Librería
Español
Capítulos
Ajuste

Dos

Sus hombros parecían redondos y brillantes, como broche de exquisitez a lo estrecho de su torso que fácilmente podría ser abarcado por un brazo de cualquier hombre de mediana corpulencia.

La cintura era breve, y el pequeño y coquetón ombligo, era como un lunar cargado de sensualidad, en medio de la tersura y brillantez de la maravillosa piel del liso vientre.

Sus caderas eran anchas y redondas, en dos medios círculos resplandecientes que abrían paso a unos muslos, esbeltos, largos y cilíndricos, con rodillas semejantes a los propios hombros, en cuanto a tersura y brillantes.

Las pantorrillas, oh, sí, la parte más bella del cuerpo femenino.

Al menos para él, ya que, si una mujer tenía unas pantorrillas bellas, lo más seguro era que sus muslos fueran perfectos.

Además, unas pantorrillas hermosas, siempre eran el anticipo de que la panocha sería un manjar delicioso y exquisito. Y las pantorrillas de aquella hermosa mujer, estaban esculturalmente proporcionadas, con la propia longitud de los muslos.

Y al final, estaban los pies, esa parte tan olvidada del cuerpo humano y que para él era algo sublime, erótico y motivante. Pues los pies de la chava eran breves y coquetos, como de geisha japonesa, aunque bien diseñados.

La bella imagen, se hallaba sobre una gran alfombra, de pelo rojo. Tras de ella, y como fondo ideal, un mar azul, que pugnaba porque su espuma blanca, llegara a besar los pies de la bella ninfa.

Mario cerró los ojos, consciente del plan que se había trazado para hacerlo hablar, ese tormento iba a resultar más difícil de superar, y él lo sabía.

No caería en ese juego erótico, por pasional que pareciera. Tendría que hacer un esfuerzo sobrehumano.

Nada lo iba a derrotar y menos cuando había tanto en juego.

Así que giro en la cama quedando de lado para no ver a la hermosa mujer.

—No me huyas, amor...

Escuchó que dijo una voz suave y modulada, tersa como el terciopelo.

—Mírame, soy hermosa y te deseo con toda mi alma.

Insistía la voz, enardeciéndolo, provocando cosquillas en todo su cuerpo y levantando su pinga con mayor fuerza.

—Necesito tu cuerpo... quiero sentir tu pinga dentro de mí.

La voz dulce y grave, salía de una bocina colocada en uno de los rincones del cuarto, junto al suelo.

—Me gustas... Eres muy varonil y estoy segura que potente, con un garrote que seguramente me llegara hasta las anginas... ¡hummm que rico!

Mario apretaba los ojos, tratando de no escuchar aquella voz. Estuvo a punto de taparse los oídos. Se detuvo, no podía hacerlo, era una clara señal de debilidad. La aterciopelada voz continuaba cachonda:

—Te deseo con todas mis fuerzas... Te apuesto a que en este momento tienes la reata bien dura... justo como a mí me gusta... ¡No sabes que ganas tengo de tocarlo con mis manos para acariciarlo, sobarlo y con toda mi pasión!... Se hacer unas chaquetas divinas... ¿No se te antoja que te haga una...?

Pese a su esfuerzo, Mario no dejaba de sentirse excitado, su pinga cabeceaba rebelde, como respondiendo a la voz de la bella mujer.

—Puedo acariciártelo con tanta suavidad que serías capaz de gritar de placer, suplicándome que lo liberara de esa piel que lo sujeta con toda lujuria, mis manos te llevarían al paraíso terrenal de la pasión y la lujuria.

Mario sentía que no iba a poder aguantar más. La pinga le palpitaba inquieta y potente. ¡Sentía que se podía venir en seco en cualquier momento!

Los huevos le dolían de la tensión que los embargaba. ¡Y la cabrona vieja seguía hablando y provocándolo! Lo incitaba a seguir escuchándola.

—Quiero sentir tu pinga dura y palpitante en mi boca, recorrerla con mi lengua, toda, ensalivándola, llenándola de mi calor y luego... ¡Hummm…! ¿Te imaginas lo que haría luego…? Quiero que sepas que soy una golosa, así que luego de lamer tu garrote lentamente... ¡Me lo metería en la boca entero! Te aseguro que me cabe... Lo mamaría con gusto y gusto hasta que ordeñara los duros huevos, probando el sabor de tu leche caliente y espesa... ¡De solo imaginarlo ya siento que se me encharca la vagina!

Mario apretó los párpados con todo su coraje. ¡Tenía ganas de gritar que se callara de una vez por todas! ¡Quería llamarla y fornicarla en aquella cama por horas y horas! Sin soltarla un solo momento, ¡deseaba apretarle el pescuezo para que ya no hablara! ¡Anhelaba penetrar en aquellas carnes que adivinaba tibias y aromáticas! ¡Pensaba en darle una paliza por atormentarlo de esa manera tan cruel!

Sus sentimientos eran encontrados y luchaban entre sí. Por un lado, sentía deseos por hacerle el amor a aquella mujer. Sí, quería demostrarle quién era él como amante. ¡Darle una cogida en la que la vieja terminara derrotada!

Aunque al mismo tiempo quería destrozarla ya que sabía que en el momento en que mostrara cierta debilidad, ella se aprovecharía y lo haría hablar sobre lo que no deseaba hacerlo, sobre lo que no podía hacerlo.

Luchando por hacer frente a la dura prueba a la que lo estaban sometiendo, trato de pensar en otras cosas que no se relacionaran con el sexo.

¡Pero todo era inútil…! Aquella voz cachonda retumbaba en su cerebro, penetraba con tanta fuerza que, incluso podía sentir el airecillo de su aliento en la oreja.

¡Esa voz corría por todo su cuerpo circulando en sus venas! ¡El deseo lo tenía cautivo y lo atormentaba! No veía nada… la oscuridad era total.

Aunque en su mente vibraba la imagen deliciosa de aquella mujer, tan deliciosa, tan tierna, tan sensual, tan exquisita, que lo miraba desde su nicho con ojos de profundo deseo, con un gesto de infinita pasión.

La voz anhelante llegaba hasta él, sin que pudiera tapar sus oídos debido a la rigidez de las cuerdas que lo sujetaban por la espalda. ¡Y aunque hubiera tenido las manos sueltas no lo hubiera hecho! ¡No podía mostrarse débil ante sus enemigos! ¡Los iba a derrotar con sus propias armas!

—Oh, Mario, mi Mario adorado… No sabe cómo te deseo, como te anhela mi cuerpo. Mis pechos tiemblan de lascivia esperando el ansiado contacto con tus manos.

¡Ella también era el enemigo!

—Mis pezones me duelen hasta hacerme vibrar, suplicando el roce escalofriante de tus labios, de tus dientes, de tu boca mamándolos.

¡Así era como debía pensar en ella, como un enemigo más!

—Quiero sentirte junto a mí, gozando con mi cuerpo que se estremece de anhelo.

—¡Cállate ya maldita bruja…! ¡Eres una puta y no quiero nada contigo! —grito Mario con todo su coraje— ¡Si estas tan caliente, metete una escoba en el culo!.

Finalmente se había derrotado.

Ya nada podía hacer por evitarlo.

—¡Mario…! ¡Amor mío…! No me insultes... Yo solo quiero hacerte feliz cuando te tenga entre mis piernas, cuando me acaricies y me beses con toda su pasión —insistió ella en el mismo cachondo tono de voz como si no lo hubiera oído.

Mario se mordió los labios para no gritarle más. Sabía que era inútil desesperarse de esa manera. Ella seguiría hasta que sus jefes le ordenaran detenerse. Todo era parte de un plan, y ese plan lo tenía a él como objetivo principal.

—Papacito… llámame a tu lado e iré… ¿Es que no ves cómo me tiemblan los labios y mi boca entera al no poder tocar la ansiosa tersura de la cabezota de tu chostomo?

—¡Que te calles ya, cabrona! —nuevamente su temperamento lo vencía

—Oh, Mario, mi amor… mi hombre anhelado… mi macho… quiero sentirte dentro de mí… aunque tus palabras me lastiman… Solo puedes contentarme si me das una rica mamada en las tetas… ¿Se te antojan? O quizás quieras probar mi panocha, lo que tu elijas te lo daré, dejaré que me la metas por donde quieras, soy tuya por completo.

De nueva cuenta, Mario, tuvo que morderse los labios con violencia. ¡Apretó sus dientes sobre la carne suave! Sabía que de un momento a otro terminaría sangrándoselos. Aunque, tal vez el dolor le ayudaría a superar aquel trance.

—Mira chiquito… voltea… quiero que veas como mi vagina llora con desconsuelo y mis labios vaginales se recubren de un líquido divino que desea ser bebido por tu sabrosa boca… Te aseguro que no has probado nada igual en la vida.

Mario hundió la cabeza contra la cama y trató de no ver y de no oír. ¡Quería alejar aquella voz, a aquella mujer de su mente! Deseaba alejarla y no oírla más.

—¡Ooohhh…! Mi amor... ¡Ven…! ¿Es que solo me concedes la oportunidad de hacerme una chaqueta ante la visión insoportable y deliciosa de tu cuerpo desnudo? De ese cuerpo que me enloquece y me atrae, provocando ganas de tenerlo para mí.

El muchacho temblaba notablemente presa de la excitación. Su cuerpo vibraba en un supremo esfuerzo por no oír. Su cara era un rictus de agonía intensa, en realidad era una máscara patética. Aunque tenía que vencerlos, no podía derrotarse.

—Mario, ya siento que ¡me vengooohh…! ¿No oyes el chasquido de mis dedos al entrar en mi empapada vagina…? ¿No quieres aspirar mi aroma de mujer ardiente?

Los quejidos roncos y graves de la deliciosa muchacha, penetraban en la mente de Mario, sacudiéndolo con violencia. Haciendo que su cuerpo sufriera convulsiones epilépticas que era incapaz de reprimir, de controlar, de detener.

El rumor del mar, monótono, servía de fondo a los gemidos y sollozos pasionales de la erótica mujer que en verdad estaba caliente. Y Mario sentía que su miembro le dolía en una punzada intensa. Necesitaba desahogar esa tensión en su garrote.

El chile le dolía cada vez más por la permanente erección y el constante cabeceo que por sí solo manifestaba, y lo hacía parecer que la cabeza quería reventarse.

¿Cuánto tiempo había pasado ya? No lo sabía en realidad, aunque el pensar en ello mitigo un poco sus dolores, lo tranquilizó un poco.

¿Cuánto tiempo más tendría que estar en aquella tensión? Tampoco lo podía adivinar, aunque por fin había encontrado algo que lo distrajera.

Sí, tenía que pensar en lo sucedido en los últimos días. Eso le daría fuerzas para sobreponerse al martirio mental a que lo sometían, que la voz de esa cachonda mujer que lo torturaba no causara tantos estragos en su mente y en su cuerpo.

¡No había duda alguna que eran profesionales! ¡Conocían bien su trabajo y lo ejecutaban a la perfección! ¿Cuánto recibiría esa puta por atormentarlo así? Era difícil precisarlo, aunque seguramente iba a recibir todo lo que le ofrecieron.

Bueno, siempre y cuando lo derrotara. Y él no estaba dispuesto a dejarse vencer. ¡No señor!... ¡Esa puta terminaría loca con sus propias palabras!

La noche avanzaba afuera y él apretaba fuerte sus párpados. Estaba luchando por no verla ni oír más. Pero la voz no cesaba, seguía con su tono meloso y cachondo.

—Mario, amor mío... yo te haría conocer la dicha sublime de la verdadera lujuria, del verdadero placer, gozaría como loca al sentir tus labios en mis pezones, tus dedos en mis intimidades, tus manos en mis nalgas, ¿acaso no te gustan?

Tenía que volver a pensar en algo que le alejara todo aquello.

—Muñeco, quiero sacarte toda la leche que guardas para mí, te aseguro que no te dejaré una sola gota en el cuerpo, es más, podrás depositarla donde más ganas tengas, en mi golosa boca, en mis expertas manos, en mi ardiente vagina, en mi apretado culo que sabrá como llenarte de delirio, que te apretará hasta que te vengas.

¿En dónde te gustaría venirte…? Dímelo con sinceridad ¿En mi pucha o en mi boca…? Lo que me pidas es tuyo… ¿Tal vez en mis grandes y duros senos…? Sí, para que con tu calor me estremezcas y me venga yo también… que mis pezones reciban un baño de tu leche. Quiero que me llames ya, para ir a cogerte como lo deseo... ¡Necesito clavarme tu reata o voy a terminar por volverme loca...!

De pronto, entre tres y cuatro de la madrugada, al menos esa era la hora que él calculaba que había llegado, se produjo un silencio.

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.