Capítulo 3. CALAMBRE (parte 2)
Había llegado el momento de la verdad. Miré a mi amiga buscando apoyo, tenía tan pocas ganas de quedarme solo con el traje de baño puesto como ella, pero no podía quedar como tonta después de llegar hasta aquí. Gabriel se quitó la camisa apenas llegamos, era delgado pero con su musculatura definida. Debía hacer algún tipo de ejercicio. Tragué grueso y aparté la mirada. Comenzó a insistir para que lo acompañáramos a nadar y la verdad sea dicha, me moría por hacerlo, quería ir a nadar y quería ir con él. Una puntada de culpabilidad me hizo espabilarme.
Pacita se había cerrado a toda posibilidad de levantarse y mucho menos de bañarse en cuanto vio a Gabriel, y podía entenderla. Yo no tenía ninguna oportunidad con él, así que no había nada que mi sobrepeso pudiese arruinar, pero en cambio ella sentía que sí, aunque no tuviese nada que reprocharle a su cuerpo, se lo había dicho tantas veces que hasta le compuse una canción.
Le dediqué una mirada suplicante y ella me respondió con una rotunda negativa. Conocía a mi amiga, no se pararía de allí, ni mucho menos se atrevería a quedarse en traje de baño. Gabriel seguía insistiendo y fue cuando dijo que no habíamos conducido todo ese camino para quedarnos sentados en la arena, cuando claudiqué. Solté el aire que estaba conteniendo de los nervios y comencé a quitarme con lentitud temerosa el pantalón y la camisa. Rámses había ido a pagar las sombrillas que alquilaron y regresó justo en el momento en que alcé las manos quitándome la camiseta.
—¡Wow!—exclamó en cuanto llegó a nuestro lado.
Me atreví a mirarlo a los ojos, sin embargo los suyos recorrían con demasiada lentitud mi cuerpo. Me acaloré de tal manera que pude haber entrado en combustión espontánea. Crucé mis brazos de forma inconsciente sobre mi cuerpo y fijé mi vista en un punto cualquiera.
—¡Muy bien, vamos!—dijo Gabriel arrancándome de la vergüenza que estaba sintiendo. Me tomó de la mano y me hizo trotar hasta la playa.
El agua estaba fría a mi contacto, aunque a juzgar por la cara de las demás personas era yo, quien con mi vergüenza la sentía helada. Cuando nos adentramos lo suficiente como para que mi objeto de complejo —mi barriga—, quedará cubierta, me permití relajarme.
—¿Siempre es así de penosa?—preguntó Gabriel refiriéndose a Marypaz
—Quisiera decirte que no, pero te estaría mintiendo—confesé—.
—¿Y si nos ve divertirnos crees que se relaje lo suficiente?—dijo esperanzado.
—Podemos intentarlo. No tenemos nada que perder.
No había terminado de responderle cuando Gabriel me tomó por la cintura y me alzó por los aires para luego soltarme. Caí de forma nada agraciada en el agua hundiéndome hasta el fondo. Cuando emergí lo vi carcajeándose y no pude evitar salpicarlo. El respondió y comenzamos una guerra, donde terminé tragando la mitad del mar. Cuando pedí que parase y me atreví a abrir los ojos, no estaba por ningún lado. Giré buscándolo entre la cara de los otros bañistas y pegué un grito cuando lo sentí nadar por dentro de mis piernas y se reincorporó, para que yo quedase sentada sobre sus hombros.
Grité como niña, debo confesar, por una serie de pensamientos que se arremolinaron en mi cabeza. Desde que tenía un chico guapo entre mis piernas—sí, lo pensé—, mi peso que podía hacerle daño en sus hombros, o que él me estuviese sosteniendo con fuerza por mis muslos. Agradecí que desde donde él estaba, no pudiese verme, porque sentía mi cara roja como un tomate.
Caminó conmigo sobre él hasta un grupo de chicos que jugaban con una pelota de playa y antes de que pudiese decir nada, me lanzaron la pelota para que participara. Estoy segura de que Gabriel no tenía ni idea de lo torpe que era para los deportes, aunque el objeto fuese una pelota de playa inmensa y de colores. Sin embargo y por lo que entendí ¿ganamos?.
—¿Lista?—preguntó girando su cabeza tratando de hacer contacto visual conmigo.
—¿Para qué?—contesté. El torció su boca en una sonrisa que me acaloró más que el sol inclemente, me dio un beso en la parte interna de mi muslo y antes de que pudiera decir nada se dejó caer hacia atrás.
Una vez más me hundí en el agua y agradecí que su frescura niveló el acaloramiento que me había ocasionado. Cuando salí a la superficie me miraba divertido. Pero un borrón negro a su espalda llamó mi atención, me asomé por sobre el hombro de Gabriel y vi a Rámses dirigiéndose a nosotros con el ceño fruncido y su ropa húmeda pegada al cuerpo. Para estar caminando dentro de la playa con el mar en contra, daba fuerte y potentes zancadas.
—J'ai vu le baiser— Vi el beso — siseó a Gabriel fulminándolo con la mirada, aunque el aludido solo se atrevió a ensanchar su permanente sonrisa y responderle un seco "Bem" (Bien).
Miré el intercambio de mirada entre los hermanos sin entender ni un poco lo que había dicho Rámses.
—Le iré a hacer compañía a Pacita— dijo mientras me guiñaba un ojo y se fue nadando hasta la orilla.
Rámses se giró hacía mí, aun con el ceño fruncido, pero se recompuso en cuanto vio mi cara de extrañeza.
—¿Qué le dijiste?—cuestioné
—Que fuese a hacerle compañía a Pacita, por supuesto— respondió, pero no le creí
—¿Por qué tú hablas en Francés y él en Portugués?—pregunté curiosa mientras dejaba que mi cuerpo flotase en el agua
—Son nuestros idiomas maternos—dijo flotando como yo—¿Sabes nadar?—me preguntó cambiando el tema
—No me ahogo por lo menos—respondí. Él sonrió y me indicó con la cabeza que lo siguiera.