Capítulo tres.
NARRA GISELLE.
— ¡Giselle, apresúrate! —mamá grita desde el piso inferior de la casa—. ¡Debemos irnos en unos minutos…!
— ¡Qué ya voy, joder! —grito, malhumorada.
— ¡No uses ese tono conmigo, jovencita! —responde—. ¡Que no soy ninguna de tus amigas!
Suspiro, reuniendo paciencia y hago todo lo posible por hacer a un lado ese mal humor con el que he despertado esta mañana, tampoco es justo que pague la rabia con todos, menos con mi madre, aunque ella es la principal culpable de mi estado de ánimo.
Hoy es el día que partimos a California, como lo prometió Matías me visito ayer junto con Carlos, Jennifer y Laura —su mejor amigo, mis mejores amigas—, quienes me realizaron una pequeña despedida que no olvidaré, y por un segundo estando con ellos compartiendo en la cafetería de la esquina a la que solemos ir olvidé todo el tema de la mudanza... Hasta que mi madre me despertó esta mañana con sus gritos.
Cierro mis maletas después de guardar las cosas que olvidé empacar anoche y las bajo de la cama, me tomo unos minutos para observar todo a mi alrededor por última vez y en el proceso las lágrimas se asoman en mis ojos cuando recuerdo todos aquellos momentos junto con papá, las veces que él venía a hacerme compañía por las noches cuando no podía dormir y me contaba algún cuento. Esas veces que jugaba con mi hermano y conmigo en el patio trasero mientras mamá nos orneaba galletas que luego comíamos todos sentados bajo la sombra del árbol…
— Todo estará bien —Jason murmura, dándome un suave apretón en el hombro.
Ni siquiera sentí cuando entro a mi habitación.
Inspiro sonoramente y asiento con la cabeza, volteando hacia él.
— ¿Algún día su recuerdo no dolerá tanto? —pregunto.
— Algún día, tal vez —asiente—. Pero ahora lo mejor es que nos vayamos, esto no te hace bien Giselle, a ninguno.
— Lo extraño —una lágrima baja por mi mejilla, humedeciéndola—. Me hace mucha falta.
— A mí también —admite, quitando la lágrima de mi rostro—. Pero debemos seguir adelante, estoy seguro que él no quiere vernos tristes, que quiere que avancemos con nuestras vidas…
Me trago mis ganas de echarme a llorar como si no hubiera un mañana hasta que el dolor de cabeza sea tan fuerte que deba irme a dormir, y muevo la cabeza en un gesto afirmativo, tomando el asa de mis maletas.
— Vamos.
Con Jason salgo de mi habitación y él me ayuda con las maletas a la hora de bajarlas por las escaleras, salimos de la casa y una vez afuera mamá nos apura a guardar todo en el maletero del taxi porque, según ella, si tardamos un segundo más perderemos el vuelo que será en una hora. Y después de subir las maletas al coche Jason se sube al asiento del copiloto, mientras con mi madre abordamos los asientos traseros antes de que el taxista ponga en marcha el coche primero hacia la casa de Daniel, después nos vamos al aeropuerto.
[***]
NARRA SAMUEL.
— ¡Samuel!
Escucho en la lejanía como gritan mi nombre, pero prefiero ignorar a quien sea que me está llamando y seguir durmiendo.
— ¡Samuel, cariño, ábreme!
Su insistencia hace que abra los ojos de golpe, cabreado. Suelto un bufido, me quito las sabanas que me cubren de la cintura hasta los pies y me levanto de la cama yendo descalzo a abrir la puerta de mi habitación, encontrándome con mi madre frente a mí.
— ¿Qué? —espeto, estrujando mis ojos con mis dedos.
— ¿Qué? —repite mamá, poniendo los brazos en jarra—. Así no debes contestarle a tu madre, Samuel Rinaldi.
Suelto un suspiro, con total fastidio.
— ¿Qué pasa, mamita hermosa?
Ella sonríe satisfecha.
— Louis acaba de llamar, que te espera abajo dice.
— ¿Y para eso me despertaste? —pregunto, indignado—. Mándalo a la mierda, no voy a bajar.
— Samuel…
Ruedo los ojos ante su tono de advertencia.
— Vale —digo—. En un momento bajo.
— Bien —sonríe—. Pero antes lávate la boca, te apesta.
Hace una mueca de asco y se marcha sin más, así que cierro la puerta y haciendo caso omiso a su orden me acuesto boca abajo en la cama para seguir durmiendo hasta que el sonido de mi celular a los pocos segundos me hace abrir los ojos nuevamente, estiro la mano a la mesita de noche donde siempre lo dejo, lo agarro y leo sin desbloquear el celular el mensaje que me ha llegado.
MAMÁ: No te acuestes, Samuel.
Arrugo el entrecejo y el celular vuelve a sonar con el nuevo mensaje que recibo de mi madre.
MAMÁ: No pongas esa cara, tu primo te espera abajo así que apúrate.
Es mamá, así que no me sorprende en nada puesto a que me conoce como la palma de su mano.
El sueño se me ha quitado así que sin más opción me levanto de la cama y salgo de mi habitación para dirigirme al cuarto de baño que está en el pasillo, sitio donde cepillo mis dientes y me doy una ducha con agua fría para que la flojera desaparezca de mi cuerpo.
Cuando acabo seco mi cuerpo con una toalla la cual enrollo alrededor de mi cintura y voy a mi habitación después a vestirme, me coloco un short azul con círculos diminutos en color blanco, una playera negra y unos zapatos del mismo color.
Salgo de mi habitación y en lo que entro al comedor veo a mi madre poner los platos sobre la mesa.
— ¿Almorzaras? —me pregunta.
Niego con la cabeza.
— Luego.
— Te dejaré entonces tu comida en el microondas.
Asiento y me voy.
Bajo en el ascensor hasta la planta baja del edificio, cuando las puertas del ascensor se abren y salgo a lo lejos diviso a Xavier de espaldas hacia mí acompañado de mi primo Louis así que con grandes zancadas me acerco a ellos.
— ¿Qué hay? —saludo a ambos con un asentimiento de cabeza.
— Hasta que el princeso se digna a bajar —comenta Louis.
Ruedo los ojos, metiendo mis manos en los bolsillos de mi short.
— ¿Qué demonios querían? —les pregunto.
— Ir a la cancha —responde Xavier—. Y jugar un rato.
— ¿Acaso no pueden ir solos? —bufo.
Louis niega, rodeando mis hombros con su brazo.
— No puedo vivir sin ti, primo —dice él—. Así que no me pidas tal cosa.
Me aparto de él con brusquedad, a lo que él suelta una carcajada.
— Sigue de marica y te ganarás un puñetazo de mi parte, Louis.
Me doy la vuelta después de advertirle aquello y voy directo a la salida del edificio escuchando los pasos de ambos chicos detrás de mí, la cancha queda justo al frente del edificio donde vivimos así que no caminamos tanto, y cuando llegamos nos unimos a los chicos que apenas comenzaban a jugar.
Media hora más tarde.
Estoy tan sudado que parece que me hubieran echado un barril de agua encima, estoy cansado y muerto de sed.
Todavía estoy en la cancha, aunque ya no estoy jugando, sólo observo a quienes si lo hacen desde las gradas y a mi lado está Louis platicando de manera animada de no sé qué con Xavier quien está sentado en la fila arriba de nosotros.
— No estoy seguro si declarármele —le dice Louis a Xavier.
— Inténtalo —lo anima—. No pierdes nada si lo haces.
— Es que no lo sé… —duda unos segundos—. Vale, lo haré.
Mi primo se acomoda en la silla y su mirada se clava en un punto fuera de la cancha mientras su expresión se arruga en un gesto de clara confusión y extrañez.
— Oigan… —dice—. ¿Desde cuándo tenemos vecinos nuevos?
Su pregunta me causa rareza así que lo miro frunciendo el entrecejo.
— ¿Vecinos nuevos? —repito.
Louis mueve la cabeza en un gesto afirmativo, sin apartar la mirada del frente así que con la curiosidad latente sigo su mirada hasta dar con lo que lo tiene así y a nuestras espaldas escucho como Xavier suelta un silbido mirando también a las personas que sacan unas maletas del maletero de un taxi.
Un hombre, una mujer y un chico, estos dos últimos pelirrojos.
El chico de pelirrojo baja la última maleta del coche y el taxi no tarda en arrancar, es ahí cuando mis ojos se desvían por inercia y la veo.
Es… simplemente hermosa.
Su estatura es baja, al igual que la mujer. Su cabello cobrizo es de un tono más opaco y le llega a la cintura con ondulaciones naturales, o creo que lo son. No carece de curvas, y aunque quiero detallarla con más precisión no puedo, está lejos de mi posición.
Veo al chico acercársele y rodea los hombros de la chica con su brazo diciéndole algo, mientras ella recorre con su mirada de manera lenta todo a su alrededor y mueve la cabeza en un gesto afirmativo, por un momento capto el momento justo en que sus ojos se clavan en los míos, haciendo que un extraño escalofrío recorra toda mi espina dorsal y se me erice la piel.
— No sé cuál esta mejor, si la chica, la mujer o el chico —dice Louis, haciendo que aparte la mirada y lo mire a él con un gesto de asco.
— Sin duda, el chico solo para ti —dice Xavier, haciendo una mueca.
Asiento de acuerdo con lo dicho por el pelinegro y desvío la mirada otra vez al punto de antes, pero ella ya no está.