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— Por favor no hagas eso — supliqué molesta conmigo misma por ser tan débil y dejarme llevar por alguien que tenía conmigo conflictos de intereses, y alguna que otra cosa más.
Todo eso, si ignoraba el hecho de que era mi jefe( supuestamente), y casi no nos conocíamos.
— ¿Que no haga que Lucy?... Como me gusta el sonido de tu voz — decía al mismo tiempo que me iba acostando sobre la cama y seguía inclinado sobre mí, apoyando sus manos abiertas sobre el espléndido colchón, oliendo mi vientre, pasando la punta de su nariz por mi piel. Las manos se le fueron por mis muslos desnudos y manteniendo una sonrisa socarrona, que provocó que mi sexo latiera del deseo que me regalaba su acción, lo sentí pronunciar mi nombre tan descontrolado, que hacía que me descontrolara yo también.
— No me trates como si fuéramos conocidos Rodrigo — exigí con equivocada familiaridad.
— ¡Dios!... Me encanta como pronuncias mi nombre — me interrumpió y me tomó de las manos llevándome con él hacia atras haciendo que yo adelantara mi cuerpo y volviendo a sentarme sobre la cama, con él agachado entre mis piernas — moriré de placer cuando te escuche gritarlo mientras te haga mía.
¡Ay dios, que me derrito!
Mi acalorada mente no podía concentrarse en emitir algún planteamiento coherente, solamente de sentir el poder que su voz tenía sobre toda yo. No hacía más que mirarlo borracha de seducción.
Quería desesperadamente cerrar los ojos, tomarlo de los hombros y fundirme con su cuerpo. Dejarme llevar y volver a sentir ese cosquilleo nervioso de la primera vez con un hombre.
Y no cualquier hombre. Era ese hombre que tenía delante de mí, dispuesto a todo, con una seguridad y poderío impresionantes, el que me enloquecía poderosamente los sentidos.
— Voy a pedirle por favor, señor Arias — pronuncié detenidamente cada palabra, para marcar una distancia figurada, ya que la física era más que invisible, entre los dos — que me respete y no me trate como a una zorra, asumiendo que puede follarme mientras le hago los recados en todo el mes que estaremos de viaje, para luego volver a España y continuar como si nada.
Conseguí a una velocidad aplaudible, un rostro duro y una mirada cargada de intensidad por su parte. Se había molestado.
Esas simples palabras pudieron con todo lo que él había avanzado hasta mí, y lo hicieron retroceder enseguida.
Lo ví erguirse, pasar las manos por su pelo y reprochar con tono poco calmo...
— Sal de aquí — se detuvo y suspiró, dibujando el puente de su nariz con sus dedos— y espero que seas tan profesional como aparentas y sepas hacer bien tu trabajo.
En otras circunstancias me hubiese insultado por su comentario pero en aquel entonces, tenía que tomar la oportunidad de marcar aquel espacio entre ambos, porque tenía un objetivo y él, no debía cambiar eso.
Era una profesional y como tal debía comportarme.
Por mucho que me gustara ese hombre y por muy dispuesta que estuviese en cualquier otro escenario a dejarme llevar y vivir una aventura con él, no me parecía lo más conveniente en aquel instante y definitivamente no estaba allí para eso.
Otras muchas horas pasaron hasta que nos avisaron que tomaramos los asientos adecuados y nos pusiéramos los cinturones para aterrizar.
Él se había mantenido distante pero su maldita mirada enloquecedora no me dejaba existir con tranquilidad.
Llevábamos horas viéndonos. A ratos lo había visto trabajar en su laptop y el otro espacio de tiempo lo pasaba mordiendo su dedo índice, flexionado dentro de sus labios y perdido en mi cuerpo que ya era tanto el tiempo que pasaba bajo la intensidad de su mirada, que hasta lo reconocía cuando me estaba viendo. Era como una atracción eléctrica que no podía repeler.
Bajar de aquel avión, en pleno aeropuerto de la Ciudad de la Habana, fue como tropezar con un volcán ardiendo.
No sabía si era la erupción que hacía sentir a mi cuerpo su presencia en mi espalda, o el calor abrasador que había en aquel país.
— Por favor avanza — lo escuché susurrar, con la voz comprometida detrás del lóbulo de mi oreja, sintiendo un estremecimiento en todo mi cuerpo cuando me pasó un dedo por entre los pelos de mi nuca, limpiando una gota de sudor que me recorría el cuello desde el cuero cabelludo hasta donde él la capturó.