Capítulo 4
―No llores Lisa. Ahora estás bien, yo te cuidaré ―lo escuchaba, me era imposible creerlo. Solo era una fantasía mas, él... todo esto, nada era real.
¿Cómo podía ser que alguien, sin conocerme, me quisiera cuidar?
Era falso, pronto despertaría en la realidad, estas cosas no pasan. Menos en mi vida.
― ¿Por qué traes a la princesa llorando? ―dijo Imre, mirándome con aquellos hermosos ojos color verde. Pasó su pulgar por el camino de las lagrimas en mis mugrosas mejillas. Sus palabras tenían un sabor tan dulce, cada momento se me confirmaba que no era real.
Algo tan bueno no podía ser verdad.
―Theo ―se limitó a responder Vilh.
―Eso lo explica todo ―dijo Garin perdido entre los cojines del sofá en el pasillo.
―Se lo advertí. Ahora tendrá que pedirle perdón a Lisa, espero que lo haga muy bien ―dijo Vilh.
― ¿La cuidarás tú? ―preguntó Imre.
Vilh me miró, regalándome una tierna sonrisa. Me hacían sentir como una niña; ellos parecían mis padres preguntándose quién cuidaría de mí.
―Si ―respondió Vilh sin quitar esa sonrisa de su cara, ni sus ojos de los míos.
―Bien Lisa... ahora sabes que cuando dije que Theo mordía era verdad. Pero lo que también es verdad es que el resto de nosotros no mordemos y menos Vilh, puedes estar totalmente tranquila con él.
―Aunque Imre muerde a veces ―dijo Vilh.
―Pero tengo novia... y sentido común.
―Bueno... Debemos irnos. Buenas noches ―dijo Vilh.
Yo me despedí de ellos batiendo mi mano en el aire.
Vilh me tomó con más fuerza, acomodándome en sus brazos, mientras caminábamos rumbo a su habitación. “Vilh”, no podía dejar de repetir su nombre.
Cuando estaba en preescolar tenía un muñeco llamado Vilh, un Ken de imitación para ser mas especifica, siempre se me hizo un nombre muy extraño. Lo nombré así porque lo traía inscrito en el paquete. Mi maestra decía que mi muñeco era el más guapo que había visto; para ese entonces no entendía el significado de esa palabra. Ahora, tenía a la descripción gráfica frente a mí. Al mirarlo, cualquiera podría entender el significado de aquella palabra.
Abrí la puerta de la habitación tal como lo había hecho con Theo. Vilh caminó hasta la puerta del baño y con mucho cuidado colocó mis pies en el suelo, dejando que me apoyara contra la pared.
―Ten mucho cuidado, no te vayas a tropezar. Sostente fuerte de cualquier cosa firme que encuentres ―yo asentí ante sus palabras―. La cama es tuya, yo dormiré en el sofá de la habitación de Theo, así estarás más tranquila, que descanses ―dijo para luego intentar marcharse.
Yo me solté de la pared, deteniéndolo antes de que estuviera fuera de mi alcance.
Vilh miró mi mano aferrada a su brazo para luego volver a encontrar mis ojos con su mirada.
― ¿Qué sucede? ―preguntó. Yo señalé el enorme sillón al otro lado de la habitación― ¿Quieres que me quede? ―nuevamente respondí asintiendo.
Pero mis intenciones no era que él durmiera en el sillón; quería que se quedara en su cama, como debía ser, yo solo era una intrusa; no quería comodidades y menos incomodarlo.
― ¿Estás segura? ―asentí.
Me señalé y luego señalé el sillón. Lo señalé a él y luego señalé la cama. Por el gesto de su rostro pude ver que entendió mi mensaje a la perfección.
―Yo puedo dormir en el sillón. Tú pareces haber tenido un muy mal día, al menos podrás descansar tranquila ―yo me negué rotundamente a aquella idea. No quería que él se sacrificara por mí. No lo merecía― Está bien... si eso quieres.
Ahora que todo estaba claro, solté su mano e ingresé al cuarto de baño dando pequeños saltos con mi pierna buena. Cerré la puerta, encontrando mi horroroso y reprochable reflejo en el espejo.
No lo entendía. ¿Qué podría haber motivado al chico de trenzas a besarme? Yo daba asco.
Mi cabello estaba enredado, podía sacar ramas, hojas, piedras y terrones de suciedad de él. Mi rostro estaba manchado con mugre, sangre y lágrimas. Mi ropa era capaz de repugnar, aquel color amarillo, café, y morado de sangre seca habían escondido el color celeste pastel de mi blusa de botones.
¡Princesa! ¿De dónde habrían sacado aquellos hermosos ojitos verdes algo en mí que mereciera ese cumplido?
Daba lastima... ¡Eso era! Lástima. Eso lo justificaba todo. Yo solo era una obra de caridad que mañana saldría de sus vidas, y yo no lo merecía.
Desabotoné mi blusa, con algo de dolor la quité de mí. Luego pasé a desabrochar mi sostén, tomé mis pechos con mi brazo, no pude evitar quejarme de aquel jalón. Mis pechos eran pequeños, pero se hallaban abultados debido a la producción de leche materna. Al palparlos, me provocaba una pequeña y dolorosa corriente eléctrica.
No le pude dar de mamar a mi pequeñita... ni una sola gota. No pude verla, sentir su calor o su cariño. Ver sus pequeñas manitas y piecitos.
Aquella espantosa presión que no me dejaba respirar se apoderaba de mi pecho desgarradoramente. Sentía como si estrujaran mi corazón. Cada segundo sin saber de ella era una tortura, era como si mi alma se partiera a la mitad.
¿Cómo sería capaz de vivir con este dolor por mucho tiempo más?
Levanté mi rostro, mirando el techo, respirando agitada y conteniendo mis lágrimas. Respiré profundo, aunque la desesperación me ahogaba a la mitad. Dolía casi o más como si me estuvieran despellejando viva, sin anestesia.
Quería tirarme al suelo y llorar sin consuelo, morir ahogada en mis lágrimas. Pero no lo hice... no podía continuar derrumbándome así.
Quité mis shorts y mis bragas, podía ver lo lastimada que estaba mi piel, por donde fuera que mirara.
Al fin llegué a visualizar mi tobillo, una gran franja color violeta rodeaba mi pierna. Si tan solo fuera eso... pero aquel dolor nunca se compararía con la pena que cargaba mi alma.
Por fin ingresé a la ducha. Restregué insistentemente mi piel intentada borrar toda marcha y suciedad que aquel trágico y fatídico día había marcado en mí. Igual, el horror no se quitaba con jabón, estaría tatuado ahí... para siempre.
Cuando al fin terminé, tomé una toalla, secando mi cuerpo. Me coloqué la gran camisa que Theo me había dado. Era bastante cómoda.
Lavé mis bragas y las sequé con una secadora de cabello. Las coloqué en su lugar. Para luego salir, sosteniéndome del marco de la puerta.
Visualicé por todas partes, no tenía un apoyo cercano que me ayudara a llegar hasta el sillón.
―Lisa... ¡Terminaste! ―dijo Vilh entrando a la habitación, caminando apurado hacía mí.
Él tomó mi mano y yo señalé ropa en el lavamanos.
―La botaremos. Mañana te conseguiré algo ―yo enseguida negué, no quería nada mas de ellos―. Olvídalo Lisa. No dejaré que te pongas eso de nuevo. Ya dije que te conseguiría algo y eso haré.
Vilh pasó mi mano sobre su hombro para luego tomar mi cintura. Era demasiado alto, por lo que con una simple elevación podía cargarme de esa forma. Me llevó hasta la cama, yo pegué mi vista en el sillón. No estaba dispuesta a desplazarlo de su cama.
―De acuerdo Lisa. Te pasaré al sillón; pero ahora, déjame ver tu pie ―asentí y me arrastré un poco en la cama. Dejando espacio suficiente para que se sentara a mi lado.
Él tomó mi pie y lo puso en uno de sus muslos, visualizándolo un poco, torció su boca mientras lo miraba.
―Recordé que tengo algo que te servirá ―dijo tomando mi pie nuevamente, colocándolo en la cama para luego ponerse de pie.
Vilh caminó hasta sus maletas. Lo miré con detenimiento mientras hacía su búsqueda, era tan igual y, a la vez, tan diferente de su hermano.
― ¡Aquí están! ―irguiéndose con una bolsa y un pote en la mano― De vez en cuando, con tanto estrés o con los movimientos sobre el escenario nos contracturamos. Por eso tenemos esto ―mostrándome el pote―... Es un gel frio, pienso que te ayudará con eso.
Vilh se sentó nuevamente a mi lado, abriendo el recipiente, dejándome ver aquella pasta azul dentro. Abrió la bolsa, sacando lo que parecía ser un vendaje.
―Dame tu pie Lisa ―pidió palpando su muslo, yo levanté mi pie, colocándolo en ese lugar―. Te masajearé, intentaré que no te duela ―dijo y yo asentí.
Él colocó un poco de aquella pasta en mi pie; empezó a pasar su pulgar por mi tobillo. Era muy cuidadoso, aun así, en varias ocasiones me hizo retorcerme del dolor; instintivamente quitaba mi pie. Vilh volvía a tomarlo y colocarlo en su muslo con mucha paciencia.
― ¡Listo! Espero que mañana este mejor ―dijo y me miró, regalándome una sonrisa.
Yo deseaba agradecerle; pero era inútil, mi voz no salía.
― ¿Estás segura de que quieres el sillón? ―preguntó y yo asentí.
Él se levantó de la cama y se paró a mi lado. Estiró sus brazos como si me fuera a dar un abrazo, yo rodeé su cuello con mis brazos, él afirmó mi cintura con sus manos para luego inclinarse y tomar mis piernas.
Caminó hasta el sillón y me dejó sobre él delicadamente.
―Tuviste suerte de que te encontráramos ―dijo al soltarme―. Quien sabe que hubiera pasado contigo en esas condiciones, de noche.
Vilh caminó hasta su cama, tomó dos cobijas de debajo de las almohadas y las colocó en alto, mostrándomelas.
―Ya te lo dije; pero me encantaría saber que fue lo que te sucedió. No eres una chica de calle... menos una indigente. Lo puedo notar. Prueba de ello es que sepas alemán y tu ropa es de buena calidad... eres flaca, no desnutrida. Disculpa que te diga esto. Bien... ¿Gruesa o delgada? ―preguntó refiriéndose a las cobijas, yo señalé la sabana― ¿apañas? ―yo asentí y él la lanzó.
― ¿Estás cansada? ―preguntó mientras acomodaba las almohadas; aunque si, estaba cansada, no tenía sueño.
A diferencia de mi, podía ver el sueño en sus ojos.
Él debería descansar, así que asentí.
―Yo también ―sonrió.
¡Por Dios! Su sonrisa era perfecta. Él tomó un almohadón y una almohada, volviendo a mí. Acomodó la almohada debajo de mi cabeza; levantó mi pie colocando el almohadón debajo de mi tobillo.
―Tenerla en alto te hará bueno. Así la sangre no se acumula en tu lesión ―era increíble. ¿Cómo un chico tan famoso como él podía ser tan atento y considerado con una chica como yo?
No me conoce, me encontró como una basura, votada en la calle. Cuidaba de mí como si le importara.
Era la primera vez que conocía un hombre así.
―Buenas noches, Lisa. Espero que después de todo lo que has pasado hoy puedas descansar tranquila ―dijo para luego apagar las luces.
¿Qué clase de destino loco había tenido esta noche?
Refugiada en un gran estadio por cuatro desconocidos. No eran solamente chicos como cualquiera, eran famosos. Especialmente él.
Me habían tratado mejor que las personas que me había rodeado durante toda mi vida. Ni de mis padres o hermanos había recibido aquella atención.
¿Por qué motivos me encontraba aquí? ¿Por qué estaban dispuestos a ayudarme cuando yo no era siquiera una de sus locas fans? ¿Qué fue lo que hizo que se compadecieran de mí?
Sea lo que fuere, no pasaría de una noche.
Ellos seguirían su camino y yo el mío.
No terminaré de agradecerles lo que hicieron por mí. Lo recordaría por siempre; pero pronto solo sería eso, un lindo recuerdo del pasado.