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No puedes comprar mi amor

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Flagranti Amore
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Sinopsis

Daniela Ortiz, pretendiendo darle una lección a su eterna rival, Liza Monterrubio, sabiendo que los padres de esta son extremadamente moralistas, se disfraza de prostituta y se presenta a la fiesta que Liza, ofrece por motivo de su cumpleaños. Antes de lograr sus propósitos, Daniela, sufre una cruel desilusión amorosa, que la hace salir de la fiesta y buscar un lugar solo para desahogar sus penas, así que se mete a un bar. Wilfrido Carrasco, un hombre que siempre ha luchado por tener una buena posición en la vida, ha sabido sobreponerse al fracaso sentimental que lo llevó a desconfiar de todas las mujeres y a verlas como objeto de placer, total que, por cuestiones de la empresa, lo presionan para que se case. Wilfrido, no sabe que hacer y una noche decide emborracharse ya que no aguanta la presión de los socios de la empresa, el destino junta a Daniela y a él en un bar. Carrasco, la confunde con una sexoservidora y después de emborracharse juntos, le propone que se case con él para engañar a los socios de la empresa, ella despechada, acepta, el matrimonio sería por lo civil y ellos convivirían como dos extraños, sin ningún tipo de relación entre ellos. Pero el destino quiere que se enamoren y es entonces cuando comienzan los problemas… ¿Cuál será el final de esta aventura? ¡Descúbrelo leyendo esta historia!

Matimonio por ContratoChica BuenaAmor-OdioUna noche de pasiónDulceSEXOHistoria Picante

Capítulo 1 Daniela Ortiz

—¡No puedes negarte...! No ahora… tienes que ir a la fiesta de Liza Monterrubio, no sólo es una de las más importantes del año, sino que, todas estaremos ahí, reunidas como siempre, así que no puedes faltar —le decía Marcela, a su mejor amiga, Daniela Ortiz.

—Sí, ya sé que el evento es muy importante, pero tú mejor que nadie sabes y conoces los problemas que he tenido con Liza… si voy las cosas pueden acabar muy mal para una de las dos

—¿Y qué te preocupa? Desde que yo me acuerdo, ustedes siempre han tenido problemas, y no por eso se han dejado de hablar, por el contrario, son más unidas que muchas de las que presumimos de ser buenas amigas, así que no inventes excusas.

—No son excusas, los problemas ahora son diferentes, créemelo. Lo más seguro es que no me invite, no creo que me quiera tener en su casa. Así que, mejor ni hago planes y todas estaremos mejor —respondió la hermosa Daniela, sonriéndole pícaramente.

—Ahora si te equivocaste, de todo a todo… Liza, ha dicho abiertamente, que te invitará junto con Germán, ya que no te guarda rencor por habérselo quitado “a la mala”… según ella —musito en un susurro, Marcela, acercándose un poco a su amiga, como si temiera que la escucharan—Te dará cachetada con guante blanco y si no vas te vas a ver muy mal.

—¡Desgraciada, chismosa…! —exclamó Daniela furiosa, sin dejar de sonreír— ¡Yo nunca se lo quité, es más ni siquiera lo intenté! Y tú lo sabes mejor que nadie… esa desgraciada de Liza, se ha empeñado en andarlo pregonando por todos lados, haciéndome quedar como una ofrecida, como una de lo peor, de esa manera se cura en salud para que no se burlen de ella por haber perdido al “amor de su vida”.

Lo que no entienden y nunca van a poder entender Liza y sus “amigas”, otras chismosas igual que ella, es que, Germán, me prefirió a mi porque, no sólo soy más mujer que la Monterrubio, en todos los terrenos, sino que además yo no me voy a la cama con nadie, ni a la primera cita ni al primer beso… y claro, eso nunca lo van a reconocer, porque todas tienen cola que les pisen.

La única verdad de todo esto, es que Liza, no supo, ni pudo retener a Germán, así que no me culpe a mí de su fracaso como mujer.

—Yo no puedo opinar —dijo Marcela con voz tranquila— las dos son mis amigas y las estimo en serio. El problema de ustedes es que, siempre andan retándose y tratando de superarse la una a la otra para demostrar quién es mejor en un pleito sin sentido.

Yo lo único que sí te puedo decir es que, si no asistes a su fiesta, quedaras en el más completo ridículo, y lo más seguro es que, comiencen las murmuraciones al respecto, así que tú sabes lo que haces.

—Sí, lo que quiere esa infeliz, es lucirse frente a todas sus amistades, en especial frente a esas que la obedecen como si fuera una reina… estoy segura que pasara toda la fiesta coqueteándole a Germán, quiere reconquistarlo, por eso nos invita, casi la puedo ver.

La conozco mejor que nadie y sé que algo ha de estar tramando para joderme y quedar bien frente a todos haciéndome pasar por algún ridículo.

—Pues ahora que lo dices, sí, hay algo de eso, ya que nos ha dicho que en la fiesta nos dará una gran sorpresa a todas y que de una vez quedará bien claro, quién es la mejor de ustedes dos.

—¿Ah sí…? Bueno, pues ya lo veremos, la fiesta es de disfraces, y como de costumbre estarán sus padres, así que le voy a dar gusto. Ya verás la sorpresa que le espera.

—¿Qué estas tramando... ahora tú? Conozco de sobra esa forma de mirar tuya y, por experiencia sé que, ese gesto, no presagia nada bueno.

—Ya lo veras, le daré algo que no se lo esperan… y ya, no seas tan curiosa que no te lo pienso decir, lo que si te aseguro es que después de esto, tal vez Liza, nunca vuelva a invitarme a una de sus fiestecitas —auguro Daniela con esa sonrisa enigmática.

Cambiaron de tema, platicando de otras cosas, Marcela sabía de sobra que no conseguiría que su amiga le contara lo que pretendía hacer para la fiesta de su eterna rival, aunque estaba segura que no se dejaría humillar ante todas aquellas que la envidiaban y la criticaban, por su forma de ser, libre e independiente, y que se encontrarían presentes en la reunión esperando ver la derrota de Daniela.

Puesto que todas las incondicionales de la Monterrubio, esperarían con ansia malsana, las reacciones de ambas en aquel evento, donde también estaría Germán, el motivo principal de la rivalidad de las dos hermosas y ricas herederas.

De sobra sabían que Daniela, era amigable y atenta con todas, lo que les dolía, a todas ellas, era que nunca la habían podido someter a las normas y reglas que ellas mismas imponían, para su círculo de amistades, el cual era muy estrecho y exclusivo.

Y si Daniela Ortiz lo frecuentaba, era por méritos propios, ya que, si bien era cierto que todas provenían de familias de reconocidos nombres y cuantiosas fortunas, la familia Ortiz se destacaba entre todos ellos, por lo que no era sencillo marginarla en alguna parte.

Unos minutos después, de una amena charla, ambas amigas se despedían con un par de besos en las mejillas y un fuerte abrazo que, les nacía desde la sinceridad de su amistad.

Ya se habían puesto de acuerdo de la hora en que se presentaría, cada una por su lado, a la recepción en la casa de los Monterrubio, obvio que no hablaron de los disfraces que ambas llevarían, ya que Daniela, se había aferrado en ocultarlo ya que era parte de la sorpresa que les tenía preparada a todos y no quería dar ningún adelanto para que todo le saliera como lo tenía planeado.

Al quedarse a solas en su elegante residencia, Daniela se sentó cómodamente en uno de los sillones de la sala, se sentía muy relajada y estaba plenamente satisfecha con todo lo que había logrado hasta ese momento en su vida.

Se podía considerar una mujer muy agraciada por la vida.

A sus 27 años, no sólo estaba pletórica y dichosa como persona, sino que también, se sabía realizada en todos aspectos, había terminado su carrera en Administración de Empresas, para después realizar una maestría en Finanzas, lo que la llevó a conseguir un doctorado en Inversiones, carreras que le fascinaban.

Con la herencia que le entregara su madre en vida, había creado una empresa procesadora de alimentos y además poseía, varias acciones en la bolsa de valores, mismas que día con día le generaban buenas ganancias.

Su padre, Javier Ortiz, al año de quedar de terminar ella el doctorado, había decidido irse a radicar a la ciudad de Monterrey, Nuevo León, en compañía de su esposa, alejado de todos los negocios y las preocupaciones, para disfrutar con su mujer la edad dorada, así que, le entregó una fuerte cantidad de dinero para que expandiera su empresa y no tuviera problemas financieros que la pudieran frenar en su desempeño.

Trigueña, de rostro hermoso y coqueto, grandes y hermosos ojos oscuros, que lo mismo veían con una profunda ternura, que, con un absoluto desprecio y rencor, por lo general, lucían pispiretos e inquietos, lo que cautivaba a las personas con las que trataba.

Su nariz afilada, le daba un toque de distinción, su boca de tamaño regular, con esos labios carnosos y sensuales, bien dibujados, como si siempre estuvieran dispuestos a recibir o dar un beso, con la sonrisa a flor de piel,

Todo en conjunto, constituía un rostro hermoso, casi perfecto, con tintes de tierna inocencia, con la dureza precisa de la inteligencia.

Su melena ondulada, sedosa, de color caoba, peinada con la exactitud precisa, para lucir tan natural que se antojaba acariciarla, esa bella melena, provocaba que se viera más femenina y hermosa de lo ya de por sí era, dándole un toque natural y fresco.

Y por si todo eso fuera poco, su cuerpo había sido dotado generosamente, con un metro sesenta y ocho de estatura, 65 kilos de peso, hombros estrechos, delicados, pechos grandes, firmes y bien moldeados, cintura sensual, que caía en una comba perfecta para darle figura y atractivo a esas caderas anchas y carnosas que tantos piropos le acarreaban, sus piernas, parecían esculpidas en un torno, con una perfección milimétrica.

Daniela Ortiz, se sabía hermosa y atractiva, así que procuraba resaltar sus encantos, vistiendo de manera moderna, y adecuada, con ropa que se ajustaba perfectamente a sus formas.

Todo su guardarropa era de marcas de prestigio y algunos modelos exclusivos y, además, disfrutaba de su independencia con responsabilidad, por eso fue que su padre no tuvo ningún problema en reiniciar una nueva vida y dejar que ella llevara la suya propia.

Era perseverante y tenaz, por lo que, cualquier cosa que deseaba, la conseguía. Eso sí, siempre a base de luchar, de esforzarse, dando lo mejor de sí misma para obtener lo que ambicionaba. sin detenerse o vencerse, ante los obstáculos que se le presentaban en el camino hacia sus metas.

Bien claro se lo había enseñado su padre, desde su niñez, indicándole que lo que más se disfruta, es lo que requiere más esfuerzo de conseguir, y ahora que tenía el amor de Germán Cantú, su dicha era mayor.

Javier Ortiz, su padre, le había dicho, con toda sinceridad, muchas veces, que él siempre deseo tener un hijo hombre, que siguiera sus pasos y que se hiciera cargo de todos los negocios de la familia cuando él muriera o llegara la hora del retiro.

No obstante, no podía estar más agradecido con la vida que lo había premiado con una hija que valía su peso en oro, como ella, a la que adoraba con toda su alma, no sólo por hermosa, sino que además era muy inteligente y cariñosa, por eso se preocupaba por enseñarle todo lo referente a los negocios ya que esperaba que algún día ella tomara las riendas de todo y realizara un magnífico papel en la dirección de las empresas Ortiz.

Daniela, no lo defraudaba en nada, su clara inteligencia se ponía de manifiesto al estudiar con frecuencia los veleidosos movimientos bursátiles sin descuidar ni por un momento su propia empresa y sobre todo las sociedades que iba estableciendo de manera estratégica.

Y, aun así, dentro de todo aquello, se daba tiempo para sí misma, tiempo para disfrutar de su juventud y de sus propias inquietudes, incluso tiempo para valorar a sus amigas y principalmente a sus enemigas, algo que también había aprendido de su padre, a no menospreciar la competencia y a estudiar bien a los rivales.

Por eso no dejaba de reconocer que tenía frente a sí a una enemiga digna de tomarse muy en cuenta, no sólo por su peligrosidad, como mujer y sus artimañas, no siempre abiertas y directas, ya que, era capaz de recurrir a todo, aunque no fuera legal, por triunfar en lo que quería.

Y no sólo por eso era peligrosa, sino por sus cualidades, Liza Monterrubio, no era menos atractiva que ella, en ningún aspecto; tenían la misma edad y además era rubia natural, con grandes y hermosos ojos verdes, que por momentos adquirían diversos matices, predominando los de tono azul, dándole una mirada felina, sensual y provocativa.

Su cabello estaba teñido en un tono platinado y por lo general lo portaba en cortes modernos y casuales, lo que le daba un aire de fuerza y madurez.

Su cuerpo escultural, exuberante y de formas generosas, la hacían deseable a los ojos de los hombres, todo en ella era elegante y distinguido, poseía un atractivo adicional, una sensualidad natural, que brotaba por todos los poros de su piel, inquietando y motivando a las fantasías sexuales más diversas, con su sola presencia.