Capítulo 3. CALAMBRE (parte 3)
Nadando como ranas nos fuimos adentrando más en el mar. La playa estaba delimitada con claraboyas que indicaban hasta donde podían llegar los nadadores. No me daba miedo nadar, así que lo adelanté sonriéndole y llegué hasta la claraboya primero que él.
Un poco cansada por el trayecto me sujeté con fuerza y dejé que los músculos de mis piernas descansaran. Él se colocó al lado mío y permanecimos en silencio viendo los barcos que navegaban en la distancia.
—¿No tienes calor con esa ropa?—pregunté al rato
—Si tanto quieres verme desnudo, solo debes pedirlo—dijo con arrogancia.
Mas envalentonada de lo que nunca me había sentido me atreví a responderle: —Bien, quítatela.
Su ceja se alzó casi hasta el nacimiento de su cabello, y yo alcé la mía desafiándolo. La guerra de miradas la gané yo, porque Rámses se quitó la camisa y me dedicó una mirada de suficiencia. Su nívea piel se encontraba tatuada, no por uno solo como lo había pensado, sino por varios tatuajes. En uno de sus brazos llevaba un trivial de flores de loto con tonos grises y rosas, como una enredadera. En su otro brazo, en tonos grises y azules había una frase en letra estilizada "vit ou meurt à essayer" — vive o muere intentandolo donde las letras "o" eran flores de loto.
—¿Qué dice?—pregunté curiosa
—Vive o muere intentándolo—respondió un poco perdido en sus pensamientos, con una voz queda y lejana.
—Pensé que solo tenías uno—confesé—. Aquel día en la casa te ví uno en la espalda cuando...—y no pude decir nada más porque me miraba divertido enarcando las cejas con picardía.
Se inclinó sobre la claraboya para elevar su torso. Abrí mi boca sin disimulo ante el tatuaje. Era una brújula inmensa, antigua, con una flecha que sobresalía del diseño. Los cuatro puntos cardinales estaban marcados en la misma letra del tatuaje del brazo, y donde debía estar el norte estaba otra flor de loto, en muchos colores brillantes. Me acerqué para apreciarlo de cerca, de forma inconsciente, atraída como imantada por los colores del tatuaje. Dentro de la flor había una minúscula letra "K", tan pequeña que pasaba desapercibida a menos de que estuviese tan cerca como yo lo estaba.
Con ese razonamiento me alejé con rapidez. Mi nariz casi había rozado la piel de su espalda.
—Es bellísimo—titubeé—.¿Por qué una flor de loto?
Él se sumergió en el agua sin responderme. Duró más tiempo de lo que yo hubiese podido hacer y cuando salió sus largos mechones de cabello estaban peinados hasta atrás, sus rasgos angulosos y perfilados destacaron. Sus ojos eran oscuros, ya no eran caramelo como otros días.
—Es hora de regresar—dijo ignorando mi pregunta. No quise insistir, porque su semblante se volvió frio y distante.
Él no esperó mi respuesta y se alejó a grandes brazadas. Nadaba detrás de él cuando un calambre me paralizó la pantorrilla, doliéndome una barbaridad.
—Rámses—lo llamé con la voz entrecortada y comenzando a sentir pánico.
El dolor se agudizó subiendo por mi pierna. Moví con fuerzas mis otras extremidades para mantenerme a flote, pero comenzaba a cansarme y los nervios me traicionaban. Volví a llamarlo con más fuerza, mientras chapoteaba desesperada. El agua comenzaba a entrar por mi boca y mi nariz sin que pudiera tener mayor control de la situación. La pesadez de mi cuerpo me halaba hasta abajo y llevé mi cabeza por instinto hasta atrás, para tratar de mantenerla a flote. Cuando me sumergí por completo el pánico se apoderó de mí y solté un grito que me hizo botar el poco aire que tenía retenido cuando unos brazos fuertes me sujetaron por la cadera, y me subieron hasta la superficie. Tomé grandes bocanadas de aire para aliviar el ardor de mi pecho. Mi garganta quemaba con el agua salada que había ingerido, así como mis fosas nasales. Rámses me giró para que quedase frente a él, sus ojos otra vez caramelos me escrutaban preocupado.
—Calambre—tartamudeé aún asustada, tratando de calmar a mi pobre corazón.
Él colocó mis brazos sobre sus hombros y se giró para que quedase a su espalda.
—Móntame
—¿Qué?—exclamé sin que su doble sentido me pasara desapercibido. Escuché su risa estruendosa.
—Te llevaré hasta la orilla. Súbete a mi espalda—dijo aun riéndose
—¿No era mejor decir eso que ... que te montara?—finalicé en un susurro, mientras subía a su espalda. Me sujeté a su cuello y enredé la pierna que no me dolía en su cintura.
—¿Y perderme la diversión de sonrojarte? ¡Qué va!
Tardamos mucho más, pero finalmente llegamos a donde nuestros pies tocaban el fondo. Me ayudó con mi cojera hasta que logré sentarme al lado de Pacita agotada del esfuerzo.
—¿Pero qué te pasó?—preguntó mi amiga angustiada.
—Calambre—respondí al unísono con Rámses.
Para mi asombro y el de Pacita y Gabriel, Rámses se arrodilló frente a mí y sin pedir permiso comenzó a masajearme la pantorrilla. Quise negarme, pero la verdad era que sus masajes estaban ayudando y mi dolor comenzaba a remitir. Mientras estaba allí concentrado en mi músculo, me permití contemplar los suyos, que al igual que los de su hermano se encontraban definidos, de hecho, quizás un poco más.
—¿Cuántos tatuajes tienes?—pregunté al fin. Ya había visto tres de ellos, y divisaba un cuarto sobre sus costillas izquierdas.
—Seis—respondió
—Creo que ya es suficiente—dijo Gabriel en tono serio, llegando con unas bebidas que había ido a comprar—, ya solo la estas manoseando.
La dureza de sus palabras me pasmó. Pero Rámses, ajeno a su comentario y su tono, me respondió como si Gabriel no hubiese abierto la boca si quiera.
—Tengo el de la costillas—dijo señalándome unas letras que decían "venu, vis, conquit"— vine, vi, vencí—tradujo antes de que pudiese preguntar—. El de la pantorrilla—señaló un ave fénix que traía en la boca una flor de loto en rosa brillante— y otro más que está en un lugar... íntimo que si quieres...
—No hace falta—respondí al mismo tiempo que Gabriel. Yo entorné los ojos asustados y en cambió Gabriel los giró.
Con la tarde cayendo con lentitud sobre nosotros comenzamos a recoger todas las cosas que habíamos traído. Después del masaje de Rámses los chicos ordenaron comida de almuerzo y no nos volvimos a levantar de la arena. El camino de regreso fue agotador, apoyé mi cabeza de la ventana y sin darme cuenta terminé quedándome dormida. Pero lo que fue de verdad sorprendente es que me desperté acostada en mi cama, con mis pijamas de las chicas súper poderosas puestas. No recordaba cómo había llegado hasta allí. Confundida tomé mi teléfono dispuesta a escribirle a Pacita. Tenía dos mensajes sin leer, el primero de mi mamá avisándome que no llegaría a la casa, y el segundo de un número no registrado «Doux rêves Bombón»— Dulces sueños Bombón