Capítulo 3.
Sigo cruzando ríos, andando en selvas, amando el sol. Cada día… sigo sacando espinas, en profundo del corazón. En la noche sigo encendiendo sueños, para limpiar con el humo sagrado. Cada recuerdo… Cuando escriba tu nombre en la arena blanca con fondo azul. Cuando mire el cielo y en la forma cruel de una nube gris aparezcas tú. Una tarde subo una alta loma. Mira al pasado, sabrás que no. Te he olvidado. Yo te llevo dentro… hasta la raíz. Y por más que crezca, vas a estar aquí. Aunque yo me oculte tras la montaña y encuentre un campo lleno de caña… No habrá manera mi rayo de luna que tú te vayas.
El ocho de junio, Juliana le preguntó por mensajes si había llegado a casa de su abuela. Pero no tenía saldo para responder, en la tarde su papá le recargó y pudo saludarla. Su primer mensaje fue un «te extraño» junto a un corazón verde, su corazón especial. Lo llamaron, pero la señal estaba pésima en Vista Hermosa y se cayó. Juliana le mandó una foto donde salía su teléfono ocupado, le preguntó si estaba hablando con otra. Pero le explicó que la señal estaba terrible. Su abuela se alegró de verlo otra vez, ella fue la que lo crió. Jesús se sentía feliz de estar con su familia materna, aunque extrañaba los insultos y besos de Juliana. Le escribía y la hacía reír con sus ocurrencias, estaba muy gracioso y contagiaba aquella felicidad. Hablaron casi toda la noche por mensajes.
El diez de junio, Juliana le dice que habló con Lican y que él iba a inicios de agosto. Le preguntó cuándo iba, pero Jesús no sabía. No hablaron más de ellos, de hecho, ni quería arruinar una sorpresa que tenía preparada para Juliana: un inmenso chocolate que le llevaría cuando llegara de improvisto. Quería causar una verdadera impresión, un detallazo, que borraría todos sus errores. No volvieron a hablar ese día. No quería siempre tomar la iniciativa, porque sentía que algunas veces la molestaba con su insistencia de perro embelesado. La felicitó el día del Niño con cortesía, hablaron un poco de cómo estaban. Y no volvieron a escribirse, cada quien pensaba en lo suyo. Los días se acumularon frente al precipicio y se convirtieron en dos semanas de espera. El mes se le hacía muy largo, mucho más largo que los anteriores cinco meses del año que transcurrieron en un parpadeo. Abrumado por el olvido de Juliana, pensó en llamarla, pero no sería justo, durante aquellas dos semanas, ella no había mostrado una pizca de iniciativa. No quería ser él siempre quien debía buscarla. No era justo.
Ya era veintiocho de junio, y no tenía noticias de ella. Creyó que estaban peleados porque ninguno se escribía, revisó el Facebook de ese tal Augusto y vio una publicación donde aparecía el perfil de Juliana. «Que bonitas se ven tus manos con anillos», y más abajo, Juliana comentaba: «Claro que sí» y un emoticón de gatito enamorado. A Jesús el corazón le dio un vuelco… ¿Qué coño pasaba allí? Se sintió desanimado y un extraño desinterés se apoderó de él. No quería saber más nada de Juliana, ni de nadie, ni de ellos. ¿El tiempo que pasaron juntos no significaba nada? ¿Así como era amiga de Jesús, también era amiga de Augusto? Que decepción. Habló con Lican sobre eso, que sentía terrible, como si lo hubiera atropellado un camión debido a la indiferencia de Juliana. Rápidamente se arrepintió de abrirse con su hermano, porque le escribió a Juliana casi de inmediato.
El veintinueve de junio, Juliana le respondió un estado, pero Jesús se sentía anonadado, no quería hablar con nadie, menos con ella. Que lo hacía sentir miserable. Le respondió seco, tan frío como el resentimiento que se había agolpado en su pecho con el mes de silencio que los separaba, una brecha abismal que los alejaba. Jesús se martirizaba, revisando sus redes sociales, en una de ellas subía una foto del cumpleaños de uno de sus amigos del fútbol junto a un corazón verde. La sangre se le coagulo en el corazón, tan ácida por el remordimiento que le derritió el esternón y destruyó sus costillas. No solo el hecho de que felicitaba con tal afán a su amigo—que era muy guapo—, sino que ese corazón les pertenecía a ambos. Y ella lo usaba para adornar el mensaje de cualquier «amigo». Se preguntó si Juliana tenía otros amigos, compañeros de besos y caricias.
El cinco de julio regresó a Agua Salada, llevaba en su bolso el chocolate. Saludó a todos los vecinos, que lo extrañaban, pero se comportó malhumorado con Juliana, no la miraba directamente y prefería no dirigirle la palabra. A veces cuando ella hablaba, soltaba algún comentario sarcástico o se burlaba. Sol le escribió, le explicó que aquel amigo del fútbol se había ido del país y esa foto era vieja. Juliana le escribió y le explicó que estuvo muy ocupado con las tareas del colegio. Francisco lo invitó a jugar en su Xbox junto al resto de vecinos en su casa, al principio no quiso ir a casa de Juliana, pero quería ver la consola. Jugó abrazado a Juliana, le hacía bromas y le acariciaba el cabello. Jesús tenía tiempo sin cortarse el suyo, a Juliana no le gustaba lo largo que lo tenía. A la semana, fue a cortarselo en una barbería, cuando regresó, Juliana lo esperaba y le abrió el portón.
—Ahora si pareces un hombre—le dijo divertida y le dio un beso en la mejilla.
Fue una semana espectacular. Jesús la ayudó con su tarea, después de pasar unas horas trazando ecuaciones en los cuadernos. Dejaban los lápices en la mesa, hablaban y se besaban en la sala. A Juliana le regalaron un pequeño perrito, era marrón con manchas blancas, lo llamaron Aluminio, era diminuto pero muy alegre. Y como Jesús se la pasaba en casa de Juliana, le agarró mucho cariño. Jesús se había olvidado del chocolate, se lo dio el diecisiete de agosto. El mismo día que su papá los invitó a tomar. Los únicos que tomaron fueron Jesús y Juliana. Jesús se tomó seis cervezas y parecía una fuente con las veces que iba al baño, Juliana solo tres y se mostraba visiblemente muy mareada. Los dos fueron a jugar al Xbox de Francisco, pero en medio del juego ella comenzó a besarlo. Se dedicaron a… lo suyo un largo rato, hasta que Jesús dijo algo que la molestó. No sabía que era, la cerveza le tenía la cabeza inflada, a penas recordaba lo que decía. Pero Juliana no quería hablar con él.
Quedó media caja de cerveza en la nevera, así que el jueves veintidós, Jesús y Lican se pusieron a tomarlas para pasar el rato. Jesús había comprado un cocosette, quería dárselo a Juliana para disculparse, así como cuando estaba enferma y le llevó unas galletas que la hicieron sentirse más alegre. Llevaba la tercera y el mareo lo hacía caminar un poco chueco, su hermano Lican se tomó ocho—lo dejó tomar tanto porque era un traidor, le había dicho a Juliana lo terrible que estaba Jesús—, y se vomitó en el porche. Jesús se reía mientras su hermano terminaba de expulsar la cerveza, la venganza valía cada segundo de limpieza. Luego de trapear el piso con un poco de cloro, fue hasta la casa de Juliana y le pidió disculpas de todo corazón y le entregó el cocosette. Pero la joven, contrariada, lo reprendió.
—Tomado si te disculpas, ¿verdad?
—Igual lo iba a hacer, niña. Tomado o no… Sabes que no me gusta estar peleado contigo.
Juliana lo dejó pasar a su casa. Allí estaban Bernie, Francisco y Luna. Jesús se sentó junto a Luna, posiblemente ella haya ablandado lo suficiente a Juliana cómo para que la disculpa de Jesús fuese efectiva. Bernie y Francisco se disparaban. Estuvieron hablando del campeonato de fútbol y los pretendientes de Juliana, aquellos que luchaban por destacar, solo para impresionarla en los partidos. Juliana sin duda era una de las causas de triunfo del equipo, no solo por su destreza en la cancha, sino también su influencia en la competitividad de los jóvenes. Jesús intentó disimular los celos.
—Epa Jesús—Francisco se dirigió a él, presionaba como demonio las teclas del control—. ¿Sabías que mi hermana solo está contigo porque le das dulces? Es verdad, se lo dijo antier a Augusto.
Jesús miró inquisitivo, a Juliana. Se quedó pensando… Quizás fuera una de las pullas de Francisco, era muy juguetón y su humor oscuro tendía a exagerar. Juliana le dijo a Jesús que era mentira y le escribió a Augusto rápidamente. Jesús se levantó para ir al baño, porque de verdad se estaba orinando con el litro de cerveza en su vejiga. Fue al baño, orinó un pesado líquido dorado, parecía oro fundido. Lo miró largo esto mientras el rumor del entumecimiento desaparecía de las órbitas de su conciencia… La cerveza lo prendía muy rápido. Cuando salió, vio a Luna acercarse con el cocosette en la mano. Enseguida, una audaz rabia se apoderó de él. No pudo controlarse, salió de allí y se fue a su cuarto a llorar. Aquellos cinco minutos le desgarraron el alma. Se sentía usado, manipulado por aquella arpía egocéntrica. ¿Quién se creía aquella joven? Era muy bonita, sí, pero eso no le daba derecho a poder reírse a sus espaldas de su relación. Quizás aquellos jóvenes del fútbol la tenían en un pedestal por ser la más guapa. Pero, ¿y qué? Eso no la hacía más valiosa que nadie. Joder, no quería escuchar música porque le traía recuerdos. Se sentó en la cama, deslizándose débilmente hasta los anales más distorsionados de la memoria. No quería pensar, solo recordar. Intentando olvidar el malestar que sentía. Se comió lentamente el cocosette, recordando un viejo chiste que Dante había contado en el colegio. Nadie del grupo le prestó atención, quizás ni él mismo lo recordaba. Pero por alguna extraña razón, regresaba a su mente. Era un chiste bueno, bastante ingenioso, y que, en aquel instante de su vida, adquiría un significado magistral que le empañó los ojos con otra oleada de melancolía.
—Bueno aquí va—Dante se incorporó, en aquella época sus ojos dorados brillaban como el oro cuando irradiaba aquella aura, la sobredosis de expectación. Pero, es una pena, verlo perder el radiante fulgor en sus ojos, que oscuros, vagaban deslumbrando nuevos pensamientos—. Un hombre va al psiquiatra y le dice que no puede seguir con su vida, que siente una profunda tristeza y que quiere ponerle final porque no le encuentra un sentido. El psiquiatra lo escucha, y le dice que vaya que el payaso Petuto está en la ciudad. Que vaya… se divierta y disfrute un poco para que pueda continuar. El payaso es un tipo muy alegre que hace sonreír hasta el más desamparado. El hombre miró a los del psiquiatra y le dice con aflicción: «pero, doctor… Yo soy el payaso Petuto».
Dante dejó escapar una risa etérea que se fue perdiendo en la infinidad del pensamiento. Pronto todos desaparecieron del salón de clases, los viejos pupitres eran usados por el polvo y la humedad. El cuarto oscuro perdió todo su sentido. El cocosette, junto con la disculpa y el amor por Juliana habían desaparecido, solo quedaba rastro del envoltorio y las migajas en sus manos. Luna le mandó un mensaje: «Juliana solo le dijo eso a Augusto porque estaba brava contigo».
«No quiero saber nada» escribió…
Minutos después, le llegó un mensaje de audio de Luna donde Juliana hablaba. Su voz subía en forma de tentáculos de humor que se pegaban al techo oscurecido de la estancia. Por el sonido amortiguado de su voz y su colérica aflicción, supuso que estaba llorando.
—No puedo estar con alguien que no confía en mí…
Quiso responder. Pero la rabia se apoderó de él… No quería saber nada de ella. Escuchó el resto del audio, era un mensaje corto pero en el, Juliana se victimizaba por toda la desconfianza de Jesús—que solo quería hacer las cosas bien—, y todas sus peleas inmaduras. Al final, le dijo que hiciera lo que le diera la gana. El día siguiente, Juliana se fue donde una prima, la iban a arreglar para su cumpleaños. No quería verla, pero tenía que disculparse porque su cumpleaños era un unos días. En ese lapso de tiempo se vieron poco, le tenía un mensaje muy bonito, no era escritor ni poeta, pero de verdad se esforzó escogiendo las palabras y creando aquel bonito mensaje de felicitación y disculpa. Quería hacer las cosas bien ese día, el día de su cumpleaños, pero revisó un estado de Juliana donde salía su ex novio y decía: «aprecien a Víctor», corazón verde. Eso fue la gota que derramó el vaso. En este punto de la historia, el héroe—«Jesús»—, debe tomar una decisión clave para que la historia pueda continuar. Para que la historia pueda surgir… Terminar… Un maravilloso desenlace o una gran tragedia. Nunca envió el mensaje, ni siquiera la felicitó el día de su cumpleaños. Ese día no habló con nadie, se había puesto un armazón de espinas y el disgusto se apoderó de su boca. Juliana se veía triste ese día. Ni siquiera fue a cantar cumpleaños. Jesús no se sentía bien en la residencia, la incomodidad pudo más que él y le pidió a su padre que lo llevará a Vista Hermosa. Lo peor estuvo por venir, casi no podía dormir y el recuerdo lo atormentaba. Comenzó a acostarse a horas peligrosas y a levantarse muy tarde.
El dieciséis de septiembre quería pedirle otra oportunidad, su tía, que se había quedado un tiempo en la residencia lo iba a ayudar. Pero ese mismo día, ella sube un estado donde sale un chamo abrazado con ella, luego otro con una conversación, una declaración de amor, y un tercer estado que narraba: «olvidenme». Y desde ese día, intentó olvidarla. Le costó un poco pero la borró de sus redes sociales y su número telefónico. A veces la extrañaba, la pensaba, intentaba seguir con su vida. Porque él, ya no era nadie en la suya. El tipo ese era su nuevo novio. Fingía no sentir nada por ella, y de verdad lo estaba consiguiendo. Ya no revisaba si le iba bien o si le iba mal. En las noches pensaba en ella, en sus defectos. Pero era en los buenos momentos que tuvieron, donde siempre le gustaba recordarla. No le guardaba odio, ni rencor. De hecho le agradecía bastante, porque había crecido mucho desde que la conoció y esas nuevas experiencias habían marcado su vida. En la desolación, pudo conocerse a si mismo y mejorar como persona. Esa es el final de la historia… Se cortó el cabello, todo el cabello, su cabeza quedó reluciente. Ella lo miró y le dijo que era una estupidez, solo se río.
No se volvieron a tratar. Y conservaba esperanzas de volverse a tratar, porque, así es la vida. Un día conoces a un extraño, te enamoras, pasas buenos momentos con él… Y en un abrir y cerrar de ojos, es otra vez un extraño para ti. Y no vuelves a ver a coincidir con ese extraño. O en algunos casos sí… Cambio mucho.