Capítulo 2.
Comenzó a jugar todas las noches con Juliana hasta las tres de la mañana. Jugaban distintos juegos a través de sus teléfonos. Cuando Jesús ganaba, ella se quejaba y decía que tenía suerte y cuando ella ganaba, Jesús le decía que era buena. A veces también caminaban juntos por la madrugada, hablando de cualquier cosas y besándose. Uno de los vecinos tenía una Nerf y les disparaban, ellos se defendían juntos; cuando Jesús tenía el arma, la molestaba solo para ver su gesto y ella cuando tenía el arma lo acribillaba a balazos de goma. Mantenían su romance oculto, ya que Juliana era muy penosa con su familia. Pero una vez, mientras comían, Lican le preguntó a Jesús si tenía algo con la vecina. Su padre se adelantó con una sonrisa:
—Por supuesto, los vi dándose lengua.
Jesús soltó una carcajada. Dejó de gustarle Susana, ya su belleza le parecía plástica comparada con la calidez de Juliana. Cuando la besaba, le gustaba juguetear con su cintura, sentir el contorno de su figura en los dedos. No se atrevía a meter su lengua, pero cuando Juliana comenzó a recorrer sus dientes con la lengua, no quiso que parara. Esa vez, los sorprendió Francisco, los miró con los ojos entornados, pero luego se encogió de hombros.
—Ya lo sabía—fue todo lo que dijo.
Sus juegos hasta el amanecer eran la parte más divertida de su romance, hablaban de lo que querían hacer y adónde querían viajar. De la vida… De ellos. Cuando jugaban fútbol en equipo eran imparables y en equipos diferentes, la química se respiraba. Terminando Abril, una amiga de Juliana la visitó, ambas estaban sentadas en el porche. Juliana llevaba un suéter negro y pantalones cortos que le daban un aspecto seductor. Se la presentó a Jesús, se llamaba Victoria y era una amiga del colegio, de cabello castaño largo y mirada divertida. Las chicas estuvieron hablando largo rato de sus caprichos colegiales, de otras chicas, de recuerdos, de eventos y… Jesús miraba el teléfono, contentándose con la compañía de Juliana. Se quedó inmerso en la conversación, cuando Juliana, juguetona, empezó a decir que Jesús tenía a otras chamas y a golpearlo con el codo. Victoria le lanzó una mirada a través de Juliana. Jesús, por supuesto, negaba todo.
—Es hombre—se adelantó Juliana con una sonrisa socarrona en los labios—, todos son iguales.
Aquello lo molestó. Siempre se había sentido diferente a los demás, quizás por las cosas que vivió y a los amigos que tuvo. Pero engañar a una mujer, no era lo suyo, mucho menos su pareja. Se quedó en silencio, uno pesado y denso que se arremolinaba a su alrededor. Podría tratarse de un juego, pero creyó que Juliana lo conocía bien; él no era así. Tantas conversaciones, la conexión. Sintió un vacío. Quizás le tuviera miedo al compromiso, pero lastimar a esa persona importante para ti, eso lo asqueaba. Se levantó con el ceño fruncido, orgulloso.
—Como soy hombre—dijo finalmente—, tengo que hablar con las otras.
—No te vayas.
Juliana lo agarró del brazo. Jesús la fulminó con la mirada, la intensidad de sus ojos fue tan severa, que desapareció el vigor en los ojos de la joven. Pero no lo soltó. Jesús comenzó a contar.
—Uno… dos… tres.
Se zafó del agarre de Juliana y se marchó con los bolsillos llenos de orgullo. Esa tarde no salió, se quedó solo, en su habitación. Juliana tampoco le escribió en la noche. Esa vez, se durmió temprano. O eso creyó, porque no podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía aquel punto de inflexión, aquella desconfianza era como un veneno que se acentuaba en sus venas. Corrompiendo su sangre como un metal nocivo. No pudo tolerar las músicas que antes lo ponían a tono, no; en cambio, comenzó a entender las músicas más lentas y de desamor. Tenían su encanto, antes ni siquiera le llamaban la atención, pero ahora, su mente se abría a nuevos enfoques. Pensó en escribirle, pero una verdadera disculpa debía ofrecerse en persona. Recordó una vez, que Dante dijo cosas feas sobre una chica y esta le volteó los trastes… Esperaba una cachetada, pero ella se mantuvo firme. Supongo que ambos se lastimaron aquel día, y nunca volvieron a ser los mismos. Se preguntó, si las cosas con Juliana volverían a ser iguales. Es decir, ella le gustaba, mucho, su carácter inquebrantable lo tenía atrapado. Creía que el amor no era para él, siempre sintió una opresiva envidia al ver a una pareja de jóvenes. Los había visto de muchos tipos. Pero nunca lo había probado, bueno, de niño tuvo que ir a Valencia con su madre, estuvo un año allí y tuvo que hacer nuevos amigos en la escuela. Al parecer, intimó bastante con una niña llamada Antonella y comenzó a aflorar el cosquilleo del amor en su interior. Antonella lo hacía reír, lo seguía y hablaban. Era una buena amiga. Un día fueron a un evento escolar en el cine, por supuesto, estaba emocionado, tanto, que se moría de la vergüenza. Pero se mantuvo firme, se quiso sentir junto a Antonella, pero un compañero se le adelanto. El resto de la película tuvo que ver como Antonella se besaba con ese… rufián. Lloró en silencio, reprimiendo los sollozos, porque era lo más «importante». Nunca dejar que nadie viera tus lágrimas.
Desde aquella vez siempre estuvo reprimiendo su la emociones, nadie necesitaba ver su llanto. Siempre decía estar «bien», cuando lo único que quería era recostarse en la oscuridad y disolverse del universo. Porque… si nadie lo veía llorar, creerían que era fuerte. Que podía continuar él solo. No necesitaba sentir aquella tristeza, torpe, guardaba aquellas emociones en un profundo cajón y las olvidaba. Pero su peso fue creciendo, acumulando material basura con el pasar del tiempo. Todos los humanos llevaban esa carga, esa tentación, seductora, a desaparecer. Todos sufríamos un poco, todos lloraban a escondidas cuando era suficiente. Cuando el dolor no se podía suprimir con un anestésico. Cuando volvíamos a abrazar nuestra humanidad. El débil murmullo. El pequeño niño que no quiso crecer, pero lo obligó el tiempo y el cansancio. Esa noche se dio cuenta que la amaba, que no era un amor simple; nada era simple. ¿Valía la pena volverlo a intentar, para no perderla? Por supuesto, perderla era desechar la esperanza. La misma que albergó de encontrar el amor cuando era más joven y fantasioso.
El día siguiente, se disculpó con Juliana por sus tonterías. El calor del momento lo había hecho comportarse como un bobo, que ella no se merecía tal idiotez. Sorprendente, Juliana lo perdonó y sus brazos buscaron su cuello. No fue un día particularmente diferente. Pero esa noche, comenzaron los problemas.
—¡Vaya! —Francisco, tajante como siempre, tenía una lengua venenosa—. Creí que se estaban divorciando.
Al principio aquel comentario le causó gracia. Juliana les explicó a todos que Jesús se comportó como un pendejo ante Victoria y los hizo reír… pero, Jesús no encontró gracias. Lo había llamado «pendejo» por un impulso.
—Pero si te estabas burlando de mí con… tu amiguita.
—Jesús—Juliana lo miró, con los ojos en blanco—. ¿Todavía sigues bravo? Si tú fuiste él que se disculpó.
La ignoró, no quería verla. Todos los demás apoyaron a Jesús y le echaron en cara a Juliana que no debía jugar con eso, si confiaba plenamente en él. No habló mucho aquella noche. Juliana se reía a su lado y lo miraba, pero cada vez que él intentaba dirigirle la palabra, el recuerdo de sus palabras lo molestaba. ¿De verdad desconfiaba de él? Juliana era bonita, podría tener a un chico más guapo que Jesús, un tipo delgado u flaco. Pero… Estaba pensando demasiado. No debía darle muchas vueltas al asunto, podría lastimarse. Por capricho, y un poco de orgullo, continuó bromeando sobre otras chicas con Juliana, incluso por mensajes. Subía fotos sugerentes a sus redes y ella se quejaba, llegó al punto de que Juliana le pidió que dejara de hacer esas bromas. Y paró… de verdad que estaba enfadada. Casi no hablaban por las noches, ni paseaban, ni se besaban más que un pequeño beso de buenas noches. Comenzaron a alejarse poco a poco. Jesús quiso arreglar las cosas, salía poco a poco de su ensimismamiento, de su ira; estaba dispuesto a comenzar de cero con Juliana porque… la extrañaba. Pero en todo el día, ella lo ignoró, cada vez que quería hablar con ella, se iba o miraba a otro lado como si no existiese. Lo hizo sentirse incómodo y miserable todo el día. En la tarde, cuando estaba aburrida y hacía su rutinaria sesión fotográfica, lo llamó con emoción, al parecer se había olvidado de sus diferencias. Jesús estaba afuera con Lican, agarrando señal en sus móviles, pensó en acercarse y platicar. Arreglar las cosas. Pero en cambio, el orgullo volvió a apoderarse de él con frialdad, lo había ignorado todo el santo día. Así que hizo lo mismo, le dio la espalda con indiferencia y entró en su casa con una sonrisa insípida. Verla, boquiabierta y con los brazos cruzados al pecho, le ofreció una increíble sensación de victoria y regocijo. Juliana había obtenido lo suyo. Durante la cena, le llegó un mensaje de la vecinita, pero ni siquiera lo revisó, solo vio la notificación. Su padre los entretuvo con sus historias sexuales, era un tipo carismático que había viajado bastante por el mundo. Era un poco mujeriego, pero les decía siempre que fueran buenos con sus parejas, que ellas se lo merecían por soportarlos. Tenía razón.
Cuando revisó el chat, Juliana había borrado el mensaje. El sentimiento de Victoria continuaba revoloteando en su cabeza, como una mariposa que aprendía a batir sus delicadas alas multicolor. Así que, con mucha frialdad y desprecio, escribió:
—Gracias por borrarlo, que no te iba a responder.
A los pocos segundos, Juliana le contestó con un rotundo «ok». Jesús volvió en sí, se dio cuenta de lo que hacía… Estaba echando a perder su relación con Juliana con su comportamiento desbocado y toxico. Se sentó en la cama con el gesto descompuesto, su visión se había vuelto borrosa otra vez así que se puso sus lentes de anciano. Intentó alejar a Juliana de sus pensamientos, pero ella volvía, insistente, a su mente. Estuvo veinte minutos, tomando una decisión, hasta que por fin comprendió. Cogió el teléfono, buscó el contacto, eligió mentalmente, las mejores palabras que pudo encontrar y escribió:
«Te voy a ser sincero, no me gusta estar así con una persona que me cae bien. Sé que me he portado mal contigo todos estos días, quería disculparme pero me ignoraste y pienso que soy yo quien siempre te busca y no quiero jalarte más bola siempre».
Esperó a que Juliana viera el mensaje, cuando lo estuvo leyendo le parecieron los segundos más infernales de su vida. Se había esmerado escribiendo aquel mensaje, lo leyó varias veces mientras Juliana escribía… La espera se hacía eterna. No quería que lo dejarán en ridículo.
«Entonces no te molesto más
…». Replicó la joven. Rápidamente, Jesús le escribió que quería seguir todo como estaba antes. Y los días a partir de esa noche fueron normales, salían y hablaban. Sin besarse, aún quedaban heridas por sanar, pero seguían disfrutando de la compañía del otro. Quizás de eso se trataba. Se recostó, mirando el techo… Ahogándose en sollozos sin lágrimas. Penas sin alcohol. Se preguntó, para sus adentros… ¿Por qué las personas necesitaban una pareja? Los humanos, son criaturas enigmáticas. Pensó, que realmente era muy simple, que todos se sentían, en el fondo, miserablemente incomprendidos, que solo queremos que nos acepten. Que cada día, buscábamos esa aceptación en personas que no nos juzgan… Personas que nos atraen. Queremos que nos abracen… Y nos digan, mil veces, palabras tiernas… Queremos hacer y que nos ofrezcan el amor. Queremos sentir un poco de la magia que solo otro ser humano puede dar. Que la falta de abrazos nos vuelve bestias insensibles. Pero… Muchos de nosotros estamos tan rotos, y hemos perdido a nuestras personas más importantes. Que simplemente nos da miedo intentar… Nos da causa tanto pánico el fracaso, que nunca lo intentamos… Una última vez más.
Siguieron en la misma rutina, verse cada día… Pero sin llegar a nada más que hablarse y sonreír. Un día, estaba en casa de Juliana, discutiendo con Francisco sobre las oportunidades que tenía Venezuela de ir al mundial, pro primera vez. La vinotinto, el equipo representativo del país, nunca había clasificado para el mundial. Pero nunca se perdía la esperanza… Juliana estaba con ellos y opinaba, pero en una de esas veces le pidió a Jesús que se callara.
—Ven me a callar en la cara, ¿pues?
—¿Y si lo hago, que me harías?
Sin más, Jesús le soltó allí mismo, todo el deseo que tenía guardado.
—Te caigo a besos.
Pero no volvió a exigirle que se callara. Siguieron hablando de fútbol, ella se fue y Francisco lo miró severo, como a punto de soltarle una reprimenda. Pero no dijo nada y siguieron hablando de fútbol. Pero el día siguiente, estaban todos reunidos en la casa de Juliana, y cuando Jesús hablaba, ella lo mandaba a callar bruscamente, entonces a la tercera amonestación, se levantó, y fue adonde estaba, muy serio y la besó… Juliana sonrió. Pero volvían a pelear y perdonarse por minucias, era como un círculo vicioso al que ambos estaban sometidos. Era parte de ellos, su inherente orgullo y su hiriente carácter frívolo.
El trece de junio, decidió ponerle fin a su melancolía y le mando un tierno sticker a Juliana de un perrito y Cristiano Ronaldo sosteniendo una pancarta con la leyenda: «¿Quieres ser mi novia?». Era una declaración abierta a muchas interpretaciones, fue lo mejor que pudo hacer con los nervios desatados. Esperó su respuesta con el teléfono en la mano, diez minutos… Media hora. Pero no respondió. Salió en la tarde, pero Juliana no quiso hablar de aquello. Cada vez que sacaba a relucir el tema, ella se mordía los labios y nerviosa, miraba en otra dirección. Estuvieron el resto de la tarde hablando de sus conocidos, y discutieron sobre lo aburrido que era el fútbol televisado, porque él no le veía lo aburrido. Cuando llegó la noche, y las estrellas brillaban como alfileres en la costra negra del cielo, se decidieron por hablar de «eso».
—Jesús—dijo con dulzura—. Debemos conocernos mejor, nos la pasamos peleando. Y no sé, si soy el tipo de chica que quieres en tu vida.
—Esta bien—asintió, pensativo—. Pero, sí eres el tipo de chica que quiero en mi vida.
Se miraron con los ojos brillosos, un momento que pareció una eternidad, desde el nacimiento hasta la muerte de una estrella. Un parpadeo en la historia del universo… Jesús dudó. En realidad, no sabía qué tipo de chica quería. Solo sabía que Juliana lo hacía sentir cosas, emociones reales; era muy inmaduro emocionalmente. Si era o no, su tipo de chica, le importaba poco, lo único, que realmente valía la pena, era que todos creían, que valía la pena luchar por amor. De ahora en adelante no iba a vacilar. Sin miedo a lo que vendría. Alargó aquel cómodo silencio, nadaron en agua cristalina, aceite oscuro que les acariciaba la piel desnuda. Se acercó a su rostro trémulo, agitado brevemente por la belleza, sus párpados oscuros eran como cortinas de terciopelo. Quería… La quería. No sabía exactamente para qué… pero la anhelaba. Quería hacerle el amor, besar cada centímetro de su cuerpo. Sentir cada gramo de su existencia derramarse desde las puntas hasta el rincón más íntimo. En ese momento, cara a cara, con sus labios casi tocándose, pudo sentir el tocón de su amor, incrustado en su corazón como una raíz difícil de arrancar. Pero, dudó en el último segundo, y no la besó… La mano Juliana acarició su pierna, incitante, y una erección eléctrica lo hizo erguirse de inmediato. La joven soltó una risita y continuó acariciando su pierna. El miembro palpitante crecía cada segundo, anegado de sangre como un fuelle. Susurró su nombre… y dejó de importarle que estaban afuera, bajo el cielo nocturno. Desde ese entonces, cada vez que peleaban o discutían. Jesús se esmeraba en la disculpa y le regalaba algún dulce, así como Luna—generalmente la intermediaria—, le aconsejaba.
Esa noche una chica le escribió, no sabía quién era pero su foto de perfil le resultaba familiar. Resultó que era la exnovia de Lican, que quería hablar con él pero la tenía bloqueda, le pareció divertido hablar un poco de su hermano, era Fabiola. La agregó como F. No le interesaba aquella chica, pero ella seguía afanada con Lican así que le aconsejó lo olvidará ya que tenía una nueva relación. Es interesante, como muchas personas se vuelven tan dependientes de otras… Es tan, triste y deplorable ver cómo se desviven por alguien que ni siquiera piensa en ellos. Que ni siquiera los extraña.
El tres de Julio fue el cumpleaños de Luna. Jesús se puso su mejor pinta: una camisa manga larga color naranja y un pantalón negro en una impresionante combinación. Quedó tan deslumbrante que Francisco le puso de mote «Gucci», no había peleado con Juliana en días, quería hacer las cosas bien. Esa noche la pasó excelente, Juliana estaba deslumbrante con un vestido azul y el maquillaje, casi no podía creer que aquella chica ruda que jugaba fútbol como una salvaje se pudiera ver tan hermosa y femenina. Comieron muchísimo y se tomaron un montón de fotos, las mejores fotos fueron con ella. Luna también estaba muy bonita y Lican disfrutaba de posar para las fotos familiares. Ambos se veían estupendos juntos… No podía esperar para el cumpleaños de Juliana. Estaban juntos en un sofá, disfrutando del ambiente musical y la reunión. La chica le pidió su teléfono para pasar las fotos por la mensajería, abrió el buzón y lo miró con los ojos enturbiados.
—Ah—fue todo lo que dijo y le devolvió el teléfono. Luna paso por allí, con un vaso de tizana en la mano, Juliana se levantó y la agarró del brazo—. Ven, vamos a hablar…
Juliana lo miró a los ojos, tan enfadada que un par de llamas negras volaron hasta él. Le dieron la espalda y se fueron… Jesús se quedó solo, mirando para los lados. Pensando… Dudoso. Se tomó el resto de la tizana, saboreando los trozos de cambur, melón y patilla. Diez minutos después, Luna aparece ante él con los brazos cruzados.
—Jesús, la cagaste.
El corazón se le encogió. No supo que decir. No se movió del sofá, pensando… «¿Qué hice mal hoy?». Nada, lo había hecho todo bien… Hoy lo hizo todo bien. Mientras se comía la cabeza, vio a Juliana, se levantó decidido y fue adonde ella. Le preguntó qué pasó, pero ella no respondió. Frío, hielo… Aun, intentando descifrar que hizo mal. Se fue al cuarto, en su casa y se recostó. ¿Había hecho algo? ¿Será su fondo de pantalla de Cristiano Ronaldo que lo delató? No podría ser… ¿Qué vio Juliana en su teléfono? Comenzó a unir los puntos, mirando al techo. Juliana apareció en el umbral de la puerta, seguía molesta, pero disimulaba el enojo.
—Ven, vamos a cantar cumpleaños.
Jesús se levantó de golpe, pero antes que pudiera preguntarle, ya se había ido. Fue detrás de ella, pero no pudo seguirla. Le cantaron a Luna, su torta era rosada con ribetes blancos. Cuando sopló las velas, Lican, allí mismo, le plantó un besote, frente a todos. Jesús se murió de la vergüenza, pero todos aplaudieron divertidos. Luna siempre picaba sus tortas. Jesús se acercó a Lican y le pidió que le llevará su torta al cuarto, quería estar solo. En su cuarto comenzó a darle vueltas al asunto… Después de diez minutos no podía descubrir que había hecho mal. ¿Era la ropa? Juliana fue la que le llevó la torta, era la primera vez que venía a su habitación. Jesús quiso hablar, pero lo ignoró y dejó la torta en su cama. Jesús no la probó, tenía miedo de que quizás le hubiera escupido. Francisco le escribió, llamándolo para jugar Verdad o Reto. Bueno, pensó… Así podré hablar con Juliana. Los vecinos estaban en círculo, frente a la casa de Luna, sentado en media docena de sillas acolchadas. Jesús ocupó un lugar junto a Francisco y Bernie. Juliana desvió la mirada, cruzada de hombros. Francisco miró a Jesús, con los ojos muy abiertos.
—¿Qué hiciste ahora? —Le dijo en voz baja, casi sin despegar los labios.
—No sé. —Se encogió de hombros, perturbado.
—¿Otra vez se pelearon? —Sonrió Bernie, demasiado alto. Juliana volteó, miró a Jesús, puso los ojos en blanco y miró a Luna.
—Mi hermana es medio loca—Francisco soltó una risa triunfante, le puso una mano en el hombro—. Cuando los vi juntos, pensé, carajo; ¿cómo puede soportarla? Más bien, creo que duraron demasiado.
Jesús seguía pensando. El juego no era Verdad y Reto, era Qué Probabilidad Hay… Un juego divertido para las fiestas, acompañado de alcohol era una mezcla perfecta para las risas. Pero como era una fiesta, para Luna, no sé atrevieron a repartir bebidas alcohólicas a los jóvenes. Francisco comenzó, como siempre…
—Luna—se dirigió a su Luna, sentada junto a Lican y Juliana—. ¿Qué probabilidad hay de que le sueltes una cachetada a Lican?
Luna enrojeció. Francisco era muy visceral, pero, era un buen comienzo. Lican y Luna se miraron. A la cuenta de tres, ambos dijeron el mismo número, el «tres». Jesús esperaba una fuerte cachetada a su hermano, pero Luna no fue agresiva con su novio. Le dio una palmadita en la mejilla que enrojeció y desapareció al instante. Francisco se disgusto. Esta vez, Lican retó a Francisco y lamer el piso. A la cuenta de tres, ambos dijeron «dos» y entre risas, Francisco se puso a cuatro patas, realizó una flexión y su lengua recorrió el áspero piso. Jesús casi lloró de la risa. Francisco retó a Jesús a besar a Susana. Se encogió de hombros, era guapa y no le importaba besarla por un reto. Pero al final de la cuenta regresaba, Francisco dijo «uno» y Jesús «tres». No hubo reto… Jesús miró a Juliana.
—Quiero que me digas porqué estás brava.
Juliana se cruzó de brazos, se levantó y se fue. Con el mentón en alto, orgullosa, rígida. Jesús suspiró, conmocionado. Luna lo escudriñó con un semblante impenetrable. Durante los dos meses, de peleas incesantes, Luna sirvió a ambos como un árbitro neutral—aunque ayudaba bastante a Jesús que era inexperto en tema de mujeres—, y solucionó muchas de sus peleas más simples. No quiso seguir jugando con los vecinos, el recuerdo de haber lastimado a Juliana lo atormentaba. Se fue a su cuarto, a pensar, inmerso en cavilaciones cada vez más deprimentes… Una opresión en el pecho no lo dejaba respirar con normalidad. Lican entró, preguntando su estaba bien, lo seguía su novia. Luna era un pan de Dios, conocía desde hace años a Juliana y sus consejos eran muestra de su inusitada sabiduría femenina.
—Jesús… ¿Qué te dije que hicieras con los mensajes?
Era cierto, Luna le explicó que Juliana desconfiaba mucho de sus pretendientes porque su anterior novio la había hecho sufrir demasiado. Que debía borrar conversaciones, así fuera con viejas conocidas formales.
—Pero yo no tengo nada que ocultar.
—Pues… Juliana vio que tenías mensajes de otra chama.
Abrió mucho la boca… Sintió que la cabeza le iba a explotar ante tal revelación. Por supuesto, los mensajes. Juliana había visto el mensaje de F, que tenía una foto de perfil de ella. Creyó que era «otra chica», que quería ocultar. Pero no era de esos, de hecho, ni siquiera tenía amigas. Fue muy tonto. Palideció, sentía un ligero malestar.
—Pero ella no es ningún cuadre mío—explicó. Miró a Lican, buscando ayuda—. Se trata de la ex de mi hermano. Ella me escribió… Podemos explicarle.
Luna miró severa a Lican, pero antes de soltarle un batazo en las costillas, el joven le explicó que ella seguía detrás de él. Luna se sereno, pero no dejó de mirar feo a Lican ni de preguntarle por aquella. Se río un poco, casi olvidando su tristeza. Buscaron a Juliana para explicarle, la trajeron a regañadientes y Jesús le explicó todo y le enseñó todos los mensajes. Lican y Luna lo apoyaron con el hecho de que la chica también se confundió, ya que creyó que era otra Jesús que tenía agregado. O al menos, esa fue su excusa para preguntar sobre Lican. Juliana, sentado a su lado, lo escuchaba con el gesto serio. Jesús sacaba a relucir que ella era muy desconfiada con él.
—Es que no tengo necesidad de hablar con otras mujeres—la juzgó con la mirada, ella cedió y dejó ver su malestar—. Porque yo te quiero es a ti.
La abrazó y le dio un beso. Al principio, Juliana se mostró tensa, reacia al cariño que le ofrecía, pero fue imposible para ella resistirse y le devolvió el beso y él abrazo. Después sacó su teléfono y quiso mostrarle sus conversaciones con sus amigos, pero Jesús no quería verlas, no lo necesitaba. Quería darle un poco de confianza, porque la quería. Juliana insistió.
—Mira este—le mostró una conversación que tenía con un chamo llamado Augusto. Leyó los últimos mensajes: «si te llegan unos papeles, debes firmarlos sin decir nada». «¿Por qué?... El texto en sí era incomprensible. Pero Jesús captaba las indirectas amorosas que el chamo le escribía—. Este chamo es muy buen amigo, pero sigue insistiendo desde que lo conocí, en enero.
Eso ya lo sabía. Bernie le dijo que habían muchos chamos detrás de Juliana, porque era una de las pocas niñas en los entrenamientos de fútbol, era bonita y buena jugadora. Tenía sentido, al principio Jesús no quería mostrar sus celos, pero, aparentemente, los había dejado al descubierto con sus acciones cuando Juliana hablaba con otros hombres. Cuando se dieron cuenta, Lican y Luna se habían ido. Los dos se quedaron solos… en su cama. Aquel día terminaba bien, habían dejado sus diferencias atrás, y se besaban con pasión, recostados sobre la sábana gruesa del Hombre Araña. Sus labios libraban una batalla colosal, perpetua, una mordida. Jesús jugueteaba con su cintura pequeña, él era delgado pero ella también. Cuando cogían aire, Jesús la provocaba, le decía alguna frase insulsa sobre los chicos que le hablaban o que se iba con otra que lo besaba más rico. Juliana se cabreaba con aquello y le soltaba un golpe en los hombros, y en la pelea Jesús la agarraba de los codos y la besaba. En una de esas peleas, ella le dijo que lo iba a dejar sin hijos; Jesús, curioso y risueño le preguntó cómo. Juliana se encaramó con las manos clavadas en sus hombros, puso la rodilla sobre la entrepierna de Jesús y cargó con su peso. Más que incomodidad, no sintió nada, solo a la joven sobre él. Presionando su miembro, que cada segundo crecía, más grande y grueso. A su mente acudieron imágenes eróticas, estuvo a punto de lanzarla a la cama, arrancarle la ropa, rasgar sus bragas y abrirse paso entre sus carnes con violentos ademanes y brusquedad, hasta sentir el himen rasgarse. Pero fue regresando a la realidad, su interés por ella no era sexual, solo quería envolverse en su almidonada blancura y juntos desvanecerse del mundo. Se acercó a su boca, respirando débilmente, mirando aquellos labios entreabiertos. Se lamió los suyos y probó los de Juliana con los ojos cerrados. Las imágenes eróticas fueron liquidadas por fuegos artificiales, la magia estival, bañando el cielo nocturno con miles de colores vivos. Contó los segundos y perdió la cuenta a la mitad de una exhalación.
El día siguiente se iría a visitar a su otra familia, sus hermanos también se irían. A las doce le escribió a Juliana que se iba, no se atrevió a confesarle su despedida. Esperó la respuesta, pero debía estar dormida. Esa noche durmió poco… A las cinco de la mañana ella le respondió, hablaron un rato de su pequeña despedida. Que a pesar de sus peleas se la pasaron bien, viviendo juntos en aquella pequeña residencia, que era una persona muy especial y que volvería para estar juntos. Lo prometió… La playa se sentía tan fría aquella noche, a lo lejos, tiritaban débiles, las estrellas afligidas. Esta, podría ser… la historia más triste del mundo. Nosotros los de entonces, nunca volvimos a ser los mismos.