Capítulo 4:
Dante Vivaldi.
El viaje en avión fue complicado, a pesar de haber ido en primera clase; no soy muy amante a la mayoría de las personas y menos cuando no dejan de masticar como orangutanes; incluyendo tambíen la mirada intensa y lujuriosa de una señora de unos cuarenta años que casi me hace lanzarle mi decimocuarta copa de whisky.
No es que no me llamen la atención las mujeres maduras, porque cuando de coños se trata muchas funcionan; sin embargo, las celulitis y maquillajes excesivos no son mucho lo mío; aunque la azafata de cabellos rojos llamó bastante mi atención, incluso con su forma tan suave de mencionar mi nombre en irlandés aumentó mi líbido, provocando que le ofreciera la mejor follada de su vida en el baño del avión, todavía recuerdo sus gemidos mientras mis cojones se estrechaban con su suave y rojiza vulva que no dejaba de liberar jugos, los cuales gustoso lamí, succioné y degusté después de disfrutar como sus paredes vaginales envolvían a mi miembro casi tragándoselo sin ningún inconveniente, excepto las contracciones que enviaba a la cabeza de mi glande.
No deje que sus labios tocaran los míos, pero al menos si pudo degustar otras partes de mi figura escultural.
Recordando esas imágenes termino relamiendo mis labios con el recuerdo también de la rubia justo cuando baje del aeropuerto, su última advertencia fue suficiente para lanzarme en dirección a ese plan maquiavélico que ya estaba tomando fuerza en mis dos cabezas perversas.
Conocía que dentro de poco tendría una entrevista con una nueva empresa de publicidad que deseaban mi rostro para promocionar algunos proyectos que tendríamos en conjunto, incluso soy conocedor de que esa compañía es nada más y nada menos de mi hermano menor.
Salgo de mis estrepitosos pensamientos, volviendo a la realidad.
Ajusto mi musculosa complexión atlética y fuerte, con mejor comodidad en la lujosa silla giratoria de mi escritorio mientras reviso algunos documentos sobre las nuevas propuestas a ofrecer al nuevo público, junto a algunos contratos de millones de dólares y unos que otros de libras esterlinas.
Trago manteniendo mi atención por completo en los papeles que descansan en mis manos, revisando los nombres, puntos cables y como siempre las letras pequeñas.
Una sonrisa petulante se alza entre las comisuras de mis labios al rememorar la conversación con Darla; esa rubia tiene la misma cantidad de cojones que un hombre.
—¿Y por qué no me puedo meter con ella? —inquiero burlón mientras la rubia se desespera.
—Porque nos conocemos y terminarás jugando con ella —asegura con irritación.
—Hasta ahora no te había importado eso; ¿Qué la hace tan diferente? —poso mis antebrazos en mis muslos, acomodando mi anatomía en el sofá con almohadones, apreciando como la rubia prepara algo de comer.
—Que es demasiado buena para alguien como tú —las palabras del castaño solo me llevan a sonreír internamente con las millones de cosas que haré.
No soy un hombre que acate órdenes, y mientras más peligroso, prohibido es algo; más deseo incarle el diente.
Me arreglo las mangas de la camisa blanca, dejando ver mis vigorosos brazos cubiertos por diversos tatuajes que solo mantienen mi imagen peligrosa y perversa mucho más activa, junto a mi piel medio morena por el intenso sol de Roma.
Diviso por el rabillo del ojo la fuerte ventisca que obliga a la mayoría de los canadienses a cubrirse con gabanes, abrigos de piel, jeans ajustados o conjuntos de terciopelo que los protegen del gélido frío que se instala en esta época del año; donde las familias son amantes a pasar tiempo juntos; los niños esperando los regalos de Santa Claus, los villancicos, los muñecos de nieve, noche buena, y otra diversidad de festividades que me importan bastante poco.
El frío no se adentra por la fachendorosa estancia con cristales templados, una atractiva lámpara que me ofrece la luz suficiente, junto a los faroles que adornan las calles de Vancouver. Realmente no me puedo quejar del tan buen trabajo hecho por la pelinegra, haber elegido a uno de los mejores arquitectos conocidos “Amos y Amos” los cuales han referenciado muebles y almacenes históricos para el interior de este edificio moderno. Diseñados por la agencia de inovación AKQA; mostrando los espacios abiertos, poco muros y mucha luz en una buena distribución que permite la mejor movilidad, junto a las puertas de abeto alemán, escritorios de abdul blanco, sillas cómodas, suelos lustrados, ventanas con cortinas, colores vivos y no tan llamativos, superficies impecables; junto a algunos cuadros en cada pared de los corredores y una inmensa pecera en la recepción que ofrece calma a los clientes que esperan.
Libero un agotado suspiro apreciando el reloj Tommy Hilfiger que está en mi mano derecha, notando el movimiento lento de las manecillas.
10:00 PM
Deslizar mis manos por mis hebras castañas y sedosas, mordiendo mi labio inferior en combinación a la vez que mis tendones se tensan, permitiendo que Mónica; mi secretaria desvíe su mirada a estos, sonrojando sus mejillas al darse cuenta de que descubrí su mirada.
Se adentra en la estancia con su buena figura, moviendo sus caderas con nerviosismo.
Escaneo desde sus bien peinados cabellos castaños sueltos con algunas ondas, junto a sus ojos cobrizos cubiertos por unas largas pestañas rizadas, una nariz fina que combina con su rostro en forma de corazón, unos labios cubiertos por un pequeño y casi escaso labial rosa, unos pendientes de argolla en su oído, una jadeita en su cuello que se ve de maravilla junto a su escote marcado por los tirantes de su blusa púrpura con círculos blancos, unos pantalones de tiro alto ajustados a sus caderas, junto a unos tacones no tan altos que le dan la confianza que parece no tener al sentir la fuerza de mi mirada.
—Señor —hago un asentimiento para que se acerque un poco más, volviendo a poner mi expresión neutral—; aquí le envía Marco, el director de marketing.
Elevo una de mis cejas, mientras ella mantiene su mirada en el suelo de mi oficina.
—No soy estúpido señorita Mendes, sé quiénes son mis trabajadores —mi tono burlón pero mordaz provoca que los nervios que parecía tener controlados se fueran a la mierda, volviéndose completamente inestables.
Extiende sus manos temblorosas con un folio negro, manteniendo su mirada en el suelo, sin siquiera tener el valor de alzar la mirada.
—Señorita Mendes —la llamo tratando de captar su atención, solo que realiza un asentimiento de cabeza como queriendo demostrar que me está escuchando—; debe mirarme cuando hablemos cara a cara.
Vuelvo a retomar mi faceta cruda y fría, demostrando que los sentimientos no son algo con lo que me sienta muy familiarizado, soy más amante a las sensaciones de placer, lujuria y deseo.
—Señor es que yo... —comienza a balbucear casi activando mi irritación de una forma que tengo que apretar los puños a cada lado de mi cuerpo al sentir el hervir de mi sangre.
—¡Me da igual lo que pienses o digas! —espeto colérico, deseando enseñarle cómo se debe tratar a un superior de la manera que más las enloquece—; si yo doy una orden debes cumplirla así que a partir de ahora me miraras a los ojos como debe ser.
Respiro, calmando mi repentino ataque de ira, a la vez que ella lentamente comienza a alzar la mirada.
—Lo siento señor —se disculpa, con sus ojos casi empañados en lágrimas.
La incomidad se instala en mi, llevándome a retorcer los dedos en mis zapatos, recogiendo los papeles que me estaba ofreciendo.
—No debes disculparte, solo acata mis órdenes y todo estará bien —coloco dos de mis dedos en mi tabique, queriendo desaparecer la jaqueca que se apropia de mi cabeza.
—Me retiro señor —asevera, dándome la espalda caminando hacia la puerta—; recuerde la cita en el restaurante italiano “La Bounitique” a las 11 con los nuevos accionistas de la marca Radford.
Después de decir eso sale sin problemas y en silencio manteniendo su porte de nerviosismo aunque ahora se ve mucho más segura que antes.
Fijo mi vista en mi reloj, contando los cuarenta y cinco minutos que tengo para finalizar todo, además; de preparar las estrategias mejoradas para que ellos no tengan ni siquiera la idea de echarse hacia atrás en un negocio donde es obvio que solo se reportaran muchas ganancias; tanto de parte de dinero, como el inicio de mi maravillosa y divertida estancia en este país que como bien dije... Me llevaría a una muy buena aventura.