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¿QUÈ QUIERES?

Maximiliano creyó que moriría, que su corazón no bombearía nuevamente. Pero de pronto allí estaba, latiendo desenfrenado y recordándole que seguía vivo, tuvo que separar los labios para poder respirar con mayor regularidad y tratar de concentrarse es obtener una respiración normal.

Tres pares de ojos fijos en él, esperando su reacción, sus hermanos mostraban muchas expresiones. . . Preocupación, angustia, dolor.

—¿Es. . .Estás segura de lo que dices, Ellen?

—Si Max, por supuesto, si no fuese así, no te lo habría dicho. Sophie, estaba feliz, dice que después de tanto tiempo sin ver a su querida prima, está más que dichosa de recibirla nuevamente. Al parecer el señor Evans, la recogerá en el aeropuerto. . . ¿ qué. . .qué piensas hacer?

—Buscarla— dijo inmediatamente sin dudarlo— reclamar una explicación, exigir que me dé la cara por la humillación a la que me ha sometido. ¿Qué otra cosa podría hacer?— bebió todo el contenido de su vaso y se levantó, sin decir nada más se marchó, dejando a sus hermanos un poco aturdidos por su reacción.

Ellen, se sintió mal, su hermano estaba irremisiblemente enamorado de la hija de Edwar Evans, desde que ella había desaparecido sin ninguna explicación, Max, no había vuelto a ser el mismo. No sonreía con frecuencia y por lo general estaba taciturno y ensimismado, siempre con la compañía de un trago, lo cual le preocupaba profundamente, se había mantenido muy al pendiente de él, para no permitirle cruzar la delgada línea de beber por despecho y caer en el alcoholismo.

—Ese hombre me preocupa— las palabras de Stephen, la sacaron de sus pensamientos.

—Lo sé— agregó Ethan— no quiero ni imaginar qué sucederá cuando Renata, pise nuevamente el país, de todo corazón espero que esto no se salga de control, que sea cual sea la diferencia, puedan superar este obstáculo y seguir avanzando. No quiero que nuestro hermano sufra más.

—Hermanos, no sé cómo, pero debemos ayudarlo, algo hay que hacer por él. Max, es de los hombres que sólo se enamoran una vez en la vida. Ya está destrozado al tener que vivir con su ausencia, esperemos que puedan solucionar las cosas— dejó escapar un suspiro— porque si no es así, Maximiliano la llorará de por vida. Jamás podrá amar a otra mujer que no sea Renata Evans.

Maximiliano, entró a su habitación con el corazón desbocado, cerró la puerta con fuerza y se sentó en la amplía y cómoda cama.

¡Renata volvía!

¡Después de tantos años, ella volvía!

¡Volvería a verla!

¡Volvería a verla!

Su corazón se aceleraba vehementemente, volvería a verla, moría por verla, abrazarla, por besarla, por sentir el calor que emanaba su piel.

¡La necesitaba tanto!

No entendía qué había ocurrido, ni por qué ella se había alejado de la forma en que lo hizo, lo único que sabía es que ahora obtendría las respuestas que continuamente le impedían el sueño, provocándole perturbadoras noches de insomnio.

¡Renata volvía y tendría que darle una explicación!

Aquella noche le pareció la más larga de toda su vida, el insomnio se hacía presente nuevamente. Su mente le hacía recordar los besos de Renata, su cariño, las marcas de su amor presente en su piel parecían emanar calor, haciendo que su cuerpo ardieran. La pasión y el amor por ella no se habían apagado.

El tiempo no lo cura todo. Las personas suelen mentir en eso. Al menos, tiempo no era igual a olvido para él, sino equivalente a añoranza, anhelo y profunda desesperación por tenerla, la seguía amando como el mismo día en que se marchó.

Después de una larga noche sin dormir, Maximiliano se levantó, se duchó, se vistió y se fue a la oficina sin desayunar. Tenía muchos asuntos que atender, si quería ver a Renata antes del anochecer debía enfocarse en resolver los asuntos de la empresa, mientras más pronto solucionara todo, más pronto podría marcharse a casa de Edward Evans.

****************

Renata, bajaba las escaleras que la llevarían a la sala central del aeropuerto, debía conseguir alguien que le ayudara con las maletas y debía conseguir también un taxi que la llevara hasta su casa.

Estaba muy nerviosa por su regreso. Había extrañado tanto su país, a su familia, sentir el calor de su tierra acariciando su piel. . . esas dulces manos sobre su piel era lo que realmente extrañaba.

¡Basta, Renata!

Se reprendió a sí misma. No debes pensar en él, Maximiliano Ferrer, es solo parte de un pasado que ella no quiere recordar. Un pasado que anhelaba con todas sus fuerzas olvidar, arrancarse del alma y la piel. Seis años no habían servido, seis años no habían Sido suficiente.

No te quiero en mi vida, Maximiliano Ferrer.

— ¡RENATA, RENATA!— Aquel llamado la obligó a abandonar sus pensamientos. Su padre se encontraba de pie con los brazos extendidos. Corrió hacia él abrazándolo con fuerza.

—¡PAPITO!— exclamó con un gran nudo en la garganta y sin poder evitarlo algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas.

—Mi princesa, mi hermosa hija, mi orgullo— su voz se quebraba a la vez que sus brazos la rodeaban con fuerza— te fuiste siendo una jovencita, ahora eres toda una mujer, te fuiste siendo una estudiante, ahora eres una gran profesional.

—Te extrañé tanto, Papi— le besó la mejilla.

—Y nosotros a ti, mi amor. Estamos ansiosos con tu regreso, tu prima está feliz, y tu tía no cabe de dicha, ha cocinado todo lo que alguna vez señalaste como tu comida favorita— rieron juntos.

—¡Los amo muchísimo!— dijo con emoción.

—Y nosotros a ti princesa, ahora vamos por tus maletas y volvamos a casa.

Después de un caluroso recibimiento y comer un poco de todo lo que su tía le había preparado, se fue a la cama, aquella habitación que tantos recuerdos le traía, allí donde alguna vez había conocido la felicidad en brazos de Maximiliano, aquella cama en la que tantas veces había sido suya y lo había sentido tan de ella. Pero no, eso era pasado, y ella odiaba vivir sintiendo el pasado como si fuese un presente. Observó su dedo anular y rodó aquel elegante anillo que enviaba hermosos destellos por toda la habitación, luego dejó escapar un gemido de frustración.

Volver a casa estaba resultando más difícil de lo que ella hubiese pensado.

Se había duchado, se puso una ligera pijama, dejó su larga y abundante cabellera negra suelta y se metió bajo las sábanas. No supo cuántas horas durmió, pero la despertaron unos fuertes gritos que llegaban desde el recibidor.

¡¿Qué ocurría?!

En su casa nunca habían gritos. ¿Qué era lo que estaba ocurriendo?

Sin siquiera pensarlo saltó fuera de la cama, pasó una mano por sus alborotados cabellos y se dirigió corriendo descalza a las escaleras.

—¡No me iré sin verla!

—¡No la verás, márchate de una vez!

—¡He dicho que no me iré y si no la llama ahora mismo me instalaré en su sala, o a la puerta de su casa hasta que Renata se digne a recibirme!

¡Era él! ¡Era Maximiliano!

¡¿Cómo se atrevía?!

Su padre se escuchaba cada vez más agitado, corrió en su ayuda, si Maximiliano quería verla no debió llegar gritando como un troglodita.

—¡Vete, Maximiliano Ferrer!

—No me iré, maldición he dicho que no me iré hasta ver a Renata.

—Aquí estoy — dijo ella llegando— ¿Qué diablos te ocurre?— estaba segura que en aquel preciso momento, sus ojos enviaban destellos violeta, estaba experimentando una mezcla de sentimientos, y no todos eran buenos— no puedes venir a mi casa gritando y dando espectáculos, si no lo sabes, no es necesario gritar para entenderse.

Max, la vio y de inmediato enmudeció, ella estaba furiosa, con sus hermosos ojos fijos en él, y realmente hermosa enfundada en esa pijama, su cabello alborotado, su cara con marcas de la sábanas, su rostro no tenía ni un rastro de maquillaje, estaba descalza y muy bella, había madurado muchos sus facciones en aquellos seis años, ahora no era una jovencita, su rostro dejaba entrever la madurez de una mujer adulta, su cabello estaba más largo, igual de negro y hermoso, su boca llena, sus hermosas cejas, abundantes pestañas. . . esos ojos, esos ojos que muchas noches lo habían perseguido.

Renata, tuvo que hacer una enorme esfuerzo para mantener su expresión fría. Maximiliano había cambiado, sus hermosos ojos mostraban angustia y sorpresa. . . admiración, eso era lo que veía en ellos. Él había madurado sus facciones, se veía muy atractivo, varonil, hermoso, de anchos hombros y una gran estatura. Los recuerdos la golpearon y quiso llorar, así que tuvo que luchar por no hacerlo.

Aunque quisiera evitarlo y negarlo. . . seguía amándolo, a pesar de todo. todo éste tiempo había lucha, había querido olvidarle y volver a casa lo había echado todo por la borda. Por más que vivió queriendo olvidarle, no lo consiguió.

Ella cruzó los brazos sobre su pecho, cosa que él agradeció porque aquella pijama dejaba entrever la redondez de sus senos. Sus ojos le miraban furioso.

—¿Qué diablos quieres, Maximiliano?— preguntó cortante.

—Tenemos que hablar— su voz gruesa llegó hasta ella causando escalofríos.

—No hay nada de qué hablar— respondió ella firme.

—Renata, debemos hablar y no me iré hasta que lo hayamos hecho— se miraron en silencio largamente.

—Muy bien— dijo ella de pronto, se giró hacia su padre— papito, déjame a solas un momento con. . .

—No, no te dejaré con él— negó firmemente.

—Por favor— le suplicó en tono cariñoso. Su padre dudó largo rato, pero luego accedió de muy mala gana.

—De acuerdo, cariño. Pero deberías vestirte, estas medio desnuda frente a él.

—Nada que no haya visto o tocado antes, señor.— dijo sin poder evitarlo y se arrepintió ante la fría mirada que recibió de ella.

—¡TE ROMPERÉ LA CARA!— gritó Edward Evans, pero su hija le detuvo, con su rostro un poco ruborizado.

—No padre, déjame sola con él, solo serán un par de minutos.

—Pero. . .

—Padre, por favor.

—Muy bien— se giró hacia Maximiliano— pero después te marchas de mi casa y no vuelves.

—Ya decidiré si volver o no, señor— su tono frío no hacía más que provocar a su advenedizo, pero eso no le preocupaba en lo más mínimo, había dicho la verdad. No se iría de esa casa sin hablar con Renata, y luego de la conversación decidiría si debía volver. . . o no.

El padre de ella se marchó, dejándolos en su profundo silencio. Renata, lo encaró mirándolo fijamente.

—Muy bien, Maximiliano Ferrer. ¿Qué demonios quieres?

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