abrigo de piel que recubre su figura no tan escultural. Desvio mi mirada encontrando los ojos de la rubia encima de mi con un atisbo de envidia o algo que no comprendo.
—Dejanos a nosotros —me pide Ethan con vos suave, pausada; embelesando a mi cerebro casi haciéndome babear.
Trato refutar, pero con su mirada y esa sonrisa carismática desconecta mi cerebro con mi cuerpo, acelerando mis latidos sin problemas, haciendo mis piernas flaquear. Trago en seco, queriendo desaparecer los nervios que se vuelven a apoderar de mí, mis mejillas sonrojadas, entre tanto arreglo mi abrigo acercándome a Darla con una expresión que no evidencie lo mucho que me duele el no tener a quien quiero por su culpa.
—¿Te ayudo con las maletas? —cuestiono señalando el equipaje amarillo-el color favorito de mi amor platónico.
Sus labios se alzan en una sonrisa, dejando ver algunas arrugas en las esquinas de sus ojos tan azules que me envían demasiadas buenas vibras de las que honestamente solo me ocasionan una sensación de confianza y familiaridad.
—Por supuesto —agradece, aproximando su anatomía a la de Ethan, se besan despidiéndose mientras el se mantiene esperando el vuelto del transporte.
La punzada en mi pecho vuelve a hacer acto de aparición, provocando que como toda gallina sostenga la maleta encaminándome al edificio donde Valeria me debe estar esperando casi preparándose para suicidarse con papel dental.
—Hola —saludo al pelinegro de unos dieciocho años que no deja de masticar una goma de mascar en su boca, creando un globo que explota resonando en el silencio de la aburrida estancia.
—¿Que tal? —hace un asentimiento de cabeza seguido con eso, para después prepararse y fijar su atención en su teléfono.
Ok; estamos de los mismos ánimos.
Me preparo mentalmente para subir los escalones de la edificación, hasta el tercer piso que es donde está el apartamento 208b; mi mediano refugio.
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Mi respiración está acelerada, mis latidos no son la excepción, incluyendo a las gotas de sudor que se deslizan por mi frente, y el medio de mis senos, junto a mis adoloridos dedos por sostener la más que pesada maleta.
La rubia y el castaño me siguen a paso tranquilo, riendo e interactuando con tranquilidad sin ninguna problema mientras yo estoy a punto de morirme.
—No puedo creer lo que dijo —escucho que dicen, agudizando mi oído a la vez que adentro la llave en la ranura de la portilla de abeto negro con un pomo de metal.
El click avisa de que ya está hecho y solo eso basta para que gire el pomo; percibiendo los ladridos emocionados de Moffy, los gritos de molestia y frustración de la castaña, lindante a el delicioso aroma del café.
—¡Oh por Dios!, Necesito café —bramo preparándome para entrar, ignorando a mi pequeño cachorro que camina indignado en dirección a su pequeña casita, moviéndose con dramatismo.
«Supongo que estar mucho tiempo con una dramática se le ha pegado». pienso divisando a Valeria acercarse con la curiosidad en su rostro, y la taza de café humeante en su mano derecha.
—¿Me dirás cuál es la sorpresa? —inquiere con una ceja elevada.
Tomo la taza, dándole un sorbo al café; sintiendo como el líquido comienza a quemar mi garganta, relajando y haciendo que me olvide de mis sentimientos de dolor, o los dolores que eso me ha provocado.
—Es... —me quedo en silencio cuando la castaña desvía su mirada de sorpresa hacia mi espalda.
Emocionada se lanza a correr a los brazos de su primo querido, envolviéndolos en su cuello con posesión; besando su rostro cada dos por tres.
—Te extrañe mucho pendejo —golpea su hombro, liberando millones de carcajadas que aumentan por segundos.
Dejo el equipaje en la esquina derecha del apartamento, donde se ve mi librero con algunos retratos de mi niñez, títulos o de días festivos.
Tomo asiento en el sofá largo marrón caqui con un edredón y algunos almohadones que lo recubren. Sacudo mis botas cubiertas por nieve, y los pequeños copos de mi gaban, eliminando el exceso de ropa, posándolo en el colgador.
Le doy un segundo sorbo a mi bebida caliente, apreciando la escena cuando la rubia entra en la estancia con timidez, cruzando su mirada con la de la castaña.
—Hola —la saluda Darla, con una sonrisa nerviosa, mientras el rostro de la castaña se gira en mi dirección.
Ethan se encamina a dónde le espera su pareja, posando uno de sus brazos en su cintura, pegando sus cuerpos.
—Te presento a mi prometida Darla Marinetti —después de esa declaración, los momentos incómodo y las miradas de odio que le lanza Valeria a Darla.
Desvió mi mirada al can que alza su cabecita con dureza, sacándome otra sonrisa a la vez que con descaro le muestro unas de sus galletas con forma de animal favoritas. Solo eso basta para que se rinda, moviendo su colita peluda, sus orejas levantadas y su cuerpecito lleno de ese pelaje color canela.
Se trepa en mi regazo, devorando las galletitas que le ofresco sin problemas, admirando junto a mi la mirada de odio que le envía la castaña sin importarle lo que este pensando la rubia.
—¿Cómo era que te llamabas? —cuestiona la morena apreciando con despreocupación su intacta manicura carmesí a solo unos pasos de la rubia que se mantiene con la mirada dulce atenta a cada uno de los movimientos de Valeria.
—Darla Marine...
—Estoy hablando con ella —la castaña interrumpe a Ethan, lanzándole una mirada asesina que lo hace encogerse en su puesto.
Termino de beberme el café, dejando la taza en la mesita del café que separa los dos sofás que conjuntan con el más grande, colocando a Moffy en el suelo para dirigirme a dónde se mantienen las amenazas visibles en la mirada.
—Mejor me iré a dormir —un bostezo se escapa de mis labios, provocando que por instinto cubra mi boca, evitando ser maleducada—, estoy un poco agotada.
Me encamino en dirección a mi habitación, avanzando por el pasillo donde de encuentran cuatro puertas; tres habitaciones y un no tan amplio baño más que organizado.
Mi alcoba es la tercera a la derecha, giro el pomo adentrando mi esbelta figura en la estancia, mientras me dispongo a desnudarme y envolver mi cuerpo en mi pijama de ositos cariñositos; lo sé, bastante cursi pero al menos fue un regalo de mi padre justo antes de que todo sucediera.
Suelto mis hebras doradas, dándole la oportunidad de caer en cascada por toda mi espalda, agarrando mi celular para releer el mensaje de Peter con atención y el temblor de los nervios apoderándose de mi.
Moffy ingresa en mi alcoba, asomando su cabecita lanuda y sus enormes ojitos negros, encogiendo mi pecho solo que tanta dulzura.
—Ven aquí pequeñín —lo llamo, impulsándolo a qué corra a toda prisa, saltando para mi cobijo, acariciando su cabecita con suavidad.
Mantengo mi mirada en el dispositivo electrónico sin siquiera saber que decisión debería tomar.
—¿Cuál crees que sería la mejor decisión Moffy? —el cachorro lame mi rostro sin cuidado, sacándome millones de estruendosas carcajadas que me invitan a encorvar mi cuerpo, partiéndome literalmente de la risa mientras jugamos como sino hubiera un mañana.
Pasamos unos minutos haciéndonos cosquillas, jugando, riendo y pasando un pequeño rato hasta que unos fuertes gritos provenientes del pasillo activan mis alarmas, provocando que me ponga de pie de un salto justo en el momento en que la castaña se adentra en la estancia más que furiosa.
—¡La odio! —brama, lanzando la puerta con tanta fuerza que me acelera el corazón.
—Ok, ok; relájate —le digo, volviendo a retomar mi comodidad entre mi cama, la cuál está pegada a la pared con estampados de flores amarillas y rosa.
—No puedo hacerlo; es muy injusto, tú deberías estar con él —de un golpe me levanto cubriendo su boca con mis manos, enviándole una mirada de odio por ser tan indiscreta.
—Shh, calla; calla que el no tiene ni idea y me propuse a qué siga siendo así —eleva una de sus cejas al escuchar mis vocablos, perpetuando en su mirada lo poco que le gusta la idea.
Se tranquiliza levantando sus brazos en son de paz, obligándome a alejar mis manos lentamente de su boca.
—¿Pero ni siquiera te duele un poco? —pregunta en un tono bajo, tomando asiento a mi lado en el escritorio.
Bajo la mirada, retorciendo mis dedos en mi regazo, sintiendo esa sensación que quise hacer desaparecer, trayéndola a mi vida con mucha más intensidad.
—Okay, ya lo entiendo —envuelve mi anatomía con sus cálidos y morenos brazos, calmando el nudo que se instala en mi pecho, junto a las palabras que se atascan en mi garganta.
Pasamos unos minutos más hablando, dejando que me libere emocionalmente; llorando como llevaba años sin hacer, hasta que sus ojos divisan el mensaje del pelirrojo, haciendo que su emoción sea más que obvia, y como siempre termine haciendo de las suyas.
Peter : ¿Te gustaría cenar conmigo mañana?
Yergo mi espalda, con la vergüenza apoderándose de mis pómulos al descubrir la respuesta de la castaña.
Pía: Por supuesto ;)
Por más que deseo asesinarla me retracto, sabiendo que de cierta manera está es la decisión correcta; hay momentos en los que debemos dejar volar lo que más amamos a pesar de que no estemos de acuerdo con eso.