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Prólogo

FUTURO.

Narra René.

Mi cuerpo arde de una forma en que jamás pensé podría hacerlo. Es extremo, como si desde que mi cuerpo supo que estaría visitando de nuevo este lugar, se estuviese preparando para adherirse al suelo, acompañado de azufre, vapor y maldad.

Cuando vine por vez primera no pude ver nada de lo que veo ahora. No me importaba nada. Era egoísta, narcisista y bastante ciego, como para no darme cuenta de que poner un pie dentro de este lugar y dejarse envolver por él era como tener el alma en el infierno incluso antes de la muerte.

Caigo al suelo de rodillas, sudando a más no poder. Esta vez no tengo agua, y tampoco las manos angelicales de Marina curándome. Ya nada me ayudé.

Ya no lo soporto más.

—¡No quiero esto! ¡Ya no lo quiero! ¡Debe haber una manera de solucionarlo sin que nadie salga herido!

La garganta me arde al igual que la planta de los pies.

Alzo mi cabeza viendo la mesa en donde se encuentran los dos libros; la luz tenue de las velas y velones me marea, al igual que el olor a incienso y coneciervo.

Intento llegar a ellos arrastrándome en el caliente suelo, pero mis antebrazos pierden fuerzas.

—Sabía que esto iba a pasar.

Están aquí de pie frente a mí, escucho solo una voz, pero son varios en cuerpo; con sus turbantes negros y trajes blancos, casi sin rostro, casi sin sentido alguno.

—Ayúdame por favor...

Mis labios están más que secos, mi respiración se dificulta. Siento por primera vez en todo este tiempo de sufrimiento, y al mismo tiempo felicidad, que no lo soportaré.

—Ya viniste por ayuda una vez, René. Aquí no ayudamos dos veces.

—Les daré lo que quieran...

—Ya nos diste algo bastante valioso. No te preocupes.

—No pueden... no...

Mis lágrimas salen quemándome el rostro.

—Hiciste un trato con nosotros... —Desde este momento comienzo a escucharlos a distancia —No vas a poder cambiarlo... —Escucho un sonido bastante agudo junto a tambores —Al menos que tomes la decisión.

—No voy a dejarla morir.

—Tú, o ella.

Siento mis párpados caer de repente, pesados. El cuerpo boca abajo se me extiende por completo en el suelo. Estoy consciente, pero no puedo moverme.

Así no esperé que fuese mi muerte.

Escucho las palabras repitiéndose, los tambores, diferentes olores, mi piel quema, la cabeza me da vueltas.

—¡Deténganse!

—¡No! ¡Vete!

A ella ya le he hecho suficiente daño. A ella, mi familia, mi equipo.

—¡Que se detengan ya! —Escucho otra voz, masculina.

No puedo creer que estén aquí. Sigo sin poder moverme. Y sé que por más que grite no podrán escucharme.

—¡Por favor déjenlo! —Ella grita con dolor y desespero mientras siento mis órganos, resolverse por dentro y mi corazón apretarse cada vez más hasta hacerme sentir que estoy vacío —¡Él no puede morir! ¡Él no! ¡Él no quiere morir!

La música se detiene.

Mi cuerpo tiembla al extremo, todas las extremidades me duelen.

Abro los ojos.

Todo lo que había a nuestro alrededor desaparece; el olor, los libros, el vapor, ellos…

No.

—¡¿Qué hicieron?! —Les grito, molesto.

—¿Qué? ¡René! ¡Estamos intentando ayudar!

—¿René? ¿Qué está pasando? ¡Mírate! Logramos detener lo que sea que...

—¡No! No, no.

Con la fuerza que me queda me levanto, con el corazón en la boca, las lágrimas saliendo y la desesperación en el centro del estómago, causándome ganas de vomitar, corro por toda la selva; las hojas se adhieren a mi piel, el sonido de los animales salvajes atormentan mi cabeza.

Pero hay algo mucho más grande que todo esto.

Todo se interrumpió, y ahora ellos irán por el amor de mi vida.

—¡Detente! —Karen me grita.

Le hago caso solo porque necesito dejarle algo claro.

—No te pedí que vinieras.

Su rostro confuso y con lágrimas se acerca mucho a mí, me empuja dos veces con fuerza.

—¿Qué carajos te ocurre, René? ¿Cómo no iba a venir a ayudarte? ¿Estás idiota o qué?

De un paso molesto consigo que ella retroceda.

Veo a mi amigo a la distancia, cansado, viéndome mientras niega con la cabeza.

—¡Tenían que mantenerse lejos!

—¿Y dejar que murieras? ¡Eres nuestro amigo! —Él me grita.

—¡Pero ella es la mujer de mi vida! —Les confieso, Karen se abraza a sí misma y mi amigo llega pronto para abrazarla —Así que no es decisión de ustedes ¡Es mi decisión! Así que ahora mismo voy a buscar a Marina para contarle toda la puta verdad, y ustedes van a mantenerse lo más lejos que puedan de esta situación, ¿me entendieron?

Ambos lucen bastante decepcionados con esto, y eso me decepciona a mí.

—Debiste pensarlo dos veces antes de involucrarnos en esto, entonces René Duque —Karen me mira furiosa —Pero si esto es lo que quieres, está bien.

En el fondo agradezco que estén aquí porque de no ser por ello no tendría cómo regresar a Chicago. Ellos han venido con un equipo especial, así que en el camino, en total silencio y muchas cosas que decir sin poder soltarlas, unas horas después termino llegando al apartamento, contando los segundos como un loco para llegar a nuestro piso, sintiendo que no tengo fuerza y que probablemente mi último suspiro será cuando le diga mi verdad. La verdad que siempre la involucró a ella.

Mi corazón se hunde en mi pecho débil cuando veo la puerta del apartamento abierta.

Esta no es buena señal.

Con las fuerzas que tengo que sacar llego rápido, me adentro y veo a Hillary levantando un par de cajas.

—¿Qué pasa?

—¡René! —A ella se le caen las cajas cuando me ve, seguramente por lo mal que luzco ahora, pero rápido se agacha para tomar las cosas y hablarme —Marina no está.

—¿Cómo que no...?

Los latidos de mi corazón aumentan.

—Se fue. Ella sabía que vendrías, así que me mandó a buscar sus cosas.

—¿Pero de qué...?

—René...

La voz de mi chica me hace cerrar los ojos mientras las lágrimas caen a más no poder, me doy vuelta y por saber que está bien la abrazo. Marina al principio se sorprende dándome ventaja, pero cuando reacciona se separa de mí, lo cual no puedo evitar porque en este momento ella tiene más poder que yo.

—Ya tomé la decisión —Me entrega el objeto de nuestro pacto sin poder verme realmente a la cara, y ello termina de romperme el corazón —Se acabó, René. No tienes que darme algún monólogo, no tienes que intentar convencerme. Sea lo que sea que tengas para decir, no lo acepto —Sus ojos impactan dolorosamente con los míos —No hay vuelta atrás.

Vuelta atrás...

Pues cuando miro hacia el pasado, lo único que veo es que eso fue lo que hice desde el momento en que tomé la decisión de ser feliz con ella, sabiendo que la infelicidad al final nos encontraría; pero la cuestión es, que no estoy dispuesto a aceptar esa respuesta como el final de todo lo que hemos pasado juntos.

—Marina... no puedes irte sin saber qué es lo que todo este tiempo te he escondido.

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