Capítulo 9
El príncipe Jing tenía su propia casa cerca del palacio. Era un lugar rodeado de árboles y hermosos jardines, muy exclusivo y privado, donde pocas personas eran invitadas.
El maestro Lee le dio un documento a Leela.
—Esto es una invitación del príncipe a su casa —informó con esa serenidad que lo caracterizaba y Leela agrandó los ojos del asombro.
—E.… el... prin...—tartamudeaba.
—Leela, articula bien las palabras o no hables —le reprochó perdiendo la paciencia. Ella respiró profundo para recuperar la compostura.
—¿El príncipe me invitó a su casa? —dijo al fin.
—¿Por qué te sorprendes? Estás bajo su comando y eres su guerrero favorito. —Ella asintió sonrojada. Salió a toda prisa y se dirigió a la lujosa casa del príncipe.
Llegó a la entrada y enseñó la carta a los guardianes que aguardaban el gran portón. Las inmensas puertas de madera se abrieron, dándole acceso a aquel impresionante lugar. Abrió sus ojos maravillada. La propiedad era enorme y rodeada de la naturaleza. Había una larga entrada de cemento que llegaba hasta la puerta de la lujosa casa y el camino estaba rodeado de jardines, plantas y algunas fuentes con finas esculturas.
Un mayordomo salió a recibirla.
—Por aquí. —El sirviente bien vestido extendió sus manos (que estaban cubiertas por unos guantes dorados) hacia la derecha; pues al parecer, no entrarían a la mansión, más bien seguirían el camino que dirigía al patio trasero. Quedó fascinada con la belleza de aquel lugar y sus ojos examinaron el terreno sin disimular su deslumbramiento. Observó encantada a un pequeño estanque que yacía bajo un puente de madera adornado de plantas y flores. Había bambúes, árboles frutales y ornamentales alrededor del gran patio. El sonido del estanque era relajante, al igual que el de un riachuelo que salía de algún lugar entre los árboles que rodeaban la propiedad y desembocaba en el hermoso cúmulo de aguas. Olía a frutas, especies y flores. Nunca había visto un lugar tan hermoso, donde se podían apreciar las montañas rosas de las tierras de las tribus de Cristal.
Esas montañas eran famosas por el color rosa y estaban ubicadas en la frontera del reino del Sur que lo separaban de las tribus del monte Cristal. El aire era fresco y relajante. El sirviente se retiró y ella estaba tan entretenida con la belleza de aquel lugar que no reparó en el príncipe.
—¡Bienvenida a mi casa, Leela! —Su voz la sacó de su ensoñación.
Ella hizo reverencia por instinto y lo buscó con la mirada. No podía creer lo que sus ojos veían. El príncipe rudo y arrogante estaba sentado en un pequeño banco de madera, frente a un caballete, combinando colores hermosos en una paleta con diferentes tonos de pintura. El lienzo frente a él mostraba un paisaje sublime que con cada trazo cobraba sentido. Se detuvo en su espalda perfecta y ancha que se encontraba al descubierto, adornada con su largo y lacio cabello que llevaba suelto. Vestía solo un pantalón blanco holgado, de esos que utilizaba para entrenar. Él siguió dando pinceladas sin mostrar su rostro. Ella estaba admirando aquel espectáculo que la naturaleza le ofrecía a sus ojos; por una parte, el hermoso lugar, y por otra, el apuesto príncipe. Sentía como su cuerpo se estremecía al ver esa faceta sensible y hermosa de ese hombre que la enloquecía.
Había una pequeña mesa dorada al lado de Jing, donde tenía una copa de vino. Tomó la copa con elegancia y se volteó hacia ella permitiéndole apreciar su hermoso torso. «¡Qué manía de estar desnudo!», pensó tratando de no babear. Miró su rostro mientras él tomaba un sorbo con sus ojos cerrados, lo saboreaba con tal deleite que ella se mojó sus labios deseosa de probar, aunque sea un sorbito de aquel líquido rojo intenso. Él abrió sus ojos y esbozó una sonrisa.
—¡Me gusta mucho el vino, Leela! —expresó con una dulce sonrisa. Ella miró sus labios humedecidos y se imaginó como sería probar el sabor del vino por medio de ellos. Recordó aquel beso atrevido y sintió un punzón en el estómago. Lástima que tendría que conformarse con aquel recuerdo.
—No sabía que al príncipe le gustara emborracharse. —Se espantó con sus propias palabras. ¿Por qué no medía lo que decía? Jing rio.
—¡Tan insolente como siempre! —Meneó el cabeza divertido. En la mesita había una camiseta étnica doblada, de esas que son holgadas y sin botones, que tiene un cuello en forma de V con un pequeño cordón en este. La camiseta era gris y fina. La lanzó por los aires y saltó quedando dentro de ella con un solo movimiento. Leela rodó los ojos.
«¡A este príncipe le gusta lucirse!», pensó.
—Debes someter tu lengua Leela o tu imprudencia e insolencia te llevarán a la ruina —reprendió mientras se acercaba a ella con una sonrisa pícara.
—Disculpe mi insolencia, príncipe. —Le devolvió la misma sonrisa.
—Por cierto, me encanta tomarme una copa de vino de vez en cuando, pero nunca me he emborrachado —aclaró.
—Ya veo... —emitió con picardía—. Usted es una persona recatada que no se da el lujo de perder sus reflejos. —Sonrió con malicia—. La única vez que lo vi sin sus defensas fue cuando nos besamos.
«¡Rayos! Otra vez no», de verdad necesitaba frenar su lengua. ¿Por qué actuaba de esa manera delante de él?
—¿Qué dijiste? —Se acercó con expresión molesta—. No nos besamos, tú lo hiciste. Te perdoné el atrevimiento con la condición de que lo olvidaras. Si lo vuelves a mencionar no seré generoso contigo. —Acercó su rostro haciéndola temblar—. Sé que para ti es difícil olvidarlo, pero es una orden.
—¡Ja! —exclamó ofendida—. ¡Como si fuera la gran cosa! He besado mejores, príncipe —ok tenía que vengarse. Se juró así misma que esa sería su última insolencia. Jing rio al sentir su ego pisoteado.
—Ninguna mujer… ninguna, Leela, ninguna... —No podía terminar la frase, en realidad estaba ofendido—. ¡Te estás vengando! —Empezó a reír como desquiciado y Leela se asustó, pues no sabía si se reía por diversión, por los nervios o por la ofensa de su comentario—. Todos me temen, Leela. ¿Por qué tú no? —cambió el tema recuperando la compostura.
—No le temo a nadie, Príncipe —mintió. Puesto que a él sí le temía, pero era por todos los sentimientos que provocaba en ella.
—Ya veo... —Sonrió coqueto, pero por dentro estaba hecho un lío, pues se odiaba a sí mismo por dejarle pasar su insolencia y atrevimiento. No entendía por qué le daba tanto poder; tampoco, por qué le encantaba cuando ella le respondía. Se supone que ella debería asentir sin objetar como todos sus subordinados. No entendía que tenía esa mujer que lo sacaba de sus cabales.
—Me imagino que no me mandó a buscar para hablar de lo bien que besa. —Leela desvió el tema para no seguir metiendo la pata y él no pudo evitar reírse otra vez.
—Entonces, lo reconoces. —Su orgullo no lo dejaba razonar. Leela rodó los ojos ante su insistencia—. ¿Sabes que esa expresión que acabas de hacer es considerada una ofensa? —le recriminó—. Y las ofensas contra tus superiores se castiga.
—Usted considere cuál es el mejor castigo —contestó desafiante.
—Leela, si te fuera a castigar por todas tus insolencias, no estuvieras viva. Por lo menos, disimula delante de otras personas porque si me tratas así delante de los demás, no tendré más opción que tratarte como a ellos —Leela quedó atónita con lo que escuchaba. ¿Él la trataba diferente? No pudo evitar sonrojarse.
—No te hagas ilusiones —advirtió como si supiera lo que rondaba por su mente—. No tengo ningún interés en ti. Si te trato diferente es por quién eres en mi equipo de guerreros, no tiene nada que ver con lo personal —aclaró con indiferencia. Eso dolió. Sabía que él nunca se interesaría en ella, pero escucharlo decirlo, realmente dolía.
—No se preocupe, aunque no lo parezca, sé cuál es mi lugar. —Su mirada reflejaba tristeza—. Me gustaría saber qué necesita de mí. Tengo media hora aquí y aún no me ha dicho.
—Yo decido cuando te digo lo que sea que tenga que decirte. —La miró serio.
—Está bien, príncipe. —Se cruzó de brazos con desánimo—. Tómese su tiempo.
Jing negó con una sonrisa burlona y luego respiró profundo.
—Como sabes; el reino del Norte nos declaró la guerra. Ellos están interesados en tomar el control de Zafiro, porque aquí se encuentra la fuente de energía que da equilibrio a nuestro mundo. Estoy investigando la relación de Deon en todo esto, si éste no fuese importante, Dimitri no se liara con él.
—Creí que el objetivo era el Rey Miha. —Leela mencionó intrigada.
—Es lo que pensé cuando me enviaste esa información, pero tengo el presentimiento de que esa alianza no es para convencer al rey de Met, creo que hay algo más.
—Cierto... Aquel extraño hombre mencionó algo sobre la fuente de energía... —Ella se quedó pensativa—. Si nadie ha visto la fuente, ¿cómo pueden estar tan seguros de que es real? No le veo la importancia a eso.
—Eres muy bocona Leela. —Jing sonrío divertido, pues aquello se consideraba un tema sagrado y valioso para la familia real—. Se cree que hay otros mundos. Mundos paralelos al nuestro, imposibles de accesar, a menos que se utlice la fuente.
—¡Vaya! Eso es nuevo para mí.
—Necesito que hagas tu primera misión como espía oficial. Se cree que ellos mandaron espías mensajeros a la ciudad Met. Leela, sabes que esta es tu prueba para oficializarte formalmente, sé precavida porque no tengo permitido ayudarte —dijo con advertencia y preocupación, entregándole un papel sellado.
***
Leela se puso un pantalón de lycra negro y una blusa de manga larga no muy holgada de color crema. Dejó su cabello suelto y tomó un pequeño bolso de cinturón.
Salió del campamento muy temprano sin ser notada.
Abordó un tren que la llevaría a su destino. Los trenes eran modernos, rápidos y muy utilizados para viajar a otras ciudades. Le gustaba sentarse en la ventanilla para apreciar la vista. El paisaje era hermoso y ella entretenía sus ojos con el verde de los árboles, los caudalosos lagos y ríos. Le encanta observar también, las ciudades bien construidas y las comunidades que se reflejaban por el cristal. Todo en su continente era hermoso. Los reinos hicieron alianzas cientos de años atrás para administrar y cuidar su mundo. Y se preguntarán, si todos hicieron alianza, ¿por qué había batallas? No todos se hicieron partícipes.
Destello estaba dividido en cuatro grandes reinos, pero, eso no significaba que gobernaran todo el planeta. Había tribus y pequeños gobiernos independientes, algunos unidos a la alianza, otros no. La alianza significaba que los reyes y administradores de cada reino respetarían cada gobierno sin tener enemistad. También, tendrían jurados organizados de cada reino que estarían encargados de regularizar y velar para que se cumplieran con la justicia y las reglas de cada lugar.
Sus mayores enemigos eran los rebeldes. Estos eran tribus y aldeas pequeñas esparcidas en todo el planeta que no respetaban leyes. Ellos hacían cuánto querían. Eran asesinos, ladrones y violadores que justificaban sus acciones en nombre de la libertad. El reino del Norte siempre quiso el control total de Destello, es por eso que Jing y su padre no se sorprendieron cuando ellos le declararon la guerra.
Leela llegó a una ciudad muy colorida y alegre. Quedó maravillada con las diferentes melodías que se escuchaban en sus calles. La ciudad Met era conocida por las diferentes expresiones artísticas. Veía gente pintando cuadros en las plazas, músicos deleitando a los transeúntes y bailarines moviéndose al ritmo de la música. ¡Estaba encantada! De donde ella venía, esas cosas no eran muy comunes, ya que vivía en el campamento de guerreros que queda cerca del palacio, y rara vez visitaba la ciudad de Zafiro, capital del reino del Sur.
Tomó un pequeño aparato de su bolso. El dispositivo era transparente y cuadrado, y cuando ella lo tocaba con sus dedos, aparecían informaciones al instante. Siguió caminando distraída con la belleza del lugar. Ahora entendía por qué el rey del Este quería mantenerse al margen. Al parecer, ellos no estaban muy preparados para participar en una batalla, pues las personas del lugar eran amables y pacíficas.
Iba tan distraída que chocó con alguien de frente.
—Lo siento —dijo con timidez.
—No hay problema, linda- —Un hombre joven le sonrió. Ella le devolvió la sonrisa—. ¿Eres nueva por aquí? —indagó examinándola con la mirada.
—Sí —respondió con timidez—. ¿Cómo lo supiste? —preguntó con asombro, provocando una sonrisa pícara en el muchacho.
—Te ves diferente... —La recorrió con la mirada y ella se sonrojó. Él sonrió al ver lo tierna que se veía.
—¿Y tú... eres de por aquí? —Sonrió coqueta y él aclaró su garganta.
—No, estoy de visita. Pero vengo muy seguido.
—¡Oh qué tonta! —Ella exclamó—. No me he presentado. —Bajó la mirada apenada—. Soy Anna, mucho gusto —se introdujo extendiendo su mano hacia el chico.
—Soy Diel —Él correspondió el saludo con una sonrisa. De repente recibió una llamada. Sacó el dispositivo transparente y contestó—. Lo siento, tuve un percance —se excusó mirando a Leela con flirteo—. Estoy allá en unos minutos. —Cortó la llamada—. Preciosa, espero compartir contigo un poco más. —Le guiñó un ojo—. Búscame en el parque que está en el centro, hay un festival en la noche. —Leela asintió y él se despidió con una sonrisa victoriosa y luego le gritó: —¿Nos volveremos a ver?
—Tengo una corazonada de que así será. —Ella dijo para sí. Sonrió con asentimiento y el chico se marchó a toda prisa. Entonces, ella tomó su dispositivo y envió un mensaje.
El príncipe Jing estaba en su estudio cuando su dispositivo vibró.
Búho
Lo tengo.
Arrogante
¿Te revisaste? Sabes que como estás buscando, a ti también te buscan.
Ella tomó el aparato y una luz casi invisible la recorrió de pies a cabeza.
Búho
Limpia. Ese chico no era muy experto. Fue presa fácil. ?
Arrogante
No importa como sea tu oponente. La próxima vez sigue mis instrucciones. Por cierto, una espía usando imágenes. ¡Qué infantil!
Búho
¡Qué aburrido!
El príncipe sonrió y guardó el aparato.
Leela llegó a un lugar remoto guiada por su dispositivo y se adentró entre unos árboles. Siguió la señal del aparato hasta llegar a una choza inmensa. Había varios hombres reunidos frente al lugar y reconoció al chico con el que interactuó minutos antes. Puso un pasamontaña sobre su rostro quedando su cabello dentro de este, volteó su blusa del otro lado convirtiéndola en una blusa negra y sacó una bolsa de tela del mismo color, y puso el bulto dentro de la bolsa y la amarró alrededor de su cintura.
Saltó sobre varios árboles hasta acercarse y poder escuchar lo que hablaban.
—Traje información del palacio —El chico anunció a los hombres que esperaban ansiosos su respuesta.
—¿Hablaste con Deon? —inquirió un hombre robusto y el chico asintió.
—Sí. Él dijo que nos va a apoyar, pero bajo sus condiciones.
—¡Ese maldito! —espetó otro de los hombres, quien era más refinado—. De seguro se trata de la fuente de energía. Él siempre ha querido tenerla. Pero, usaremos su obsesión para nuestro beneficio y le haremos creer que aceptamos su condición por un tiempo, cuando no lo necesitemos más... —Todos rieron ante su insinuación.
—Bien hecho, chico. —El hombre robusto palmó su hombro—. Sé lo peligroso que ha sido escurrirte en el palacio del rey Miha. Estás pasando todas tus pruebas con éxito.
—Yo no estaría tan seguro. —El hombre refinado negó pensativo—. Dijiste que tuviste un percance, ¿a qué te referiste?
—No, nada malo —El chico negó rascando su cabeza—. Tropecé con una chica muy linda y quedamos en volver a vernos. —Sonrió como tonto.
—¡Serás idiota! —El muchacho se inmutó al ver la reacción de aquel hombre que siempre se mostraba sereno—. ¿Tuvieron algún contacto? —interrogó recorriéndolo con la mirada.
—No... —respondió nervioso—. Solo nos dimos las manos....
—¡Rayos! —Ambos hombres espetaron al unísono ganando la confusión del chico.
—Eso nos pasa por usar un novato. —El hombre elegante se lamentó—. ¡Busquen en todo el lugar! —ordenó—. Tenemos compañía y no debe salir vivo de aquí —ordenó con mirada espeluznante y todos se dispersaron.