Capítulo 01: Mi caliente cliente
PRESENTE.
Narra Marina.
René Duque es más que sensual. Y entre tanto, cuando lo ves así como lo vi desde el primer día, u ahora, parece una persona normal.
Pero no, no lo es.
El mayor de los Duques, hermano de siete más, es tan perfectamente perfecto que, incluso cuando lo he visto prácticamente desnudo, es notorio que no posee alguna mancha, arruga, celulitis, mondonguito, hueco, vello, ¡siquiera un rasguño! Que pudiese atentar con su piel. Y sí, para mí es incorrecto que un hombre como él exista.
Va mucho más allá de su perfección física; es el hecho de que es rico de cuna, que es filántropo por demasiada naturaleza, que todo el mundo lo ama y que ha terminado sus relaciones en buenos términos, hasta el punto en donde sus ex’s lo tratan como un amigo.
No… imposible que sea homosexual. Sé que le gustan mucho las mujeres; y confirmo ello, porque algunas veces cuando tengo esta hora a solas con él para prestarle mis servicios lo he escuchado hablar por llamada sobre lo mucho que le ha gustado alguna mujer; al expresarse él es respetuoso, al actuar es caballeroso. Quizás noto que suele ser poco demandante, y ello a veces lo hace lucir algo tímido; pero aun así es perfecto.
Imposible que en el planeta exista un ser humano como él, quien a sus 35 años posee una carrera exitosa, una fama impecable, personalidad arrasadora y un cuerpo tan caliente…
No puedo negar que es mi cliente favorito.
Paso mis manos por sus pantorrillas, con cautela, y cuando mis manos fluyen solas al ritmo de las frotaciones con mis palmas y dedos, inesperadamente gracias al aceite me he deslizado muy cerca de su coxis.
Él tiene su cara sobre la almohadilla con los ojos cerrados y algún tipo de música sonando en sus oídos a través de los auriculares inalámbricos. Y yo no puedo como siempre controlar mis ganas para masajear sus nalgas por encima de su ropa interior mucho más tiempo del necesario.
Son tan redondas y llenas de carne que parecen obra de un perfecto arquitecto, escultor o pintor.
Mentiría si dijese que con solo saber que tiene una cita de masajes conmigo no emociona partes de mi cuerpo que prefiero no describir.
Es cruel, muy cruel. Y va por la vida, como si fuese una persona más, como si ninguna mujer u hombre que pasa por su lado no quiere correr hasta él al menos para oler más de cerca su perfume.
Quizás el ser cruel o no estar consciente es lo que lo hace imperfecto.
¿Pero para qué mentir?
Si hasta la textura de su piel es como la de un bebé recién nacido.
Comprimo mi suspiro.
Coloco las bases de mis manos sobre esa parte de su espalda baja mientras las yemas de mis dedos giran en sentido de las agujas del reloj, y lo siento removerse un poco; pero es normal, ya que la razón por la cual solicitó mis servicios como fisioterapeuta y masajista profesional es porque tuvo un pequeño accidente y esa zona ha sido afectada; sin embargo, últimamente sólo estamos trabajando con mantenimiento de sus músculos porque la temporada casi empieza y le ha tocado entrenar muy fuerte en casa.
Nadie de su equipo sabe que fue lo suficientemente preocupante para su desenvolvimiento en el campo ese incidente que tuvo, y el estar casi dos semanas sin hacer ejercicio alguno; excepto por su manager y su entrenador personal.
Pretendo echar más aceite, así que separo mis manos de su espalda, por lo que lo escucho gruñir, profundo; sin embargo, no dice nada.
Yo estoy… normal, sí, creo que después de dos meses tras ocho masajes y terapias ya me he acostumbrado a esto, incluso puedo saber qué parte le tensa mucho más que cualquier otra.
Mis manos entran de nuevo en contacto con su espalda baja, lentamente masajeando técnica tras técnica su zona afectada, pero mis dedos de nuevo no pueden evitar formar pequeños círculos alrededor de aquellos dos hoyuelos con los que cuenta allí.
Una vez mi mejor amiga me comentó que se llamaban Hoyuelos de Venus, que cualquiera no los tenía y que, lo que se sabía con seguridad, era que las personas que contaban con ellos eran naturalmente pasionales, llenos de encanto y... nada que no pudiese notar alguien a simple vista de este hombre.
Repito, es que no parece cierto. De no ser porque cuando esto termina, él simplemente me paga, me voy y me deja con miles de preguntas en la cabeza, pensaría que es así, que es solo un Ángel caído del cielo para matarme de dudas en un mundo en donde yo no soy nada más que su masajista y él mi caliente cliente.
—Marina, me encantó, como siempre.
El “como siempre” es nuevo. Así que tras limpiar mis manos con una toalla algo tibia levanto la mirada para sonreírle.
Él aparta la suya, como siempre, y tras envolver su cuerpo en aquella toalla mientras yo guardo el aceite, él va por su cartera y me extiende mis preciados 40 $.
Con eso, pago la renta del Wifi, y diez kilos de helado, amén.
—Gracias, señor Duque.
Me doy vuelta para comenzar a recoger mis pertenencias porque sé que esto será todo hasta dentro de una semana.
—Marina.
—Dígame, señor.
—¿Cómo me sientes allí?
¿Ah? ¿Allí en…?
¡Ay por favor! Ni que tuviese su majes... su... pa... Dios mío, basta.
—¿En la espalda baja…?
Él hace un sonido en afirmación. Se está vistiendo detrás de mí y me parece ridículo que yo permanezca de espaldas cuando es demasiado normal que hasta haya tocado alguna vez sus pelotas, claro, por encima de la tela.
—Es que aún molesta, como una pequeña astilla.
—¿Se ha hecho alguna placa recientemente?
—Nope.
Que haya respondido así me hace sonreír mientras intento recoger todo lo más rápido posible.
—Creo que debería.
—Yo también, pero quería tu opinión primero.
En cuanto ya he metido mis cosas en mi bolso y me doy vuelta, me detengo en seco porque está justo delante de mí aunque mirando su teléfono, muy cerca. Vestido con esa bata negra que lo hace lucir más impropio.
Retrocedo dos pasos.
—Podrá llegar a la pretemporada sin molestia, ya verá.
—Eso espero, Marina —Sonríe enormemente manteniendo su mirada verde oscura —Porque no creo que el equipo se crea otra mentira más del por qué no voy a las prácticas.
El castaño oscuro vuelve a sonreír.
¿Este señor no come siquiera un bendito caramelo? ¿Cómo puede tener los dientes tan blancos? ¡Es insólito! Hasta me da vergüenza hablar porque los míos no van al odontólogo desde hace dos años.
—Que tenga feliz tarde, señor Duque —Le paso, por un lado, tras bajar mi mirada.
Tenerlo acostado y cerca es completamente diferente a tenerlo de pie, llevándome al menos unos siete centímetros de más, con esa sonrisa y esa mirada para mí, así que no me culpo por sentirme intimidada.
—Igualmente, Marina...
Su teléfono suena cuando al parecer iba a pronunciar algo más, por lo que me da otra de sus sonrisas y me despide agitando su mano. Yo le devuelvo el gesto, y a paso lento comienzo a retirarme de lo que debería ser considerado el mejor Spa de Chicago, que está en su casa, por supuesto.
Sin embargo, uno de mis guantes cae al suelo, por lo que, agachándome ya sin ser vista por él, puedo escuchar una pequeña conversación.
—¿Qué pasó? ¿Lo hiciste?
—No lo he hecho y tampoco quiero que estés detrás de mí recordándomelo, Karen.
—Eres tan cobarde.
Hay silencio y luego René exhala con frustración.
—¿Qué es lo que debo hacer?
—Confesarle el maldito secreto de una vez.
Y ello basta para que mi mente y mi corazón me impulse a llegar a una conclusión: definitivamente René, uno de los beisbolistas más codiciados de la liga americana, esconde algo.