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3. La cita

Pues, al final del día las expectativas para Danilo habían resultado de cabeza con respecto a la “gran” noticia que había acabado de recibir por parte del señor Avery Pendragon, como estaba escrito e aquel papel que le dejó el hombre con su nombre y dirección. Y pensar que él casi brincaba en un pie para ir con el pito y el tambor con lo que consideraba, era su felicidad pura.

Aquella plática con Mary, en cuanto el señor Avery se hubiese marchado, le dejó un sinsabor extraño. Ella se había reportado enferma en el trabajo y regresó expresamente para que él le contara todo lo que había hablado con ese sujeto desconocido para ella.

Allí, sentados en la salita del apartamento se pusieron a charlar largo y tendido sobre el asunto.

—No, Danilo… —refunfuñó negando con la cabeza—. Creo que estás a punto de ser estafado de la manera más tonta del planeta.

Danilo miraba hacia el techo para no hacerle una mirada mortífera a su pesimista amiga.

—Piénsalo, Dani. Nadie, absolutamente nadie viene aquí a regalarte una mansión y esa inmensa cantidad de dinero en nombre de un primo lejano que ni siquiera conociste en vida… Es una estafa, ¡abre los ojos, por Dios!

—Mary, en primer lugar no es mi primo, es mi pobre tío Alberto difunto, que en paz descanse; más respeto. Además lo pensé muy bien mientras hablaba con el agente y en mi opinión, no tengo nada que perder ante el mundo. Ahora no soy nada, no tengo ni en qué caerme muerto —Danilo se encogió de hombros—. Si es que fuera una estafa simplemente me volveré a quedar sin nada, no es la gran cosa. Es peor no intentarlo, maldita sea.

Mary rodó los ojos ante aquella respuesta tan tajante de su amigo. Al parecer Danilo no tenía la mínima intención de cambiar de opinión; ni siquiera de considerar aquello como la estafa del siglo. Después de todo, él ya lo había dicho: no tenía ni reputación, ni renombre, mucho menos dignidad por lo visto.

Esa misma tarde, luego de la hora del almuerzo, Danilo se había dirigido hacia la casa de sus padres, pero nadie le abrió. Él no quiso pensar en el hecho de que no abrieran porque se trataba de él, sino que, quizá habrían salido o estarían en la hora de la siesta; cualquier cosa era mejor pensar, que el mero rechazo paternal.

Danilo, resignado se devolvió a casa de Mary, no sin antes hacer un desvío en su bicicleta y pasar viendo por la ventana de su amada Lara. Allí estaba ella, en su cómodo sofá, con las piernas cruzadas y un bowl de palomitas de maíz; se veía muy sumergida en el programa que estuviera viendo. Ella se veía bien de cualquier forma y en cualquier situación. Suspiró, despabiló y continuó su camino.

Cuando llegó a la casa, Mary estaba en la cocina; ella amaba ese arte culinario desde que la conocía. No quiso preguntarle nada, solo avisó de su llegada y se dirigió a su habitación improvisada, que constaba de un par de edredones de su amiga y una almohada; su Tablet aburrida y su mochila perdida por alguna esquina. Algo era mejor que nada, después de todo agradecía no haberse quedado en la calle como un mendigo.

Se recostó en su “cama” y se dispuso a soñar despierto. No podía esperar a que llegara el día siguiente y al fin poder obtener todos los beneficios de la vida que se merecía. Observaba el papel con el nombre del agente y abogado. Esa fortuna estaba al alcance de unos cuantos pasos. Aquella oficina estaba por el parque central de la ciudad. Si para algo era bueno Danilo era para ubicarse muy bien en la calle.

Y hablando de calle, después de una rica cena preparada por Mary –porque debía reconocer que todo lo que cocinaba ella sabía a gloria–, Danilo no pudo evitar sentir las ansias de salir una vez más a aquel bar de mala muerte, en el que siempre ahogaba sus penas.

«No, mañana es el gran día. Si te emborrachas de seguro todo sale mal».

Ahí estaba la voz de su conciencia, dictándole lo crítico que podía pasar al no ir en sus cinco sentidos a la dichosa cita con Avery. Y como siempre, una vez más pudo más el ansia y el vicio. Danilo había salido de una, con la excusa de ir por chicles a la tienda, lo cual Mary ni en los más imposibles sueños le creería. No obstante, ella no era su madre, ni su novia, mucho menos su esposa como para estarle queriendo detener; ya era un hombre hecho y derecho. Él debía aprender a luchar sus propias batallas, al menos Mary así lo creía.

Pasó lo que tenía que pasar: Danilo se quedó dormido, pero esa vez no dentro del bar, porque en esa ocasión lo habían sacado por pelearse con otro hombre de manera irracional. Resulta que, en sus alucinaciones él bailaba con Lara y ella no podía ser de nadie más.

Él ni siquiera dio un motivo o razón, simplemente en unos cinco pasos, el muchacho que bailaba de lo lindo con su pareja había volado hacia una de las mesas del bar; dejando en el suelo las bebidas y a las personas que estaban bebiendo con tranquilidad en sus respectivos lugares.

El muchacho, quien también tenía los estragos del alcohol, se levantó con la velocidad con la que cayó y tampoco quiso una conversación civilizada. La lluvia de golpes había caído sobre Danilo, haciéndolo caer de bruces en el duro suelo, ya que los niveles del alcohol alentaban sus movimientos. Las mujeres a las que le había tirado la mesa también estaban colaborando en el linchamiento. Así terminó aquella noche entre tragos, alucinaciones y turbas furiosas contra él.

Con un moretón en el ojo, el dolor de la paliza combinado con la resaca, todos los dolores en junto, dieron a Danilo el “mejor” de sus despertares. Y no solo eso… Era jodidamente tarde para su cita con el señor Avery. El día no podía comenzar de la peor manera para él, y todo por sus necedades. Ninguna cachetada mental podía hacerlo escarmentar, más que el hecho de no obtener esa herencia por su impuntualidad.

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