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Capítulo 10

El príncipe recibió una notificación y sacó su dispositivo. Frunció el cejo al leer el mensaje.

—¿Pasa algo? —Bruno lo abordó. Él siempre había sido su mano derecha y su mejor amigo. El chico se destacaba en el manejo de todo tipo de armas incluyendo su creación. Era respetado por todos y amado por las féminas. Se podría describir como un chico alto y fuerte, con cabello rizado oscuro, piel color chocolate y ojos verdes. Todo un espectáculo a la vista que hacía suspirar y llorar a más de una, puesto que el moreno no dejaba pasar un ligue y nunca tomaba a nadie en serio. Reparó en el rostro casi inexpresivo del príncipe y si no lo conociera tan bien, no habría notado que algo le preocupaba.

—Búho me mandó toda la información que colectó —respondió con desdén.

—¡Vaya! —expresó sorprendido—. Eso fue rápido. Pero... ¿No es una buena noticia? ¿Por qué la preocupación? —indagó confundido.

—Es su primera misión, digamos una misión de prueba. Sabes cómo es ella; el entusiasmo y las ganas de sentirse victoriosa al ver mi rostro al mostrarme el éxito de su misión, la harían traerme esa información en persona, aunque... —Dudaba decirlo, pues no quería sonar débil—. Aunque yo le hubiera ordenado lo contrario.

—¿Crees que pasó algo? —Bruno inquirió y el príncipe asintió.

—Según las coordenadas, lo que se habló allí y el número de guerreros que ella calculó, puede que no esté en desventaja. Especulo que pudo ser descubierta, y en caso de que ella no tuviera éxito con el escape... —Su mirada se fijó al vacío—. Me envió la información y destruyó el dispositivo para protegerla.

—¡Esa chica es genial! —Bruno celebró maravillado—. ¿Por qué te preocupas? Estás hablando de búho, ella arrasa con cientos de hombres en la batalla.

—No todos los hombres que van a batalla son expertos y tienen nuestro entrenamiento, o los entrenamientos de espías especiales. Normalmente, tiran a la batalla a los menos preparados para llenar números. No es lo mismo. Es posible, según mis cálculos, que la situación no sea tan difícil para ella. Pero si Leela optó por proteger la información, es porque vio algo desconocido que la hizo dudar y decidió no arriesgarse. —Se quedó sumergido en sus pensamientos un rato.

—Bueno, eso es algo por lo que todos los espías pasamos, —Bruno dio palmadas sobre el hombro de Jing—. Hemos perdido buenos guerreros en la batalla y hemos tenido muchas victorias por medio de ellos. Es un riesgo que todos corremos, morir o ser atrapados y torturados. ¿Te preocupa que le saquen información?

—No —negó—. Ella no tiene nada que revelar. Aunque ya es una espía oficial, esta es su primera prueba de graduación. Lo que sabe, no puede perjudicarnos.

—¿Entonces? —El moreno preguntó confundido—. ¿Qué te preocupa? —Meditó un rato—. Espera... tú no...

—¡Ni se te ocurra decir una estupidez! —El príncipe lo miró de mala manera.

—Está bien. —Bruno levantó las dos manos en símbolo de rendición, mientras Jing le lanzaba una mirada asesina—. Si destruyó el dispositivo, no recibirás nada de ella, ¿cuál es el caso de no despegar la mirada del comunicador? —cuestionó contemplando a su amigo, ya que no dejaba de observar el aparato.

—La estoy rastreando —admitió.

—¿En serio? —Bruno meneó la cabeza con desaprobación—. Sabes que no está bien. Cualquier cosa que hayas puesto sobre ella la puede delatar, los espías deben permanecer ocultos.

—Es su primera misión oficial —se excusó—. La estoy vigilando.

—Sé que ella es la primera espía que discipulas, pero... ¿No estás exagerando?

—Yo hago esto a mi manera, Bruno —escupió molesto al sentirse acorralado.

—Está bien, como digas. ¿La ves en movimiento?

—Sí, se mueve rápido.

—Por lo menos, sabemos que está viva.

—Sí.

— Su majestad. —Un sirviente hizo reverencia—. Los reyes están aquí —informó.

«¡Lo que me faltaba!», pensó.

Fue a recibirlos a la enorme sala e hizo reverencia al verlos.

—Supimos que Búho fue a su primera misión como espía oficial —afirmó su padre y el príncipe asintió.

—Escuché que los guerreros del Norte enviaron espías a Met. Están planeando algo —dijo la reina empuñando una mano.

—No solo son espías. —Bruno irrumpió en la sala e hizo una reverencia. Jing sintió ganas de matarlo por revelar aquella información.

—¿A qué se refiere Bruno, Jing? —Su madre le clavó la mirada.

—Según la información que envió Búho, hay guerreros reales del Norte en la ciudad Met, junto a unos funcionarios —Jing reveló molesto por la imprudencia de Bruno.

—¡Lo sabía! —exclamó su padre—. Buscan convencer al rey Miha. —El príncipe no lo corrigió, pues no quería dar a conocer la nueva información sin antes tener un plan.

—¿Y ella cuándo regresa? —preguntó su madre con indiferencia. Jing aclaró su garganta.

—Es probable que la hayan descubierto y ahora mismo esté luchando o.… escapando… —Un amargor envolvió su garganta.

—Por lo menos, tenemos la información —comentó su madre sin dar importancia al asunto de Leela—. Esperemos que regrese exitosa, así podremos darle misiones más complejas. Jing, invítanos un té mientras conversamos sobre tu compromiso —cambió el tema de forma brusca—. Según las características que describía tu abuelo en la carta que dejó con la joya del complemento, sospechamos que tu futura esposa es una de las princesas de la tribu de Cristal. Quiero enviar a mis consejeros de confianza allí, para que confirmen mis sospechas. —Una sensación gélida inundó su pecho. Si bien sabía que este terrible día llegaría, por lo menos esperaba que fuera más lejano.

—E-entiendo —tartamudeó—. Pero... podemos hablarlo luego, ahora mismo estoy... —Miró el dispositivo rastreando el punto verde que le indicaba que Leela se movía.

—¿Te atreves a ser descortés con los reyes? —Su madre le recriminó y él negó rendido.

—Está bien. Pasemos al salón del té.

Los minutos eran tortuosos. Escuchar a sus padres entusiasmados con lo del posible compromiso era más que fastidioso. Cada cierto tiempo, miraba de reojo el aparato con la esperanza de que Leela saliera de aquel lugar. De repente, vio que la luz verde se tornó roja para luego desaparecer de su vista. Dejó caer la taza de té por la impresión, sorprendiendo a todos.

***

Leela calculó varias formas de escape al saberse descubierta. El grupo de hombres que estaban conversando y que se habían esparcidos, no parecían ser simples guerreros. No podía arriesgar la misión, así que decidió enviar la información al príncipe y destruir su comunicador. Luego de esto, emprendió la huida sobre los árboles, moviéndose sigilosamente por encima de éstos tratando de no tocar las ramas. De repente, un ninja le salió al encuentro desde las ramas de un gran árbol, haciéndola resbalar. Saltó cayendo sobre sus pies y al escucharse el crujido de las hojas debajo de estos, los demás ninjas y guerreros se dirigieron hacia donde estaba ella, quedando rodeada y sin más opción que pelear para poder escapar.

Todos se lanzaron sobre ella, pero ésta saltó por los aires y giró dando patadas dejando inconsciente al grupo de hombres. Más guerreros se unieron a la persecución, mientras ella saltaba de un tronco de árbol a otro. Otro grupo salió a su encuentro por delante, Leela miró hacia los lados y entendió que estaba rodeada.

***

—¡Jing! —gritó su madre con reclamo—. ¿Qué crees que haces? —cuestionó mirando la taza rota sobre el piso.

—Lo siento, estoy muy distraído. —Bajó su rostro en reverencia.

—¡Déjalo en paz, mujer! —refutó su padre—. Le hablas de boda y esperas que reaccione de lo más normal —el rey esbozó una sonrisa pícara.

—Es su deber como príncipe, no tiene que reaccionar de esa forma —contestó molesta.

—Lo siento. —Jing se arrodilló.

—¡Deja de hacer eso! —Su padre movía las manos con desesperación para que se levantara—. Rompes con el ambiente familiar con tantas reverencias, joder. —La reina lo miró con desaprobación— ¿Qué, mujer? Somos una familia, tantas formalidades me enferman. —Ella meneó la cabeza sonriendo, mientras que Jing observaba su aparato con nerviosismo.

***

Leela retrocedía al centro del bosque mientras se veía acorralada. Escudriñaba con detenimiento a su enemigo. Sacó su daga con sigilo cuando ellos venían en contra de ella. En cuestión de segundos fue arropada por ellos, quienes iban cayendo al suelo uno a uno heridos por la daga. Dio un salto sobre un árbol para escapar. Se movilizaba con rapidez buscando una salida, pero solo veía árboles y más árboles, y ya no tenía su comunicador para ver las coordenadas, solo le quedaba recordar cada detalle de esta.

Dos tipos encapuchados salieron de la nada atacándola. Ella luchó cuerpo con cuerpo con ellos, y supo que no eran guerreros comunes. Uno tenía un puñal que utilizaba en su contra, mientras que el otro la atacaba con sus puños. El tipo del puñal arremetió con este de frente, ella atajó el ataque con los dos brazos y en ese instante fue golpeada en la espalda baja por el otro hombre, cayendo de rodillas.

Reaccionó rápidamente, la adrenalina recorría su cuerpo y los sudores le hacían estragos. Giró una pierna tumbando al tipo que la golpeó e hirió al otro en el estómago con su daga. Este cayó al instante y el otro se levantó arremetiendo contra ella. Fue fácil bloquear sus golpes y vencerlo con una patada en el cuello. Respiró al verse libre de ellos. Recordó el camino y saltó de árbol en árbol, dándose a la huida, mientras que unos cincuenta hombres la seguían. Su respiración era agitada y celebraba en sus adentros el haber enviado la información.

Se dejó caer sobre la polvorienta superficie para respirar un poco y otra vez se vio rodeada. Luchó con todos ellos. Le era fácil vencerlos, ya que ella era flexible y muy ágil al utilizar la altura. Para ella no existía la ley de gravedad y no le era dificultoso moverse por los aires y sorprender a sus enemigos. Iba avanzando mientras ellos caían heridos por ella sin percatarse en qué momento quedó sola en el bosque. Corrió con todas sus fuerzas para salir de allí.

—¡Vaya, no eres cualquier espía! —Se detuvo en seco cuando dos hombres se pararon frente a ella. El que le habló era un joven alto y no musculoso, de piel blanquísima, cabello negro arreglado hacia atrás, ojos grises y muy claros, bien vestido y elegante. Emanaba una serenidad fría, y su mirada era espeluznante. El otro hombre era un grandulón con enormes músculos, una barba pronunciada y mirada de maníaco. El hombre refinado aplaudía con ironía.

—¡Esto será divertido! —espetó el grandulón lamiéndose los labios. Un escalofrío recorrió a Leela y por primera vez sintió: ¿miedo? Se quedaron inmóviles un rato observándose hasta que Leela saltó por los aires para escapar, pero el grandulón la atrapó por los pies y la tiró contra un árbol. El dolor era insoportable, pero tenía que salir de allí. Se levantó con rapidez, viéndose acorralada por los dos hombres. Esquivaba todos sus ataques con dificultad, pues, eran buenos oponentes. Recordó las palabras del príncipe sobre encontrar un punto débil en su oponente si éste era más fuerte que ella. Mientras esquivaba sus golpes, estudiaba al saco de músculos. Notó que no tenía mucha técnica, ya que se confiaba demasiado de su fuerza bruta. Empezó a hacer piruetas alrededor de él, logrando confundirlo, mientras buscaba un punto débil. Él lanzaba golpes por doquier, como si tratara de atrapar a una mosca que se le escurría con mucha facilidad. La frustración empezó a hacerle estragos y sus ataques eran guiados por la ira.

El otro oponente se quedó parado observándolos entretenido. Ella giró alrededor del fortachón, haciendo que él girara la cabeza varias veces, provocando un poco de mareo, se tiró al suelo y se dejó resbalar por debajo de sus piernas, dando un golpe en sus partes íntimas y provocando un alarido de dolor que le quitó las fuerzas cayendo de rodillas, entonces, ella giró alrededor de su eje pateando su cabeza con fuerza, quitándole el conocimiento al gigantón. Saltó sobre sus pies agitada, estaba demasiado cansada y sentía que se desmayaría en cualquier momento.

—¡Ja, ja, ja, ja! —El otro contrincante reía histérico y por alguna razón ella le temía—. ¡Es mi turno! —advirtió con mirada psicópata. De repente dejó de verlo. Miró por los alrededores abrumada y un repentino golpe en su espalda le quitó las fuerzas. El dolor era profundo y le provocaba mareos. Otro golpe en la rodilla derecha la sorprendió y empezaba a descomponerse por no poder percibirlo. Cerró los ojos y recordó uno de los tantos entrenamientos con el príncipe.

“Ella tenía los ojos vendados, mientras él la atacaba. La idea era percibir al enemigo con su sexto sentido. Los primeros días de entrenamiento fueron una tortura, pero después de varias prácticas, podía percibir el olor y la presencia del príncipe y bloquear sus movimientos”.

Se relajó con los ojos aún cerrados. Sintió corrientes a su alrededor y supo que era su enemigo. El golpe iba directo a su nuca, ella se volteó y lo bloqueó, abrió los ojos y se encontró de frente con el rostro espeluznante de su contrincante. Él esbozó una sonrisa retorcida y se giró quedando a un metro de distancia. Dejó el tosco suelo para moverse sobre la superficie como ágil ave y Leela lo imitó, estaba harta y cansada, necesitaba terminar de una vez con aquella batalla y regresar a casa.

Ambos se atacaron, pero él era muy habilidoso. Llegó a golpearla varias veces, debilitándola. Ella respiró y por más que estudiaba sus movimientos, no podía descifrarlos, sin embargo, él conocía todos sus pasos y adivinaba cada técnica.

¡Era hora de improvisar!

Se tiró al suelo sobre sus rodillas, sorprendiendo a su enemigo. Él pensó que se había debilitado, pero dudó en acercarse. Leela se quedó de rodillas y en cuestión de segundos él estaba detrás de ella. ¿Cómo podía moverse con tanta rapidez? Solo conocía a una persona que se movía con tanta agilidad sin ser notado. ¡El príncipe Jing! ¿Por qué su arte marcial era tan similar a la de él? Ella le atrapó ambas muñecas y se abalanzó sobre él, atrapando con sus piernas su cintura. Fue un movimiento desesperado, pero ya ella estaba perdiendo, así que cualquier cosa que se le ocurriera podía salvarle la vida. Se subió un poco el pasamontaña con una rapidez increíble y besó a su oponente. Él se quedó inmóvil porque no se esperaba: ¿un beso?

Ella aprovechó su asombro para cortar su pecho con la daga, lo que provocó que él reaccionara saliendo de su ensoñación al ver su pecho ensangrentado y con rapidez sacó algo de su mano hiriendo el brazo derecho de Leela. Le herida fue profunda, pero eso no la detuvo. Vio un acantilado y se tiró sin pensarlo dos veces, desapareciendo de la vista del aun asombrado hombre, quien, sangraba por la herida ocasionada por ella, pero su mirada se quedó fija en el acantilado y sus pensamientos estaban lejos del lugar.

***

Era de noche y el príncipe estaba sentado en el sofá de su casa con una copa de vino en manos, sobre la mesa había una jarra de oro llena del dulce líquido. Nunca bebía más de una copa por día, pero esa noche llevaba tres. Sus ojos miraban el aparato en busca de alguna señal del rastreo, pero no había nada. Según las ridículas reglas impuestas por su hermano mayor, la prueba de oficialización era de vida o muerte, y no se permitía ayudar al espía ni buscar su cadáver (en caso de que muriese en misión), hasta el día siguiente. De repente, respiró profundo, dejando salir la mala vibra de su cuerpo y una sonrisa se dibujó en sus labios.

—¡Vaya! Ya puedes irrumpir en mi casa sin ser percibida.

—No sería una espía sino pudiera hacerlo. —Ella contestó con ironía, pero su voz era débil. Él se volteó para encontrar su mirada, pero su estado lo espantó.

—Leela… ¿Qué te pa...? —No terminó de decir la frase porque ella perdió el conocimiento y se desplomó. Jing saltó por encima del sofá atrapándola en sus brazos. Vio la herida en su brazo derecho y entendió por qué ella había salido de su radar.

***

Se sentía débil y mareada. Quería abrir los ojos, pero no tenía fuerzas. Sintió que alguien acariciaba sus mejillas con ternura, balbuceó algo indescifrable y los dedos se apartaron de su piel con rapidez. El vacío gélido de la ausencia de quien estaba a su lado la envolvió de repente. Fue recuperando la consciencia poco a poco y pudo abrir los ojos que, de inmediato, fueron aturdidos por la luz de la ventana. Sintió la suavidad y comodidad de las sábanas y se espantó al entender que no estaba en su casa. Se sentó de un salto mirando confundida por los alrededores. Era una habitación amplia y lujosa. ¿Dónde rayo estaba?

La figura de un hombre se reflejaba de espalda frente a una ventana. Reconocía la fina ropa. ¡El príncipe! Él se giró a ella, clavándole su mirada miel, acción que provocó que su corazón latiera precipitadamente.

—¡Ya despertaste! —exclamó inexpresivo—. ¡Vaya paliza la que te dieron! —bromeó.

—¿Dónde estoy? —preguntó abrumada y él sonrió.

—¿Tan fuerte te golpearon que no reconoces el lugar? Estás en mi casa, viniste anoche herida.

—¡¿Qué?! —Trató de pararse, pero un dolor en su espalda la paralizó haciéndola gemir.

—¡Oye! —Él se le acercó con rapidez—. ¿Qué crees que haces? —reprochó.

—Irme a mi casa —respondió nerviosa. De todos los lugares a los que pudo ir, ¿por qué se le ocurrió ir allí? —. No debo estar aquí, el maestro Lee y Ulises se van a preocupar.

—El maestro Lee sabe que estás aquí —dijo mirándola con recelo—. ¿Quién es Ulises? ¿Un familiar?

—No —negó—. Él es un amigo. —Bajó el rostro.

—¿Un amigo? —preguntó molesto—. ¿Por un amigo quieres salir de aquí en esas condiciones? —reclamó.

—Él debe estar preocupado.

—Ya veo... —La miró enojado—. Debe ser una relación muy especial para que le debas explicaciones.

—¿Explicaciones? —preguntó confundida—. No sé de qué habla —dijo masajeando sus sienes—. Me duele la cabeza —se quejó.

—Voy a mandar a un criado que te traiga un analgésico y comida. Debes recuperar fuerzas —dijo con indiferencia, al parecer algo le molestaba, pero ella no estaba en condiciones para pensar en los arranques bipolares del príncipe—. Te quedarás aquí hasta que te recuperes. Después de tu mejoría, vamos a tener un entrenamiento intensivo, tú y yo —agregó y se marchó, dejando a Leela confundida. ¿Quedarse hasta recuperarse?

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