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La compañía tiene mucho que ver

Alaric

Cualquiera que la viera en este momento sabría sin lugar a dudas que está sufriendo un ataque de pánico. Sus dedos tiemblan sobre sus oídos, hay pequeñas perlas sobre su frente, la respiración es demasiado agitada. Odio verla así.

¿A esto se refería su abuela? ¿Por qué un adulto le tendría miedo a las tormentas? Esta mujer es todo un enigma.

Me agacho a su lado esperando que conteste.

- Si - Susurra dejando escapar el aire.

Asiento pensando que hacer. No podemos salir de aquí hasta que reestablezcan la electricidad y no tengo el poder para hacer que una tormenta se aleje...

- Vale, mírame Eda - Espero paciente hasta que sus párpados se abren y vuelvo a ver esos enormes ojos azules - Voy a taparte los oídos mientras te quitas la chaqueta ¿vale?

Coloco mis manos sobre las suyas, ella poco a poco las aparta confiando en mi. Sus dedos se mueven erráticos y temblorosos desabrochando los botones. Tiembla como una hoja.

Si estuviéramos en medio de un bosque sería peligroso, y aún así esta reacción sería exagerada ¿qué le ha ocurrido para temerlas de esta forma?

Un nuevo relámpago nos sorprende. Eda vuelve a gritar y sus manos vuelven inmediatamente a sus oídos.

- Ya ha pasado ¿ves? Venga quitate la chaqueta - Digo con un tono tranquilo.

Parece que absorbe parte de mi tranquilidad porque finalmente consigue quitársela.

Su mirada asciende despacio hacia mi. Su respiración sigue siendo demasiado rápida.  Temo que hiperventile y pueda perder el conocimiento.

- Respira despacio, hazlo conmigo.

Respiro un poco exagerado para que pueda imitarme. Primero inspiro llenando por completo los pulmones, después, despacio, lo voy soltando.

Unos intentos más tarde, Eda consigue hacerlo al mismo ritmo que yo.

- Gracias - Susurra avergonzada.

Esta mujer tan segura y fuerte es en realidad frágil. Lo oculta bajo una máscara reacia hacia el amor y los hombres, pero sólo porque no quiere sufrir, o al menos esa es la sensación que me da.

No pienso mucho mi próximo movimiento. Desde hace un  par de minutos no se escuchan relámpagos, pero si la lluvia que cae torrencialmente.

Sin apartar mi mirada de la suya, como si un embrujo me hubiera paralizado y fuera capaz de ver su alma a través del brillo de sus ojos, me acerco. Solo desvio la vista a sus labios un segundo, lo que tardo en saborearlos.

Que no me aparte ya es todo un mérito después de la cagada de anoche. Sus besos son adictivos, sabe a sal por las lágrimas, beso su labio de abajo, paseo mi lengua por él. No quiero ser brusco aunque lo que quiero ahora mismo es hacerle el amor y eliminar el miedo de su mirada, y que así se olvide de la tormenta.

Corresponde a mi beso dejando sus labios entre abiertos. Nuestras lenguas comienzan un juego peligroso, un juego adictivo en el que cada vez aumenta la pasión. Su respiración se agita y un pequeño gemido escapa de entre sus labios. Mi corazón se acelera por su excitación  Eda coloca sus manos sobre mi cuello. Quito las mías de sus oídos y comienzo a abrir los botones de su blusa.

Nos incorporamos sin despegar nuestros labios. La saboreo con necesidad, igual que ella a mi, como yonkis esperando nuestra próximo dosis.

Sus dedos llegan hasta mi pantalón. Con un hábil movimiento cae por mis piernas hasta el suelo. Me separo un instante de ella y la miro, preguntando si está segura, si es lo que quiere, como única respuesta tira de mis bóxer hacia abajo.

Agarro su falda y se la subo sin ningún cuidado. Levanto su cuerpo y ella enrosca sus pierna sobre mi cintura y apoya la espalda contra la pared.

Literalmente le arranco las bragas, y sin esperar me introduzca en ella. Está igual de excitada que yo, la siento húmeda y caliente, su aliento roza mi oído y sus gemidos me llevan al cielo del sexo.

Clava las uñas en mi espalda y aumento el ritmo de mis embestidas. Su espalda choca una y otra vez contra la pared.

- No pares - exige contra mi oído - me corro.

Un instante después siento como se contrae una y otra vez al rededor de mi miembro, suficiente para provocarme uno de los mayores orgasmos que he tenido.

- ¡Joder! - Gruño como la bestia que soy ahora mismo.

Nos dejamos caer en el estrecho suelo con el corazón desbocado y la respiración incontrolada, pero esta vez por motivos muy distintos a los del principio.

- Deberíamos vestirnos - Dice Eda avergonzada.

Está preciosa. Tiene el pelo revuelto, las mejillas sonrosadas, los labios hinchados y un sujetador de encaje negro, la convierte en la imagen de la perfección. Es belleza pura, no de esa artificial llena de potingues y pelos postizos.

Después de vestirnos, nos sentamos en silencio. Ella apoya su cabeza sobre mi hombro y deja escapar el aire.

- Tengo sueño.

La tormenta ha pasado, pero supongo que el estres que sufre su cuerpo le pasa factura después.

- Descansa un rato.

Media hora después vuelve la luz. El ascensor continúa su camino como si no hubiera ocurrido nada, las luces vuelven a iluminar por completo.

Eda respira tranquila y acompasada. No quiero despertarla, apenas a podido descansar veinte minutos.

- Ha vuelto la luz - Digo dándole un pequeño toque en el brazo.

Bosteza y estira los brazos como si fuera una niña pequeña.

Nos levantamos cuando el ascensor para en la planta baja. Antes de salir, la agarro del brazo y pulso el botón S1

- ¿Por qué vamos al sótano?

- Ahí tengo el coche, voy a llevarte a casa - Contesto como si fuera obvio.

- No, no hace falta que te molestes, de verdad. Puedo llamar un taxi.

No soy uno de esos tipos duros que necesitan dominar a una mujer, eso nunca ha ido conmigo, pero no voy a permitir que se vaya en un taxi después de lo que ha pasado aquí.

- ¿...y si vuelve la tormenta y te pilla en el taxi? ¿... Y si hay un atasco?

Abre los ojos asustada ante la visión de ser sorprendida por una tormenta en un taxi en mitad de un atasco, así todo junto y a la vez. Solo he intentado asustarla para que ceda, pero por suerte funciona.

- Está bien, está bien, me voy contigo.

Le abro la puerta de mi Tesla y ella se sube sin rechistar. Rodeo el coche y me siento esperando a que se ponga el cinturón de seguridad. Al darme cuenta de que no lo hace, me estiro delante de ella y lo cojo yo mismo. Me rozo deliberadamente hasta que escucho el click.

- La seguridad es muy importante, señorita Blake.

Traga saliva  desconcertada.

Pequeñas gotas caen sobre los cristales. De vez en cuando le lanzo una mirada para comprobar que se encuentra bien. Acabo de descubrir su miedo a las tomentas. No se todavía cual es el punto en el que ella se rompe, así que la vigilo hasta que llegamos a su casa. Aparco un calle antes y me bajo para acompañarla.

- No hace falta que te bajes, hace frío - Se mete un mechón detrás de la oreja.

- Vamos - agarro su mano y tiro de ella.

Es capaz de discutir para salirse con la suya. Atajo el problema en un momento.

Abre el portal y me lanza una mirada indecisa. No entiendo lo que está ocurriendo, porque de pronto se ha vuelto una persona tímida. Quiere que me vaya ¿acaso está avergonzada?

Subimos las escaleras hasta su piso. Mete la llave en la cerradura y la gira despacio. Está consiguiendo ponerme de los nervios.

Chaqueo la lengua. La aparto con cuidado y termino de girar la llave. Entro primero en su piso y la invito a entrar con un movimiento de la mano.

- Que ocurre - Exijo más serio de lo que pretendía.

Cierra la puerta y por fin levanta la cabeza para encararme.

- Ya lo has visto, Alaric. Mi cabeza no funciona bien.

¿Quien le ha metido esa idea? ¿Cree que las personas que tienen algún tipo de miedo no están bien de la cabeza?  Por esa regla de tres podría decir lo mismo de las personas temerarias, de las enganchadas a los deportes de riesgos. ¿Quien dice lo que es normal y lo que no?

Las fobias son normales, tal vez no a las tormentas, pero está muy lejos de encasillar a alguien como demente.

- Tu cabeza funciona perfectamente.

Quiero preguntarle si sabe cuando comenzó ese miedo, si sabe porque o si se ha atenuado desde que comenzó, pero creo que será mejor hacerlo en otro momento.

- ¡NO! ¡TODOS LOS HOMBRES ME DEJAN! - grita perdiendo los nervios.

Tiene la espalda  ligeramente encorvada como si soportara todo el peso del mundo. Los hombres podemos llegar a ser muy cabrones.

- Vete, ya he hecho bastante el payaso por hoy - Admite rendida.

Agarro su muñeca antes de que pueda irse a su habitación y regodearse en la mierda.

- Voy a decirte un par de cosas y quiero que me escuches - Coloco un dedo bajo su barbilla y le obligo a levantar la cabeza - En primer lugar los hombres con los que has estado son unos mierdas - Intenta decir algo pero coloco mi dedo sobre sus labios - Segundo tu eres una mujer empoderada, fuerte e independiente, empieza a sentirte como tal y tercero... - Puedo ver la tristeza asomar a sus ojos. Tiene tan arraigado lo que le han dicho que no puedo convencerla con dos frases estúpidas, así que voy a hacer lo que mejor se me da, hacerla reír - Me muero de hambre, no tendrás algo por ahí para invitarme a cenar.

Ocurre lo que llevo queriendo ver toda la noche, se le escapa una pequeña sonrisa y coloca su frente sobre mi pecho.

- Gracias.

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