Capítulo 5
-¿Por qué no vas a trabajar en vez de reírte? Estos son para la mesa --- dijo malhumorado, entregándome una bandeja.
-Pero no, ¿ya perdiste tu felicidad?- le pregunté irónicamente.
No me siguió el juego, al contrario, me miró fijamente.
Por un momento me pareció que los papeles estaban invertidos.
-Está bien, vamos- Tomé la bandeja de sus manos y fui a llevarla a la mesa-.
Tenía que tener en cuenta que Mattia estaba de mal humor, porque me estaba empezando a volver loco.
Un día era el mismo de siempre, al siguiente era aún más gilipollas, de repente parecía de buen humor y luego gilipollas otra vez.
Y esos fueron solo los primeros días de trabajar juntos, me preguntaba cuántas otras facetas de él debería esperar.
Regresé a la cocina con más pedidos, ni siquiera me miró. Quizás más que cabreado como la otra noche, parecía perdido en sus pensamientos.
-La última vez que te pregunté, me gritaste, pero lo intentaré de nuevo. Porque a pesar de tu broma, no te tengo miedo. ¿Estás bien? O--
Tan pronto como escuchó una notificación de su teléfono, me silenció con los dedos en los labios, impidiendo que siguiera hablando. Abrí mis ojos con confusión, bajando mis ojos ante ese toque que desató un extraño efecto en mí.
Mattia se quedó mirando su teléfono durante unos segundos y no tuve el coraje de moverme.
Me asustó ver su expresión seria convertirse en una sonrisa sincera.
Se volvió hacia mí, retirando lentamente sus dedos de mis labios y sin dejar de sonreír.
Parecía un psicópata.
-Me pareces un psicópata, ¿lo sabías?- Decidí compartir mi idea con él, haciéndolo reír.
Esa maldita risa trató de sacarme una sonrisa. Me contuve.
No entendía lo que me estaba pasando, pero le echaba la culpa al hecho de que en los últimos días lo había visto sonreír genuinamente un poco demasiado.
-Tal vez lo sea- respondió él, volviendo a mirar el teléfono.
-¿Te habías peleado con tu novia y ahora has hecho las paces?- solté, arrepintiéndome inmediatamente después.
No era asunto mío y entonces ¿qué me importaba?
-Oh Elena, sabes por qué preguntaste- me dije, abofeteándome con el pensamiento.
Causé otra risa en Mattia. -El día que deje que otra persona influya en mi estado de ánimo por amor le pediré a mi mejor amigo que me mate, créeme-
Sí, buena respuesta Mattia, pero quería saber más.
Me maldije mentalmente. Estaba perdiendo la cabeza, era obvio.
Tuve que parar.
El hecho de que hubiera aprendido a sonreír no significaba que hubiera mejorado como persona.
-Dices eso porque nunca has estado enamorado, tal vez-
Volvió a mirarme, ahora pensativo.
-No, nunca he estado enamorado, tienes razón. Pero no cambiaré de opinión al respecto. ¿Y tú, Cenicienta? ¿Que sabes? ¿Estabas enamorada del músico?-
Esa pregunta me tomó por sorpresa. No sabía en absoluto qué responder.
"Ya no lo sé", dije finalmente, suspirando.
Mattia puso una sonrisa astuta, mirándome directamente a los ojos. -Esto es un no para mi-
Tenía muchas ganas de replicar, decirle que estaba equivocado, pero no pude.
-Tal vez ahora tengas razón. Creo que el verdadero amor es el que se queda dentro de ti para siempre... y que te deja un sentimiento hermoso de todos modos. Y basado en esto, no, entonces creo que nunca he estado realmente enamorada de Luca-
Aunque lo que sentía por Luca había influido mucho en mi estado de ánimo, estaba convencida de que el verdadero amor debía dejarme hermosos recuerdos. A pesar de todo. Y el hecho de que nuestra relación, que a mis ojos ya los de los demás parecía perfecta, no hubiera dejado más que un gran enojo y una fuerte decepción significaba que no, que no podía compararse ni remotamente con el amor. Especialmente de ella.
-¿Y qué te hizo Luca?- preguntó entonces Mattia sin dejar de observarme.
Me vi obligado a apartar mis ojos de los suyos. Tal vez no había estado realmente enamorada de Luca, pero me dolía hablar de eso. Y luego no tenía ningún deseo de confesar otros detalles de mi relación con Mattia. Estaba seguro de que los usaría en mi contra en la primera oportunidad tan pronto como lo lastimaran nuevamente.
Por suerte el destino estuvo de mi lado esa vez y Dario vino a llamarnos, diciéndonos que había mesas esperando.
Miré por última vez a Mattia y me di cuenta de que todavía me miraba. Hice una cola de caballo rápida, caminando hacia atrás hacia la salida, sin apartar mis ojos de los suyos y él no los apartaba de los míos. Se sentía como si hubiera un pequeño hilo que nos conectaba. Luego abrí la puerta y volví a la cafetería.
Había habido un momento extraño. Muy extraño. Solo esperaba que no se hubiera dado cuenta.
Mattia parecía interesado y esto me confundió más que de costumbre. Ese tipo me confundió a pesar de su comportamiento malhumorado.
Me obligué a dejar de pensar en ello y volví al trabajo, haciendo lo que tenía que hacer. Decidí que era lo mejor. Y, de hecho, más tarde ya estaba mejor y mis pensamientos estaban demasiado ocupados con las solicitudes de los clientes para detenerme en el rubio ocupado en la cocina. Esto hasta...
-Un Long Island y una virgen de Sex on the beach en la mesa- le dije a Dario, antes de entrar a la cocina a recoger el pedido de otra mesa.
-
-Este es el que está sobre la mesa --- Mattia me mostró una bandeja.
Me abstuve de reírme de él tan pronto como lo vi.
Él notó. -¿De qué cojones te ríes, Morelli?-
-Tienes salsa barbacoa untada en la cara. O tal vez es salsa de tomate, no puedo decirlo- Me rendí a la risa. Tomé un poco de la salsa en su mejilla con mi dedo para probarla. -Salsa barbacoa, listo- dije finalmente, sonriéndole divertida.
Mattia no habló. Me miró sin pestañear, inclinando la cabeza ligeramente hacia un lado como siempre hacía, incluso en la escuela secundaria.
Me encontré tragando en silencio.
-Le traigo la orden a la ta--
Mattia me detuvo, tomando mi muñeca. -¿Podrías limpiarme la cara antes de irte? No me gustaría volver a verte riéndote en mi cara la próxima vez que entres.
Esa declaración me hizo reír de nuevo. Puse los ojos en blanco y finalmente lo ayudé a limpiarse con un pañuelo.
-Ya me voy, si no los bocadillos se enfrían- dije, tomando la bandeja de la mesa.
Salí de la cocina y traje el pedido de la mesa --, luego la de la mesa también -.
Era una noche muy ocupada y casi no tuve tiempo de ir al baño.
Después del turno, me dejé caer en uno de los sillones que mi padre tenía en la cocina, completamente exhausto.
-Cariño, ¿quieres que cierre?- me preguntó papá haciéndome sonreír.